El Tratado Guadalupe Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848, fue el que determinó la actual frontera entre ambos países. Sin embargo la campaña de rapiña había comenzado doce años antes, en 1836, con la separación de Texas del territorio mexicano. Esta entrega fue ejecutada por Antonio López de Santa Anna, entonces presidente de México.
Para 1846, el gobierno estadounidense estaba en manos del demócrata James Polk, quién pasaría a la historia como uno de los campeones del expansionismo del gigante del norte.
Como dijimos en otra oportunidad el tratado determinó que por 15 millones de dólares se le entregaba a Estados Unidos 2,349,574 km2 de territorio, aproximadamente 120% de la superficie que hoy constituye México. Ese territorio hoy conforma los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Oklahoma y Kansas. A su vez, México perdía un número incontable de vidas humanas y una parte importante de su población.
Como cita Howard Zinn, historiador estadounidense, en La otra historia de Estados Unidos, el periódico Whig Intelligencer, una vez firmado el tratado Guadalupe Hidalgo, afirmó “no tomamos nada por conquista…gracias a Dios”.
¿Guerra o invasión?
Howard Zinn define la invasión estadounidense a México como “una guerra entre la élite angloamericana y la élite mexicana". Sin embargo, él mismo explica que la guerra fue provocada por un incidente militar circunstancial: la desaparición del Coronel estadounidense Cross y la posterior aparición de su cuerpo con un fuerte golpe en el cráneo. Su muerte fue endilgada a “guerrilleros mexicanos”, que dicho sea de paso, nunca aparecieron.
Zinn denuncia que “cada bando rivalizaba a la hora de animar, usar y matar a su propia gente”. La campaña militar de Santa Anna y sus aliados puede sintetizarse en la entrega y la retirada. Fueron la clase trabajadora y los sectores populares quienes resistieron la invasión del territorio y enfrentaron al ejército estadounidense con lo que podían.
Esto quedó demostrado el 16 de septiembre de 1847 cuando, a pesar de la valentía de hombres y mujeres que combatieron hasta desfallecer frente a los invasores, se izó la bandera yanqui en la Plaza Constitución (más conocida como el Zócalo) de la capital mexicana.
Por el lado del ejército estadounidense, se sabe que los soldados eran reclutados con promesas de una campaña militar fácil, unos acres de tierra y algunos dólares. Muchos eran irlandeses y alemanes.
Pero hubo voces que se alzaron contra la invasión, como la de Frederick Douglas, esclavo liberto, que escribió en el periódico North Star: “la guerra actual –desgraciada, cruel e inicua- contra nuestra república hermana. México parece una víctima propiciatoria de la codicia anglosajona y del amor a la guerra”. El mismo Douglas denunció a las figuras de los partidos políticos de la época, que supuestamente se oponían a la guerra en el discurso, pero incluso los abolicionistas seguían pagando sus impuestos para financiar la invasión.
Ya entonces se perfilaba el camino de la unidad entre la comunidad negra y los hispanos, oprimidos por los capitalistas con hegemonía de los blancos, anglosajones y protestantes.
Una parte fundamental de los objetivos políticos de James Polk era la expansión territorial. Es así que, aunque luego se llamara Guerra de México-Estados Unidos, en realidad se trató de una invasión militar y posterior colonización de gran parte del territorio mexicano, clave para el desarrollo capitalista estadounidense.
Del lado norte de la frontera quedaron vastos recursos energéticos y minerales, mano de obra y 116,000 personas cuyo destino iba a ser la proletarización, incluso de las familias que ante de la invasión tenían algunas propiedades.
Nace la clase trabajadora latina en Estados Unidos
Según Juan Gómez Quiñones y David Maciel en Al norte del río Bravo: pasado lejano (1600-1930), con la conquista por parte de Estados Unidos del territorio mexicano en 1848, se consolida el proceso de transición a formaciones económicas capitalistas. De la producción para el consumo de la población regional se pasó a la producción para el intercambio con el mercado estadounidense y el de las principales ciudades de México.
La opresión racial tenía larga data en el territorio. Al tráfico de esclavos traídos de África, se sumaba la esclavización de indígenas y el sometimiento de los pueblos originarios de la región; a quiénes desde la conquista española se los había intentado dominar a través de un proceso de hispanización forzada y de su explotación en manos de la Iglesia católica y los militares peninsulares.
Después de 1848, el trabajo forzado para indígenas y mestizos continuó. Pero a ellos se sumaron trabajadores y artesanos mexicanos que llegaron al nuevo territorio estadounidense en busca de oportunidades. Fueron a trabajar en el tendido de ferrocarril, en las minas, en los campos agrícolas y ganaderos.
Los mexicanos que quedaron al norte de la frontera, los chicanos, tras la firma del tratado, y los migrantes que luego llegaron a la región fueron tratados como “ciudadanos de segunda”, estigmatizados como “perezosos e ignorantes”. Su cultura y sus tradiciones fueron denigradas.
Sobre su explotación y opresión, entre otros factores, se construyó la potencia imperialista que hoy es Estados Unidos.
Ésos fueron los inicios del convulso proceso de formación de la clase obrera latina en el gigante del norte, que en el siglo XXI siguen con los salarios más bajos de Estados Unidos, criminalizados, bajo amenaza de cárcel y deportación cada día. Desde aquel momento a esta parte, todos los gobiernos mantuvieron a la comunidad latina bajo el terror –así como a la comunidad afroamericana– porque le resulta útil al capitalismo continuar enriqueciéndose con el sudor y el trabajo de la clase obrera multiétnica estadounidense.
Hoy, a 174 años del infame Tratado Guadalupe Hidalgo, las políticas racistas y xenófobas de Trump y su campaña por un muro fronterizo son la expresión más acabada de las históricas condiciones de explotación y de opresión que impone Estados Unidos a los más pobres y desposeídos. Situación agudizada, a su vez, por la enorme crisis migratoriaque sin dudas son consecuencia de la penetración imperialista estadounidense tanto en Centroamérica como en el mismo México.