Sarajevo. El atentado recrea en la ficción el magnicidio del archiduque Francisco Fernando de Austria (Sarajevo, junio de 1914) de la mano del policial y la teoría de la conspiración. Puede verse por Netflix.
Sarajevo. El atentado (Austria-Alemania, 2014) es una película del director austríaco Andreas Prochaska. Fue coproducida y estrenada en 2014 en la televisión austríaca y alemana para el centenario de los sucesos que recrea. Un año después pudo verse en varias cadenas televisivas europeas. Hace poco tiempo fue subida por Netflix a su plataforma.
No cabe duda de que el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria junto a su esposa en Sarajevo a fines de junio de 1914, ha sido un magnicidio clave en la historia del siglo pasado y en la de sus manuales escolares. El relato oficial lo presentó de entrada como la afrenta que dio origen a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que inauguró la época imperialista en la que se enfrentaron a escala mundial las principales potencias por un nuevo reparto de territorios y mercados (Alemania, el imperio austrohúngaro y el otomano de un lado, y Gran Bretaña, el imperio ruso, Francia, hacia el final Estados Unidos, Japón y una seguidilla de otros Estados, del otro). Por varias décadas en los manuales escolares se enseñó que una Austria ofendida por el asesinato debió declararle la guerra a una Serbia terrorista, responsable de apoyarlo y financiarlo (Bosnia-Herzegovina era para ese entonces una provincia del Imperio que era eslava como Serbia). El relato terminaba en que una a una el resto de las potencias, según sus alianzas de antaño y solo por apoyo moral-patriótico, se sumaban a alguno de los dos bandos beligerantes y así hasta llegar a una guerra mundial. Por mucho tiempo con este fantasioso relato con su carga moral-patriótica se buscó cubrir la verdadera disposición a entrar en guerra como lo demostraban enfrentamientos inmediatamente anteriores como la guerra la de los Balcanes (1912-1913) así como su motor, la competencia imperialista.
De aquella visión, Sarajevo se corre desde el principio de la cinta, que corre por un motor algo más moderno y se centra en la conspiración entre los altos mandos del ejército del propio Imperio austrohúngaro para presentar el magnicidio que detonó el inicio de la guerra.
En la película puede verse cómo Prusia y Austria necesitan comenzar rápidamente la guerra con el reino de Serbia y Rusia. El archiduque no es, digamos, muy apreciado por ciertos sectores con poder dentro del Imperio, en especial, el ejército, que desea iniciar ya la andanza bélica por sus intereses económicos en juego y también los de Prusia. Considerado un bloqueo a la guerra por sus cercanías a los eslavos, Francisco Fernando podría haber sido entregado a su merced, sin ninguna protección particular el día que Gavrilo Princip y demás jóvenes miembros de la organización emancipatoria bosnia, la Joven Bosnia, autores materiales del magnicidio, perpetran el atentado. Al estilo Oliver Stone en su noventista JFK, Prochaska trae la teoría de la conspiración para descifrar y narrar esta ficción histórica.
Y para esto, nada mejor que la estructura del policial. Un juez de instrucción debe hallar a los responsables y enfrentar los ocultamientos de los altos mandos del ejército. Con la opresión eslava y judía como marco de fondo, se pone en movimiento la historia que trabaja con y sobre los mismos personajes históricos. Leo Pfeffer (representado por el actor Florian Teichtmeister) es el juez de instrucción de origen judío y eslavo puesto para encabezar la investigación para dar con los responsables. De entrada, se nos presenta como una figura que solo debe dar su firma para acreditar que el atentado ha sido preparado desde Serbia. A medida que el personaje avanza para dar con los responsables del magnicidio se va encontrando con un encadenamiento interno de conspiraciones de su propia partida y el accionar del propio servicio secreto austrohúngaro. La presencia del policial se va destacando en los indicios que el investigador va encontrando, como el descubrimiento de la zona liberada que deja la policía el mismo día del atentado, y los obstáculos que van poniendo los jefes para que Pfeffer no llegue a lo que está a punto de conocer.
Aunque la película recibió críticas dispares en su momento logra cerrar la trama de su argumento (la teoría de la conspiración imperial) introduciendo una historia amorosa que explica por qué el Pfeffer de la ficción firmó un informe a la altura de las necesidades del Imperio y no de los resultados de su propia investigación-descubrimiento. En la cinta, su amada es una aristócrata de origen serbio con un padre nada amigo de los austríacos y por lo tanto casi que condenada a muerte. Para salvarla y conseguirle un salvoconducto firmaría lo que fuera.
La película desnuda en el origen de la guerra el conflicto del Imperio austro-húngaro con el Imperio ruso (un imperio decadente que con el transcurrir de la guerra viviría la histórica revolución bolchevique y la construcción del primer Estado obrero), pero también el problema de la opresión. Dentro del Imperio de Carlos I de Austria y Hungría se trataba de la sujeción sobre nacionalidades balcánicas como los serbios y bosnios. En la construcción de varios personajes y de la propia atmósfera social de la Sarajevo de 1914 que hace el director puede visualizarse esta opresión. Además de ello, otra de las históricas opresiones presentes en el período que puede percibirse en la película es la judía. El juez, incluso favorable al inicio a la partida austríaca, es todo el tiempo denostado por sus jefes del ejército imperial por su origen judío.
Sin embargo, si como diría von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios y si bien la película logra mostrar el interés consciente, decidido, de las potencias (en este caso, de los imperios austrohúngaro y alemán) de ir a la guerra, peca de un uso desmedido de la lógica de la conspiración interna. El resultado necesariamente es un retrato muy pesimista de los pueblos eslavos y de las clases explotadas y de sus salidas. El acento excesivo en la teoría de la conspiración como totalidad para explicar el origen de la Primera Guerra deja en el otro bando nada más que romanticismo en el mejor de los casos.
Acertadamente hacia el final del film se entabla de forma alegórica un diálogo histórico con la Segunda Guerra Mundial ubicando una línea de continuidad entre ambas guerras imperialistas. Efectivamente la Primera Guerra Mundial en su desenlace develó contradicciones no resueltas en los inicios de la etapa imperialista y dejó condiciones para un desenlace como el de la Segunda expresadas en los tratados que le dieron cierre. Como el de Versalles, donde la derrota alemana y las duras condiciones que se le impusieron a ese país luego fueron utilizadas como argumento del nazismo. Sin embargo, entre la Primera y Segunda Guerra medió otro tipo de momento histórico. Ese momento intermedio entre ambas, inmediatamente posterior a la Primera Guerra Mundial, es un rico ciclo de revoluciones que abrió la Revolución rusa (1917) como principal revolución obrera del siglo XX y de alentadoras perspectivas para la humanidad luego de venir de la enorme matanza de la primera guerra imperialista. La omisión en ese diálogo alegórico de un momento tan épico para los oprimidos del mundo (que contó con revoluciones en Alemania, procesos en Italia, en Francia, Inglaterra, pero también entre las propias naciones eslavas, retratadas en la película, entre otros) parece ajustarse al tono de todo el relato. Y aunque contarlo no puede ni pretende borrar la barbarie de la guerra con toda su atrocidad, al menos sí hacer justicia a la historia.
Tenemos una producción recomendable que nos permite introducirnos desde la ficción al mundo de los orígenes de la Primera Guerra Mundial.