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16 de noviembre de 2018 Twitter Faceboock

Relatos
Esto no es cuento: el hartazgo de "las criadas" de Nordelta
Damián Quilici

Elsa es una más del centenar de trabajadoras domésticas que ingresan por día al complejo de countries conocido como Nordelta. Su historia. Otra postal del andamiaje que sostiene la comodidad de este rincón del mundo que arranca en Tigre y abarca parte de Escobar.

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Recién son las nueve de la mañana y el calor se hace sentir fuerte debajo del puente que conecta Los Troncos del Talar con General Pacheco. En el medio la UTN y la Parroquia Purísima Concepción. Elsa como todos los jueves espera a veces sin éxito el colectivo de la línea 723 que la depositará en la puerta del barrio privado Santa Bárbara. Viene cargadísimo y el próximo pasará en una hora. No le da el tiempo. A las diez en punto tiene que ingresar a trabajar. Elsa de 62 años tiene que caminar un kilómetro y medio bajo el rayo del sol.

Elsa es una más del centenar de trabajadoras domésticas que ingresan por día al complejo de countries que arranca en Tigre y abarca parte de Escobar. Hace cuatro años que trabaja para la misma familia. Un matrimonio de la high society, que tiene dos hijos. Una familia típica de barrio privado. Elsa es polifuncional. Además de lavar la ropa, los tres baños, limpiar los ventanales de los tres pisos que tiene esa casa estilo moderno, tiene que cocinar para el almuerzo, atender a los chicos y dejar preparada la cena del día. Todo eso en cuatro horas. A las 14 horas Elsa se tiene que retirar.

Muro que separa Nordelta del Barrio Las Tunas

Elsa vive en el barrio Enrique Delfino, geográficamente la distancia que la separa de su trabajo apenas diez cuadras. Pero por los muros y el protocolo tiene que dar toda la vuelta. Lo que la hace cargar la SUBE diariamente. Ella cobra $ 120 la hora. Es el promedio global. Algunas ganan un poco más. Trabaja lunes, jueves y sábados. A veces con suerte la hacen ir de noche, cuando hay algún evento familiar. Elsa cobra con los viáticos incluidos algo así como $ 1500 semanales. Con eso ayuda a su marido ya jubilado, compra sus remedios y cocina para sus nietos.

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A Elsa la motivan con falsas promesas de progreso. Cada tanto recibe ropa, muebles o algún electrodoméstico ya en desuso, que de todas formas iban a parar a la basura. Lo mismo con la comida de sobra o la que estaba separada para las mascotas. Todo se come en el rancho de Elsa. A veces la tientan poniéndole pequeñas trampas por toda la casa. Dejan objetos de valor, dólares en lugares específicos del hogar para evaluar su honestidad. Elsa la tiene re clara. Elsa no se rinde.

Elsa añora esos tiempos en Tucumán donde trabajaba siendo una adolescente sin hijos, en la panadería de sus padres. Elsa es una esclava moderna. No es la única, como ella cientos de mujeres soportan día a día la discriminación, el desprecio y la humillación de sus patrones para poder sobrevivir en este sistema de miseria.

Pero algo esta cambiando, cerquita del Barrio Santa Bárbara unas setenta Elsas de Nordelta dijeron basta y se rebelaron, hastiadas del maltrato y el desprecio.

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Esa rebelión recuerda a las palabras de Louise Michel. Las trae al presente, las vuelve actuales, las convierte en desafío: “Cuidado con las mujeres cuando se sienten asqueadas de todo lo que las rodea y se sublevan contra el viejo mundo. Ese día nacerá el nuevo mundo”.

 
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