Este lunes 24, en una rueda de corta duración por la víspera navideña, el Índice Dow Jones se derrumbó: el promedio industrial retrocedió 2,9 %. Según el sitio especializado Barron, se registró la mayor caída en cien años para una jornada de víspera de Navidad.
En el Dow Jones industriales hubo caídas notorias de las cotizaciones de Nike, Microsoft, Johnson & Johnson, Procter & Gamble y United Technologies. Por otro lado, el Índice Standard & Poor (S&P) exhibió una baja de 2,7 % y el Nasdaq Composite de 2,2 %.
El impacto se trasladó a las bolsas europeas con un retroceso en Londres de 0,5 %, en París de 1,4 % y en Madrid de 0,9 %. En Europa, las bolsas están a punto de cerrar el año con el peor comportamiento desde 2008.
Pero el mal clima no se mide sólo en índices bursátiles: el Brexit y la primera ministra Theresa May atraviesan una crisis profunda; Emmanuel Macron tuvo que retroceder ante las movilizaciones de los “chalecos amarillos”; entre otras inestabilidades que atraviesa la Unión Europea.
Aun así, la mayor marcha atrás del día lunes se observó en Tokio con una caída de 5 %: el Índice Nikkei mostró su nivel más bajo desde abril de 2017. Además del arrastre de Wall Street, en Japón, el aumento de su moneda, el yen, está afectando a los exportadores locales y la suba prevista del IVA hacia octubre próximo anticipa una baja del consumo.
Las autoridades japonesas intentaron restar importancia a la situación interna. En tal sentido, Yoshihide Suga, el portavoz del Gobierno, explicó por "factores exteriores" la caída bursátil.
Los acontecimientos navideños están diciendo algo más. Veamos qué.
Tensiones económicas
El alerta en los "mercados" de este lunes comenzó por un llamado a un comité de crisis por parte del secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, luego de que trascendiera que el presidente estadounidense, Donald Trump, quería despedir a Jerome Powell, el titular de la Reserva Federal (FED) de los Estados Unidos, por haber elevado la tasa de interés (aunque moderó las subas previamente anunciadas para 2019).
La amenaza de Trump implica una gigantesca intromisión a los principios liberales de independencia de la Reserva Federal respecto al Poder Ejecutivo, cuestión que a través de complejos mecanismos implica una suerte de garantía a los negocios del gran capital en general y del capital financiero en particular.
Mnuchin convocó a los principales banqueros de Estados Unidos durante el fin de semana para conversar sobre la caída en la bolsa, que venía registrándose hace días: la semana pasada Wall Street registró la peor semana desde 2011. Incluso está instalado en el debate de los analistas una posible nueva crisis financiera.
El movimiento del secretario del Tesoro, quien aclaró (o ¿desmintió? a Trump) que no iban a despedir a Powell, estuvo orientado a calmar las aguas, pero el efecto fue totalmente el contrario.
El diario New York Times señala que una reunión de crisis tiene un antecedente en 2008, año en que se produjo la quiebra de Lehman Brothers. De este modo, la convocatoria de Mnuchin contribuyó al pánico de los “mercados” que, si bien no consideran que la situación sea tan grave, presuponen que podría estar ocultándose algo más.
A través de su cuenta de Twitter, a esta altura casi su principal herramienta de comunicación política, Trump atacó nuevamente el lunes a Powell: señaló que el “único problema” de la economía es que la FED "no tiene tacto con el mercado".
Pero no parece ser el único problema: en simultáneo, la Administración de los Estados Unidos sufre el cierre parcial (“shutdown”) desde el viernes 21 por falta de financiamiento. Una situación similar se vivió bajo el Gobierno de Barack Obama, pero finalmente se resolvió. No puede descartarse que esta vez pase lo mismo.
No obstante, la situación podría extenderse más allá del 3 de enero, cuando asume el nuevo Congreso votado en noviembre, debido a la falta de acuerdo con los demócratas, que niegan presupuesto para la construcción de un muro fronterizo que instale un hito más en la política xenófoba contra los mexicanos.
La clave del derrumbe bursátil está asociada a una combinación de elementos inmediatos, como el mencionado “efecto” Powell en primer lugar y el cierre del Gobierno en segundo término, junto con factores de mediano plazo, como el pronóstico cada vez más cierto de una desaceleración de la economía mundial y de los Estados Unidos hacia 2019 y 2020.
El Fondo Monetario Internacional en su último informe de perspectivas económicas revisó a la baja el crecimiento de la economía mundial de 2019 a 3,7 %, lo cual significaría que se sostiene en un nivel similar a los dos años previos.
Sin embargo, llamaba la atención el FMI, que “al mismo tiempo, la expansión es menos equilibrada y es posible que en algunas economías grandes ya haya tocado máximos. Los riesgos para el crecimiento mundial han aumentado en los últimos seis meses”.
La desaceleración es un fenómeno generalizado, que incluso comprende a China (que no obstante crece a tasas elevadas), una de las “locomotoras” de la economía mundial de las últimas décadas, y a varias economías de las denominadas “emergentes”.
En particular, sobre los Estados Unidos, el FMI advierte que el estímulo fiscal por las rebajas impositivas que impulsó Trump a las grandes corporaciones se extinguirá en 2020, momento en que el “endurecimiento de la política monetaria” (es decir, justamente las subas de tasas de interés que tiene planeada la FED), se encuentre en su nivel máximo. Estos dos factores actuarían como una tenaza comprimiendo la economía yanqui.
De hecho, hacia 2020 la economía estadounidense exhibe uno de los peores índices pronosticados de crecimiento para la década. Es que la rebaja de impuestos ha impulsado la repatriación de ganancias de las corporaciones hacia Estados Unidos para la recompra de acciones, pero el impacto fue bajo en inversiones y productividad, que hacen a la esencia del crecimiento.
Evidentemente, la caída bursátil no puede resumirse a una rencilla de Trump con el presidente de la FED.
Tensiones políticas
La intervención de Trump en la política de la FED, es un factor que genera una enorme inestabilidad financiera. No sólo eso: también política. "El mercado bursátil está desplomándose y el presidente está embarcado en una guerra personal contra la Reserva Federal, justo después de haber despedido al secretario de Defensa", refiriéndose al general Jim Mattis, expresaron en un comunicado las principales espadas demócratas del Congreso.
Luego del mal resultado en las elecciones de medio término de noviembre, se agudizó la debilidad política de Trump, cuestión que el jefe de la Casa Blanca parece querer compensar con una intención algo desesperada de mayor bonapartismo en sus decisiones.
Esta actitud genera incertidumbre sobre el devenir de la principal potencia mundial (aunque en lenta decadencia) y enciende alertas frente al temor de que Trump quiera deshacerse de la parte del establishment que integra su gabinete y que opera como “control” interno. El presidente carece de poder para tal devenir, pero esto no es un moderador de la situación, sino que por el contrario está actuando como factor de inestabilidad política creciente.
El propio Trump buscó apiadarse de su situación de estar "todo solo" en la residencia presidencial. Un síntoma estremecedor del estado de salud de la mayor “democracia” del mundo.
Tensiones geopolíticas
En este evento de caída de Wall Street la explicación central e inmediata es la crisis política en los Estados Unidos, que es equivalente a una crisis en el centro de gravedad de la economía mundial. Pero no deberían pasar inadvertidos otros factores, además de los señalados débiles pronósticos económicos, de fuerte inestabilidad en la situación internacional.
El principal de ellos es la relación entre Estados Unidos y China, a quien la estrategia de seguridad nacional del país del norte ha colocado (junto a Rusia), a principios de año, en el centro del resurgimiento de conflictos con grandes potencias.
La distensión acordada por Trump y el presidente del gigante asiático, Xi Jinping, en la cumbre del G20 en Buenos Aires, se volatilizó rápidamente, entre otras cuestiones por la detención (luego liberada bajo fianza) en Canadá de la directora financiera de Huawei debido a las acusaciones de Washington contra la multinacional china por supuestamente violar las sanciones comerciales contra Irán. Este acontecimiento es una expresión sintética de la competencia tecnológica entre ambos países.
En el marco de la redefinición estratégica de Estados Unidos, que desplaza la lucha contra el terrorismo a segundo plano, se comprende el anuncio que hizo Trump, una vez más a través de Twitter, del retiro de las tropas yanquis en Siria, cuestión que precipitó la renuncia de James Mattis, que era considerado como una figura que podía revestir de cierta coherencia al pragmatismo de Trump.
Ese retiro de tropas engendra una contradicción: una primera lectura (no definitiva) ubica como uno de los principales ganadores en terreno sirio, justamente, a Rusia. No es la única paradoja: Mattis es el autor del documento que definía que “La competencia estratégica interestatal, no el terrorismo, es ahora la principal preocupación de la seguridad nacional de Estados Unidos”.
El fin de año consagra la ruptura de Trump con el “ala militar”, una de las pocas bases firmes de apoyo del presidente.
Wall Street y los “mercados” de las principales economías parecen estar metabolizando la debilidad de Trump, el pirómano que comanda la Casa Blanca.
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