Una trama que involucra a Bergoglio, al Opus Dei, al Poder Judicial y a varios miembros de la alta sociedad de Buenos Aires. El reclamo de los hermanos Green, herederos del fundador del colegio de Belgrano R.
En 2017 el diario La Nación publicó un par de notas sobre un hecho curioso ocurrido en las puertas del selecto colegio Belgrano Day School del barrio porteño de Belgrano R. En su edición del viernes 21 de abril, el medio predilecto de la clase media alta argentina se sorprendía porque un grupo de personas llevaban días “acampando” y haciendo “huelga de hambre” en las escaleras del colegio, mientras cientos de estudiantes y docentes pasaban a su lado.
“Los herederos legítimos del colegio fuimos apartados y vivimos en la pobreza”, decía uno de los carteles que portaban, precisamente, algunos de esos herederos frente a la fachada de la institución.
Pero lo más curioso del caso no fue ese acampe que alteró la rutina del “cole”. Lo verdaderamente curioso es que, después de esos artículos, en La Nación y otros medios prácticamente no se habló más del tema. Fuentes del caso afirman a La Izquierda Diario que si eso fue así es porque el Arzobispado de Buenos Aires, lisa y llanamente, metió la cola.
De los Green a los Matilde’s Boys
Desde hace algunos años la historia del Belgrano Day School incorporó protagonistas que poco y nada tienen que ver con la familia de origen británico que lo fundó allá por 1912 y lo regenteó por casi un siglo.
En aquel año el profesor inglés John Ernest Green fundó la institución luego de radicarse en Argentina. Si bien la idea original fue brindar educación para hijos de familias británicas, con los años el colegio se fue abriendo socialmente y se convirtió en uno de los primeros colegios privados de educación mixta de Buenos Aires.
Cuando murió Green se hicieron cargo del colegio sus dos hijos, Bernardo y Hugo. El primero fue el director general de la escuela durante 55 años y, cuando falleció en 2003, dejó a cargo de la institución a su esposa Matilde Villanueva.
El conflicto de 2017 se desató cuando cinco de los hijos de Bernardo Green acusaron directamente a Villanueva de haberlos apartado de todo lo relacionado con el colegio (donde muchos de ellos trabajaron casi toda su vida), incluyendo la herencia de millones de dólares.
El conflicto fue tan profundo que incluso una de las herederas de Green, la más joven de ocho hermanos, debió litigar judicialmente hasta el día de hoy para poder afrontar un costoso tratamiento médico tras serle diagnosticada una fibromialgia. Cuando ella obtuvo la autorización de la jueza María Victoria Pereira para que el Belgrano Day School pagara el costo del tratamiento, la “madrastra” Villanueva llegó a apelar esa orden.
Villanueva, de 82 años, es la tercera esposa que tuvo Bernardo Green y es quien “pone la cara” en todo lo que actualmente tiene que ver con el colegio. Pero detrás suyo aparecen varios nombres y apellidos de peso en la vida empresaria, política y clerical de la Ciudad de Buenos Aires.
El doctor Taquini
Para saber más o menos quién es Alberto Carlos Taquini alcanza con visitar Wikipedia. Este médico bioquímico y docente de la Universidad de Buenos Aires tiene, entre otros “quioscos”, los cargos de director general del Belgrano Day School y de asesor de la Comisión Episcopal de Pastoral Universitaria de la Conferencia Episcopal Argentina.
Tan estrechos son los lazos de Taquini con el Arzobispado de Buenos Aires que en 2007 el entonces cardenal Jorge Bergoglio le entregó el premio Juntos Educar por considerarlo un “modelo de vida para los jóvenes”.
Al recibir aquella distinción, Taquini agradeció a la Iglesia católica y despotricó contra “la crisis de la educación y la familia”, contra la legalización del aborto y contra “las mafias y el narcotráfico”. Ese día, y con los mismos considerandos (“modelo de vida para los jóvenes”) Bergoglio también premió a Joaquín Morales Solá.
El doctor Taquini tiene 84 años y tres hijos: María Marta, Alberto y Pablo. La mujer preside desde hace años la Fundación Teatro Colón y está casada con Carlos Herminio “Charlie” Blaquier, hijo del empresario genocida Carlos Pedro Blaquier y desde hace un lustro presidente del emporio Ledesma.
En abril de 2016 los Blaquier-Taquini fueron descubiertos por un consorcio internacional de periodistas en los llamados Panama Papers. Allí se vinculó directamente al clan con varias sociedades offshore repartidas entre Bahamas, Islas Vírgenes y Panamá. En este último país crearon Dunmoore Trading, firma fantasma de la que se reparten las ganancias Charlie, María Marta y varios parientes.
El 13 de diciembre de 2018 Taquini padre recibió otro premio. El ministro de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología Alejandro Finocchiaro lo distinguió al cumplirse cincuenta años del plan de su autoría “Creación de Nuevas Universidades”.
Por esas mismas horas Thelma Fardin y el colectivo Actrices Argentinas denunciaban públicamente al actor Juan Darthés. Inspirada en esa denuncia, dos semanas después una mujer llamada Claudia publicó (con su apellido y DNI) en la sección “Carta de lectores” de La Nación un texto donde aseguraba haber sido “acosada 15 años en el ámbito educativo” por parte de un hombre que la amenazaba con perder el empleo si no accedía a sus propuestas.
“Me pagaron incluso de más, ¿para callarme? Luego de una trayectoria impecable que me valió hasta un viaje a Harvard, me quedé sin trabajo a los 57 años. Él sigue en la academia y acumula honoris causa merced al tráfico de influencias”, afirma la mujer en el texto. Según fuentes consultadas por este diario, la mujer fue empleada del Belgrano Day School y el acosador sería nada menos que el octogenario y prestigioso académico.
El padre Russo
En comparación con otros cargos institucionales y puestos que detenta, al presbítero Alejandro Russo no le resulta una carga tan pesada ser capellán del Belgrano Day School. Él es, ante todo, rector de la Catedral metropolitana de Buenos Aires. También es juez eclesiástico y asesor de la Acción Católica.
Pero además, según él mismo difunde por todos lados (incluso en el Vaticano), es el “hombre de confianza” de Jorge Bergoglio en el Arzobispado más importante de Argentina. Y no hay por qué no creerle, toda vez que fue quien secundó durante años al actual papa en sus misas de la Catedral.
La autoridad de Russo en el Arzobispado es tal que sus declaraciones son tomadas como palabra oficial. Como cuando en 2013 dio por “cerrado” (al menos para la Curia) el tema del sacerdocio de Julio Grassi, condenado a quince años de prisión por abusos sexuales. “Quien se ordena sacerdote muere sacerdote, nunca se pierde la potestad de orden sacerdotal”, dijo ante periodistas que preguntaban si la Iglesia expulsaría al abusador.
Russo hace casi 25 años que es capellán del Belgrano Day School. A cambio de un suculento sueldo que le paga el colegio, confiesa a las y los estudiantes y da los sermones de rigor en actos y ceremonias.
Una de las primeras “obras” de Russo en el colegio, allá por el año 1996, fue conseguir que Hugo Green (uno de los dos hermanos dueños) firmara un testamento en el que le entregaba parte de su herencia a la Sagrada Orden de la Compañía de Jesús. Los jesuitas, la congregación que hacía ya años conducía Bergoglio. Green llevaba casi un año agonizando por una enfermedad terminal y murió un mes después de firmar el testamento.
Con el capellán Russo conspirando contra los Green desde adentro del colegio, la congregación jesuita hizo un doble juego a partir de la muerte de don Hugo.
Por un lado, la jefatura de la orden se mostró “sorprendida” por ser destinataria de un jugoso paquete accionario y se mostró dubitativa de si aceptar o no semejante herencia.
Pero por otro lado, durante los años que lleva ya la sucesión de los bienes de Hugo Green, nunca buscó un acuerdo con los Green. Por el contrario, los jesuitas siempre actuaron en favor de Matilde Villanueva, Taquini, Russo y compañía.
De la Compañía de Jesús a Jesus & Co
En sucesivas asambleas de la congregación, presididas muchas veces por el propio Bergoglio, el tema fue tratado con dedicación.
Durante una década, quien gestionaba lo relacionado a la herencia en nombre de la congregación era el sacerdote y abogado Juan Luis Moyano, quien con su pasado de detenido desaparecido durante la dictadura detentaba un prestigio progresista y nada conservador. Muerto Moyano en 2006, nuevas asambleas presididas por Bergoglio irían definiendo una nueva estrategia.
Un día, con el aval del capellán Russo, el doctor Benjamín María Galarce se presentó en el juzgado donde se tramita el litigio sucesorio de Hugo Green y asumió el rol de apoderado de los jesuitas en el expediente.
Según registros de la Inspección General de Justicia (IGJ) publicados en varias ediciones del Boletín Oficial, Galarce es director titular de la sociedad inmobiliaria Belval S.A. (nombre de una ciudad de -el paraíso fiscal- Luxemburgo).
De esa sociedad son presidente Hipólito Valverde y vicepresidente Juan Miguel Richards. Según denuncian los herederos Green, el primero fue quien encabezaba en los años 90 una sociedad que intentó quedarse con las acciones familiares del colegio. Y el segundo, quien en definitiva está detrás del plan general para apropiarse de la institución.
De Juan Miguel Richards se hablará en extenso en un próximo artículo. Pero alcanza con decir que es quien, hace ya casi cuatro décadas, se convirtió en el verdugo de la empresa familiar. Luego de ser durante años el abogado de confianza de los hermanos Bernardo y Hugo Green, éstos le hicieron un juicio por estafa al descubrir sus maniobras en pos de transferir acciones a la sociedad comandada por su socio Valverde.
Ese juicio (unificado con el de la sucesión de Hugo Green) se lleva adelante desde hace más de dos décadas en el Juzgado n°39 porteño, a cargo de María Victoria Pereira.
Aunque suene paradójico, allí la querella es nada menos que Matilde Villanueva, la viuda de Bernardo Green. Y los imputados son nada menos que Richards y Valverde, socios de Galarce, apoderado de los jesuitas, también “herederos” de Hugo Green y cuyo máximo referente, Jorge Bergolio, tiene como hombre de confianza en Buenos Aires a Alejandro Russo, el capellán de íntima confianza de Alberto Carlos Taquini, el director del colegio, consuegro del genocida Pedro Blaquier y “modelo de vida para los jóvenes” según el Arzobispado de Buenos Aires...
Mientras esa causa continúa su lento curso, los hermanos Green, a través de su abogado, están pidiendo a la jueza que habilite la partición de las acciones, es decir que cada acción se inscriba a nombre de cada uno de los hermanos Green.
Los Green se basan para hacer ese pedido en un fallo judicial de Cámara de 2016 que reconoció a los nietos del fundador del colegio como únicos accionistas del Belgrano Day School y que dejó al denudo el “armado jurídico” pergeñado por Richards y Villanueva con el fin de excluirlos.
Los Green quieren dar ese paso legal para poder votar en asamblea de accionistas y contrarrestar todo lo hecho en estos años por las huestes del doctor Taquini, el padre Russo y demás hombres del Arzobispado de Buenos Aires.
En una verdadera carrera de velocidades entre actores que no corren en las mismas ventajas, Taquini procura a su vez que se lo reconozca judicialmente como director de Belgrano Day School Sociedad Anónima, para evitar que los Green vuelvan a tener poder de decisión en el colegio.
En la próxima entrega: Belgrano Day School, de cómo los Richards hundieron a los Green por un jugoso negocio