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La Izquierda Diario
19 de marzo de 2019 Twitter Faceboock

24 DE MARZO - DICTADURA Y GENOCIDIO DE CLASE
Final de la dictadura y los dos demonios de Alfonsín
Rosa D’Alesio | @rosaquiara

Publicamos una serie de notas sobre cuáles fueron las políticas de los gobiernos pos dictadura para ocultar el genocidio de clases. Comenzamos por el Gobierno de Alfonsín, los juicios a las juntas, la CONADEP, el Punto Final y la Obediencia Debida.

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Transición de la dictadura al Gobierno de Alfonsín

El terror impuesto por el golpe cívico-militar de 1976 tuvo como objetivo derrotar a una clase trabajadora que desde el Cordobazo ganaba en fuerza y combatividad. Además comenzaba una experiencia contraria al Partido Justicialista. El golpe militar se propuso derrotar a sangre y fuego esta combatividad obrera e imponer el plan económico dictado por el imperialismo.

La clase obrera resistió a la dictadura desde 1977 y en abril de 1979 realizó un paro general. La crisis económica de 1980 llevó a que la clase media comenzar a cuestionar la dictadura. El 30 de marzo del 82, una enorme movilización convocada por la CGT irrumpe en Plaza de Mayo y es brutalmente reprimida. Los manifestantes coreaban “se va a acabar la dictadura militar”.

El 2 de abril de ese mismo año Galtieri, al frente del gobierno de facto, ocupa las Islas Malvinas y se larga a una aventura militar. El objetivo: aprovechar una causa justa, como recuperar las Malvinas y el genuino odio antiimperialista, para contrarrestar la situación inestable del gobierno militar.

Dos meses después, los militares capitularon vergonzosamente ante las tropas británicas. El día de la rendición decenas de miles salieron a las calles al grito: “los chicos murieron, los jefes los vendieron”.

La dictadura estaba liquidada, había perdido todo apoyo interno y externo. Sin embargo, la Multipartidaria (compuesta por el PJ, la UCR y el PC), salió al rescate de los genocidas. Para evitar que cayeran por medio de la movilización de las masas, pactaron un llamado a elecciones para el 30 de octubre de 1983. La Multipartidaria apoyó la asunción del gobierno de facto de Bignone, quien asumió tras la salida de Galtieri.

La derrota de Malvinas fortaleció al imperialismo y significó nuevas cadenas para la opresión nacional, pero a su vez le asesta un golpe al llamado Partido Militar, que en distinto período del siglo XX gobernó el país a través de golpes de facto y tuvo el poder de decidir y aplicar la política nacional, junto a los grandes empresarios.

El gobierno de Alfonsín

En abril de 1983, el entonces presidente de facto Reynaldo Bignone, presentó el documento final de la Junta Militar sobre la “guerra contra la subversión y el terrorismo”. Meses después firmó la denominada Ley de Autoamnistía y el 10 de diciembre le entrega la banda presidencial a Raúl Alfonsín.

A la salida de la dictadura, los organismos de derechos humanos contaban con una amplia simpatía de las masas que movilizaban por juicio y castigo a los genocidas. Para desviar todo ese proceso, Alfonsín crea la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que avaló que no fueran juzgada todas las fuerzas represivas del Estado y permitió que sólo fueran procesadas las tres juntas militares, en el marco de la teoría de los “dos demonios”. Esta teoría que equiparó a la guerrilla (diezmada al momento del golpe) con el terrorismo de Estado que perpetraron los militares y ocultó que el verdadero objetivo de este genocidio era acabar con la insurgencia obrera.

Ernesto Sábato, quien presidió la CONADEP, escribió el prólogo al informe Nunca Más, donde expresó claramente esta teoría: “la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”. El gobierno “democrático” de Alfonsín condenó como “iguales” a los líderes de las organizaciones guerrilleras y a los jefes de la Junta Militar.

Madres de Plaza de Mayo no integró la CONADEP, ya que no avaló la teoría de los dos demonios. Junto a un amplio sector de la sociedad, las Madres movilizaron para reclamar juicio y castigo para todos los responsables. El CELS y la APDH no integraronr esta comisión, pero presentaron denuncias y pruebas contra la dictadura.

Así y todo, y más allá de sus límites, el informe recabado por la CONADEP permitió probar la existencia de un plan perpetrado por las FF.AA. genocidas.

La otra tarea importante para la democracia burguesa, que comenzó el gobierno de Alfonsín, fue la llamada “desmalvinización”, que instalaba la idea de que no se puede derrotar al imperialismo militarmente. Esta idea fue promovida por la burguesía y sus partidos. Alfonsín llegó a decir que “la guerra de Malvinas comenzó como un carro triunfal y terminó como un carro atmosférico”.

Juicio a los dos demonios, impunidad para la Triple A

A cinco días de su asunción, Alfonsín decretó el juzgamiento de las Juntas Militares que dirigieron el país desde el golpe militar, del 24 de marzo de 1976 hasta la Guerra de las Malvinas. El 13 de diciembre de 1983 firmó el decreto 157/83, por el cual se declaraba la prosecución penal contra integrantes de grupos armados, entre ellos Montoneros. Un año después, el 13 de febrero de 1984, fue detenido en Río de Janeiro el jefe Montonero Mario Eduardo Firmenich, quien llegó al país el 20 de octubre de 1984. Desde entonces permaneció detenido en la cárcel de Villa Devoto, hasta los indultos de Carlos Menem.

En mayo de 1984 se sancionó la ley 23.062, que garantizó la impunidad de los representantes del Partido Justicialista que comandaron la Triple A. Esta ley establece que la ex presidenta María Estela Martínez de Perón, no podría ser juzgada por ningún delito que hubiera cometido antes del golpe militar, porque no había sido desaforada ni sometida a juicio político como prevé la Constitución, sino destituida por un “acto de rebelión”.

Por la guerra de Malvinas fue a juicio Leopoldo Fortunato Galtieri. Un Tribunal Militar lo llevó a prisión. Cumplió cinco años de cárcel hasta ser indultado y restituido su grado militar por el entonces presidente Menem en 1990.

El 9 de diciembre de 1985 se dictó la sentencia a las Juntas. Fueron condenados a prisión: Jorge Rafael Videla (presidente de facto entre 1976 y 1981), Emilio Massera, Orlando Agosti, Roberto Viola (presidente en 1981), Armando Lambruschini.

El fallo que condenó sólo a cinco de los responsables del genocidio fue apelado. El 30 de diciembre de 1986 la Corte Suprema de Justicia modificó la calificación de los delitos y se consiguió la reducción de penas para Viola y a Agosti.

Alzamiento carapintada

El 24 de diciembre de 1986 fue promulgada la Ley 23.492 de Punto Final que estableció el fin de los juicios a todos aquellos que no fueron llamados a declarar "antes de los sesenta días corridos a partir de la fecha de promulgación de la presente ley". Quedaban exceptuados los responsables del secuestro de recién nacidos. La avalancha de denuncias presentadas por sobrevivientes y familiares de los desaparecidos, permitió continuar con los juicios.

Este fue un disparador del alzamiento carapintada de Semana Santa de 1987, que cuestionó los juicios a las juntas y reclamó mayor impunidad. La voz de mando del levantamiento la dio el Mayor Ernesto Barreiro (que tuvo una activa participación en la represión al movimiento obrero y popular en Córdoba), quien se negó a presentarse ante la Justicia Federal por los cargos de tortura y asesinato en el centro clandestino La Perla. Sin embargo, el núcleo de la rebelión se trasladó a Campo de Mayo, donde el Teniente Coronel Aldo Rico, fue el portavoz de los carapintadas. La base del levantamiento fueron los oficiales y suboficiales genocidas que no se beneficiaron con la ley de Punto Final. A pesar de que el alzamiento contó con pocos apoyos públicos entre los responsables de las tropas, las FF.AA. se negaron a reprimir a los militares rebeldes. El General Alais, a cargo de la tarea, se hizo famoso por no llegar nunca a destino.

Un sector amplio de la sociedad se movilizó frente a este alzamiento. Desde el jueves santo, la Plaza de Mayo y la de los dos Congresos estaban repletas de manifestantes dispuestos a marchar hasta Campo de Mayo para impedir que se consumara la extorsión de los militares. El domingo de Pascua, un sector se manifestó en las puertas de Campo de Mayo al canto de “si se atreven, les quemamos los cuarteles”.

Nuevamente el radicalismo opta por el camino de pactar con los militares y desmovilizar a amplios sectores populares que querían pelear contra los carapintadas y salvar a los militares de las consecuencias que podían sufrir por el pueblo movilizado. El Partido justicialista y la CGT jugaron su rol infame. No llamaron a movilizarse y mucho menos llamaron a una huelga general que podría haber derrotado a los carapintadas y a los militares que secretamente los secundaban. En cambio, la CGT acompañó a Alfonsín en su política de desmovilización.

Finalmente el domingo de Pascua, Alfonsín se traslada a Campo de Mayo y pacta con los amotinados mayor impunidad. Cuando regresa a la Casa de Gobierno, se dirige a los manifestantes y pronunció la frase que recuerda su capitulación: "Felices Pascuas. La casa está en orden”.

La CGT, los dirigentes empresarios, la UCR, el peronismo, el Partido Comunista y la mayoría de los partidos políticos del régimen (con la excepción del MAS, el Partido Obrero y las Madres de Plaza de Mayo, que denunciaron la capitulación) firmaron el Acta del Compromiso Democrático, donde se concede el reclamo carapintada: “el debido reconocimiento de los niveles de responsabilidad de las conductas y hechos del pasado”.

En junio de ese año, el Congreso aprobó la Ley de Obediencia Debida. De este modo el régimen político iba a sostenerse sobre la impunidad para los crímenes de la dictadura que garantizaron tanto el radicalismo como el peronismo.

El alzamiento carapintada no tuvo por objetivo perpetrar un golpe militar, como desde distintos sectores se quiso presentar. Los militares habían perdido legitimidad y poder, pero tenían fuerza para poner en vilo a un gobierno que intentó disciplinar, con concesiones, al Partido Militar, que aún golpeado y desprestigiado por los crímenes de la dictadura y la capitulación frente a las tropas inglesas, quería sostener su autonomía y se negaba a tener procesados.

El gobierno de Raúl Alfonsín, junto al partido Radical y el PJ, cedió a los reclamos de los militares en nombre de poner a resguardo la democracia. Cuando en realidad todos estaban unidos para reconstruir el Estado burgués, aplastando las demandas democráticas y sociales de las mayorías populares que no cesaron de movilizarse.

Que Alfonsín no pudiera disciplinar los reclamos militares, más una situación económica convulsiva, lo obligó a entregar anticipadamente el poder a manos del presidente electo, Carlos Menem. Pero todo el régimen político preservó la figura de Alfonsín como quien salvó la democracia de las asonadas militares.

 
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