Los llamados “chalecos amarillos” protagonizan una nueva jornada de protesta contra la suba de los combustibles que impuso el gobierno. Las calles de París repletas de gente que piden la renuncia del presidente Macron. La respuesta: gases lacrimógenos y carros hidrantes.
Este sábado Francia se tiño de amarillo fluorecente con la protesta de miles y miles de personas que reclaman la baja de los impuestos a los combustibles que lleva adelante el gobierno de Emmanuel Macron, y que se espera que en enero vuelvan a subir, bajo un discurso "ecológico" afectando enormemente el poder adquisitivo de la clase trabajadora que ya sufre los ataques de la reforma laboral antiobrera aprobada por el gobierno el año pasado, y que no tiene mínimas intenciones de tocar la ganancia de las petroleras como Total, que gana al año casi 9 mil millones de euros.
Como el sábado 17 de noviembre, los chalecos amarillos (prenda que obligatoriamente deben llevar los automovilistas) salieron a las calles, concentrándose en París esta vez, para exigir, no sólo una baja en los combustibles, sino directamente la renuncia de Macron, cuya popularidad cayó al 25%, la más baja desde que asumió.
Desde temprano, los manifestantes cortaban los peajes y dejaban pasar gratis a los automovilistas, generando una enorme solidaridad. También los ferroviarios, que desde principios de año dieron una enorme batalla contra la reforma del sistema ferroviario, se unieron a los chalecos amarillos y marcharon juntos por la famosa Champs Élysées.
Ante esta situación de mayor organización y popularidad (según un sondeo de Odoxa, 8 de cada 10 franceses apoyan el movimiento), el gobierno, con la “ayuda” de los medios de comunicación, intentó deslegitimar la protesta para evitar la masividad del pasado sábado, e intentó meter miedo con un enorme despliegue policial.
Sin embargo, las centrales sindicales lejos están de estar a la altura de las circunstancias. El líder de la CGT, Philippe Martínez, en lugar de llamar a la huelga y manifestarse apoyando la lucha de los chalecos amarillos, los llamó a que éstos se unan a la movilización anual del 1° de diciembre, sin aprovechar para golpear en caliente al gobierno de Macron, que se encuentra cada vez más entre las cuerdas con este proceso de lucha que, a decir verdad, no se esperaba y, como no logró disuadirlo, salió a reprimir ferozmente.
Con un dispositivo casi militar organizado por el Ministerio del Interior, los 3 mil policías desplegados reprimieron la manifestación con gases lacrimógenos y carros hidrantes. En el perímetro de “seguridad” levantado por la policía, hasta el momento fueron detenidos 9 manifestantes, cuando decenas de manifestantes trataron de superarlo para llegar a la residencia del presidente, Emmanuel Macron, de quien ya solicitan directamente que dimita, lo que se puede leer en las pancartas y banderas que llevan los manifestantes.
Las autoridades habían prohibido la concentración en los alrededores del Elíseo (Palacio de gobierno) y habían restringido el espacio para manifestarse en Camps de Mars, situados frente a la torre Eiffel, lo cual fue rechazado por los voceros de la marcha, y además desbordado por la cantidad de gente presente en las calles.
Según los primeros datos del Ministerio del Interior, a media mañana había en la capital unos 3.000 "chalecos amarillos", la mayor parte concentrados en los Campos Elíseos y en los aledaños de la Place de la Concord, que da acceso a la residencia presidencial.
En el resto del país continúan los bloqueos de centros logísticos y rutas iniciados hace una semana, que ya valieron hasta las “quejas” del Ministerio de Exteriores español, ya que la frontera entre Francia y España estuvo casi paralizada en sus principales rutas.
La lucha de los chalecos amarillos, que quiere ser capitalizada por la derecha y la extrema derecha de manera oportunista, va creciendo día a día, ganando fuertes apoyos, sobre todo en las ciudades y pueblos del interior del país. Los “gilets jaunes” continuarán la lucha contra el gobierno de los ricos, rodeándose de solidaridad en todo el país.