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21 de marzo de 2015 Twitter Faceboock

Tribuna Abierta
¿El concepto de revolución está incluido en la consigna de Nunca Más?
Mariano Pacheco | @Pachecoenmarcha
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En sus “Intempestivas sobre la historia”, el filósofo Federico Nietzsche escribió que necesitamos a ésta “de una manera distinta de como la necesita el refinado ocioso que se pasea por el jardín del saber, aunque él mire con condescendencia nuestras groseras y torpes necesidades y miserias". Es decir, la necesitamos para la vida y para la acción…”. También en ese texto emblemático el pensador alemán sostiene que uno de los tres modos de “pararse” frente al pasado es a través de la consideración monumental de la historia, aquella que pone el foco en que si lo grande alguna vez ha existido, puede que exista entonces otra vez. Partiendo de este punto de vista, entonces, rescatar grandes momentos de la historia tiene sentido solo si sirve para poder interrumpir el andar y mirar hacia atrás, tomar aliento y continuar con la marcha, y no para empequeñecer los momentos en donde lo monumental parece estar ausente.

Qué duda cabe, las generaciones militantes del 60 y del 70 fueron las últimas (las más cercanas en el tiempo), en apostar a grandes transformaciones. El resultado es conocido: terrorismo de Estado, derrota de las apuestas revolucionarias y, en principio, una sana conclusión: mejor democracias que dictaduras, nuca más asesinatos políticos en masa.

Por las asimetrías de poder entre los bandos enfrentados –la maquinaria terrorista del Estado Militar, incluyendo la poderosa alianza civil sobre la que se sostenía, y el de los sectores populares en lucha, incluyendo sus “organizaciones armadas”–, en parte, pero en gran medida por la “operación de victimización” que el “alfonsinismo” –y la “clase política” en general–, el “sindicalismo sobreviviente”, las “empresas periodísticas”, los “intelectuales travestidos” y gran parte de la sociedad realizaron sobre la figura de la militancia de las décadas anteriores, la idea de que el conflicto social sostenido durante veinte años (pongamos por caso: desde los bombardeos a Plaza de Mayo en 1955 al Operativo Independencia en 1975), había desembocado en un enfrentamiento que se encontraba a las puertas de una “guerra civil” comenzó a ser borrado del horizonte de los debates de la época. Ernesto Sábato, su prólogo al Informe de la CONADEP y la consigna progresista de "Nunca más" completaron el cuadro que marcó la “democracia de la derrota”, que incluyó a la idea de guerra junto con la de demonios, desconociendo la máxima que sostiene qué, aun en tiempos de paz, estamos en guerra los unos contra los otros, porque un frente de batalla atraviesa toda la sociedad, continua y permanentemente, poniendo a cada uno de nosotros en un campo o en otro.

Reflexionando sobre estos temas, el psicoanalista argentino Jorge Jikis ha destacado (en su libro "Violencias de la memoria"), que aunque los militares hayan usado la palabra “guerra” para justificar una matanza que tuvo una amplia masa de civiles cómplices, no le parece que haya que evitar esa palabra: “hubo una guerra aunque también haya sido una matanza”, dice, a la vez que insiste en el hecho de que, reconocerlo, no empareja “bandos”, ni iguala nada con nada. “¿No hay algo de los vencidos, de su identidad singular y contradictoria, que se pierde al esquivar esa palabra?”, remata.

Visto desde ese punto de vista, el "Nunca más" no es pronunciado sólo respecto del “Terrorismo de Estado”, sino también del deseo revolucionario. Considerado totalitario, ese deseo, esas apuestas de transformación revolucionaria de la sociedad, son colocadas en el lugar del Otro Terrorismo. Así, la fórmula “recordar para no repetir” –señala Eduardo Grüner en el prólogo al libro de Jikins–, no es sólo una mala teoría de la repetición –ya que al poder no le interesa solamente reprimir, sino y sobre todo producir–, esa fórmula oculta detrás del "Nunca más", dicha desde el poder, puede ser también –y sobre todo– una amenaza: “Recuerden que ya sucedió una vez, no vaya a ser que les suceda de nuevo”.

Pasado del trauma, presente del síntoma, y severa advertencia hacia el futuro.

 
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