¿Cómo llegan las fuerzas independentistas al arranque de una campaña en la que Cataluña volverá a ser centro de la agenda? El bloque del “procesisme” se mantiene entre la Izquierda Revolucionaria Catalana (ERC) cada día más dispuesta a volver a la normalidad autonomista -posponiendo sine die la demanda del derecho a decidir- y la lista de JxCat que, con algo más de discurso grandilocuente y puede que mayor resistencia a entregar sus votos para una investidura de Sánchez, se mantendrá en los hechos en la posición de socio exigente si hay una reedición del gobierno post moción de censura.
El Front Republicà -impulsado por el sector más soberanista de la CUP, Poble Lliure, junto a Som Alternativa del exsecretario general de Podem, Albano Dante, y el Partido Pirata- pretenden diferenciarse del “procesisme” negándose a investir a Pedro Sánchez si este no acepta el referéndum, la libertad de los presos y el fin de la represión. Pretenden recuperar la “hoja de ruta” de la desobediencia institucional -está vez añadiéndole el bloqueo de la gobernabilidad española-, para retomar la lucha por la república catalana.
El otro gran agente del independentismo, la CUP, ha optado por no concurrir a los comicios. Una decisión que fundamentan en concentrar su marco de intervención política al de los Païssos Catalans, priorizar la vuelta al territorio más cercano de intervención -de ahí su apuesta por las elecciones municipales- y fortalecer la movilización y autoorganización popular.
La decisión táctica de no presentarse puede compartirse o no. En mi caso suscribo plenamente que se ha perdido una buena oportunidad para haber tratado de nuclear “una candidatura en todo el Estado que se proponga dar una expresión política de clase y anticapitalista a quienes han hecho una amarga experiencia con el neorreformismo o la dirección procesista catalana”, como les proponíamos, así como a Anticapitalistas, desde la CRT.
Pero más importante que optar por presentarse o no hacerlo, considero que es profundizar en sacar las lecciones que ha dejado el llamado “procés”, en el marco de la profunda crisis del Régimen del 78 y las diversas expresiones sociales y políticas que ha generado en estos 8 años -si tomamos desde el 15M- para pensar los mimbres de la alternativa política que desde la izquierda que nos reivindicamos anticapitalista y de clase urge poner en pie.
El “fin de ciclo” de Podemos y la dirección procesista ¿qué tienen en común?
Vamos camino de los siete años desde la primera gran Diada de 2012 y de cinco desde la emergencia de Podemos, y hoy podemos decir que estamos frente al “fin de ciclo” de dos grandes proyectos políticos que han actuado de dirección y desvío de ambos movimientos sociales y democráticos.
Por un lado, la hipótesis Podemos de “asaltar” las instituciones para romper los “candados del 78” se ha convertido en un proyecto de cogobierno con el PSOE -el mismo que aplicó el 155 y es parte del juicio del procés con la Abogacía del Estado- para apuntalar el Régimen, su Constitución y evitar una redefinición del mismo por la derecha. La renuncia explícita a desarrollar las fuerzas sociales que empezaron a surgir del 15M en adelante -para lo cual era imprescindible cruzar armas con la burocracia sindical que mantuvo al movimiento obrero muy por detrás de la situación-, el entender la acumulación de fuerzas como acumulación de votos y video-política y el adaptar a la baja y sin límites el programa para ser aceptables, ha terminado en una reedición senil de la IU de Cayo Lara y Llamazares.
Una integración en el Régimen que tuvo su mejor expresión en la posición sostenida en el “otoño catalán”, negándose a la más mínima movilización contra la represión y ubicándose en el campo constitucionalista con la propuesta de referéndum pactado y dentro del mismo marco legal que lo hace imposible.
Por el otro, la dirección del procés tras intentar desgastar el movimiento democrático catalán durante cinco años de dilaciones y movilizaciones controladas, vio como en las jornadas del 1 al 3 de octubre una inmensa movilización social hizo posible el referéndum y una gran huelga general. Sin embargo, esa gran fuerza social no encontró pistón por el que convertirse en fuerza de cambio. La dirección burguesa y pequeñoburguesa del independentismo trabajó por desactivarla y mantener exclusivamente la senda de la desobediencia institucional hasta que el Estado central lo permitiera.
Como la fórmula de votos+discurso de Podemos, la de desobediencia+simbolismo se mostró igual de impotente, aunque mucho más trágica. Ambos habían sacado de la ecuación nada menos que la lucha de clases que, mal que les pese, sigue siendo el motor de la historia.
El “fin de ciclo” del procés abre el debate en el movimiento democrático catalán
En el caso catalán este “fin de ciclo” del “procesisme” ha hecho que en el movimiento independentista cunda cierta desmoralización, mucha desorientación y algo de autocrítica y reflexión. Si formulamos la pregunta ¿Qué salió mal? Encontramos dos grandes tipos de respuesta.
En primer lugar, las que culpabilizan en exclusiva a la represión del Estado y, por lo tanto, no queda más alternativa que volver al redil autonomista, poner la esperanza en que algún día la misma UE que reventó al pueblo griego venga en “rescate de la democracia” o simplemente sumirse en la desmoralización.
En segundo, las que consideran que el Govern catalán claudicó, no llevó su mandato y el del 1-O hasta el final. Tras el referéndum y el 3-O desaprovecharon el momento y esa gran fuerza social, y una vez proclamada la república el 27-O no llamaron a defenderla con la movilización.
El primer sector sigue atrapado en el “procesisme” en una de sus nuevas “pantallas”. Toca resistir con simbolismo y lazos, apelar a Europa y buscar sobrevivir sin alentar nuevos envites represivos.
En el segundo se encuentran quienes están buscando nuevas hipótesis para retomar la lucha democrática del pueblo catalán, como sucede en el seno de la CUP y la izquierda independentista.
Y en un punto intermedio se encuentra el sector soberanista que representa el Front Republicà, que a la crítica al retorno al autonomismo de parte de la dirección procesisme tras el 27-O y el 21D, opone volver a la casilla de salida de la desobediencia institucional ya ensayada.
¿Cómo se llegó al 1 y 3 de octubre? esa es la cuestión
Partiendo de compartir gran parte de la foto fija que los sectores más críticos con el “procesisme” tienen del otoño del 2017, o al menos de sus resultados finales, pienso que hace falta revisar no solo qué pasó en aquel largo mes de octubre, sino, y sobre todo, cómo se llegó de preparados, o no, a aquellas jornadas.
Que el govern de JxSí se negara a convertir el 1 y 3 de octubre en una movilización popular basada en la autoorganización popular, el control del territorio y métodos como la huelga general, no es algo que debiera sorprender a nadie. A no ser que consideremos que quienes han sido los representantes de las grandes familias y, hasta hace “cuatro días”, los virreyes del Régimen del 78 en Catalunya, estuvieran dispuestos a convertirse en los instigadores de algo al menos “muy parecido” a una situación revolucionaria.
Sin embargo, esta previsión, a mi entender elemental, no fue hecha por ninguna fuerza política, ni si quiera por la CUP. La confianza en el govern y Puigdemont de parte del movimiento democrático era casi absoluta, y también los diputados cupaires la alimentaron, no solo en los meses -y años- previos, sino con toda la política de “mano extendida” en lo nacional a convergentes y ERC desde 2012.
Tributarios de una visión etapista para la conquista de los derechos democráticos nacionales, la CUP asumió como inevitable que tocaba marchar junto a quienes en ningún caso iban a desarrollar las fuerzas sociales capaces de derrotar al Régimen, y por esa vía, debilitaba al mismo tiempo la capacidad de incorporar de forma decisiva dichas fuerzas -en especial la clase trabajadora- al movimiento democrático para disputar la hegemonía a los herederos del pujolismo y parte del Tripartit.
Que la izquierda independentista marcara a fuego una independencia política de esta dirección era una necesidad insoslayable. No en 2017, sino desde el inicio del llamado “procés”. Esto no excluía unidad de acción, por ejemplo, para llevar adelante el referéndum o enfrentar la represión. Pero siempre sin el menor apoyo político al govern -y menos a sus políticas antiobreras como los Presupuestos- y promoviendo la creación de un ala de independencia de clase dentro del movimiento democrático.
La claudicación o traición era inevitable, a no ser que también se hubiera asumido el relato mágico y naif de que la república vendría por una demostración de voluntad popular y sin la feroz resistencia del Estado heredero del franquismo. No advertir de ello era renunciar a conformar un sector educado en la desconfianza en esta dirección y su hoja de ruta de “la ley a la ley” y sin lucha de clases –tal y como se recogía en la Ley de Transitoriedad-.
Pero también, consecuentemente, se renunciaba a vincular de forma intransigente la lucha por el derecho a decidir con la derrota del Régimen del 78, y por lo tanto en una lucha común con los sectores populares del resto del Estado, y con las grandes demandas sociales que se vienen expresando en plazas, barrios, facultades y centros de trabajo desde el 15M.
Era necesario construir un ala que levantara un programa abiertamente anticapitalista, por más que este asustara a los sectores de la burguesía y pequeña burguesía que han sido la base histórica de convergentes y ERC. Solo así el movimiento podría haber empalmado con amplios sectores populares, y en especial de la clase obrera, que -incluso cuando muchos de ellos participaran en las jornadas del 1 y 3 de octubre- no habían sido parte del movimiento los años anteriores.
La independencia de clase como perspectiva estratégica
Hoy sectores de la izquierda independentistas asumen que no llegaron bien preparados políticamente a aquel otoño. Pero las razones no se encontrarán, exclusivamente, en lo que se hizo o dejó de hacer en aquellos días, sino, sobre todo, en los meses y años anteriores.
La falta de esta independencia política es la que explica que también la misma izquierda independentista asumiera la “ilusión” de que por medio de la desobediencia institucional y una movilización popular que no había desarrollado ningún ala abiertamente de clase y, al menos, desconfiada de su dirección, se podía conseguir ejercer efectivamente el derecho a decidir.
Eso explica que, incluso durante el mes de octubre, no hubiera una ruptura abierta con Puigdemont y su gobierno. Asumido lo central de su hoja de ruta, solo cabía presionar para que la llevara hasta el final. Sin embargo, frente al Estado español, su 155, sus piolines -y los obedientes Mossos- y su judicatura, ninguna resolución del Parlament, fuera lo que fuera jurídicamente, podía hacer nada.
Si después del 3-O los diputados cupaires hubieran adoptado una política de ruptura con Puigdemont hubiera sido mejor sin duda. Aunque, posiblemente el giro llegara tarde. Hubiera encontrado seria dificultades para ser asumida por su propia militancia y los sectores que influenciaban –que llevaban 5 años formados en la política contraria- y sobre todo sin las fuerzas sociales donde “hacer carne” esta alternativa –en la clase obrera y sectores populares, ya que esto no es algo que se pueda improvisar en las jornadas decisivas. Sin embargo, sí que hubiera permitido dejar un jalón de experiencia y lecciones superiores para combatir la desmoralización y comenzar a construir una alternativa para los siguientes embates.
A día de hoy, muchos sectores de la izquierda independentista, los CDR y el activismo que hizo posible el 1 y el 3 de octubre, vienen reflexionando sobre qué salió mal y cómo continuar. Para responder estos interrogantes es imprescindible llegar a cuestionar el abc de la política que evitó la emergencia de una alternativa a la dirección procesista, considerar como necesario la unidad de propósito con los representantes de parte de la burguesía y pequeña burguesía nacional en una supuesta primera etapa o revolución democrático-nacional.
Si algo evidenció el “otoño catalán” es que esa unidad maniató al movimiento popular detrás de las “jugadas maestras” y fue un gran obstáculo para sumar a amplios sectores de la clase obrera catalana y suscitar la solidaridad de la del resto del Estado. La república catalana solo podía conquistarse por la lucha de la clase obrera junto a los sectores populares, quedando vinculada a definir por tanto un carácter de clase opuesto al que le daba la dirección procesista y en una unidad en la lucha con los del resto del Estado contra el Régimen.
Estas son las fuerzas sociales con la capacidad de agrupar a la mayoría social capaz de enfrentar al Régimen del 78, tras un programa que también resuelva los grandes problemas sociales y con los métodos que, en una escala solo de adelanto, se expresaron el 1 y el 3 de octubre: la autoorganización y la huelga general. |