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La Izquierda Diario
30 de diciembre de 2018 Twitter Faceboock

Revista Ideas de Izquierda
Chantal Mouffe y el populismo de lo posible
Claudia Cinatti
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En su paso por Buenos Aires, Chantal Mouffe participó en el Foro del Pensamiento Crítico organizado por Clacso y presentó su último libro, Por un populismo de izquierda [1]. Si bien, como dice la autora, este es un manifiesto pensado para intervenir en la coyuntura de Europa occidental, la lógica política que está detrás de la estrategia populista propuesta, que podría resumirse como “polariza y reinarás”, es fácilmente traducible a la estrategia electoral del “frente antimacrista” que planteó CFK en ese mismo foro, apelando al significante vacío del “antineoliberalismo” y a la poco sofisticada idea del “malmenorismo”.

Los peligros de una lógica política abstracta

La reflexión estratégica que hace Chantal Mouffe en Por un populismo de izquierda está articulada en torno a una certeza casi esencialista de que el futuro será “populista”, aunque aún está por verse si se impondrá el “populismo de derecha”, y por lo tanto dará lugar a gobiernos más autoritarios, o si el “populismo de izquierda” le disputará con éxito la hegemonía, lo que llevaría a “radicalizar la democracia”.

Con razón, atribuye la responsabilidad política del ascenso de la extrema derecha a los partidos socialdemócratas y sus equivalentes, devenidos en ajustadores neoliberales. Sin embargo, evita extender sus conclusiones a las experiencias que ya han habido con gobiernos y organizaciones que entran en su lógica del “populismo de izquierda”.

No hay ninguna reflexión profunda de las razones que llevaron a Syriza, en solo seis meses, a pasar de prometer un “gobierno de izquierda” a ser el agente de los planes de austeridad de la troika. O cómo Podemos pasó de la “radicalización de la democracia” a estar del lado equivocado en la lucha nacional catalana y proponiéndole al PSOE un gobierno de unidad.

Tampoco lleva hasta el final esta conclusión cuando se trata de los gobiernos llamados “populistas” de América Latina a quienes absuelve de toda responsabilidad por el ascenso de fenómenos aberrantes como el de Jair Bolsonaro en Brasil.

Desde su visión, el principal problema para la izquierda es no comprender la oportunidad que plantea el “momento populista” y dejarse abrumar por la ventaja que por ahora viene sacando la extrema derecha. Señala dos narrativas igualmente peligrosas que hay que rechazar. La primera, que interpreta el ascenso de los “populismos de derecha” como el retorno del fascismo (Mouffe plantea que en realidad el único que podría ser considerado fascista es Bolsonaro).

Esto tiene una consecuencia doble: despreciar a los excluidos que encuentran una voz en las formaciones de la (extrema) derecha; y, ante la amenaza fascista, optar por supuestos demócratas neoliberales –por ejemplo la elección entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen en Francia–. La segunda, más sofisticada, es usar el significante “populismo” –de derecha o de izquierda por igual– como un estigma antidemocrático para descalificar a quienes se salen del consenso de la globalización neoliberal.

Contra estas dos “narrativas” de los gobiernos neoliberales seniles, que por vías aparentemente opuestas conducen a la trampa de la defensa de la democracia liberal (burguesa), Mouffe postula una suerte de fatalismo del “momento populista”, que tomando como un dato inconmovible la institucionalidad del Estado capitalista, obtura cualquier vía de superación de la polarización que no sea alguna de las variantes antineoliberales, es decir, capitalistas, que se disputan la hegemonía.

Desde el punto de vista de la estrategia política, Mouffe reivindica la posición “partisana” del populismo (de derecha) y propone que la izquierda aprenda la técnica política de sus adversarios, que consistiría en polarizar para movilizar afectos y permitir la identificación colectiva.

La definición del marco estratégico como una disputa entre populismos es el punto de llegada del derrotero posmarxista que Mouffe y Ernesto Laclau iniciaron en 1985 con la publicación de Hegemonía y Estrategia Socialista, y que, como vemos, terminó con el abandono de toda referencia al marxismo y al socialismo, aunque más no sea en clave “reformista radical”, a favor de proyectos políticos que explícitamente se proponen la gestión del capitalismo y su Estado. Esto se ve en las simpatías de Mouffe que van desde las versiones europeas como Syriza y Podemos hasta los “populismos” latinoamericanos, incluyendo el kirchnerismo y el bonapartismo chavista.

En la teoría política de Laclau y Mouffe, dada la heterogeneidad de las demandas y el rechazo del rol hegemónico de la clase obrera en la alianza con el conjunto de los explotados y oprimidos, la única posibilidad de establecer una “cadena de equivalencias”, y por lo tanto una nueva hegemonía, es a través de un “significante vacío”, lo más parecido a un líder bonapartista que articule de manera vertical (estatal) las demandas populares.

El carácter abstracto de la “lógica populista” hace de la política un formalismo, sin intereses de grupos sociales más o menos permanentes, y sin ideología. Esto lleva a concebir la estrategia populista como un “mecanismo simbólico” al uso –lo que hace que haya populistas neoliberales (Thatcher, Reagan), de elite (Macron), antineoliberales, xenófobos, racistas, de izquierda, etc. En síntesis, toda política tendría su dimensión populista.

Las paradojas del “momento populista”

Según Mouffe, desde la crisis capitalista de 2008 estamos viviendo una situación “posdemocrática” [2] caracterizada por una indeterminación, producto de que se ha agotado la hegemonía neoliberal (aunque no las políticas neoliberales) y no ha surgido una nueva hegemonía que la reemplace.

En términos generales, es un diagnóstico similar al que, utilizando categorías marxistas, se podría definir como un interregno abierto por tendencias a la crisis orgánica (Gramsci), aunque es leído en clave reformista de sustitución de la hegemonía neoliberal por una antineoliberal (populista), sin ruptura revolucionaria.

Esta situación “posdemocrática” tiene dos aspectos. Uno político, que Mouffe llama “pospolítica”, y que consiste en el transformismo neoliberal de los partidos socialdemócratas y el surgimiento de la “tercera vía”, lo que significó la liquidación de la división izquierda/derecha [3]. La democracia quedó reducida a sus aspectos liberales (elecciones, división de poderes, etc.) a costa de negar su dimensión conflictual (agonística) y de subsumir el componente de soberanía popular [4].

El otro aspecto es económico y consiste en la oligarquización de la política que emerge como consecuencia directa del dominio del capital financiero y los planes de austeridad.

El neoliberalismo llevó a una suerte de “latinoamericanización” de las sociedades de Europa occidental, que adquirieron la fisonomía de la polarización, con un grupo reducido de súper ricos, un empobrecimiento de las clases populares y una creciente precarización y pauperización de las clases medias, tendencias desconocidas durante la prolongada hegemonía socialdemócrata y keynesiana.

Esta particular combinación entre economía y política explicaría la crisis de las democracias liberales y la emergencia del “momento populista” que no es otra cosa que los movimientos de resistencia(s) al neoliberalismo en una situación no hegemónica.

Para definir el “momento populista” Mouffe rescata la crítica al liberalismo económico de Karl Polanyi, resignificada como crítica al neoliberalismo, recuperando en particular la categoría de “doble movimiento”. Recordemos que en su trabajo clásico, La gran transformación, Polanyi planteaba que al mercado autorregulado le correspondía un contramovimiento, una suerte de acción de “protección” de una amplia gama de actores sociales contra los embates destructores del mercado; el fascismo y el New Deal se inscribían en esta dinámica en la que la lucha política entre la “mercantilización” y la “socialización” explicaban la viabilidad del sistema capitalista [5].

Esta suerte de “contramovimiento” de los que resisten los efectos de la globalización neoliberal y la coyuntura “posdemocrática” es el sustrato común a todos los “movimientos antisistema”, sean de derecha o de izquierda.

Y aquí surgen varios problemas. Nos vamos a referir a dos.

El primero, que es cómo determinar el carácter progresivo o reaccionario de las demandas, sin tomar como unidad de medida si conducen hacia reforzar el dominio burgués o si, por el contrario, van en el sentido de terminar con la explotación capitalista e iniciar la construcción de una sociedad socialista.

Mouffe lo resuelve como una cuestión discursiva. Siguiendo a Laclau [6], dice que en todos estos movimientos hay un contenido democrático en sus demandas por estar dirigidas contra el sistema y suponer en sus orígenes una exclusión o privación, aunque no están relacionadas con un régimen democrático ni están destinadas a ser articuladas por alguna forma política determinada. Esto plantea la paradoja de que las demandas democráticas pueden ser articuladas “en el vocabulario de la xenofobia y el nacionalismo”, y por lo tanto, llevar a la construcción de un “pueblo facho” (étnico nacional, dice Mouffe) y un régimen autoritario.

Y esto lleva al segundo problema de estrategia que surge de borrar toda relación entre las representaciones políticas y las clases e intereses sociales, lo que reduce la disputa con la extrema derecha a una lucha discursiva por el sentido de los “significantes flotantes” que establecen las fronteras políticas y hacen, nada menos, que una situación pueda ir en un sentido reaccionario. El ejemplo más claro que usa Laclau es el de la demanda de empleo, que puede tener un sentido de izquierda si se dirige contra los patrones, pero también puede tener un contenido xenófobo si va contra el inmigrante que “roba” el trabajo nacional.

En la teoría laclausiana, como la lucha de clases no tiene ninguna centralidad, ni tampoco la necesidad de construir una fuerza material de los explotados y los oprimidos para enfrentar los ataques de los capitalistas, incluido el fascismo, esta cuestión queda librada a la contingencia, a las prácticas discursivas y a la movilización de los afectos.

No casualmente Mouffe reconoce que es uno de los puntos más polémicos de quienes por izquierda cuestionan su estrategia populista [7].

Esta no es una discusión meramente teórica sino que abre la posibilidad de políticas peligrosas para disputar en su terreno la hegemonía a la extrema derecha, que Mouffe considera como “adversarios agonísticos” y no “enemigos”. Con estos fundamentos, la campaña presidencial de Jean-Luc Mélenchon incorporó algunos “temas” caros al Reagrupamiento Nacional de M. Le Pen (el ex Frente Nacional) como la “seguridad” y el soberanismo nacional [8]. En este mismo sentido de “hegemonizar” significantes ajenos, en Alemania ha surgido el movimiento Aufstehen (De Pie), en el que confluyen figuras de Die Linke y de la socialdemocracia, intelectuales como W. Streeck, entre otros, que sostiene que disputarle la hegemonía (electoral) a la formación de extrema derecha Alternativa por Alemania, la izquierda debe ser “realista” y plantear medidas que restrinjan la inmigración [9].

Hay un argumento adicional sobre las extremas derechas. Si bien no son literalmente partidos fascistas [10], esto es en gran medida porque la situación no es lo suficientemente radical. Pero ante una agudización de la lucha de clases sin dudas serán una base para el fascismo, que no solo avanzará contra la democracia burguesa, sino también como planteaba Trotsky, contra “todos los elementos de la democracia proletaria en la sociedad burguesa” [11].

El populismo y la “razón reformista”

El “populismo de izquierda” intenta ubicarse en un lugar equidistante tanto del reformismo socialdemócrata tradicional, hoy prácticamente en extinción, como de la izquierda revolucionaria. Pero este intento es fallido, y a la hora de las definiciones sigue siendo un “avatar” de la vieja estrategia reformista.

Mouffe dedica un capítulo del libro a discutir las lecciones del ascenso del thatcherismo. Esta idea de intentar apropiarse de estrategias exitosas de la derecha no es nueva. De hecho, Mouffe la toma de Stuart Hall, que a principios de la década de 1980 planteaba que la izquierda debía “aprender de Thatcher” y que tenía que oponerle a su “populismo autoritario” un “populismo democrático”.

El sentido de recuperar las “lecciones del thatcherismo” es demostrar que en Europa occidental es posible transformar un orden hegemónico en su contrario dentro de las instituciones democrático liberales. La imposición del neoliberalismo sin ruptura (contra) revolucionaria le daría carnadura a su estrategiareformista de desplazar una hegemonía por otra.

En la lectura particular que hace de la teoría de Antonio Gramsci, Mouffe opone “hegemonía” a “revolución”. Y se pronuncia por la “hegemonía” que implica, más allá de los adornos y artilugios lingüísticos, desplazar al “régimen oligárquico” por otra formación hegemónica (¿qué contenido social tendría?) dentro del sistema y las instituciones de la democracia liberal.

Hacia el final de Por un populismo de izquierda, Mouffe plantea que es esperable que su estrategia populista de izquierda sea combatida por la izquierda que, según su visión, “reduce la política a la contradicción capital/trabajo”, “le atribuye a la clase obrera un privilegio” y la considera el vehículo para la revolución socialista.

Aunque Mouffe no le ve ningún sentido a involucrarse en este debate, la situación lo está haciendo más actual y urgente. Como se puede intuir, el combate del marxismo contra el “populismo” apunta a la madre de todas las estrategias. Como dice Mouffe, el marxismo construye una frontera de clase entre capitalistas y trabajadores, mientras que la construcción populista divide entre “pueblo” y “oligarquía”. Esta división es ficticia y crea enemigos y aliados fantasmagóricos. Por ejemplo, los patrones nacionales, las burocracias sindicales que mantienen un control totalitario de los sindicatos ¿serían parte del pueblo? Y así podríamos seguir preguntando por otros agentes reaccionarios, que según Mouffe estarían en el bando “antineoliberal”.
Pero, sobre todo, oculta el antagonismo irreconciliable entre explotadores y explotados y cimenta una estrategia de colaboración de clases, que le permite a la burguesía preservar su poder, incluso en los momentos de crisis de los cuales el populismo es un emergente.

La situación en Francia con la irrupción de los “chalecos amarillos” como galvanizadores del odio contra Macron plantea con toda agudeza esta discusión estratégica, entre la disputa de dos estrategias “populistas” en espejo que dejarán intacto el régimen de explotación y quizás profundicen su deriva autoritaria, o el avance hacia una alianza estratégica de la clase obrera con los sectores explotados y oprimidos que abra la perspectiva de la revolución social.

 
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