Caracterizándose como “un gobierno para ricos y para pobres”, y con una asunción llena de simbolismos, como la creación de una comisión por la verdad junto a los familiares de Ayotzinapa o la recibida del bastón de mando de la mano de los pueblos originarios indígenas, AMLO trae a la memoria de muchos los “buenos viejos tiempos” de los gobiernos posneoliberales en Latinoamérica.
Sin embargo, su retórica progresista está atravesada por muchas contradicciones. Luego de ser electo, tranquilizó al empresariado nacional sosteniendo que no iba a tocar las inversiones privadas, sostuvo que no dejaría de pagar la deuda externa y expresó su confianza hacia las fuerzas armadas, institución que abunda en denuncias de torturas y violación de los DD.HH, y las convocó a ser parte de la Guardia Nacional para combatir el narcotráfico (pero ojo, con capacitación en derechos humanos).
Además, remarcó su subordinación al imperialismo al prometer “no pelearse” con el gobierno de Donald Trump, en medio de una crisis migratoria cuyas imágenes de niños y mujeres gaseadas en la frontera conmovieron al mundo.
En este sentido, la llamada “izquierda institucional” de López Obrador tiene tintes gatopardistas, es decir, tiene más que ver con la necesidad de recomponer un régimen completamente deslegitimado por la sociedad, que con una verdadera alternativa de cambios para el país.
El arte de conciliar intereses irreconciliables
Hace unos días, en el CLACSO, autodefinido como el “Foro Mundial del Pensamiento Crítico”, distintas figuras del progresismo latinoamericano, como García Linera y Cristina Kirchner, se juntaron a plantear una estrategia para recuperar el poder, reinvindicando el avance de AMLO en Mexico.
Aprovechando el enorme descontento que tienen las políticas de ajuste de los gobiernos neoliberales, en Argentina marcado por el acuerdo con el FMI, el reformismo plantea un discurso de moderación y de alianza con sectores conservadores y del empresariado nacional.
Por ejemplo, en nuestro país el peronismo llama a un gran frente antimacrista, donde serán bienvenidos todos aquellos que estén en oposición el gobierno de Macri. Poco importa si para esto hay que aliarse con la Iglesia, que no solo conspiró abiertamente para que no se apruebe el aborto legal, sino que hoy mantiene una guerra abierta contra la implementación de la ESI en los colegios. Tampoco quita el sueño si dentro de esa alianza se involucra a los gobernadores que vienen aplicando el ajuste en las provincias, ni a sectores del Massismo que votó todas las leyes antipopulares al gobierno desde que asumió.
Aunque uno haga el esfuerzo de olvidarse por un rato de estos dilemas, inmediatamente aparecen otros. Los referentes de este armado, presentado como la única alternativa real contra el Macrismo, plantean que no romperían con el FMI manteniendo el pago de la fraudulenta deuda externa.
La unidad con un sector de la burguesía nacional, no solo implica abandonar la lucha en las calles por una estrategia electoral, sino que además lleva a subordinar las demandas de la clase trabajadora en beneficio de los intereses de la primera. Sin ir más lejos, ese ha sido históricamente el rol del peronismo, que hasta en su versión más aggiornada como fue el kirchnerismo, siempre gobernó en pos de esos intereses sin temblarle el pulso para reprimir a los que salían a luchar contra los despidos y el ajuste.
Por otro lado, el rol de contención que juegan estos proyectos es peligroso, como lo demuestra el caso de Brasil. Frente al avance de una derecha “dispuesta a todo”, el PT decidió no movilizar a los principales sindicatos donde dirige, ni propuso un programa de acción serio para combatir las políticas antipopulares de Temer. Esta política favoreció el surgimiento de un fascista como Bolsonaro, que se prepara para deteriorar aún más las condiciones de vida de los trabajadores brasileños.
Dos estrategias contrapuestas
Por más que le pese a quienes proponen abrazar las contradicciones, la realidad es que la política de un gran frente electoral se muestra incapaz de dar respuesta a los grandes problemas estructurales del país. Y más lejano aún parece en un contexto internacional que poco tiene que ver con aquel de principios del siglo.
Para terminar con la decadencia nacional, la única alternativa real es enfrentar los intereses de los capitalistas y el imperialismo. La movilización popular y la unidad de todos los sectores oprimidos, pueden plantearse esta tarea, levantando un programa para que la crisis la paguen los capitalistas y el no pago de la deuda externa.
En ese camino desde el PTS se viene levantando la necesidad de poner en pie un gran partido unificado de la izquierda que dé pelea de manera audaz en cada gremio y centro de estudiantes por impulsar este programa. |