Cientos de miles de argelinos participaron de las protestas de este viernes en la décima semana de movilizaciones. Tras haber logrado tirar abajo al presidente Abdelaziz Bouteflika, ahora exigen la caída completa del viejo régimen.
"No les va a servir ninguna maniobra para detenernos. El pueblo está decidido a completar lo que inició. Deben irse y van a irse", explicaba un joven procedente de los barrios altos de la capital mientras compraba una bandera en las decenas de puestos ambulantes que hay en las veredas.
Los manifestantes se reunieron en las escaleras de la sede de correos, un majestuoso edificio de estilo otomano que es uno de los símbolos de la capital, Argel, en medio de un fuerte operativo de las fuerzas represivas.
Como en los viernes precedentes, "degás, degás" (fuera, fuera) y "la legitimidad pertenece al pueblo" fueron los eslóganes más repetidos entre un flamear continuo de banderas de Argelia y de la comunidad bereber (amazigh).
Tras lograr la caída del expresidente Bouteflika los manifestantes no aceptan que ninguno de los miembros de la casta política y militar que formaron parte de su gobierno se hagan cargo de la transición política.
En esta transición no podrían estar, según los manifestantes, ni el presidente del Senado, Abdelkader Bensalah, jefe de estado interino, ni el exministro de Interior y actual líder del gobierno, Nouredin Bedaui.
Tampoco tiene lugar el jefe del Ejército, el general Ahmad Gaïd Salah, mano derecha del mandatario durante quince años y el hombre que forzó su renuncia hace un mes al exigir que se aplicara el artículo de la Constitución que permite inhabilitar al presidente por motivos de salud.
Desde entonces, Gaïd Salah se ha convertido en el hombre con más influencia en el país pese a que el movimiento popular lo rechaza por ser parte del círculo de poder y por múltiples escándalos de corrupción.
Depuración para intentar limpiar la imagen del viejo régimen
Salah, que ha denunciado una "conspiración interna" respaldada desde el extranjero -pero sin aclarar detalles- aplaudió esta semana la puesta en marcha de una supuesta campaña de "manos limpias" en la que el principal objetivo es un grupos de empresarios más cercanos a Bouteflika.
En particular contra Issad Rebrab, multimillonario dueño del mayor conglomerado de empresas privadas del país, amigo cercano del presidente de Francia, Enmanuel Macron, y vinculado al poderoso jefe de los servicios secretos argelinos, Mohamad Mediane "Tawfik", depuesto por sorpresa en 2015.
Y contra la adinerada familia Kouninef, mecenas de Bouteflika desde la década de los setenta, y el presidente del círculo de empresarios de Argelia, Ali Hadad, detenido semanas atrás cuando trataba de escapar del país.
La décima manifestación popular coincide este viernes con varios cambios importantes también en empresas estatales, como la compañía nacional de hidrocarburos Sonatrach, en un intento más por aparentar una ruptura con el régimen de Bouteflika por parte de quienes desde hace años han estado a su lado.
Esta "depuración" interna, contra parte de un sector de la burguesía argelina que durante años se benefició de su relación directa con Bouteflika, muestra las fricciones por arriba que incluye a la casta política, militar y empresaria para buscar restabilizar al régimen sacrificando a algunas de las figuras más repudiables.
El viejo régimen argelino sacó las lecciones de la primavera árabe de 2011 y pretende, como en Egipto, que el Ejército cumpla un rol central de la transición, y si es necesario el de Gobierno. Sin embargo, como se ve en las movilizaciones actuales que no cesan, y piden la caída de todo el régimen, nada indica que lo pueda hacer sin grandes contradicciones. |