Con absoluta frialdad, las autoridades de la Secretaria de Agroindustria, a través de su Secretaría de Prensa, informaban este miércoles la muerte de Maximiliano. Las actividades, a ese momento, continuaban con normalidad en el edificio ubicado en la avenida Paseo Colón de la Ciudad de Buenos Aires.
Los compañeros y compañeras de Maxi hacían conocer su malestar ante la actitud inhumana de la gestión.
Maximiliano tenía 32 años. Laburaba en el área forestal del organismo. Había ingresado el 11 de diciembre a las 16:30 a su puesto de trabajo y no se había retirado. Lo encontraron ahorcado en una escalera que divide dos edificios. Maxi se quitó vida. No. A Maxi le quitaron la vida.
Maximiliano, comentan sus amigos, estaba buscando otro laburo. Quería conseguir otra changa, dicen. Quizá ni siquiera quería otro laburo más, quizá solo lo necesitaba.
En Agroindustria, donde trabajaba Maxi, recortaron las horas extras, que para algunos trabajadores y trabajadoras implicó un recorte del 25 % del salario. Así, de un plumazo.
El recorte de las horas extras fue uno de los puntos fuertes de un decreto presidencial que, en la búsqueda del déficit cero, está generando sus propios “daños colaterales”. Por si quedaban dudas, sus compañeros y compañeras afirman que Maxi estaba muy preocupado por su situación económica y laboral.
Maximiliano estaba como tantos y tantas más, preocupado no solo porque no llegaba a fin de mes. Estaba preocupado por su continuidad laboral. Pero Maxi trabajaba en el Estado. ¿Que no tienen laburo estable esos ñoquis, que no hacen nada y se pasan la vida viviendo de nuestros impuestos?
En el laburo de Maxi habían echado solo este año a casi 600 de sus compañeros y compañeras. En Agricultura Familiar. Y otros tantos en las dependencias del Ministerio (antes de su pase a secretaría) y en el Senasa. El miedo al despido no era una sensación de Maxi. El miedo a quedarse sin trabajo es una realidad más que concreta para miles de estatales.
La precariedad laboral, la fragilidad, la inestabilidad, es una realidad que, desde que se instaló en los oscuros años 90, llegó para quedarse. Ningún gobierno se atrevió a modificar esta situación. En el Estado, con mayúscula, la precarización de la vida de los trabajadores es cotidiana.
Llegó diciembre. Se prenden todas las alertas. Y es el sustento de tu vida el que se pone en juego. Lo dicen sus compañeros y compañeras, Maxi estaba preocupado.
Maxi, Roberto y Melisa
Inmediatamente que trasciende la trágica noticia, aparecen dos nombres más. Roberto y Melisa.
Roberto Billard el jefe de Ceremonial del organismo, falleció a comienzos de noviembre en su oficina. También en Agroindustria. El desfibrilador para atender una situación de emergencia cardíaca había sido retirado del organismo. Se lo había llevado uno de los médicos despedidos, porque era de él.
Las autoridades no repusieron ni el puesto del médico, ni el desfibrilador. Nuestras vidas, para ellos no valen nada.
Melisa Bogarín, del INTA, falleció en abril de 2016, en el medio de la ola de despidos masivos en la Administración Publica Nacional. Su estabilidad laboral estaba en peligro. Melisa se desplomó mientras tomaba la palabra para denunciar esta situación y falleció de un paro camino al hospital.
Evitar el saqueo es defender nuestras vidas
Ante lo trágico de los hechos, buscamos las explicaciones, y algo de donde aferrarnos para continuar la pelea por terminar con todo esto y vivir una vida que merezca ser vivida.
Por sobre lo personal, o los episodios puntuales, se trata de una situación general que atraviesan, cada vez en mayor medida, a quienes vivimos de nuestro trabajo, o a quienes ni siquiera tienen uno.
El plan de ajuste del Gobierno de Cambiemos, bajo una hoja de ruta trazada por el FMI, tiene nada más y nada menos el objetivo de pegar un nuevo zarpazo sobre la vida de millones.
Los dólares que demanda y demandará el FMI tienen como contraparte la degradación de nuestras condiciones de vida. Nuestro salario, nuestra salud, nuestra educación y un largo etcétera que se resume en nuestra vida.
De entender esto, surge otra certeza. A situaciones extremas y radicales, se le imponen salidas radicales. Si partimos de que el acuerdo con el FMI solo va a profundizar situaciones como las de Maxi, Roberto, Melisa, más que nunca decidimos defender nuestra vida antes que cumplir con un acuerdo que no nos pertenece y que nos saquea.
La fuerza para conseguir objetivos la tenemos que forjar, construir y organizar. Nuestros sindicatos, se vienen mostrando impotentes para frenar el ajuste. En realidad, se trata de una impotencia consciente, que puso como objetivo mayor, prepara un recambio electoral en el 2019, mientras el ajuste continúa su tarea cotidiana y profunda.
Tenemos que buscar afuera, la fuerza que adentro de nuestras organizaciones queda obstruida por esas direcciones. Para con esa fuerza volver hacia ellas, revolucionarlas y ponerlas al servicio de derrotar el ajuste. Ahí está el enorme movimiento de mujeres que no se calla más y que dice, y que muestra la voluntad de cambiarlo todo.
Las trabajadoras del Nordelta, que dijeron basta a una discriminación digna de otros siglos; las y los jóvenes secundario, la juventud precarizada, y si miramos un poco más allá, los chalecos amarillos que nos demuestran que, aun con el boicot abierto de los sindicatos, la lucha en las calles (y de clases) sigue siendo el terreno donde se conquista todo.
Por Maxi. Por Roberto. Por Melisa. |