Empecemos introduciendo el trabajo de Traverso. “El objetivo de este libro es investigar la dimensión melancólica de la cultura de izquierda en el siglo pasado”; así comienza el prefacio. Esta investigación apunta a la posibilidad de reconstruir el marxismo en el presente luego de las derrotas de la última década del siglo XX y, en general, a partir de la rememoración de los vencidos, los antepasados que levantaron el puño antes que nosotros y que combatieron (y perdieron). Se trata de una compilación de artículos publicados en distintos momentos, que abarca temas que van desde los estudios sobre la memoria, la relación entre Benjamin y Theodor Adorno hasta la bohemia intelectual y el cine político, junto con el análisis de imágenes, con un hilo unificador que es el “marxismo melancólico” de Walter Benjamin, figura intelectual que cruza toda la obra. Traverso aquí también está influido, en su interpretación del filósofo alemán, por Michael Löwy (a quien le dedica el libro) y Daniel Bensaïd. Estos últimos, más próximos a nuestro tiempo, son veteranos de la corriente trotskista de Ernest Mandel.
Duelo y melancolía
Para entender el sentido del libro se hace necesario introducir el par conceptual “duelo/melancolía”. Este tiene un origen psicoanalítico, que se remonta a Freud: “Tanto el duelo como la melancolía derivan de la pérdida (o la ausencia) de un objeto amado, que puede ser una persona e incluso una categoría abstracta (un ideal, el país, la libertad y cosas por el estilo)” [1]. No obstante, la resolución de ambos es diferente: “En el duelo, la persona supera el sufrimiento causado por la pérdida y termina por separarse del objeto perdido”. La melancolía, por el contrario, es la imposibilidad de separarse de ese objeto perdido. Traverso introduce el sentido que le da Benjamin [2], que difiere con la valoración de Freud. En la historia de la izquierda del siglo XX, el duelo sería la operación según la cual un sector muy visible de quienes la formaron “superaron” las derrotas de sus luchas o de sus objetivos renegando de todo proyecto emancipador y pasándose al carro de los vencedores, como la multitud de “ex comunistas” devenidos férreos anticomunistas, como las decenas de ex maoístas y veteranos del Mayo Francés que desde hace cerca de tres décadas forman filas entre los que fueron llamados “nuevos filósofos” parisinos y son los sostenes intelectuales de la derecha.
En contraposición al duelo, y en consonancia con la opción de Benjamin, opta por la melancolía: para Traverso se trata de una tenaz lucha por aferrarse al proyecto de una sociedad sin explotados ni explotadores, a pensar de su derrota momentánea, y persistir en él.
En términos freudianos, podríamos definir a la “melancolía de izquierda” como el resultado de un duelo imposible: el comunismo es a la vez una experiencia terminada y una pérdida irremplazable en una era en que el fin de las utopías obstaculiza la separación del ideal amado y perdido, así como una transferencia libidinal hacia un nuevo objeto de amor [3].
Todo esto remite al “marxismo melancólico” de las Tesis sobre el concepto de historia, que Walter Benjamin escribió en 1940 poco antes de suicidarse en la frontera hispano-francesa para evitar ser deportado a un campo de concentración, que planteaba la necesidad, contra la historia oficial de los vencedores de cuya visión eran deudores tanto la socialdemocracia como el estalinismo, de “cepillar [escribir] la historia a contrapelo” y la empatía con los vencidos. En su fructífero y sugerente marxismo que combina imágenes de la teología judía, su visión del proyecto emancipatorio del comunismo postulaba la revolución como “el freno de emergencia”, como una “intervención mesiánica” en la historia, esta última concebida como un progreso automático que, de no mediar esa intervención, lleva a la catástrofe. La revolución debía inspirarse y aferrarse a la memoria de las generaciones pasadas de luchadores derrotados y martirizados (de ahí su “melancolía”, ya que cancelarla sería aceptar la historia de los vencedores) más que en un tranquilizador “futuro de los nietos liberados” [4].
Víctimas vs. combatientes
Uno de los capítulos tiene un apartado que lleva el significativo nombre de “Entra la memoria, sale Marx”. Ese título es una buena síntesis de toda la primera parte del libro. Traverso discute la consagración oficial y el estatus privilegiado que el concepto de “memoria” ha obtenido en los regímenes políticos occidentales en las últimas cuatro décadas. Esto coincidió, no casualmente, con la crisis del marxismo, la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS.
A partir de fines de la década de 1970 y hasta la actualidad, EE. UU. y Occidente asumieron como propia una bandera nueva, previamente ajena: la de la defensa de los derechos humanos. Fue usadas como cobertura ideológica contra los procesos revolucionarios, así como también contra el bloque soviético, a los que se englobaba como “totalitarismos”. Todo esto se correspondió con el florecimiento de un nuevo campo académico financiado abundantemente por los Estados: los “estudios de la memoria”. Esta disciplina particularmente ponía como eje de interpretación de la historia del siglo XX al Holocausto y el genocidio nazi, transformándolos en claves para estudiar inclusive la historia anterior. Así, nuestra historia moderna, de una era convulsiva donde la experiencia vivida contaba enormes fenómenos de masas como el movimiento obrero y sus luchas, las revoluciones y los procesos de liberación de las colonias, así como también de contrarrevoluciones y sus consecuencias, pasaba a ser, mediante un nuevo sentido común promovido desde el Estados, nada más que “el siglo de los genocidios”. Esta disciplina instrumentalizó la memoria de Auschwitz, entre otras cosas blindando al Estado de Israel como un representante autoerigido del judaísmo y las víctimas de la Shoah y justificando sus opciones políticas [5]. Buscaba hacer un quiebre y terminar con las formas hasta ese entonces vigentes, como por ejemplo el recuerdo del antifascismo y los partisanos, con la idea de generaciones pasadas que lucharon y fueron derrotadas, que era transmitida entre las distintas generaciones militantes de la izquierda (como, por ejemplo, grafica el autor en su capítulo sobre el cine político). Ahora, sin embargo, una nueva figura desplazaba del centro de la escena a los combatientes: la figura de la víctima y del testigo. Para Traverso, se trata de un prisma que deforma la visión del pasado. Uno de los ejemplos muy claros que brinda es el de la nueva escuela histórica que aborda la guerra civil española simplemente como “el genocidio español”, donde ya no importan las razones, las ideologías ni los bandos que se enfrentaron, sino simplemente el hecho de la existencia de “víctimas”: estas, así, son despolitizadas y despojadas de su carácter de combatientes, se olvida sus compromisos y sus esperanzas y se las disuelve en un océano de personas “inocentes”, ya sea manipuladas por intereses oscuros de izquierda o de derecha, o como espectadores ajenos al conflicto que terminaron arrastrados al abismo y pereciendo. “En nuestros días, los actores del pasado deben alcanzar la condición de víctimas para conquistar un lugar en la memoria pública” [6]. Como critica Traverso, la historia deja de ser la de la lucha de clases, sino una donde solo hay una dialéctica entre verdugos y víctimas.
Rememoración y conmemoración
A partir de la lectura del libro de Traverso, quien escribe estas líneas pensó una hipótesis de en qué medida este nuevo campo se vio reflejado en el caso argentino. Al igual que en otros casos de América Latina como los que describe Traverso, aquí “la memoria” de los asesinados y desaparecidos por la dictadura militar (y en Argentina, además, por la Triple A) surgió como una dura pelea por parte de “los vencidos” (o sus familiares y compañeros) contra el Estado. Sin embargo, por la particular forma en que cayó la dictadura, con una gran crisis política tras la derrota de Malvinas, el régimen democrático burgués, para reconstituirse, tuvo que “oficializarla”, buscando generar un nuevo relato que la volviera asimilable, y así nació la “teoría de los dos demonios”, que condenaba las violaciones a los derechos humanos, pero a partir de poner un signo igual entre la violencia dictatorial y la de las organizaciones armadas de la izquierda (distorsionando e identificando a “los ‘70” de conjunto con estas últimas) [7].
Traverso trae a colación la diferencia entre rememoración y conmemoración que hace Daniel Bensaïd retomando a Benjamin, que surge en el último capítulo, dedicado a la relación entre el pensamiento del marxista francés, que comenzó a desarrollar lo más elaborado de su obra teórica a la sombra de los “días de perro” de los ’90, y el filósofo judeo-alemán de los “días de los campos de concentración” del comienzo de la Segunda Guerra Mundial [8]. La rememoración sería la memoria de los vencidos, desde abajo, la forma de preservar el sueño de una sociedad sin clases. La conmemoración sería la memoria “oficial”, estatal, la de los “panteones nacionales” que necesariamente borra o deforma gran parte o casi todos los aspectos de un pasado “heroico” (por ejemplo, en Occidente, en la memoria oficial de la Segunda Guerra Mundial se honra a los soldados que murieron luchando “por la democracia” en general, borrando de la historia el antifascismo partisano del movimiento obrero, inspirado en la izquierda y la revolución, así como las masacres coloniales perpetradas por las propias potencias “democráticas”). Como dice Michael Löwy, la diferencia es que, en el caso de la rememoración de los vencidos, según Benjamin, “su alcance subversivo radica exclusivamente en el hecho de que no se instrumenta al servicio de ningún poder” [9].
Por eso, volviendo al caso argentino, y a título de reflexión personal de quien escribe estas líneas, uno podría preguntarse si en Argentina el kirchnerismo acaso no fue una variante en clave “progresista” de estas operaciones oficiales de “conmemoración” y de despolitización del pasado, buscando neutralizar la memoria de los vencidos (o “rememoración”) resignificándola hacia una reivindicación descafeinada de la militancia, cooptando a muchos de los organismos y personalidades de derechos humanos históricos, pero que, por sus mismos objetivos de legitimación de un poder estatal no hegemónico y cuestionado desde el 2001, sumado a un discurso de reconciliación de unas “nuevas Fuerzas Armadas” (encarnadas en… Milani) tuvo que borrar aspectos clave del setentismo como la primacía de la idea y del horizonte de la revolución (claro está, interpretada de variadas formas según las distintas estrategias de las corrientes políticas) y traduciéndolos a una militancia actual de realpolitik o, en el mejor de los casos, de extrema “miseria de lo posible” de gestión de un país cada vez más dependiente y sometido al imperialismo.
Memoria y estrategia
Traverso desarrolla, en el capítulo sobre Adorno y Benjamin, la distinción que hacía este último entre experiencia (Erfahrung) y vivencia (Erlebnis). En la experiencia, el pasado seguía viviendo en el presente, ligado a la idea de tradición como una forma de “comercio”, de traspaso espontáneo de lo vivido entre generaciones, donde los vencidos siguen latiendo en los combatientes actuales y esperan su redención en un futuro liberado. En cambio, la vivencia sería la característica de la sociabilidad cotidiana de la modernidad capitalista, donde esta transmisión de experiencia se cortaría. Para Benjamin, aunque la experiencia remite a un tipo de sociabilidad pre-moderna, pre-capitalista (en ese sentido el romanticismo del filósofo alemán como parte clave de su “marxismo melancólico”), es necesario rescatarla como parte de un proyecto anticapitalista imbuido de un rechazo radical a la fantasía iluminista de la ideología del progreso que veía encarnada tanto en la socialdemocracia como en el estalinismo.
En este sentido, en un país como Argentina, marcado profundamente por la memoria de la última dictadura, la búsqueda de la reconexión con las generaciones vencidas del pasado también nos permite ir más allá del solo reclamo de justicia, crimen y castigo a los genocidas, sino además, como parte de esta lucha, salir a reivindicar abiertamente la militancia y la continuidad de nuestra lucha particularmente con la de aquellos, entre la generación obrera y juvenil de esa época, que iban en un sentido de una estrategia obrera y anticapitalista, enfrentando el chaleco de fuerzas que representaba el peronismo. Esto va a contramano de un espíritu de época donde todavía “la víctima” sigue ocupando el centro de la escena, pero lo necesario es restaurar “el derecho a la rebelión”, del militante colectivo que obtiene lecciones estratégicas de las derrotas del pasado mientras pelea por la utopía de la sociedad sin clases del futuro.
Para finalizar, siendo una obra valiosa y estimulante como nos tiene acostumbrados su autor, también cabe decir que esta obra está atravesada por una visión extremadamente sombría, donde, por momentos, parece un texto escrito en los primeros años ‘90, desde una visión de resistencia en la última trinchera, aunque su edición original en inglés apareció en 2016. Este cierto “estado de ánimo” se ve reflejado en otros textos recientes del autor, donde la falta de estrategia se traduce en una valoración positiva del “populismo de izquierda” y del pensamiento de Laclau, así como de la lógica del “mal menor” [10].
Y, sin embargo, hoy se puede, y se debe, ir más allá de la melancolía para reconectar al marxismo con el movimiento de masas cuando tienen lugar fenómenos de la lucha de clases, aún en una forma que dista de la “clásica”, como los chalecos amarillos, la más que inédita lucha de los obreros de las maquiladoras en México, los síntomas de la recomposición de la clase obrera norteamericana como en la lucha de los docentes y luego contra el “cierre” del gobierno de Trump, a la vez que el significativo resurgimiento de la popularidad de la idea de socialismo en las generaciones de millennials y centennials de EE. UU. aunque hoy los que se consideran sus referentes actuales, como Sanders, Corbyn u Ocasio Cortez, estén más cerca de algunas medidas utópicas de reforma del capitalismo para “humanizarlo”. Sin dudas, aquí también hay un trabajo que hacer desde el marxismo revolucionario para que esta juventud que redescubre a la izquierda no empiece desde cero y, a contramano de un mundo capitalista signado por la vuelta del nacionalismo de las grandes potencias, las intervenciones imperialistas, el desarrollo de fuerzas xenófobas y nacionalistas, no herede las ilusiones “progresistas” ni la visión de la historia propias de la socialdemocracia a las que se refería Benjamin. |