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La Izquierda Diario
30 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

CRISIS PODEMOS MADRID
El órdago de Errejón, último episodio del fin de ciclo del nuevo reformismo
Santiago Lupe | @SantiagoLupeBCN

La “pequeña política” puede llevar a Iglesias y Errejón a una ruptura definitiva. Anticapitalistas llama a candidaturas “rupturistas y de izquierda”. La urgencia de una extrema izquierda anticapitalista y de clase.

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Este jueves se cumplían cinco años del acto fundacional de Podemos. Un aniversario que no ha estado marcado por ninguna celebración, sino por el estallido de una crisis -¡y qué crisis!- que podría llevar a que los dos principales sectores de su dirección concurran por separado en las elecciones autonómicas madrileñas (de momento).

A primera hora saltaba la noticia: Errejón anunciaba en una carta signada con Manuela Carmena su voluntad de encabezar la plataforma “Más Madrid” para la Comunidad de Madrid. Una decisión presentada como “una invitación para encontrarnos, con la sintonía y el compromiso que requieren los momentos importantes” para “recuperar la Comunidad de Madrid (…) tras casi un cuarto de siglo de desgobierno, desigualdad y saqueo por parte del PP de Aguirre, Ignacio González y Cifuentes”.

Sin embargo, los motivos de reales, o de “pequeña política”, son bien distintos. El “órdago” de Errejón -y nunca estuvo tan ajustada esta metáfora, ya que no queda claro que la apuesta le vaya a salir bien- es el último episodio de la pelea – a veces soterrada, a veces abierta- entre Iglesias y Errejón por el control de Podemos, o en este caso de una de sus principales “baronías”.

Una maniobra arriesgada que no por sorpresiva se puede considerar inesperada. Las negociaciones entre Errejón, la dirección autonómica de Podemos -a la cabeza de la cual está Ramón Espinar, el hombre de Iglesias en la Comunidad- y la de IU venían encalladas. El sector de Iglesias quería de número dos a la diputada de IU Sol Sánchez, e incluso se había adelantado a presentar esta fórmula como un preacuerdo con la formación de Alberto Garzón. Errejón por su parte negó dicho preacuerdo y se mantenía en su propuesta de elegir su número dos entre una de los suyos, en concreto Clara Serra, la portavoz parlamentaria de los morados en la Asamblea de Madrid.

La reacción de Iglesias no se ha hecho esperar. En una carta locutada a las y los inscritos de Podemos ubica al que fuera su número dos hasta Vistalegre II por fuera de la formación, deseándole “suerte a Iñigo en la construcción de su nuevo partido con Manuela”. Censura a ambos por haber preparado esta maniobra en secreto y confirma la decisión tomada en las “asambleas” de su formación de presentarse tanto en la Comunidad de Madrid como en el resto de municipios del Estado.

Iglesias reconoce además que la maniobra de Errejón no es nueva, sino la réplica de las imposiciones de Manuela Carmena para encabezar la lista al Ayuntamiento de la capital. Critica que exigiera poder elegir todos los nombres de su lista “del primero al último” y el trato dado a las formaciones que le acompañaron en 2015, en referencia a Podemos y Ganemos, los dos grupos que conformaron entonces “Ahora Madrid”. A pesar de ello, reafirma su voluntad de no competir con Carmena en la capital como un gesto de generosidad para que “los corruptos y los reaccionarios no vuelvan a gobernar Madrid”.

Alberto Garzón y otros dirigentes de IU, como el secretario general del PCE Enrique Santiago, se han querido sumar a las críticas a la decisión de Errejón y Carmena, con diversos mensajes que hacían hincapié en el mantenimiento de la unidad y los cauces de “participación” acordados entre las principales formaciones de la izquierda reformista.

Lo que un observador externo a toda este pelea podría preguntarse es ¿qué diferencias de fondo o de proyecto están detrás de esta nueva división del equipo que hizo posible la conformación de Unidos Podemos en 2016? Pero costaría encontrar respuestas concluyentes. No negaremos que existan diferencias, pero ni son del calado suficiente, ni aparecen hoy por hoy como las razones que expliquen esta nueva disputa.

Errejón -y Carmena también desde otros mimbres políticos- es y ha sido el mejor exponente de la apuesta por un nuevo "bloque de progreso" junto al PSOE, y de defender sin prurito para lograrlo la moderación, el ser una formación de “orden” y derechizar el programa tanto como los socialistas pidieran. Sin embargo, el sector derrotado en Vistalegre II perdió la “asamblea”, pero no lo esencial de su hoja de ruta. Sus postulados principales, como hemos visto en los siguientes meses, han sido la hoja de ruta de Podemos casi punto por punto, muy lejos de la retórica más “combativa” que enarboló Iglesias para la ocasión.

Después de aquel duelo, y dado que Errejón llegó a sacar el 33,68% de los votos, Iglesias promovió una posición de “consolación” nada despreciable para su antiguo número dos: encabezar la lista de la Comunidad de Madrid. Pero asumió también -o reafirmó mejor dicho- el discurso patriótico, los saludos casi semanales a las fuerzas y cuerpos de seguridad, a las fuerzas armadas, la tregua dada a la Corona hasta al menos el caso Corinna, la política para Catalunya -aplicando su propio 155 contra el díscolo Fachín-, el cogobierno con el PSOE en Castilla La Mancha, los pactos con Pedro Sánchez y el proyecto “estratégico” de aspirar, casi como techo de “lo posible”, a ser una fuerza capaz de presionar al PSOE en favor de algunas políticas redistributivas dentro de lo que la Troika nos permitiera, o en otra palabras el Pacto de los Presupuestos.

De hecho en el intercambio de misivas de hoy no encontraremos ni rastro de diferencia política o de programa que sustente la anunciada división. A lo más que llega es a limitar las habituales alabanzas a Carmena diciendo, solamente, que ha hecho “algunas cosas buenas”. Palabras que no pueden ocultar el haberse mantenido, codo a codo con Errejón, estos cuatro años aplaudiendo la gestión del Ayuntamiento de la persecución a los manteros, las megaoperaciones urbanísticas como la operación Chamartín, el pago de la deuda o la renovación de las concesiones de servicios para Florentino y otros viejos amigos de Botella y Gallardón.

Lo que prima en esta batalla es pues una pelea clásica de listas y aparato. Errejón quiere “manos libres”, y elegir su número dos era una condición “sine qua non” para garantizarse la autonomía suficiente de la dirección encabezada por Iglesias, Montero y Espinar. Iglesias, en su intento de evitar que se consolidase una baronía demasiado autónoma para su gusto, y nada menos que en Madrid, buscaba marcar terreno. Para ello se apoyaba en una IU que, dado su estado crítico, fácilmente aceptaría un acuerdo como el que se había negociado. Al final, tanto se tensó la cuerda que acabó rompiéndose.

Por su parte el tercer sector de Podemos, Anticapitalistas, ha hecho un llamamiento a Podemos e IU a impulsar candidaturas “rupturistas y de izquierda” y “por abajo y no por arriba”, tanto para la Comunidad como para el Ayuntamiento. Este grupo ya declinó participar en las primarias de la formación en la Comunidad tras la reconciliación alcanzada entre Espinar y Errejón, hoy rota en mil pedazos, así como a ser parte de la plataforma “Más Madrid” para el Ayuntamiento.

La formación que encabeza Raúl Camargo en la Comunidad no ha definido hasta el momento cual sería el contenido “rupturista y de izquierda” que consideran debería tener ese nuevo proyecto político. Esto sería lo primero a definir. Anticapitalistas debería decir explícitamente si comparte o no la hoja de ruta común a Errejón, Carmena, Iglesias y Garzón: tratar de conformar gobiernos de coalición con el PSOE en ayuntamientos y comunidades a partir de las elecciones de mayo. Y si no es así, qué otra alternativa, con qué programa y con qué sectores está dispuesta a construirla.

Los interlocutores a los que se dirige han dejado más que claro que lo que buscan -y en esto tienen unidad de destino con Errejón y Carmena- es “generalizar” los ayuntamientos del cambio y la experiencia de cogobierno en Castilla La Mancha, así como la ubicación de ministro sin cartera del gobierno de Pedro Sánchez. Experiencias que, después de cuatro años, han demostrado que no han dado ningún proceso de “ruptura”, sino de gestión “progre” -como en otras ocasiones habían desarrollado consistorios socialistas- y que a nivel estatal suponen una reedición por parte de Unidos Podemos de la tradicional política de muleta del PSOE de la antigua IU de Llamazares o Cayo Lara.

Iglesias en su misiva a Errejón deja claro que su firme apuesta es esta. Reivindica el acuerdo de los Presupuestos Generales del Estado y lo presenta como el camino para lograr medidas como la revalorización de las pensiones o el freno a los precios del alquiler. Sin embargo, lo que se constata justamente es lo contrario. Ni siquiera esas medidas elementales el PSOE está dispuesto a llevarlas adelante. Los alquileres seguirán desbocados y las pensiones, si bien suben este año en respuesta a las movilizaciones de pensionistas, no recuperan su indexación al IPC y toda subida vendrá acompañada de nuevos pensionazos como los anunciados por el gobierno para alargar la edad de jubilación. Por no hablar del encubrimiento de la corrupción de la familia real, las políticas de extranjería, el mantenimiento de las reformas laborales, incluida la de 2012, o la ofensiva represiva contra Catalunya, de la que en estos días hemos vuelto a ver nuevos episodios a cargo del ministerio de Interior.

La crisis desatada este jueves en la Comunidad de Madrid es el último episodio del fin de ciclo del nuevo reformismo. El quinto aniversario de la fundación de Podemos encuentra a este espacio político cada vez más integrado a la reconstrucción del centro-izquierda de la mano del PSOE, alejado de cualquier impugnación en clave constituyente y reproduciendo la misma “pequeña política” de peleas por el aparato y listas de los partidos del régimen. Algo que se produce al mismo tiempo que emerge una extrema derecha de las mismas entrañas del régimen y el escenario de una salida reaccionaria a la crisis orgánica que se abrió en 2011 aparece como amenaza plausible.

En este marco lo que necesitamos no es una izquierda cada vez más domesticada e integrada al régimen como la que hoy representan tanto Errejón como Iglesias. Lo urgente es empezar a poner en pie una izquierda anticapitalista, que no tenga “complejos” para levantar un programa de expropiación de los grandes capitalistas, de impugnar el Régimen del 78, proponerse la lucha por abrir procesos constituyentes y que apueste abiertamente por el desarrollo de la movilización y la autoorganización de la clase trabajadora, los sectores populares, junto a movimientos como el feminista o la juventud, para lograr pararles los pies a la derecha, barrer a la pata izquierda del régimen – ese “mal menor” hecho de reformas laborales, pensionazos, concertinas y represión al pueblo catalán- y abrir el camino a una salida a esta crisis desde la clase trabajadora.

Anticapitalistas hace hoy un llamamiento a “candidatas rupturistas” a IU y Podemos sin ningún contenido. De este modo la corriente de Teresa Rodríguez y Miguel Urban pretende separarse de la política oficial de Podemos, aunque reeditando la orientación fallida que tuvo antes del surgimiento del partido morado. Pero además lo hace sin un balancea autocrítico de la política que viene llevando adelante en estos últimos 5 años, en los que han asumido lo esencial de la ilusión electoral en vez de llamar al desarrollo de la lucha de clases, un programa de reformas sociales y de gestión “progre” -en especial allí donde gobiernan con una política de adaptación a la gestión capitalista, como en Cádiz- y no con un programa anticapitalista que hiciera honor a su nombre, y han mantenido un increíble silencio ante la mayor parte de los giros a la derecha protagonizados por la dirección de Podemos, desde su política ante la crisis catalana hasta su integración creciente en el régimen por la vía del acuerdo con los socialistas.

Ante el fin de ciclo del neorreformismo, Anticapitalistas tiene ante sí una disyuntiva: seguir alimentando la construcción de una izquierda reformista adaptada a las instituciones (aunque lo hagan con un discurso más radical) o hacer un balance profundo de los derroteros del partido que ayudaron a fundar -y al que se adaptaron desde el 2014- y abrirse a un debate honesto y público junto con el resto de la izquierda que se reivindica anticapitalista y revolucionaria, así como con sectores y activistas que ya no comulgan con los “límites de lo posible”, sobre qué izquierda hace falta construir para el próximo periodo.

 
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