En estos días fue difícil respirar en el Valle de México. Partículas inclementes, microscópicas, altos niveles de ozono. Esta vez fueron los incendios forestales. Pero se potencian junto a las emisiones de carbono de los automóviles y todo tipo de vehículos con déficits de mantenimiento que arrojan gases negros desde su caño de escape. También se suma al combo contaminante las emisiones de gases de las distintas industrias.
El aire tóxico en la primavera del hemisferio norte es algo con lo que convivimos los habitantes de la Ciudad de México, nombrada en el siglo XX como “la ciudad más transparente” por el fallecido escritor Carlos Fuentes.
Según expertos en medio ambiente, los altos niveles de contaminación que se alcanzaron estos días se podrían haber evitado y denunciaron la falta de medidas gubernamentales a la altura de una crisis ambiental que trae como consecuencia problemas graves de salud pública.
Las recomendaciones se multiplican: no ir a la escuela, no salir a la calle, no hacer deporte, mantener cerradas puertas y ventanas. No respirar. Parece que una de esas distopías de la ciencia ficción nos alcanzó, pero para los empresarios con contingencia o sin ella, trabajadoras y trabajadores de la industria y los servicios debemos seguir produciendo.
Entre abril y mayo, más o menos, las sequías y las altas temperaturas azotan las tierras aztecas. Cada uno de quienes vivimos en la Ciudad de México, debemos hacernos responsables de nuestra salud, aunque nuestras condiciones de vida y de trabajo incluyen innumerables variables que trascienden las decisiones individuales.
Una “capa de nata espesa y de color café” cubre el valle y es visible desde la altura. El mundo se vuelve un lugar brumoso. El gobierno de turno anuncia contingencia ambiental, más tarde que temprano. Pero igual hay que exponerse por horas en un transporte público colapsado para ir a trabajar. Las invocaciones a Tláloc –dios azteca de la lluvia- no se hacen esperar, un ingrediente del surrealismo mágico mexicano.
Lo que cambió esta vez es quien gobierna la Ciudad de México: Claudia Sheinbaum, doctora en ingeniería ambiental, quien llegó al poder en las elecciones de julio de 2018 como candidata del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el partido liderado por el presidente Andrés Manuel López Obrador. Una administración que da la nota, por no tomar medidas a la altura de la crisis ambiental que estamos viviendo.
Bajo el signo de la polución
Los índices de contaminación ambiental en la Ciudad de México están muy por encima de lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud. En el mundo hay alerta cuando se superan los 25 miligramos por metro cúbico de partículas Pm 2.5 de media durante 24 horas, y en la capital mexicana ha estado en alrededor de 110 desde el viernes 10 de mayo, de acuerdo con expertos.
Los incendios forestales y también en zonas urbanizadas fueron un factor que se sumó a la crisis ambiental que han generado décadas de promover el uso del automóvil por sobre el transporte público no contaminante y de la operación sin controles ambientales de fábricas en todo el Valle de México.
Como agravante, las nuevas autoridades en marzo pasado habían anunciado medidas de control más permisivas en las emisiones de los vehículos y entonces el director del Centro Mexicano de Derecho Ambiental, Gustavo Alanis, en entrevista con El País advirtió: "Si a este año le sumamos al fenómeno del Niño, el calor, los incendios, la verificación vehicular ineficiente [por corrupción], estaremos ante una situación ambientalmente adversa. El Gobierno debería pensar ya en un programa de cortísimo plazo, para marzo-mayo, de manera preventiva, ante la alta posibilidad de enfrentar esta situación".
Carlos Falcón, experto en toxicología ambiental y daño respiratorio, entrevistado por el mismo medio denunció "Definitivamente todo esto se pudo haber solucionado o haber reducido los efectos al mínimo. Cada año llegamos al mismo punto". Según señala, faltó un plan de prevención.
Las personas con enfermedades pulmonares, conjuntivitis, alergias, rinitis, así como quienes no las padecen ven recrudecer sus problemas de salud o presentan molestias.
Los científicos especializados en cuestiones ambientales señalan que con la declaración de contingencia no alcanza. Eso lo sabemos también quienes transitamos a diario por distintos puntos del Valle de México. Dicen que hay que atacar la fuente y señalan a aquellos agricultores que en esta época queman sus tierras para enriquecerlas para las siembras que vienen. Eso es tapar el sol con un dedo.
La distopía capitalista
El problema excede en mucho a las prácticas agrícolas –que en la mayoría de los casos no contemplan la preservación del medio ambiente-. Se trata de las prácticas que conlleva el modo de producción capitalista, cuyo móvil es la ganancia para una pequeña minoría de la clase propietaria de los bienes de producción.
Como explica acá Diego Lotito, “desde 1880 la temperatura media de la superficie terrestre ha subido 1 °C según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Un cambio drástico que ya tiene consecuencias devastadoras, con la potenciación de todos los fenómenos catastróficos relativos al clima, su permanencia en el tiempo y la aceleración de sus ritmos”. Huracanes, tornados, incendios incontrolables como los que ahora afectan parte del territorio mexicano, propagación de olas de calor extremo, inundaciones masivas son algunas de las terribles consecuencias de la sobreexplotación de los recursos naturales y de la anarquía de la producción capitalista.
Combatir el cambio climático y la polución ambiental es una necesidad de vida o muerte para la humanidad. Aun cuando Trump niegue el cambio climático y tiene ideólogos a su servicio que niegan el efecto devastador de la producción capitalista sobre toda la vida sobre la Tierra y la degradación brutal de las condiciones de vida de la mayoría de la humanidad la realidad y la ciencia que no está vendida al gran capital sostienen todo lo contrario.
Por otra parte, la promoción de acuerdos internacionales –que luego los gobiernos, las trasnacionales y los capitalistas nativos de cada país jamás respetan- y el impulso de un “capitalismo verde” que contempla una reconversión relativa y limitada de la producción capitalista, tampoco constituye una salida de fondo.
Marx, en su teoría de la fractura metabólica afirma que “... la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana (...) por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo (...) todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo” (1).
La producción con la ganancia como objetivo principal, por fuera de las principales necesidades sociales, revela en toda su estatura hoy en México, mañana en cualquier otro país, su carácter absolutamente reaccionario.
En la ciudad de los palacios, una urbe de siglos sobreviviente de inundaciones y sismos, el fomento a la industria automotriz -tan cara a los ojos de las trasnacionales que se enriquecieron gracias al abuso de recursos naturales y de la superexplotación de la clase trabajadora- resulta en la creación del aire tóxico que cada primavera se respira. Que los gobiernos de turno den todas las garantías a las plantas industriales para que arrojen sus desechos al aire, al agua y al suelo recorta la vida de la clase trabajadora y de los sectores populares.
Una salida progresiva ante la catástrofe ambiental
Después de la noche brumosa de smog del viernes 10 de mayo y de días sucesivos de aire tóxico, es imperioso tomar medidas radicales. Es necesario que se reorganice por completo la industria energética, a partir de la expropiación sin pago de todos los sectores de Pemex entregados al capital privado, y también de la Comisión Federal de Electricidad, y poner a estas empresas a producir bajo la gestión democrática de sus trabajadoras y trabajadores, con el apoyo de profesionistas que no se subordinen ni al gobierno ni a las trasnacionales, así como en consulta con los habitantes de las localidades donde se encuentran refinerías y plantas productoras de energía.
Sólo así el sector energético puede transitar hacia una reestructuración completa que lleve a la producción generalizada y sistemática de energías renovables, en armonía con el medio ambiente y cuya meta sea satisfacer las necesidades de la mayoría de la población.
En cuanto a la industria automotriz, también hay que llevar a cabo medidas similares: nacionalizar sin indemnización bajo control obrero todas las empresas del sector y reconvertir la producción para la fabricación de transporte público no contaminante. Y esto se hizo, como se explica acá, en 1942, cuando la producción automotriz pasó a fabricar de un día para el otro aviones y tanques durante la Segunda Guerra Mundial.
Ahora, de una reconversión similar, orientada a otro tipo de producción depende que podamos avanzar en la drástica disminución del automóvil y el transporte privado como un factor fundamental para combatir la catástrofe ambiental.
La gestión de los sectores energético y automotriz bajo control de la clase trabajadora debe ser el primer paso para avanzar en la nacionalización del conjunto de los sectores económicos estratégicos de las ciudades y el campo, con el objetivo de establecer un plan de producción general verdaderamente sustentable, que satisfaga las necesidades de la mayoría de la población: alimentación, vivienda, educación, salud y esparcimiento para todas y todos.
Claro está que en los marcos del capitalismo estas medidas no se pueden llevar a cabo. Para eso, la clase trabajadora, la única productora de riqueza en el sistema actual, debe luchar por estas demandas, para mejorar sus condiciones de vida y dar una salida progresiva a la crisis ambiental provocada por el capitalismo que azota el mundo. Una ubicación decidida puede atraer fuertes aliados a su lado, como la juventud y el conjunto de los sectores populares urbanos y campesinos.
Nota:
(1) Karl Marx, El Capital. Crítica de la Economía Política, tomo 1, volúmenes 2 y 8, México, Siglo XXI. |