Cuando Christine Boutin [1] pide oraciones por Notre Dame y se izan banderas reaccionarias en homenaje a la catedral destruida por las llamas, cuando muchos comentarios islamófobos invaden el panorama, uno se sentiría tentado a tomar postura haciendo todo lo contrario de esta nauseabunda unidad nacional.
El primer reflejo de quienes no se sienten ni cristianos ni patriotas podría ser declarar que "la única Iglesia que ilumina es la que arde", y asimilar la quema de Notre-Dame con un golpe a esta institución reaccionaria que, entre otras cosas, ha cubierto la violación y el abuso sexual durante siglos, transmitiendo y alimentando a su vez la cultura patriarcal. ¿Podemos distinguir la estética del edificio de la institución que lo patrocinó? ¿Podemos defender una catedral condenando a la Iglesia Católica?
Rechazar la unidad nacional y el recuerdo de manera populista no significa regocijarse con este fuego. Notre-Dame no es solo un edificio religioso, es mucho más que eso. Este edificio milenario, joya de la arquitectura gótica, no es menos patrimonio de los cientos de trabajadores que participaron en su construcción durante casi dos siglos, que de la Iglesia Católica.
Esta catedral es testigo de más de nueve siglos de historia, reliquia de la Edad Media, tras haber sobrevivido a la gran "modernización" haussmanniana [2], que provocó la destrucción de un gran número de elementos arquitectónicos góticos y medievales.
Notre Dame de Paris sobrevivió a la revolución de 1789 ¬–a pesar del saqueo y decapitación de varias docenas de estatuas–, y los comuneros de 1871 la salvaron durante la Semana Sangrienta. El edificio también sobrevivió a las dos guerras imperialistas del siglo XX sin mayores alteraciones y nos recuerda que la historia se escribe en torno a acontecimientos de ruptura, pero que también tiene elementos de continuidad.
La catedral quemada es ante todo un patrimonio de la humanidad, de los hombres y mujeres que la construyeron, un testimonio secular de una historia hecha de explotación, de luchas y de agitaciones. Una historia y sus vestigios que no son en absoluto propiedad de la institución católica; ni tampoco pertenecerán a esos patrones multimillonarios (los Pinault, Arnault y otros empresarios de la constructora Bouygues) que pretenden comprar un poco de publicidad dando menos de la milésima parte de su fortuna para financiar su reconstrucción.
No, quemar una iglesia no es quemar la Iglesia, y oponerse a la Iglesia no significa destruir iglesias. Si es necesario luchar contra la instrumentalización del dramático incendio de Notre-Dame de París, que permite cerrar las filas de las clases dominantes en una unidad nacional reaccionaria, entonces es igualmente importante reivindicar este edificio y su historia, para apropiárnosla. Porque quién sabe qué podría ser de esta obra en una sociedad liberada de las cadenas de la explotación y la opresión... e incluso, quién sabe qué otras, aún más bellas, podrían construirse después de ella.
Traducción: Ali Karku |