La historia es conocida: a principios de 1968, en una escala que realiza en Madrid, a su regreso al país desde Cuba, Rodolfo Walsh logra asistir a la residencia de Puerta de Hierro, la Quinta 17 de Octubre donde el general Juan Domingo Perón vive su exilio. Walsh no es peronista, por más que haya escrito una década antes el libro más importante de la resistencia peronista (Operación Masacre). Es más, en 1955 era partidario de la “Revolución Libertadora” e incluso llegó a escribir un texto en homenaje a uno de los aviadores que bombardearon la Plaza de Mayo. Así y todo, va al encuentro, y allí el viejo líder le presenta al dirigente sindical Raimundo Ongaro.
Tras su regreso de Cuba, entonces, Walsh fundó y se puso a dirigir el semanario CGT, de la combativa CGT de los Argentinos, y redactó su convocatoria del Primero de Mayo (1968). Allí publicó la serie de notas (siete) que luego, compiladas y retrabajadas, conformarán aquello que el periodista Rogelio García Lupo denominó como “el folletín de la clase obrera”, es decir, el libro ¿Quién mató a Rosendo?
Walsh ya había participado, en 1966, de las elecciones de la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa, y al año siguiente, junto a los hermanos Viñas, había integrado el Consejo de Redacción de la revista Problemas del tercer mundo, pero lo del semanario CGT realmente fue otra cosa. Resulta evidente que esa experiencia fue un verdadero parte aguas en su vida. Allí Walsh palpó cuánto podía aportar desde el oficio del periodismo a la lucha revolucionaria, se formó teórica y prácticamente en el marco de un proceso que exigía conceptualizar las apuestas emprendidas y repensar las acciones en función de los cambios operados en la coyuntura.
De allí en más, en sus notas para empresas periodísticas (como las emblemáticas que realizó para Panorama, caracterizadas por Daniel Link como una verdadera “incursión antropológica” desde el oficio), Walsh prestará cada vez más atención a la cuestión económica y las condiciones de vida en las grandes ciudades y se esforzará por sostener una “formación marxista” (en momentos de desánimo, rescatará la “divina paciencia” que tuvieron hombres como Marx, Engels y Lenin). De hecho, quienes compartieron los días junto a él en esos tiempos, destacan que, mientras armaban el proyecto del diario CGT, mantenía sobre su escritorio los escritos de Lenin sobre la prensa.
Allí, en esa experiencia magistral del periodismo obrero en Argentina –como decíamos– Walsh publicará las notas que conformarán luego el libro ¿Quién mató a Rosendo? Notas que se diferencian del trabajo emprendido para elaborar Operación Masacre –donde libraba una batalla periodística “como si existiera” la justicia, según sus propias palabras–, fundamentalmente, porque en 1968 escribe en el marco de otra etapa de su formación política, convencido de que sus escritos forman parte de una “impugnación absoluta del sistema”, tal como comentó en la entrevista publicada en el N° 110 de la revista Siete Días (16 al 22 de junio de 1969). Entrevista en la que declara que entiende a su libro como una “contribución más contra ese sistema nefasto de sindicalismo” que cree “debe ser aplastado”.
Queda claro que la experiencia, junto a muchos de los obreros que protagonizaron la resistencia peronista, llevarán a Walsh no solo a modificar su percepción sobre la política argentina, sino además sobre las potencialidades del periodismo, y las posibilidades de intervención colectiva que se abrían para su devenir singular. ¿Por qué fue posible esta experiencia del periódico CGT?, se pregunta. Y la respuesta es de una lucidez que abruma: fue posible no “porque la inventara yo, sino porque los trabajadores argentinos se organizan en la CGT rebelde y ellos me dan a mí la oportunidad de poner mi instrumento a su servicio. Si ese canal no existe, a mí o a vos individualmente nos resulta imposible fabricarlo. De hecho, nuestros canales de comunicación están permanentemente obstruidos por el aparato cultural de la burguesía, que no deja correr ni un hilito”, sostiene en una entrevista que le realiza La Opinión Cultural (11 de junio de 1971) junto a Miguel Briante, bajo el título de “Narrativa argentina y País real”. Allí Walsh sostiene que con el trabajo de “Rosendo” se dio cuenta que esa dinámica comenzaba a ser la “esencia” de su oficio. “Ahí yo recuperaba algunas cosas, hasta del oficio de narrador, que me servían. Pero este es un problema que no lo podes resolver vos solo”, asegura.
Además de estas notas que terminarán componiendo Rosendo, en CGT publica la serie “La secta del gatillo y la picana”, donde denuncia el accionar delictivo y violento de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que relaciona con los métodos de la Revolución Libertadora.
El cierre de esa etapa también es conocida. Debilitada la CGT-A por varios motivos (entre ellos, el “tactitaje” de Perón, que Walsh tanto critica) se sumerge en una militancia política orgánica (en el Peronismo de Base/Fuerzas Armadas Peronistas primero, en Montoneros después), y los rastros de escritura se van perdiendo, o se van tornando “clandestinos”, “impersonales”, como gustaba decirse en la época.
Así y todo, la enseñanza queda, y Walsh puede ser calificado como uno de los grandes maestros del periodismo político argentino. Su etapa en CGT es de las más ricas, porque muestran como una experiencia de organización colectiva potencia el obrar individual de un periodista que, a su vez, con su aporte específico, logra dotar a esa organización de una calidad determinada de comunicación popular, indispensable para librar la batalla cultural necesaria para, junto con los combates específicamente económicos y políticos, derrotar al capital, y edificar una sociedad donde una clase no explote a otra. |