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La Izquierda Diario
25 de marzo de 2015 Twitter Faceboock

ESPACIO ABIERTO // TEATRO
Teatro en alemán III: Hércules y el establo de Augias, de Friederich Dürrenmatt
Adela Reck

El dramaturgo suizo otorgaba gran trascendencia a un teatro planteado con humor, para que de esa forma el público pudiera tomar distancia de la acción dramática, aprendiera sin formalismo, y lo implacable de la vida y del mundo se convirtiera en tolerable.

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Ilustración: folleto de la puesta de la obra en España

En esta obra, Hércules está completamente desmitificado, casi degradado; su contrapeso es Augias, un antihéroe que, sin ilusiones, acepta las circunstancias y trabaja para revertirlas. Cuando se estrenó, la obra causó gran revuelo y críticas, la comparación del circunspecto país helvético con el territorio cubierto de estiércol, material y figurado, satirizando despiadadamente las instituciones democráticas entumecidas y petrificadas y las mentalidades conservadoras y pequeñoburguesas de sus habitantes.

En uno de los doce inmensos trabajos, Hércules –el de la mitología– realiza una tarea que nadie imaginaba que pudiera hacerse en un solo día. Gracias a su proverbial fuerza física, traza una estrategia inteligente e ingeniosa, provocando el desvío de dos ríos cercanos para que la fuerza de la corriente arrastrara el pestilente estiércol acumulado en el establo de Augias.

Esta obra toma el mito como inspiración, pero lo aggiorna. Simboliza al pasado como una representación irónica de la sociedad moderna y capitalista, que con su aparato burocrático obstaculiza y retarda indefinidamente la labor hercúlea. A tal punto, que parte hacia su sexta tarea sin haber podido limpiar la asfixiante y nauseabunda capa que amenaza con sepultar al estado de Elide (la protogrecia). Según tengo entendido, los germanoparlantes son apasionados por la cultura y la mitología griegas. En este sentido, presentar a un Hércules moderno, contemporáneo y acuciado por deudas, que termina siendo un número de circo, debilitado y ridiculizado, también puede ser observado como una cachetada a la propia cultura del dramaturgo. ¿Acaso no había en Elide dos excrementos asfixiantes? Uno material, maloliente. Y otro, también material, aunque superestructural. Ambos infatigables.

Para los espectadores es una mezcla revulsiva la representación de semejante asunto. Si bien divierte porque es humorística, también provoca inquietud por el trasfondo kafkiano de la máquina de impedir. Porque no es lo mismo leerla o escucharla como teatro radiofónico, que presenciarla en un teatro donde en el escenario hay estiércol de ganado bovino, hediondo y en proceso de fermentación. Y los actores, con sus cabezas apenas emergiendo del mar de bosta vacuna. ¡Nada menos que en la neutral e impoluta Suiza! La conjunción de estos factores convierte a la obra, y a su puesta en escena, en una potente parodia y una ácida crítica, al orden capitalista y a la organización helvética.

En mi análisis observo que la obra se cimienta sobre tres personajes principales: Hércules, Deyanira y Augias.

Hércules es la representación de un mortal acuciado por preocupaciones económicas, descontrolado en su furia e incapaz de atravesar la intrincada barrera de la burocracia del país de Augias. Parte hacia su sexto trabajo, tras ser menoscabado y estafado incluso como artista de circo. Un perdedor nato.

Deyanira, la bella, sensata e inteligente mujer de Hércules, reflexiona (algo etnocéntricamente) acerca del país bárbaro (no griego), y habla de la condición de la mujer ignorada y postergada, aun más que en el suyo propio, y de la alimentación carnívora y de la cantidad de aguardiente que consumen los habitantes. A pesar del rechazo que expresa hacia ese lugar, se siente atraída por Fileo, quien desea hacerla su esposa, deslumbrado por su hermosura y su forma de hablar.

El tercer pilar es la figura de Augias, padre de Filebo, que como cualquier presidente de una nación de primer mundo, es un político sagaz que terceriza un servicio esencial de su país. Augias pone a prueba al famoso héroe, para ver de qué está hecho y si puede superar las barreras burocráticas. Entre tanto, él se dedica orondamente a la tarea de criar buenas vacas lecheras, que exhibe con orgullo.

Es un gobernante realista (estilo Pepe Mugica), campechano, sencillo, que hace del estiércol humus para cultivar flores y frutos en un huerto. Y que lo ofrece a su hijo, como su mejor legado hereditario.

En las palabras finales de la obra, del padre a su hijo: “Vive como un insatisfecho que sigue cultivando su insatisfacción y así cambia las cosas con el tiempo”, está el mensaje político del propio Dürrenmatt.

Finalmente, creo que la pieza desde su fuerte eficacia cómica logra su objetivo de hacer reflexionar a los espectadores acerca de cuestiones políticas.

 
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