Introducción
La Guerra Civil chilena de 1891 enfrentó a las facciones burguesas liberal y conservadora. La primera, con el presidente Balmaceda a la cabeza, se apoyaba en el ascendente imperialismo norteamericano y en un sector mayoritario del ejército. Los segundos, oligárquicos, estaban agrupados alrededor del Parlamento y se apoyaban en el imperialismo británico, la Armada, y el otro sector del ejército.
Hasta ese momento el Ejército de Chile había conocido y aplicado dos escuelas doctrinarias: la española y la francesa, que guiaron sus acciones notoriamente durante la Guerra de Independencia (1810-18) y en las guerras contra la Confederación Perú-Boliviana (1836-39) y en la Guerra del Pacífico (1879-83). A nivel mundial, la escuela francesa (llamada así por las innovaciones de Napoleón Bonaparte en sus campañas por Europa) corresponde a las así llamadas “guerras de primera generación” (Lind; Van Creveld), que llegarían a su fin como modelo operativo en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. A nivel teórico y práctico, la única doctrina estratégica nueva que se confirmaría correcta desde el colapso del modelo napoleónico era la alemana, cuyo mayor pensador fue Karl Von Clausewitz (consideremos que la actuación alemana en la 1ª Guerra Mundial, de conjunto y estratégicamente, no fue necesariamente clausewitziana). El general prusiano, en pleno apogeo de las campañas napoleónicas (en las cuales participó como parte del ejército ruso), había escrito en 1812 Los principios fundamentales en la dirección de la guerra, texto centrado en el nivel táctico-operativo, mientras que su conocida y monumental De la guerra, con eje en el nivel estratégico-político, sería publicado poco después de su muerte, en 1831.
Durante el siglo XIX, a nivel del pensamiento estratégico militar en las principales potencias, los parámetros básicos más valorizados pasaron a ser la fuerza, el tiempo y el espacio, todos con amplio campo de desarrollo debido a los adelantos tecnológicos (haciendo extensivo al espíritu de época militar la idea de “progreso indefinido”, muy marcado en los pensadores del momento), haciendo gran uso de los nuevos inventos como el telégrafo o el ferrocarril. Éstos son los tiempos en que nacieron conceptos fundamentales, tales como “teatro de guerra”, “teatro de operaciones”, la creación de los Estados Mayores, el servicio militar obligatorio o nuevas relaciones entre el fuego, la maniobra, el volumen o la velocidad.
La prusianización del Ejército chileno
Frente al desarrollo de las ideas de la “guerra moderna” y la aplicación de la “ciencia positiva” en ésta, un sector de la oficialidad del ejército chileno criticaba la forma en que se había llevado a cabo las operaciones de la Guerra del Pacífico –pese a su triunfo-, cuyo modelo era visto como obsoleto frente a la “precisión matemática” prusiana, extendiendo al país el debate entre las escuelas de pensamiento francesa y alemana.
Durante la presidencia de Domingo Santa María se decidió que el responsable de llevar adelante este proceso de modernización fuese Emilio Körner, que se estableció como subdirector de la Escuela Militar en 1886, y en 1887 escribió, junto al Mayor Jorge Boonen Rivera, el primer manual militar de Chile, el “Estudio sobre Historia Militar”. Körner había estudiado en la Academia de Guerra de Prusia en la misma promoción que Hindenburg y Meckel (quien a su vez fue el reformador del ejército turco) siendo su mentor el famoso Helmuth Von Moltke (“el viejo”). Von Moltke, a su vez, había sido formado directamente en el pensamiento de Clausewitz, quien fue director de tal Academia entre 1818 y 1830. Von Moltke comandó los triunfos alemanes sobre Dinamarca, Austria y Francia durante la época del Imperio de Bismarck, desarrollando la idea de ejércitos que se movieran de manera independiente, pero se concentraran al atacar (expresado en su famosa frase “Getrennt marschieren, vereint schlagen”, “marchar separados, combatir juntos”), siendo uno de sus mayores aportes al arte de la guerra su manera de conducción de las operaciones, a través de las “órdenes tipo misión” (auftragstaktik); esto es: tomando en consideración los progresos en la guerra, aumentaba el elemento de la incertidumbre y disminuía el valor de los planes detallados, por lo que el comandante debía dar los parámetros generales en cuanto al objetivo, medios, tiempo, etc., pero debía delegar a los mandos medios la iniciativa de las decisiones tácticas. De Napoleón había aprendido el valor del elemento del movimiento en la guerra, prefiriendo el envolvimiento al ataque frontal y la rápida destrucción de las fuerzas del enemigo antes que una extensiva ocupación del territorio. La escuela francesa, en sus manuales de 1875, ponía el énfasis en la táctica del fuego y el choque a la bayoneta, con lo que el impulso del ataque lo llevaban las líneas de tiradores, mientras que la escuela alemana combinaba avance y fuego, ataque frontal y ataque de flanco, con lo que el énfasis pasaba a la maniobra.
De esta manera, puede observarse una línea intelectual directa entre Clausewitz, Moltke y Körner.
En el manual de Körner pueden observarse las lecciones de Clausewitz casi al pie de la letra. La que tal vez sea la máxima más conocida de Clausewitz, “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, es expresada por Körner como “La Guerra es un acto de la política, a que se llega cuando no bastan las vías diplomáticas para allanar las divergencias que se producen en el comercio diario de los pueblos”. Si para Clausewitz “la guerra es un acto de violencia, iniciado para obligar al enemigo a hacer nuestra voluntad”, Körner plantea que “El propósito que ella persigue es doblegar la resistencia del contrario hasta obligarlo a aceptar las condiciones que se le quieran imponer”. Cuando Clausewitz expresa que “su objetivo [de la guerra] será siempre y únicamente derrotar al enemigo y desarmarlo”, Körner expresa que “El objetivo que lleva en vista, variable en sentido abstracto, depende de la seriedad de la cuestión disputada; pero siempre tiende a destruir los elementos en que descansa la resistencia del contrario, como ser, su ejército y sus demás elementos bélicos”. Para Clausewitz, “El propósito de la guerra, de acuerdo con su concepción, se supone que debe ser siempre la derrota del enemigo; esta es la idea fundamental de la que partimos”, y para ello "La destrucción de las fuerzas militares del enemigo es el medio para lograr el fin”. En este punto, Clausewitz introduce otro de sus más conocidos conceptos: “Todo lo que la teoría puede decir aquí es que el punto principal ha de mantener en vista las condiciones predominantes de ambas partes. De ellas saldrá y se formará cierto centro de gravedad, un centro de poder y movimiento, del cual dependerá todo, y el golpe concentrado de todas las fuerzas deberá dirigirse contra este centro de gravedad del enemigo". Para Körner, a su vez, “Los instrumentos que se emplean para ello son los ejércitos y demás elementos bélicos tanto ofensivos como defensivos […] El medio más seguro para conseguir el resultado propuesto es destruir el principal centro o medio de resistencia del enemigo".
Körner no veía con buenos ojos a los “oficiales venidos de la tropa”, que habían mostrado su valor durante la Guerra del Pacífico pero no poseían formación, prefiriendo a los oficiales salidos de la Escuela Militar. Propugnó la formación de alto nivel, proponiendo la creación de la Academia de Guerra (1886) para la formación de los oficiales del Estado Mayor, “exactamente según el modelo de la Kriegsakademie en Berlín” (Körner), la incorporación a la oficialidad de profesionales de origen civil, el servicio militar obligatorio y un entrenamiento que combinara teoría y práctica (con simulacros y “maniobras”), actualizando todos los manuales (de los cuales el más moderno databa de 1865). Por otra parte, una serie de oficiales se habían formado en Francia, con lo que Körner enfrentó una oposición a sus reformas que sólo se resolvería en el campo de batalla.
Tal era el pensamiento de Körner cuando se estaba desarrollando una férrea pugna, ya desde la presidencia de Santa María, entre el sector conservador, la iglesia, la oligarquía tradicional y la prensa, y el sector liberal que hacía una interpretación presidencialista de la Constitución. En este contexto se daba la lucha entre Balmaceda y el Congreso por la votación del Presupuesto de 1891 (dentro del cual se encontraba el presupuesto de las fuerzas armadas). El 01 de Enero de 1891 Balmaceda decretó la prórroga del presupuesto del año anterior, a lo cual el Congreso respondió declarando a Balmaceda fuera de la ley, quien a su vez respondió cerrando el Congreso. Los presidentes de ambas cámaras confiaron a la Armada “defender la Constitución y las leyes”, sublevándose ésta el 07 de Enero con los blindados "Blanco Encalada" y “Cochrane”, el monitor "Huáscar", la corbeta "O’Higgins", el nuevo crucero "Esmeralda" y la cañonera "Magallanes".
El factor de la “Cuestión Social”
Balmaceda consiguió que la mayoría del Ejército le apoyara, pero los congresistas (también llamados “revolucionarios”, “sublevados” o “constitucionalistas”) sólo contaban con las fuerzas de la Armada y un sector minoritario del Ejército. Así, su primera decisión fue conquistar el norte minero, para contar con sus ricos recursos y levantar un ejército propio.
El norte del país estaba dominado especialmente por industriales ingleses, el más importante de los cuales era John Thomas North con quien Balmaceda, ya desde antes de la guerra, había tenido roces debido al monopolio que ejercía en desmedro del erario fiscal. Pero esto no le alcanzó para ganarse las simpatías del pueblo trabajador (considerando además que el famoso plan de obras públicas de Balmaceda no incluía al norte). Ya en 1884 había habido una crisis en los precios del salitre, que se repitió en 1889 y fue respondida con despidos y baja de salarios (pagados en fichas). Un dato no menor es que, hacia 1890, el total de obreros salitreros de todas las “oficinas” alcanzaba la cifra de 13.000 (E. Reyes, 1992).
Este trato patronal llevó a los trabajadores a organizar un primer “Congreso Obrero” y una Huelga General en 1890, la primera en Latinoamérica, que se expresaba a través del periódico El Nacional. La huelga comenzó el 2 de Julio entre los lancheros del puerto de Iquique, se expandió a las salitreras y a la caleta de Pisagua, alcanzando una respuesta positiva a sus demandas en un primer momento. Es aquí cuando Balmaceda comienza a mostrar con hechos su verdadero carácter de clase: cuando la huelga se extendía al puerto de Antofagasta, procedió a reprimir militarmente en Iquique, con un saldo estimado de 10 muertos, ocasión que aprovecharon los patrones para desconocer todos los acuerdos. Pese a su declinación en el norte, la huelga se extendió hacia el sur y llegó a abarcar Valparaíso (puerto donde, la noche del 19 de Julio, militares y policías asesinaron un estimado de 50 personas), Viña del Mar, Los Andes y Concepción. Esta descoordinación en los tiempos de lucha llevó a una rápida desarticulación por parte del Gobierno, que para Agosto de 1890 ya había impuesto el orden, dejando a las masas trabajadoras sin ninguna demanda resuelta, pero una profunda experiencia vivida.
Inicio de la guerra
La Escuadra Nacional inició sus acciones bloqueando el puerto de Iquique, segundo en importancia en el país en ese entonces. El primer combate de la guerra civil se produjo con la sublevación de la Guarnición de Pisagua, al norte de Iquique, contra la cual el Gobierno envió un destacamento. Los sublevados les salieron al encuentro, produciéndose un encuentro cerca de Zapiga el 21 de Enero, retirándose ambas fuerzas. Pese a no ser encuentros resolutivos, la población local se mostraba en “abierta revuelta” contra el gobierno, “hubo constantemente levantamientos de los trabajadores de la pampa que eran reprimidos en cuanto era posible” (J. Pinto, 1992).
El 2 de Febrero se presentaron en la estación de la localidad de Huara delegados obreros para solicitar un tren que bajase a Iquique 3.000 trabajadores de la pampa, afectados por la escasez y carestía de víveres. El intendente balmacedista Manuel Salinas no sólo no accedió a ello, sino que amenazó con disolverlos “a balazos”, ocasionando una paralización general en las oficinas del sector.
A partir de aquí se precipitan los hechos y las versiones se contradicen. Según la prensa balmacedista, alrededor de 80 huelguistas armados habrían secuestrado un tren para bajar a Iquique el 4 de Febrero, con entre 2.000 y 9.000 trabajadores. Las fuerzas balmacedistas encontraron este convoy en la oficina “Ramírez” y lo atacaron, ocasionando una cifra de muertos que oscila entre los 14 (J. Pinto, 1992) y los 104 muertos (J. Rodríguez, 1925). Lo cierto es que el jefe del destacamento, Sargento Mayor Martín Larraín, apartó a 18 supuestos “cabecillas” y los ejecutó sumariamente.
Más allá de que las causas de estos alzamientos hayan sido el hambre o la inclinación hacia uno u otro bando, las consecuencias políticas fueron nefastas para Balmaceda. La agitación en la pampa llevó al gobierno a desguarnecer Iquique, donde florecieron los desórdenes callejeros y también la represión. Como sea, a partir de este momento, el presidente ya no contaba con apoyo en el norte.
Este fue un hecho que los congresistas no podían desconocer, poniendo en práctica lo que Clausewitz llamó “el pueblo en armas”, que no consistía en su levantamiento revolucionario independiente sino en su uso como base de maniobra, toda vez que Balmaceda, por su parte, continuó utilizando métodos que fueron calificados de dictatoriales, tales como cierre de escuelas, universidades, clubes, diarios (entre ellos, El Nacional), conscripción obligatoria, persecución de opositores, detenciones masivas y matanzas, afectando gravemente la opinión pública y poniéndola en su contra.
Contando con Pisagua como punto de apoyo, y con fuerzas que aún no superaban los 1.200 voluntarios, soldados y marineros, los congresistas salieron nuevamente al encuentro de los balmacedistas, chocando con 900 de ellos en Huara el 17 de Febrero, siendo derrotados y dejando a los sublevados en una situación crítica, que sólo cambiaría con la captura de Iquique en la “Batalla de la Aduana” del 19 de Febrero, en la cual 40 marineros, apoyados por los bombardeos del crucero Esmeralda y el Blanco Encalada, derrotaron al destacamento de 150 soldados gobiernistas.
Este fue un verdadero primer punto de inflexión en la guerra, pues se trataba de la capital provincial, puerto minero y concentración urbana. Aún mejor para los sublevados, inició el reclutamiento para el nuevo ejército que necesitaban.
A partir de este momento las fuerzas congresistas (llamadas desde entonces “Ejército Constitucionalista”) aumentaron su número, y se enfrentaron a las fuerzas de Balmaceda en Pozo Almonte el 6 y 7 de Marzo, iniciando con fuego de artillería, para pasar luego su infantería a realizar un envolvimiento del ala sur balmacedista, que cometieron el grueso error de debilitar su ala norte y centro para reforzar el ala bajo ataque, debilitando todo el frente de conjunto. La retirada balmacedista fue un completo desastre, combatiendo casa por casa y calle por calle en el poblado de Pozo Almonte, con el resultado final de un 60% de bajas, que apenas lograron reagruparse en Tarapacá.
Esta victoria congresista tuvo el efecto político de que hizo desaparecer la influencia balmacedista en todo el norte, a la vez de ocasionar las sublevaciones de guarniciones en Antofagasta y Valparaíso, en apoyo al Congreso. Desde un punto de vista territorial, los sublevados pasaron a controlar todo el norte y sus provincias de Tarapacá, Antofagasta y Atacama.
La madrugada del 23 de Abril las torpederas Almirante Lynch y Almirante Condell, únicos buques de guerra leales al ejecutivo, atacaron en el puerto de Caldera al Blanco Encalada, hundiéndolo.
Desde un punto de vista militar, ambos bandos se organizaron y desarrollaron las acciones de la Campaña del Norte básicamente de la misma manera como se había desarrollado la Guerra del Pacífico, con el batallón como unidad básica e incluso llegando a dividir a la artillería en piezas aisladas para integrar los destacamentos, ocurriendo que varios hechos terminaron sin decisión, e incluso sin persecución y aniquilación posterior, permitiendo a ambas fuerzas reagruparse incluso después de ser derrotadas. A su vez, con el afán de imponer el control político sobre todo el territorio, ambos bandos dispersaron sus fuerzas en una extensa zona, que comprendía desde Tacna a Atacama.
Körner se une a los sublevados y reorganiza su fuerza
En Mayo de 1891 Körner deserta del Gobierno y decide incorporarse al Ejército Constitucionalista, siendo nombrado Secretario del Estado Mayor General el 12 de mayo. El 18 de julio se le otorgó el grado de coronel y el 12 de noviembre el de general de brigada.
El Comandante en Jefe del Ejército Constitucionalista, Estanislao del Canto, propugnaba una organización que no contara con unidades mayores que el batallón para la infantería y la artillería, y el escuadrón para la caballería, porque según su idea eran más manejables para el alojamiento, la alimentación y el combate. Se opuso entonces a la reorganización que planteó Körner, que sin embargo logró que fueran aprobadas por la Junta de Gobierno (que en un inicio se reunía clandestinamente en Santiago, para luego establecerse en Iquique desde Abril de 1891).
Si volvemos un momento al pensamiento de Clausewitz, vemos que concebía al ejército de tierra como fuerzas combinadas de las tres armas del momento (caballería, infantería y artillería), capaces de realizar operaciones por sí mismas: “la organización del ejército a base de agrupaciones mixtas integradas por las tres armas, artillería, infantería y caballería, en el nivel de cuerpos de ejército y divisiones, capaces de llevar a cabo operaciones propias”, divididas en fuerzas suficientes para sí mismas pero que fuesen capaces de unirse cuando el mando así lo decidiera: “una división (8 o 10.000 hombres) no debe formarse en una sola agrupación, sino en dos o tres, y raramente en cuatro”.
Körner logró, en acuerdo con Del Canto, que todos los jefes de Estado Mayor de las brigadas fuesen alumnos de la Academia de Guerra, y sus oficiales fuesen alumnos de la misma Academia o de la Escuela Militar, ambas instituciones de las cuales era profesor. Es decir, todo el alto mando sublevado eran alumnos suyos. Tomando en consideración que la idea de los “Altos Mandos” también era de Clausewitz, siendo el resultado lógico de la combinación de armas y permitiendo así al comandante no dar órdenes a los comandantes de las diversas armas sino a los grupos combinados de conjunto, la posición alcanzada por Körner estaba casi a la par del Comandante en Jefe.
La novedad consistía en lo siguiente: mientras que el ejército de Balmaceda llegó a agrupar 32.000 tropas, éste se negó a unirlas y las esparció por el país en 4 divisiones: Coquimbo, Valparaíso, Santiago y Concepción, de tal manera que la distancia hacía imposible que se apoyaran mutuamente. Körner, en cambio, que no contaba con más de 9.000 tropas, las dividió en 3 brigadas de tamaño similar, que eran independientes pero polivalentes e interoperativas (armas combinadas) y operaban en cercanía, de tal manera que pudiesen apoyarse y concentrar sus fuerzas en el momento y lugar adecuados.
Cada una de las tres brigadas combinadas estaba compuesta por tres regimientos de infantería. A su vez cada uno de ellos contaba con dos batallones, compuestos a su vez por cuatro compañías. Cada brigada contaba con un batallón o grupo de artillería con dos baterías de cuatro a seis piezas, y con una compañía de ingenieros y una ambulancia sanitaria. La infantería fue rápidamente instruida en el tiro de precisión y a que amoldara sus movimientos al terreno. La caballería fue instruida en el combate a pie y en la exploración, mientras que la artillería también practicó tiro y entrada en posición. A su vez, y contando con los recursos de las salitreras, compró armamento británico y alemán de último modelo, entre ellos cañones Krupp (luego de una polémica comparación con los franceses De Bange) y los famosos fusiles Mannlicher M1888, cuyo diseño significó un salto mundial en la calidad de los fusiles de repetición, con peine de 5 cartuchos para el cargador ubicado delante del gatillo (con lo cual el fusil no se desequilibraba) y una cadencia de entre 12 y 15 disparos por minuto, de los cuales llegaron al país un total de 32.000 ejemplares. Körner, que se inició como militar en el arma de artillería, conocía perfectamente por experiencia propia la importancia de la balística, su relación con el suelo y el apoyo de las otras armas.
El ejército gobiernista, en cambio, insistió en el orden cerrado organizado en base a filas o columnas, repitiendo de plano todo lo hecho en la Guerra del Pacífico, y confiaba en la pronta llegada de los cruceros gemelos "Presidente Errázuriz" y "Presidente Pinto", además del acorazado "Capitán Prat", en construcción en Francia, para volver a equilibrar las fuerzas en el mar. Pero todos estos buques fueron retenidos por el gobierno francés y entregados después de la guerra. Balmaceda sólo contaba en el mar con las torpederas apostadas en la playa del mismo nombre, en Valparaíso.
Clausewitz y Jomini. Arte y ciencia de la guerra en acción
Körner elaboró su plan siguiendo lo que Clausewitz planteó en sus “Principios”, a saber, que “las divisiones y cuerpos de un ejército se mueven hoy separados unos de otros en el frente y en profundidad, y solamente se le reúne para tomar parte en la batalla. Esto posibilita momentáneamente la subsistencia, prescindiendo de los almacenes. Esta se facilita dotando al propio C. de E. de estado mayor y autoridades administrativas propias”. Es decir, para mantener la movilidad y garantizar el suministro eran necesarios cuerpos de ejército polivalentes independientes, pero que mantuvieran la capacidad de actuar en conjunto.
A su vez, y tomando en consideración que los ejércitos de Balmaceda se encontraban distantes entre sí, planificó sus acciones sobre la base de lo que el famoso general suizo Antoine Jomini llamó las “operaciones en líneas interiores”. Éstas, según Jomini, son “las que se forman por uno o dos ejércitos para oponerse a muchas masas enemigas, pero dándoles una dirección tal que se puedan aproximar los diferentes cuerpos, y ligar sus movimientos antes de que el enemigo tenga la posibilidad de oponerles mayor masa” (Compendio del arte de la guerra, p. 212). Dicho de otra manera, si las fuerzas propias se hallan en un punto central, rodeadas de fuerzas enemigas que tienen sus propias líneas de operaciones actuando alrededor nuestro (por “líneas de operaciones exteriores”), y en el caso de que la diferencia numérica no sea decisiva, la ventaja la va a tener el ejército que actúe desde líneas interiores, puesto que la distancia que tienen que recorrer sus diversos cuerpos para unirse y batir a las fuerzas enemigas dispersas será menor, encontrándolos divididos. Esto necesita, a su vez, de un mando audaz y una fuerza capaz de maniobrar rápidamente, puesto que las fuerzas enemigas actuando desde líneas exteriores tienen la ventaja de que la dirección de su ataque sigue líneas convergentes (apuntan hacia un centro y concentran sus fuerzas), mientras que las fuerzas propias siguen líneas divergentes (apuntan hacia afuera y las dividen).
Hay notorios ejemplos mundiales de utilización de las líneas de operaciones interiores:
Podemos citar a Alemania en la Primera Guerra Mundial, que luchaba en dos frentes (Francia por el oeste, Rusia hacia el este): “La rapidez de la movilización [de Prusia], la celeridad con que las tropas podrían ser movidas desde el centro del país hasta su periferia y las otras ventajas evidentes derivadas de líneas interiores de transporte ferroviario, representarían para Alemania una ventaja relativa mucho mayor que para cualquier otro país de Europa” (J. F. C. Fuller; Batallas decisivas del mundo occidental; t. III; Madrid, 1979, p. 9).
De la misma manera actuó el Ejército Rojo en la Guerra Civil Rusa: “Desde el primer momento […] nuestro frente amenazaba con transformarse en un anillo que debía irse cerrando, cada vez más apretadamente, en torno a Moscú, corazón de Rusia […] Teóricamente, nosotros teníamos una superioridad (que sólo después se hizo real, efectiva): actuábamos a partir de un centro, siguiendo líneas operacionales internas, radiales […] nosotros estábamos a la defensiva y ellos atacaban, teniendo la posibilidad de escoger nuestros puntos más débiles. Escogían en el territorio soviético el lugar que ellos mismos habían localizado y el momento que habían previsto. […] Esta situación nos indicaba la necesidad de concentrar grandes fuerzas en el centro del país para lanzarlas, radialmente, allí donde fuera indispensable.” (L. Trotsky, Sobre los frentes, 24 de Febrero de 1919; publicado en Cómo se armó la Revolución; ediciones CEIP, 2006).
Otro ejemplo clásico de uso de líneas operativas internas lo constituye la Batalla de Inglaterra durante la 2ª Guerra Mundial, en la cual la Real Fuerza Aérea británica usaba sus propias líneas internas de defensa (rutas aéreas), con Londres en el centro, contra la Luftwaffe alemana que atacaba desde líneas externas con bases capturadas en Francia, los Países Bajos y Noruega, alrededor de Inglaterra. Es decir, los pilotos ingleses operaban sobre su propio suelo, mientras que los alemanes debían viajar hacia sus objetivos, efectuando muchas veces largos rodeos que limitaban su capacidad operativa. Los ingleses estaban en desventaja numérica de 1 a 5, pero contaban con la ventaja cualitativa del moderno invento del radar, que les permitía concentrar fuerzas a tiempo en el punto atacado, maximizando sus recursos con un ágil mando centralizado.
Durante toda la historia del arte de la guerra ha sido una discusión clásica si acaso pueden haber leyes o reglas generales del comportamiento de la misma. En este punto Clausewitz y Jomini (que también sirvió en Rusia durante las campañas napoleónicas) han sido considerados adversarios, el primero poniendo énfasis en el arte, y el segundo en la ciencia. Lo cierto es que, a nivel de la disposición de las fuerzas, esa separación no es tajante, sino son dos aspectos integrados dialécticamente, que el mando debe saber equilibrar. Clausewitz es claro: “Desde el punto de vista estratégico, está mejor el que se encuentra entre dos enemigos que quien rodea a su adversario, especialmente en caso de fuerzas iguales o más débiles. En esto tiene por completo la razón el coronel Jomini.” (“Principios Fundamentales”, p. 98).
Las batallas clausewitzianas de Concón y Placilla
Körner ideó el plan de desembarcar al sur de Coquimbo y destruir primero esa división, para volverse luego hacia el sur y caer sobre Valparaíso. Del Canto, en cambio, quería desembarcar al sur de Valparaíso. Insistiendo con su idea de actuar por líneas interiores, Körner entonces logró que el plan aprobado consistiera en desembarcar en Quinteros, al norte de Valparaíso, para batir esas fuerzas y luego avanzar al norte a destruir las de Coquimbo.
Las tres brigadas congresistas desembarcaron entonces en Quinteros el 20 de Agosto. Las fuerzas balmacedistas no se quedaron esperando a que Körner cayera directamente sobre Valparaíso, y salieron a esperarlas en Concón (ubicada justo en la ribera sur de la desembocadura del río Aconcagua, 20 kilómetros al norte de Valparaíso), ofreciendo un amplio frente paralelo a la costa que se extendía sobre las colinas que cubren Concón por el este.
La 1ª brigada de Körner avanzó directo por la costa. La 2ª se dirigió a Concón avanzando por el interior, avanzando en dirección norte-sur hacia el flanco derecho gobiernista. La 3ª le cubría las espaldas hacia el norte, previniendo un ataque de las fuerzas de Balmaceda desde Coquimbo. Körner, así, concentró las fuerzas de sus tres brigadas sobre la posición balmacedista. La 1ª brigada atravesó el río Aconcagua y atacó el ala sur de su enemigo, en busca de su artillería, al tiempo que sus buques apoyaban su flanco derecho bombardeando desde el mar. La 2ª cayó sobre las fuerzas balmacedistas en su flanco derecho, reforzado con la llegada de la 3ª brigada. Intentando fortalecer ese flanco, el mando balmacedista debilitó a su vez su propio centro, con el resultado final de un doble envolvimiento por parte de Körner. Las fuerzas congresistas pudieron aprovechar el entrenamiento del prusiano, combatiendo varias veces la caballería a pie, y logrando la artillería cambiar de posición reiteradamente para apoyar a las tropas. El Gobierno perdió 1.700 hombres entre muertos y heridos, 18 piezas de artillería y 1.500 prisioneros, de los cuales muchos se cambiaron de bando. Las fuerzas sublevadas, en cambio, tuvieron 216 muertos, 531 heridos y 120 desaparecidos (muchos de los cuales se habían ahogado al atravesar el río), a la vez de apoderarse de toda la artillería, municiones, parque y miles de fusiles de las fuerzas presidenciales. Tomando en cuenta que ambos bandos contaban con alrededor de 9.000 soldados, fue todo un desastre para Balmaceda.
Körner, bajo la idea de aprovechar el factor moral, no descansar luego del triunfo y de destruir las fuerzas enemigas, intentó un asalto nocturno sobre Viña del Mar que fue rechazado, con lo cual se abrió una nueva discusión con Del Canto quien, bajo la máxima de “capital rendida, país tomado”, quería avanzar inmediatamente sobre Santiago. Körner, en cambio, tomó nota que las fuerzas balmacedistas se habían vuelto a concentrar en Valparaíso y habían sido reforzadas con tropas traídas rápidamente en tren desde Concepción y Santiago, con lo cual sumaban nuevamente 10.000 soldados, y que entonces aún estaba pendiente destruir las fuerzas del enemigo para poder imponer las propias condiciones. Nuevamente, logró convencer a la Junta.
Las fuerzas de Balmaceda, de nuevo evitando combatir dentro la ciudad misma, estableció su defensa en la localidad de Placilla, ubicada en las afueras justo al este de Valparaíso.
Körner planificó un ataque desde el sureste (para cortar la línea de retirada hacia Santiago), atacando de frente con la 1ª brigada, un envolvimiento desde su izquierda con la 2ª y dejando la 3ª como reserva.
El 28 de Agosto comenzó el ataque con el avance de las fuerzas sublevadas hacia la meseta donde los balmacedistas habían establecido sus posiciones, protegidas por su artillería. La infantería de la 1ª brigada congresista atacó lo que se suponía era el frente de las fuerzas presidenciales, pero resultó siendo su ala derecha. De tal modo, y para lograr el envolvimiento planificado, la 2ª brigada tuvo que moverse más al oeste en su ataque, pero se encontraron con refuerzos gobiernistas. La conjunción de ambas brigadas contra el ala derecha balmacedista resultó en lo que Clausewitz llamó “ataque oblicuo”, que consiste en un ataque frontal con un ala decididamente reforzada, destinada a realizar un envolvimiento que llegue hasta la retaguardia y líneas de comunicación enemigas. Körner, entonces, viendo que su propia ala derecha quedaba al descubierto, comprometió sus reservas e hizo entrar en acción a la 3ª brigada, que cayó sobre el ala izquierda de las fuerzas de Balmaceda. Su artillería se había mantenido concentrada todo el tiempo, apoyando todo el frente. Constatando que el ala izquierda de las fuerzas presidenciales huían en desorden, y el centro apenas se sostenía, Körner dispuso un ataque frontal de caballería, que desarticuló todo el dispositivo de su enemigo. Es decir, logró amarrar el frente, realizar un envolvimiento y rematar con caballería.
Las fuerzas de Balmaceda, con un 48% de bajas y enteramente desarticuladas, sufrieron una derrota definitiva. Las fuerzas congresistas, con un 20% de bajas y con la iniciativa en sus manos, invadieron Valparaíso y pusieron fin a los combates de la guerra civil, invadiendo posteriormente Santiago, ya sin defensas.
De tal modo que, contando con sólo ¼ de las fuerzas con que contaba su enemigo, Körner logró la victoria del bando congresista, asentando el régimen parlamentario en una entera época, que duraría hasta 1924, y confirmando las doctrinas prusianas en el ejército. |