“Hola, ¡Buen día! Mi nombre es Valentina. Nos estamos contactando...” Y así más de 200 veces al día: “Buen día, buen día...”
¿Qué si es un buen día para la gente que llamamos? En muy pocos casos. Y no porque esta vida no merezca la pena, sino porque las condiciones para que así sea las digitan otros: el FMI, la Iglesia, políticos de los empresarios como el macrismo y el peronismo, sus amigos dueños de las grandes empresas que precarizan jóvenes hace décadas y la burocracia sindical que si está lejos de sus bases de trabajadores en blanco y de planta permanente ni hablemos de la distancia en la representación que tienen con la juventud en negro y de contratos basura.
Pero no, señora. No puedo decirle, al menos en este llamado, que todos ellos son responsables de que quizás no tenga un buen día, y que eso sea porque no le alcanza la plata para vivir dignamente. Ojalá pudiese decirle que la entiendo más de lo que imagina, que no quisiera molestarla con mi insistencia, es que me están escuchando. La entiendo.
Me acabo de bajar del colectivo y del subte, donde voy junto a miles de personas viajando como vacas al matadero luego de haber pagado casi $20, que también pagaremos para volver a nuestras casas, e imagino,qué distinto sería si los servicios los manejaran los trabajadores como nosotros, esos que no quieren ser aplastados, que quisieran viajar como corresponde.
La entiendo y me da bronca que no tenga un buen día, porque pienso en mi abuela cuando le hablo y porque pienso en todos los abuelos por los que salí a luchar junto a otros miles, las jornadas del 14 y el 18 de diciembre contra la reforma previsional.
La entiendo usted y a Roberto, el hombre con el que acabo de cortar el llamado anterior. Se había quedado sin trabajo hace una semana. “Ojalá Roberto la pelee” pienso, ojalá vea otros ejemplos como el de los trabajadores y las familias de Coca Cola, y la pelee.
Me distraen los insultos de mi compañero de al lado. Ya no puede más del dolor de garganta, vino destrozado, pero vino porque “está dura la empresa” y le da miedo faltar. Quiere quedar efectivo y dejar de girar de changa en changa... Él no es la excepción, tampoco mis amigos que buscan laburo hace meses y tuvieron que dejar de estudiar porque no podían ni siquiera pagar la SUBE. Qué distinto, repito, si los servicios no estuviesen en manos de millonarios inescrupulosos.
“Te vas a mejorar pronto, tranquilo”, le digo y pienso que asegurarle que va a estar mejor en mi caso es con la mejor intención, no así, cuando algunos políticos prometen que “todo va a mejorar después de las elecciones” como repite alguna gente en los llamados, con toda ilusión en una oposición de los partidos tradicionales, esos mismos que ya gobernaron y que no van a poder mejorar nada porque van a seguir negociando con el FMI. No hay mejora posible si pagamos la deuda. Hay que derrotar a Macri, al FMI, y a los gobernadores.
Por eso cuando salgo, finalmente, de mi turno laboral, y a pesar de los llamados, y a pesar del apriete de la empresa, quiero seguir hablando con las Claudias, con los Robertos, con los pibes como mi compañero de laburo, porque sé que hay otra alternativa que me representa como joven que nada tiene que ver con “los de arriba”. Otra alternativa política a esta vida de miseria, y que cuando salgo encuentro en las calles, en la universidad y en mi barrio para construirla. Esa alternativa política como la que propone Nicolás del Caño, de trabajadores como yo, que le ponen el oído, la cabeza, la espalda (esa espalda que las sillas rotas del call no bancan), y dejan su vida día a día en los lugares de trabajo. Una alternativa política para dar pelea junto a los pibes con la garganta reventada, junto a las pibas por el aborto legal, por los jubilados, por los trabajadores como Roberto, y como vos, por nuestros amigos, y que se pone de pie para que esta vez la crisis la paguen los capitalistas, y para que sí sean buenos días pero para darlo vuelta todo. |