Domingo, 13:00 hrs
En un blanco traslúcido amenazan con salirse del shablón. Nos dan la espalda y se protegen del viento que viene de la colectora y los aporrea. Desafían los nubarrones, el fresco inminente, los diminutos poros de la tela de metal y nos miran de frente y de costado. Parecen burlarse como quien sabe de lo que muta y se transfiere en otra cosa y se reproduce al infinito hacia otros cuerpos. Las bichosidades despiertan la curiosidad de les más pequeñes y las sonrisas preguntonas del resto.
Mientras saco la cámara, sonrío y digo: "Está saliendo el sol. Hay un vientito re lindo. Es un buen día". Me turno entre la campera, un buzo y animármele a mi remera mientras se va armando la cosa. La ansiedad se asoma por los anteojos de Nancy. Roxana corre al inflable que bailotea como un flan de colores al ritmo del aire de adentro, para gritarle a les pibes que "¡empieza el taller de bichos!"
Telas, tijeras, verdes y violetas salpicando frasquitos, palitos que parecen haber sostenido helados, hilos, cintas, familias de agujas, familias obreras. La mesa se llena y se reproduce por dos. Marietta eleva su quebradiza voz. Se agolpan las rezagadas y los rezagados. Miradas al ras de la mesa. Comienza la función.
13:25 hrs
"Armamos como una línea de producción" explica Lucía, y no es porque sí, estamos en MadyGraf, una imprenta recuperada por sus obreros y obreras en 2014 cuando, con valentía, ocuparon la planta en defensa de sus puestos de trabajo ante el abandono de la patronal. Esta vez, nos convoca una actividad para colaborar con la juegoteca que lleva adelante la comisión de mujeres. La misma donde se organizan quienes enfrentan todo tipo de dificultades a diario. Hoy, se reúnen para preparar una gran marcha junto a muchas otras trabajadoras para el 8M.
Cada quien se acerca a un equipo. Yo me trepo a un bodoque que hace de parecita torcida de hormigón para sacar fotos desde arriba. Voy y vengo y me siento parte. A mí las alturas me dan miedo, el equilibrio me cuesta (casi tanto como orientarme en Buenos Aires) pero insisto y juego al tentempié. Mientras tarareo la canción de Ana Prada, registro todo lo que puedo, compulsiva pero delicadamente. Pongo mis sentidos y mis emociones ahí, donde todo sucede.
Se me cuelan recuerdos de mi niñez, las zanjas enormes y los perros que juegan al fútbol en las canchitas-potrero de la calle Lambaré. Es que hoy me enteré que María de los Ángeles, trabajadora de Mady, vive desde siempre en el mismo barrio donde nací: el irónico "Doña Justa", barrio obrero de Ing. Maschwitz, allá atrás de la terminal de la línea 60.
Le pusimos nombre a las calles para descular que dos cuadras separaron nuestras casas en los 80... "De seguro me la crucé yendo al quiosco de Cachita" pensé. Sentí la seguridad de haber compartido mi infancia, aunque sin saberlo, cerca de quien sería mi compañera de lucha un par de décadas después. Este domingo, ya de grandes, nos reunimos en la cooperativa donde labura. Se me inflan el pecho y los pulmones de un suspiro de alegría.
15:25 hrs
Las bichosidades se convirtieron en muñecos de tela y guata, cosidos a mano entre charlas al sol. Llega la hora de comer y preparar el sorteo que antecede a la asamblea de mujeres que se va armando, redonda, sobre el pasto de la imprenta. Me cuelgo la cámara en mi hombro derecho y el arnés alrededor del cuerpo y descanso yo también. De golpe me veo parte de otra ronda, en el quincho, junto a compañeros y compañeras entusiastas que me contagian el fueguito en una charla apurada. Los escucho hablar, con pasión ascendente, de la fábrica, la organización y cómo preparar la jornada del 9 de marzo ahí mismo. Presto atención. Aprendo. Me empapo.
17:02 hrs
La Negra (mi estrenada vecina de la infancia) agitando su pañuelo verde que le abraza el puño, nos invita a ser parte de la otra ronda: la del pasto. Pienso en cómo registrar lo que sucede y lo que siento con precisión. Me sumo la cámara de "el Colo" en mi hombro izquierdo. Atino a buscar una escalera, la misma del domingo pasado, cuando jugué a la equilibrista mientras la peña bailaba y se escondía el sol. La ubico. Me subo. Tambalean la estructura, las cámaras y mi torpeza. Disparo varias veces por si acaso. Pienso que si caigo rompo el clima de la ronda y me rompo yo. Chequeo en el visor, alterno las máquinas y vuelvo a disparar. Quiero atrapar las voces en fotos. No lo logro.
Le llega el micrófono a Roberto, trabajador de la fábrica. Nos cuenta su experiencia en el cuadernazo donde reclamaba junto a sus compañeros y compañeras por el trabajo que les arrancó ilegítimamente el Ministerio de Educación y ligó un palazo en la espalda que le dio, sin asco, la Policía de la Ciudad cuando reprimió para callar y tapar. Lo detuvieron junto a dos reporteros gráficos que estaban laburando cubriendo la acción. Dos fotógrafos como yo... tres laburantes como yo.
Toma la posta Soledad, su compañera. Su voz es firme y enternecedora. Largo la cámara. Habla de lo unidos que son con su marido, de cómo sintió una herida cuando era el cuerpo de Roberto el que estaba contra el piso. "Un quiebre" dice. "Ahora lo entiendo" dice. Soledad entiende y lo hace carne y acompaña y pone el cuerpo. Remata: "Sí, me uno a la lucha". Revientan los aplausos y revienta en mí el llanto.
20:30 hrs
Es difícil convencer al lector con palabras de las cosas que une ve y siente. Tiendo a pensar que con las fotos puede ser más evidente lo que con palabras no sé decir. Algo así como si la imagen pudiera reflejarlo todo y aún así dejar recovecos ocultos para que complete el que mira, si mira con ganas de ver. Hoy volví a casa sintiendo ese desborde de todo lo que no sé expresar con justeza.
Pensé en cómo, con esfuerzo y a pesar del ahogo económico que sufren las obreras y los obreros de Mady, hacen lo imposible para poner en pie un lugar donde otros trabajadores y trabajadoras podamos esparcirnos, compartir, conocernos. En los clubes obreros, se aprende, entre otras muchas cosas, que el derecho al disfrute de nuestro tiempo libre, también nos fue arrebatado. Me digo "¡Otro motivo para dar vuelta todo!"
Sentí orgullo y una alegría imponente. Verme en las caras que ríen y se convencen, cada vez más, al compás de los testimonios intermitentes. Descubrir a estas mujeres, su fuerza arrolladora que se respira y empuja desde las entrañas. Me vi rodeada y abrazada por otres que, como yo, queremos cambiar el mundo. Mis compañeras y compañeros. Mis amigues. Entendí lo que significa "camaradería" ¡Qué gigante palabra! ¡Qué inmensa sensación! Me detuve por un rato a dejarme sentir y pensar el camino que elegí y reafirmo día a día.
Lunes, 11:00 hrs
Suena mi celular. Es Marietta. Recuerdo que quedé en mandarle las fotos y todavía no lo hice. Ella me escribe por otra cosa. Me agradece y me dice conmovida que "vamos a cambiar un mini mini pedacito de este mundo tan injusto". Sonreí y le dije: "¡Te invito a que vayamos por cambiarlo todo!" |