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La Izquierda Diario
5 de diciembre de 2018 Twitter Faceboock

SERVICIO DE LA POLICÍA FEDERAL
Declaró el espía Balbuena, infiltrado entre 2002 y 2013 en la Agencia Walsh
Adriana Meyer |

Entre 2002 y 2013 buchoneó ante sus superiores sobre organizaciones y dirigentes sindicales, políticos y sociales. Cinco años y medio después de descubierto, declaró el jueves pasado.

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Pudo haber sido alumno de quien escribe esta nota, porque para comenzar su delicada tarea de infiltración e ir preparando el terreno en el que pensaba desembarcar eligió estudiar periodismo y radio en la Escuela Terciaria de Estudios Radiofónicos (Eter) donde me desempeñaba en aquella época.

“No puede ser, ¿el Pelado espía?”. Parecía una broma porque en la elaboración del personaje que armó este policía del cuerpo especial de espías de la Federal se presentaba como un tipo algo limitado, aunque muy servicial. Sus “compañeros” de la Agencia Rodolfo Walsh en mayor medida, pero también los cronistas de la calle se sintieron violentados, al igual que los centenares de referentes sociales que respondieron con confianza sus preguntas.

Una colega sí había sido su profesora, y tampoco daba crédito a semejante intrusión y farsa. Sin embargo, recordó que era “raro” y tomaba notas con una puntillosidad desmedida.

Américo Balbuena, el oficial mayor de Inteligencia de la Policía Federal que estuvo infiltrado en la agencia de noticias Rodolfo Walsh durante once años, fue indagado el jueves en la causa que instruye el juez federal Sergio Torres, que ni siquiera tipificó delitos sino que lo interrogó por sus acciones.

Esa investigación, iniciada hace cinco años por la denuncia de la diputada porteña del PTS-FIT Myriam Bregman y del abogado Matías Aufieri (ambos del CeProDH), y con el acompañamiento de las organizaciones que integran el Encuentro Memoria Verdad y Justicia, hubiera quedado en un cajón si fuera por el Poder Judicial federal.

“Cuando la verdad salió a la luz la Federal le abrió un sumario interno a Balbuena donde no se investigó nada, salvo a las organizaciones ya espiadas por él. Centenares de fojas con artículos periodísticos de nuestras denuncias del espionaje, como si quisieran dar el mensaje que sólo saben investigar a las organizaciones y que no dejarán de hacerlo”, señaló Bregman.

En su declaración del jueves Balbuena negó ser un agente de inteligencia, dijo que se retiró de la fuerza en 2014 y que cobra $ 60 mil de jubilación.

“Muy raro lo que aduce para alguien que no hacía nada porque a toda hora del día estaba disponible para la Walsh. Si lo de Balbuena allí no era inteligencia, ¿cómo puede haberse mantenido como oficial mayor durante más de una década si prácticamente no hacía otra cosa?”, se preguntó el querellante Aufieri.

Un Balbuena, mil espías

Balbuena era ese “pesado” que siempre insistía en grabar unas palabras para su programa de radio. Era el que llegaba primero y se iba último de cada manifestación y corte callejero. No se le conocía pensamiento propio pero parecía inocuo, era dedicado y persistente. Luego descubrirían que es otro tipo de “pesado”.

En el caliente diciembre de 2001 comenzó a ser parte de la red de corresponsales populares de FM La Tribu y al año siguiente entró en la Agencia Rodolfo Walsh. Había sido vecino y compañero de la escuela primaria de uno de los fundadores de ese pionero medio alternativo, Roberto Grinberg, con quien se reencontró mientras estudiaban periodismo.

“A partir de la relación personal que tenía conmigo se sumó a la agencia en 2002”, dijo Grinberg en la conferencia de prensa en la sede de Correpi, de la que participaron 124 organizaciones, el 7 de mayo de 2013.

“No es un infiltrado en la agencia Walsh particularmente, se ha metido en todo el movimiento popular, la agencia fue el medio del que se valió para entrar en el resto de las organizaciones”, dijeron los integrantes de la redacción.

Durante aquella conferencia explicaron que hacía un mes les había llegado el dato de una fuente propia, que les acercó una lista de nombres entre los que figuraba Américo Alejandro Balbuena como oficial de inteligencia de la sección Reunión de Datos, división Análisis, de la Policía Federal Argentina.

En la redacción se quedaron azorados, no lo podían creer. Finalmente, el abogado Eduardo Soares confirmó que era cierto con una fuente vinculada al Ministerio de Seguridad de la Nación, entonces bajo el mando de la ministra kirchnerista Nilda Garré. Al tiempo quedó claro que la ficha saltó por una interna policial.

El domingo 5 de mayo la agencia Walsh difundió que “Américo Alejandro Balbuena, oficial de inteligencia de la Policía Federal, había ingresado en 2002 y se mantuvo hasta hace pocos días espiando a sus integrantes”. Luego de detallar que “tenía a su cargo la agenda de actividades políticas, lo que le permitió tener un mapa del movimiento popular”, responsabilizaron al gobierno nacional.

“Nosotros no habíamos hecho ninguna denuncia en el Ministerio ni en Tribunales porque consideramos que no es un ataque a nosotros como agencia sino a todas las organizaciones que se ven afectadas por el espionaje del Estado, y por eso las decisiones las tomaríamos en conjunto. Pero nos llamó la atención tanta celeridad en pasarlo a disponibilidad”, dijo en la conferencia otro de los miembros de La Walsh.

La ministra Garré dispuso que se investigara a todos los jefes de la sección Reunión de Información de la División Análisis de la Policía Federal. “Según Garré es claramente incompatible ser PCI (Personal Civil de Inteligencia) y trabajar en una agencia de noticias monitoreando a las organizaciones sociales”, dijo entonces Página|12 sobre el sumario que, sin embargo, nunca llegó a ningún resultado.

De modo que eso era Balbuena, un PCI que durante once años “estableció vínculos de confianza y amistad con luchadores y luchadoras sociales para socavar a sus organizaciones”, tal como decía La Walsh en su primer comunicado.

El “Pelado” tenía vínculos con los familiares de las víctimas de Cromañón, del desaparecido Luciano Arruga, de la masacre de Avellaneda y de otras víctimas de la represión estatal, como así también con un amplio espectro de integrantes de organizaciones que va desde la Federación Universitaria de Buenos Aires hasta el colectivo La Alameda, pasando por los trabajadores del Subte y los pueblos originarios. Una mirada en primera persona la aportó el dirigente docente Federico Puy en este diario, que lo conoció precisamente en el Caso Arruga.

Usaba unos jeans grandes, como los que visten los señores mayores. Cuenta Ana Soffieto que un día le preguntaron en FM La Tribu “che, no serás espía vos” y no apareció más. Pero ella le siguió desde la revista Anfibia los pasos a este espía que no es de cotillón.

“Era casi más antiguo que nosotros en la agencia. Parecía tan bobo, a veces decía boludeces, a mí me sacaba de quicio, pero ya era medio personaje entonces todos decían ‘no te enojes, es Américo’”, relató por esos días Oscar Castelnovo, de La Walsh, al sitio Ojos Vendados.

Al principio fue un golpe duro para todos pero en particular para Grinberg. Hubo días de mucho “bajón”, luego pudieron reaccionar y se hicieron fuertes. “En este lugar hay mucha solidaridad, y con el acompañamiento de todas las organizaciones decidimos enfrentar esto todos juntos”, dijo el periodista, quien enmarca este episodio dentro de una política represiva del Gobierno de turno.

“Acusamos al Gobierno porque no entendemos cómo puede estar un servicio trabajando diez años en la Policía y que nadie se dé cuenta, y si bien entró a la agencia en la época de Eduardo Duhalde hoy es responsabilidad de esta administración. Sabemos que los Estados son represivos porque es su esencia de clase, no es un ataque al kirchnerismo en sí, es una denuncia al Estado nacional, a los Estados provinciales y también al de la Ciudad”, concluyeron en aquella conferencia de prensa.

Entre los dirigentes hubo coincidencia en señalar que este no era un caso aislado sino una práctica generalizada en varias fuerzas de seguridad. Correpi elaboró una cronología de los hechos de infiltración que llegaron a detectar, y otras organizaciones mencionaron sus propios casos, como la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos que detectó al espía Alberto Amarilla, exmiembro del Batallón de Inteligencia 601 como militante de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. También recordaron al espía militar Raúl Tarifeño, que llegó a ser candidato en las elecciones de 2007 por el MST en Neuquén.

El Proyecto X de la Federal

Para Myriam Bregman el caso de Balbuena evidencia que “el espionaje está direccionado hacia organizaciones políticas, sociales y gremiales” y que “la Federal también tiene su Proyecto X como denunciamos en el caso de la Gendarmería”. En tal sentido exigió en aquel momento “el listado completo de todos los infiltrados en las organizaciones populares y el desmantelamiento de todos los programas y organismos destinados a estas tareas”.

Con Nicolás del Caño harían de esto un proyecto de ley que ni los peronismos, en todas sus variantes, ni Cambiemos se dignaron siquiera a tratar en el Congreso. Bregman afirmó que la Federal “tiene una división específica que proviene de la dictadura, con mil agentes, que se rige por legislación secreta de la época de la Libertadora y que ningún gobierno desde 1983 hasta ahora se ha atrevido a tocar”. Se refería al dato aportado por el exjefe de la Policía de Seguridad Aeroportuaria y diputado Marcelo Saín.

La tarea de los espías siempre estuvo amparada por decretos que reglamentaron la Ley Orgánica del Cuerpo de Informaciones de la Policía Federal Argentina durante la dictadura Juan Carlos Onganía en 1967. En enero de 2010 Saín denunció la existencia del Cuerpo de Informaciones de la PFA, luego de haber recibido un sobre anónimo en su domicilio con toda la información sobre la oficina de espías de la Federal, y cuando declaró como testigo en la causa sobre Balbuena estimó que podían ser más de mil los oficiales de inteligencia.

El jueves pasado, luego de faltar a dos citaciones previas aduciendo que no le había relevado del secreto que cubrió sus pasos, el falso periodista se sentó ante el juez Torres e intentó defenderse con la interpretación de la ley orgánica que prohíbe el trabajo en “servicios informativos”, cuando en realidad se refiere a servicios de inteligencia.

Balbuena distorsionó el decreto ley orgánico al decir que por normativa están obligados a tener otro empleo, pero no le informó jamás a sus superiores que había cumplido con tal obligación. Para los superiores, “incumplía” esas normas: siempre negaron saber del pasatiempo de Balbuena en La Walsh.

En otro pasaje de su declaración, además, aseguró que su actividad en la agencia Walsh no era un empleo remunerado. Cuando sus “compañeros” le preguntaban de qué vivía mencionaba que era corredor de la maderera de un cuñado. El abogado Matías Aufieri explica que “así tenía una cortina de humo, no precisaba infiltrarse realmente en otro ‘empleo’. Lo opuesto sería aceptar que por ley, los Pluma de la Federal van a infiltrarnos a todos en cualquier trabajo”.

Balbuena intentó mostrar que no violó ninguna ley, pero más allá de la legalidad de sus actos y de las oscuras normas que sobreviven en la fuerza, para los querellantes es clave que rindan cuentas sus superiores y que finalmente sea desmantelado “el cuerpo de buchones e infiltrados de la Federal”.

Ahora bien, ¿para qué espiaban? Varios dirigentes indicaron que información recolectada por Balbuena aparecía en causas contravencionales por cortes de calles y otras manifestaciones. La abogada María del Carmen Verdú dijo que “es inverosímil que ahora investiguen qué hizo y dónde estuvo estos diez años, y que no supieran que no le pagaban el sueldo para dirigir el tránsito”. Y opinó que esto es un “nombre nuevo para una historia vieja de infiltrados que hemos detectado, desde los burdos buchones que se meten disfrazados en las marchas hasta los servicios de inteligencia del Servicio Penitenciario que luego de nuestras visitas hostigan al preso para que les cuente de qué hablamos”.

Sin embargo, la letrada de Correpi destacó que tanto Balbuena como varios de los gendarmes denunciados en Proyecto X apelaron al recurso de hacerse pasar por periodistas.

Compartiendo con el enemigo

Compañero de banco, de cancha, alumno, el falso notero tipo CQC alternativo fue desenmascarado: era nada menos que un buchón de la Federal disfrazado de periodista “del palo”.

Una cara conocida por muchos de los que pelean, resisten, paran fábricas, frenan desalojos, reclaman tierras, y por tantos otros que cubren esas luchas. Por eso el estupor primero, la bronca después, el asco de haber formado periodísticamente a un espía de la Policía.

¿A quién reportaba? ¿Qué decía? ¿Cómo lo hacía? ¿Usaría otra ropa, otro lenguaje cuando volcaba sus informes a sus superiores? ¿Cuánto daño hizo? ¿A dónde fue a parar esa información y para qué la usó la Federal? Y en el imposible caso de que hubiera actuado por su cuenta, ¿qué hicieron sus superiores para evitar que sigan habiendo muchos más Balbuena entre nosotros?

Balbuena no se parecía en nada a los facheros de ficción que produce Hollywood, hablaba poco pero cuando lo hacía decía más boludeces. Castelnovo se lamentaba por esas horas. “Lo peor es que no nos dimos cuenta, y entonces no podemos dejar de preguntarnos cuántos más habrá”.

Myriam Bregman cierra diciendo que “esta causa demuestra que los gobiernos pasan y los grupos de inteligencia quedan. Todos los rechazan en la oposición y los usan cuando son gobierno. Desde la década del 60 funcionan los plumas de la federal sin ser desmantelados”.

 
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