"Esto no sólo es un gran negocio, también funciona como catalizador social. Trabajamos con el amor". De esta manera, Sean Rad, creador de Tinder, te está explicando de forma muy clara qué lugar ocupan este tipo de apps. Las apps de contacto facturaron 2.500 millones de euros en 5 años y sólo Tinder supera las 75 millones de personas conectadas.
Las apps para ligar son, efectivamente un “catalizador social” de la miseria afectivo sexual que generan los ritmos del trabajo asalariado y la moral heteropatriarcal, pero también una punta de flecha de un “libre mercado” de las relaciones afectivas, cuyo crecimiento está ligado a la ruptura de las redes y espacios tradicionales de socialización frente al aislamiento y el individualismo neoliberal. Y resulta que hay una cantidad y variedad abrumadoras de apps para ligar.
En este nuevo espacio virtual se naturaliza la identificación con la figura del consumidor de relaciones, que al mismo tiempo debe mostrarse deseable para ser consumido, consolidando una amplia oferta de seres humanos desechables que compiten y en la que competir, (véanse las semejanzas organizativas y funcionales entre un perfil de app y un currículum). La mecánica de estas redes además anestesia el rechazo bajo la premisa que existen opciones infinitas a golpe de match, protegiendo la intolerancia al fracaso y la crítica, haciendo prevalecer la superficialidad de las relaciones y la inmediatez de la satisfacción.
¿Todo esto es positivo o negativo? Más allá de moralismos sobre el amor verdadero, el príncipe azul y el sexo ocasional, para pensar una respuesta es necesario entender por qué existen y se extienden estas apps. Por una parte son plataformas en las que quienes participan ven más aceptable el sexo esporádico que en espacios donde el peso de la puritana moral burguesa se hace más imperante. Este es uno de los secretos de su éxito, junto con la falta de tiempo libre y horarios estables en una sociedad que precariza y flexibiliza cada vez más a la clase trabajadora.
Según indica el sociólogo Zygmunt Bauman: “En ausencia de una seguridad a largo plazo, la ‘gratificación instantánea’ resulta una estrategia razonablemente apetecible. (…) Las precarias condiciones sociales y económicas entrenan a hombres y mujeres (o los obligan a aprender por las malas) para percibir el mundo como un recipiente lleno de objetos desechables, objetos para usar y tirar; el mundo en su conjunto, incluidos los seres humanos.”
No es casual que la primera gran difusión de estas apps se diera entre la diversidad sexual, que ya contaba con un largo historial de herramientas para contactar de forma más o menos precaria y arriesgada sin que te descubran. Tomamos el ejemplo de Grindr (una app de contacto para gays), donde es habitual encontrar hombres que ocultan su rostro o mantienen dobles vidas con matrimonios heterosexuales, así como es utilizada en países que penalizan la homosexualidad para contactar y organizarse entre activistas LGBTI. No en vano, el icono de Grindr es una máscara.
Sin embargo, esta app con 4 millones de usuarios comparte los datos de éstos con compañías que los compran, algo habitual en todo tipo de empresas que manejan datos de usuarios. Algunos de estos datos son la geolocalización o el identificador del teléfono, pero también el estado de VIH de sus usuarios, lo que causó un escándalo al filtrarse el envío de estos datos en 2018. Grindr ganó más de 63 millones de dólares el año pasado. Es el mercado, amigo.
Cuerpos cansados. ¿Para quién es el amor libre en tiempos precarios?
Tal y como apunta Andrea D’Atri: “La libertad sexual conquistada en los 60 se reconfiguró, en las décadas siguientes y a fuerza de derrotas sociales, políticas y culturales, como libertad de mercado. La voracidad capitalista mercantilizó, en una escala sin precedentes, todo aquello que la moral burguesa había erigido como “vida privada”. (...) La identidad sexual, el deseo y la fantasía se transformaron, entonces, en objetos de lucro, a niveles industriales. (…) Lo que había conformado ese complejo fenómeno denominado “vida privada” se expuso sobre el mostrador.”
Sin embargo, esta situación ya existía antes de la extensión de las apps, ya que los ámbitos tradicionales en los que se conocía a las parejas, como las zonas de fiesta, ni son más “sanos” ni están exentos de alienación, explotación o actitudes sexistas, ni tienen en este sentido una función muy diferente como “catalizador social”.
Tal y como señala Guada Oliverio: “Un estudio de la revista Archives of Sexual Behavior, publicado hace unos meses, mostraba que la generación más joven tiene menos relaciones sexuales que la generación anterior, en contra de la idea de que con estas aplicaciones, aumentarían el número.” “Es la generación más representada en el trabajo precario, importante factor de estrés y cansancio, así como en el desempleo, lo que dificulta la emancipación, sofocando la vida sexual”.
Si bien aquellas identidades y sexualidades que están fuera del cinturón de la heteronorma son las más perseguidas, en un régimen laboral de explotación y precarización cualquier tipo de deseo sexual, también el heterosexual, se ve afectado.
Si la liberación sexual no está pensada para acabar con el miedo de millones de personas LGBTI a las represalias por mostrar afecto en púbico, si no está pensada para la trabajadora que hace una doble jornada dentro y fuera de la casa y acaba agotada o si no está pensada para la pareja que tiene turnos rotativos y casi no tiene relaciones por falta de tiempo juntos, ¿para quién está pensada?
¿En esto quedó la revolución sexual?
En primer lugar la alienación, pero también la precariedad del trabajo, las enfermedades laborales o la reducción del tiempo para el sueño y el ocio apuntan directamente en contra de la libertad sexual. Por ejemplo, ¿quién y cómo conoce el poliamor con una jornada laboral interminable?
Un mercado infinito de experiencias sexuales se complementa con las apps para encuentros que permiten “saltarse” buena parte de la cortesía desde el sofá para tratar de tener vida sexual en el menor tiempo posible, y al mismo tiempo encaja con la realidad de millones de cuerpos agotados al final del día. En definitiva se trata de eso, de un mercado.
Como indica Tom Máscolo en este artículo: Una perspectiva de liberación sexual no sólo debe atender el deseo y las limitaciones de aquellos que eligen vivir su sexualidad por fuera de los parámetros de la heteronormatividad. Debe también recuperar la crítica y la organización contra aquellos procesos más profundos mediante el cual el capitalismo enajena los cuerpos, regimenta el deseo a los ritmos tiranos del reloj, la máquina y la ganancia. Se trata de crear las condiciones materiales, culturales y políticas para que ello suceda, sentar las bases de una verdadera liberación sexual contra las desigualdades existentes, contra la objetivización de los cuerpos y el deseo. |