El neoliberalismo ha fragmentado a las clases explotadas y los grupos socialmente oprimidos en identidades parciales, separándolas en luchas limitadas por sus reivindicaciones. Lo más revulsivo de la lucha de la comunidad LGBTI fue hegemonizado poco a poco por gay blancos y de clase media que dirigieron las numerosas ONG’s que surgieron en los años difíciles en la lucha contra el HIV/SIDA y que se abocaron al lobby parlamentario, que aceptaron el convite del neoliberalismo a integrarse a una sociedad que dejó de cuestionar y a la conquista de derechos parciales desligados de cualquier perspectiva radical de crítica.
En una época de resurgimiento del neoliberalismo y de gobiernos de derecha, es más importante que nunca que la comunidad retome su tradición de lucha más radical y adquiera consciencia de clase para pelear, junto a todos los oprimidos, contra un sistema que se vale de la homofobia y el machismo para seguir dominando.
La clase obrera
Es absurdo pretender que la clase obrera y la comunidad lgbti+ son cosas que van por caminos separado. La clase obrera está compuesta por personas, y en tanto personas, hay algunas pertenecientes a la comunidad a la cual nos referimos. Ha sido un logro del neoliberalismo hacernos creer que la lucha lgbti+ pertenece a personas blancas y de clase media.
En este sentido, es indispensable que la comunidad adquiera consciencia de clase, ¿pero qué es y cómo se obtiene?. La clase obrera cobra existencia cuando algunos hombres y mujeres, por sus experiencias comunes, sienten y articulan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres y mujeres cuyos intereses son distintos a los suyos. La experiencia de clase está ampliamente determinada por las relaciones de producción en las que los hombres y mujeres nacen o en las que entran de manera involuntaria. La conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias en términos culturales: sistemas de valores, por ejemplo. Si bien la experiencia aparece como algo determinado, la consciencia de clase no lo está.
El marxismo no define la clase en términos de estilo, estatus, ingresos, acento u ocupación. El concepto estadounidense de «clasismo» parece sugerir que la clase es, sobre todo, una cuestión de actitud. Pero el marxismo no es una cuestión de actitud. La clase, tiene que ver con dónde estamos situados dentro de un modo de producción concreto, ya seamos esclavos, agricultores autónomos, dueños de capital, vendedores de nuestra propia fuerza de trabajo, pequeños propietarios, o lo que sea.
El capitalismo confunde las distinciones, aplasta las jerarquías y mezcla con promiscuidad las formas de vida más diversas: es algo consustancial a su propia naturaleza. Allí donde hay un lucro que obtener, negros y blancos, mujeres y hombres, son tratados con impecable ecuanimidad. No debería sorprendernos, pues, que el capitalismo avanzado engendre imágenes engañosas de una supuesta ausencia de clases. No se trata simplemente de una fachada tras la que el sistema oculta sus verdaderas injusticias: forma parte de la naturaleza misma de la bestia.
El marxismo no se centra en la clase obrera porque encuentre una especie de virtud deslumbrante en el hecho mismo del trabajo. Tampoco asigna tanta importancia política a la clase obrera porque sea supuestamente el más oprimido de los colectivos sociales. Hay muchos grupos (las personas trans y travestis, por ejemplo) que suelen estar más necesitados que el trabajador medio. El factor más decisivo, el que la hace verdaderamente importante para los marxistas, es el lugar que ocupa dentro del modo de producción capitalista. Solo quienes estén en ese sistema, conozcan su funcionamiento y hayan sido organizados gracias a él como una fuerza colectiva cualificada y políticamente consciente, tan indispensable para el buen funcionamiento de aquel como dotada de un interés intrínseco por derrocarlo, tienen la posibilidad de conquistarlo y gestionarlo en beneficio de todos y todas.
Experiencias para rescatar del pasado
No siempre, la comunidad lgbti+ se ha separado de la lucha de la clase de obrera. Es decir que no siempre se ha limitado a reclamos parciales y que le permiten adaptarse dentro del sistema, limitándose en expresar su “pelea” prácticamente solo a través de las marchas del orgullo gay y negando las necesidades y vulnerabilidades de los sectores más oprimidos dentro de la comunidad, como lo son las personas trans y travestis.
La revolucion rusa
La Unión Soviética en 1922 fue el primer Estado en el mundo que despenalizó el delito de la sodomía. Durante los primeros años de la revolución, al menos hasta 1928, la vertiente libertaria del pensamiento bolchevique hegemonizó, en términos generales, los abordajes hacia el asunto. En el transcurso de la década del ‘20, y ya una vez que se clausura el proceso revolucionario en Europa y el stalinismo se va cristalizando como una burocracia política, las tendencias más libertarias van perdiendo peso al interior del Partido Bolchevique. Es en este marco que las nociones reproductivistas de la sexualidad se convirtieron en oficiales, utilizando todo el peso del Estado y la ley para reforzar un modelo de heterosexualidad obligatoria.
Ideológicamente para el stalinismo la vida privada de las personas no era políticamente relevante y las cuestiones sexuales eran distracciones burguesas. El contexto internacional también coadyuvó en este proceso. El ascenso de los nazis al poder a partir de 1932 fortaleció una retórica homofóbica a nivel internacional y la búsqueda de chivos expiatorios. La homosexualidad comenzó a ser señalada por el Estado como una desviación de clase y los homosexuales como “infiltrados” del fascismo.
Los homosexuales rusos no lograron durante la década del ‘20 constituir una organización política que aprovechara los cambios introducidos por la revolución. Políticamente desarmados, las posibilidades de una acción autónoma de resistencia eran lejanas, y mucho más a medida que las alas de la izquierda bolchevique fueron diezmadas y liquidadas bajo el terror stalinista. En este marco inscribieron la recriminalización de la homosexualidad entre 1933-35 como parte de una política general tendiente a reforzar los roles de género y los mecanismos de control y disciplinamiento social.
Stonewall
La sociedad de aquel entonces, cuando se dio la revuelta de Stonewall el 28 de junio de 1969, se encontraba fuertemente moldeada por la propaganda estatal conservadora sobre la familia y la sexualidad. Este discurso sobre la moral y las buenas costumbres, arraigadas en la heterosexualidad como norma, era impulsado por los gobiernos americanos como el de McCarthy e instituciones como la Iglesia. La propaganda maccartista también era dirigida contra los comunistas o anarquistas que eran considerados un riesgo. Por otro lado, la persecución y el hostigamiento policiales eran constantes. Esta situación llevaba a que la vida de las personas LGBTI fuese en gran medida clandestina, reducida a lugares específicos como barrios de las grandes ciudades y a bares clandestinos manejados por la mafia, como el caso de Stonewall.
Los disturbios de esa noche se extendieron durante dos días más con barricadas, corridas y enfrentamientos cuerpo a cuerpo con la Policía. Con este acontecimiento, que cobró notoriedad pública en los periódicos, surgió el movimiento de la diversidad sexual en reclamo contra la represión y el acoso de las fuerzas represivas y el Estado.
Stonewall fue el puntapié de un movimiento que partió de una defensa elemental contra el acoso de las fuerzas represivas del Estado y su legislación reaccionaria, a pugnar en su expresión más radical por la liberación sexual y luchar contra el capitalismo.
Dos figuras destacadas durante los eventos que se relatan fueron Marsha Johnson y Sylvia Rivera. En las redadas de Stonewal,l Sylvia (foto de portada) fue una de las protagonistas más aguerridas y también más crítica hacia las estrategias del movimiento de la diversidad sexual. Sostenía que luego de Stonewall las organizaciones lésbicas u homosexuales fueron perdiendo su filo revulsivo y la lucha que se expresó en las calles de forma crítica hacia el orden establecido, fue girando a una estrategia que depositaba la confianza en la estrategia del lobby parlamentario.
Mayo Francés
El Mayo Francés representó un movimiento profundo de cuestionamiento al orden de posguerra, pero implicó también una aguda crítica a los valores y las normas de la vida cotidiana. Aunque en el fragor de las jornadas, los cuestionamientos en torno al orden de la sexualidad no ocuparon un lugar central, si lo harán unos pocos años después.
En marzo de 1945 el orden de posguerra que el Estado francés impuso en el terreno de la sexualidad estuvo orientado, centralmente, a lograr la repoblación. Las autoridades fomentaron un conjunto de políticas que colocaban a la procreación y a la familia como los únicos objetivos de una sexualidad normativa. Sobre la base de esa meta existía una idea sostenida por el Estado y las clases dominantes de que la pérdida de la moralidad por parte de la población, agravada por la guerra, se expresaba en una serie de anomalías sociales que iban desde la baja natalidad y la delincuencia juvenil, hasta la homosexualidad. En julio de 1960 el parlamento votó la Enmienda Mirguet, en la cual la homosexualidad era considerada una “plaga social” junto al alcoholismo y la tuberculosis, autorizando al gobierno a tomar medidas contra su expansión.
En este contexto, la única organización que nucleaba a gays y lesbianas francesas era la revista Arcadié, fundada por André Baudry, en 1954. No se trataba propiamente de una organización política, reunía al movimiento homófilo francés de la época. Predominantemente de clase media, estaba conformado por intelectuales, profesionales, hombres y mujeres del mundo de las letras y la cultura. Era una estructura política y socialmente conservadora, que argumentaba que “la hostilidad pública a los homosexuales es en gran parte resultado de su comportamiento escandaloso y promiscuo” y que en ese sentido los homófilos “ganarían una opinión positiva del público y de las autoridades mostrándose como discretos, dignos, virtuosos y respetables”.
Sin embargo, sin el Mayo del 68, su espíritu de liberación y su cuestionamiento radical a todos los órdenes de la vida no se explica la emergencia, pocos años después, de la homosexualidad como una cuestión política y la liberación sexual como una causa anticapitalista, vinculada al resto de las luchas contra la explotación y la opresión. Aunque el Mayo del 68 no fue muy receptivo de las luchas de los homosexuales, sí aportó a crear un ambiente en el que fue posible que emerjan estos cuestionamientos. Por su parte, las barricadas de Stonewall y los Frente de Liberación Homosexual que surgieron a partir de allí en Estados Unidos, aportaron el modelo organizativo y una clara ruptura con las estrategias del movimiento homófilo, que hegemonizó el activismo homosexual durante las primeras dos décadas de la posguerra.
La clase obrera y la comunidad lgbti+ comparten enemigos comunes y anhelos similares: una sociedad sin explotación ni opresión de ningún tipo
Como se ha analizado, la clase obrera y la comunidad lgbti+ comparten demandas por las cuales deben pelear en conjunto. Pero eso no significa que la comunidad deba diluirse dentro de la clase obrera y perder sus caracterizaciones, demandas particulares, e ignorar injusticias que no todas las personas de la clase obrera sufren.
En nuestro país hasta el 2012 existían códigos contravencionales y de faltas que contenían artículos que habilitaban detenciones por identidad de género, orientación sexual o prácticas sexuales no normativas. Éstos expresamente sancionaban el “homosexualismo” o el “travestismo”, entre ellos los códigos de las provincias de Formosa, Mendoza, Neuquén, Santa Fe y Tierra del Fuego.
El caso de Higui, refleja que el poder judicial amparado por los Gobiernos patronales, no puede ofrecernos una solución frente a la escalada de violencia machista que sufren las mujeres. Cada 18 horas una mujer es asesinada por ser mujer. Higui estuvo presa por ser lesbiana, mujer y pobre, pero también por haberse defendido y sobrevivir.
La sanción de las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género y la derogación de artículos que penalizaban la homosexualidad y a las personas trans y travestis permitieron que 10 mil personas pudieran acceder a su identidad registral y miles de parejas pudieran casarse. Pero es necesario dejar en claro que la igualdad material nunca será subsanada con este tipo de legislación, donde se sigue estigmatizando a las personas LGTBI. Muchas de las cuales ya tienen que enfrentarse a situaciones de calle desde la adolescencia por la discriminación de su familia, en las escuelas o los lugares de trabajo.
Al principio de este trabajo se explicó que la clase obrera, ocupa dentro del modo de producción capitalista un lugar estratégico para dar la pelea por la revolución. Es por esto que la clase obrera debe hacer suyas las demandas de la comunidad lgbti+ (y de todos los oprimidos) y así, juntos, dar la pelea.
Un pequeño pero gran ejemplo de los que sucede cuando esta unión se da, es el de la fábrica Madygraf (ex Donnelley). En este caso, una trabajadora había mantenido oculta su identidad sexual para preservar el trabajo. Con ayuda de sus compañeros se empezó a discutir sobre la discriminación hacia los sectores LGBTI+; para que la compañera trans de a poco fuera declarando su identidad. Cuando vio la organización que había dentro de la fábrica, que defendían los derechos de la comunidad y todos los que son discriminados por esta sociedad, ella se fue declarando. Desde la Comisión Interna se garantizó que la compañera tuviera su espacio, su baño y lugar donde cambiarse. Y la empresa tuvo que cumplir con esto para que ella pudiera estar cómoda.
Revisitar la experiencia de estas experiencias que se han analizado es, a fin de cuentas, volver a poner sobre el horizonte una perspectiva que se proponga unir lo que las clases dominantes separan artificialmente con el propósito de perpetuar su dominio. Porque la clase obrera y la comunidad lgbti+ comparten enemigos comunes y anhelos similares: una sociedad sin explotación ni opresión de ningún tipo. |