El protagonismo de las mujeres trabajadoras ha sido un componente esencial en la tradición de lucha y organización de la clase trabajadora del Estado español. En este artículo abordaremos la gran oposición obrera femenina al Régimen franquista y la Transición, cuando las mujeres laboriosas también se manifestaron peligrosas para el franquismo tras su intento de transformar sus condiciones de vida, sus derechos laborales y luchar contra el Régimen dictatorial.
La gran tradición de las trabajadoras en la conflictividad laboral está relacionada con que, durante el siglo XX, el trabajo asalariado femenino se había acrecentado enormemente, siendo crucial en el desarrollo económico e industrial. No obstante, este crecimiento se fue gestando sobre una estructura patriarcal plena de desigualdades y discriminaciones que delimitaron los contornos de una doble opresión, como mujeres y como trabajadoras. Y, por tanto, también los contornos de su doble o múltiples luchas, por lo que sus reivindicaciones en la conflictividad obrera no estuvieron determinadas exclusivamente por reivindicaciones laborales, sino que atendían a problemas sociales, a aspectos como la cuestión sexual, la familia, la discriminación laboral, el trabajo reproductivo no remunerado, entre otros.
Para abordar este análisis, es importante detenernos en la definición de clase en su intersección con el género entendiendo que la lucha contra la opresión de las mujeres se inscribe en la historia de la lucha de clases. En términos marxistas, a partir del “lugar que ocupa en la producción” la fuerza laboral femenina está concentrada, como parte del conjunto de la clase obrera, en posiciones estratégicas para el funcionamiento de la economía capitalista, -producción, servicios, etc. Lejos del rol ‘subsidiario’ que se le quiso imponer a las mujeres en el circuito laboral considerando su trabajo como complementario a la ‘fuente principal de ingresos’ del ‘jefe del hogar’, las transformaciones económicas han colocado al trabajo asalariado femenino en el centro de gravedad del capitalismo por su participación creciente en la producción y en los servicios. Es por ello, como veremos, que pueden cumplir un rol de ‘vanguardia’ de la clase trabajadora.
Pero a su vez, han cumplido un rol de bisagra fundamental vinculando los centros de trabajo con otras capas de la sociedad, por la doble posición en la fábrica y el hogar o la ‘doble presencia’ [2] de las mujeres en el trabajo asalariado y en el trabajo doméstico, o ‘trabajo de reproducción no remunerado’. Esta es una cuestión fundamental para que el conjunto de la clase trabajadora pueda conquistar su hegemonía.
¿Género o clase? Debates sobre la doble opresión, como mujeres y trabajadoras
Es desde la relación entre opresión y explotación que podremos observar la enorme riqueza de experiencia en la lucha de clases que nos han dejado las mujeres trabajadoras en el desarrollo de la conflictividad laboral en esta época. [3].
Este punto de análisis ha sido parte de uno de los debates de este período dentro de la nueva la militancia femenina, particularmente en CCOO donde el Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC) y el Partido Comunista de España (PCE) ha sido la corriente de mayor influencia durante el periodo en la clase trabajadora. El debate giraba en torno a la pregunta ¿Son las mujeres mismas o es la clase obrera? ¿Clase o Género? Un interesante estudio de la historiadora Nadia Varo Moral [4], explica detalladamente cómo, para los militantes del PSUC-PCE en CCOO, que partían de una definición masculinizada de la clase trabajadora, cualquier objeción sobre la opresión de las mujeres podría “romper la unidad de la clase” para enfrentar al Franquismo, que era su prioridad política; motivo por el cual las reivindicaciones de las trabajadoras estaba en último orden de importancia.
En esta objeción no se presta atención a la tendencia a la feminización de la fuerza de trabajo, que ha constituido a las mujeres como uno de los sectores más explotados de la clase obrera, no sólo porque pesan sobre ellas los apremios de una doble jornada laboral –remunerada en la fábrica y no remunerada en el trabajo doméstico–, sino porque sus condiciones laborales históricamente han sido cada vez más precarias. Por tanto, el antagonismo "género o clase", contiene una omisión: las mujeres constituyen un grupo interclasista y la clase es una categoría que remite a un agrupamiento intergenérico; es decir, no son términos que se contraponen porque no son categorías del mismo nivel explicativo. [5]
Todos estos debates han atravesado a una historiografía sobre el protagonismo de las mujeres trabajadoras muy poco desarrollada. [6]Se ha destacado el papel de las mujeres apoyando a los maridos y familiares en los conflictos -que también ha sido muy importante- y muy poco sobre el destacado protagonismo de las trabajadoras en los conflictos laborales de sus fábricas o centros de trabajo [7]
Si bien en este artículo se trata de rescatar los conflictos de las mujeres asalariadas -muy poco valorados y estudiados- también veremos cómo las mujeres han sabido organizarse desde diversas posiciones y una de ellas ha sido “acompañando” a sus maridos, hermanos o amigos en las luchas obreras, constituyendo así una parte fundamental de la tradición de la familia obrera y en los barrios obreros donde tuvieron que luchar por tener transporte público, colegios u hospitales. Analizaremos el rol de las ‘amas de casa’ como parte de la clase trabajadora y no como parte de un “sistema productivo separado”, tal como lo plantean las teorías feministas de la reproducción social; debate que no abordaremos en este artículo. [8]
Feminización y división sexual del trabajo
En el artículo Igualdad ante la ley, desigualdad ante la vida: feminización del trabajo y precariedad laboral [9] explicaba cómo el ideal de la mujer fuera del mercado laboral se mostraba totalmente utópico para las familias de la clase trabajadora, por un lado, ante los efectos duraderos durante la posguerra como la pobreza y la precariedad, que obligaba a las mujeres a tener que salir a trabajar. Por el otro, en el marco de las transformaciones del capitalismo español, que necesitaba una gran cantidad de mano de obra femenina.
Históricamente, este incremento de las mujeres al trabajo asalariado es, entre otras cuestiones, el resultado de más de dos siglos de lucha de las mujeres por pertenecer al mercado laboral. Durante el Régimen franquista, además de las leyes de una dictadura que había liquidado todas las conquistas de la República en materia de derechos a las mujeres, muchas trabajadoras fueron brutalmente reprimidas, encarceladas o asesinadas por su resistencia a la dictadura, y así, “trabajadoras, maestras, bibliotecarias, enfermeras, oficinistas y mujeres de todos los oficios fueron depuradas de su trabajo y padecieron los rigores de la dictadura.” [10]
Igualmente, todo esto no impedía que las mujeres dejaran de ejercer trabajos remunerados, al contrario, lo hacían en condiciones de enorme precariedad y discriminación ante la situación de pobreza en la que se encontraban sus familias. Las que tenían suerte, trabajaban en comercios, tiendas o mercados y venta ambulante. No obstante, la represión laboral era tal que aquellas mujeres que no podían dejar de trabajar lo hacían en tareas propias relacionadas con la esfera doméstica o en el trabajo a domicilio, por ejemplo, para talleres de costura. Es importante mencionar que muchas mujeres eran arrojadas a una situación de prostitución si eran despedidas o no encontraban puestos de trabajo, incluso muchas de ellas ejercían la prostitución mientras trabajaban en fábricas o servicio doméstico para afrontar situaciones de pobreza extrema.
El trabajo sumergido en el hogar era la opción para las mujeres casadas, como también lo era el servicio doméstico para las jóvenes en condiciones humildes o del mundo rural, sin ningún reconocimiento en los derechos laborales. Junto a esto, durante las duras décadas de posguerra, el hambre y la miseria, las tareas de reproducción se hacían aún más extenuantes.
A mediados de la década de 1950 y 1960 se desarrolló un acelerado proceso de proletarización femenina en el cual las migraciones masivas desde las regiones rurales hacia los centros industriales -Madrid, Catalunya, País Vasco y Asturias, principalmente- han aportado abundante mano de obra, tras el llamado Plan de Estabilización en 1959, que dio lugar a un cierto crecimiento económico y a transformaciones en la clase trabajadora y particularmente en las mujeres. Se desarrollaron las ramas de bienes de consumo como automóviles y electrodomésticos, el sector químico, la siderurgia y las industrias alimentarias, el textil, el turismo y la construcción. A la vez, se fue conformando una modernización del aparato productivo y de las formas de explotación de la fuerza de trabajo. Esto tuvo consecuencias hacia las mujeres trabajadoras ya que se necesitaba mano de obra ‘barata’, motivo por el cual el Régimen dio un giro respecto al trabajo femenino y “La población laboral femenina pasó de un 8,3% en la inmediata posguerra (1940) a un 19,1% en 1970, según los datos de los censos de población” [11]
Por otro lado, las condiciones laborales eran enormemente precarias y con duros ritmos de trabajo, sin medidas se seguridad y salubridad en las fábricas y bajos salarios. Muchas mujeres tenían doble o triple jornada laboral, ya sea porque compaginaban tres turnos de trabajo, en la fábrica con doble turno, en otros trabajos a domicilio o por la noche a destajo, además de las obligadas tareas domésticas.
Esta década el crecimiento económico dio apertura a otras fuentes de trabajo para las mujeres como la de peluquería y del comercio. Así como también de oficinista, mecanógrafa, taquimecanógrafa, secretarias, señorita de oficina y para despacho telefonistas. Y también dio importantes procesos de lucha y resistencia de las mujeres trabajadoras.
Pioneras: la lucha de las trabajadoras en la conflictividad obrera a inicios del franquismo
Han sido las obreras textiles las que protagonizaron los primeros conflictos, siendo las fábricas de este sector uno de los motores industriales de la economía y del comercio en importantes regiones como Catalunya. En este ramo, las mujeres estaban sobrerrepresentadas bajo condiciones laborales precarias, bajos salarios y jornadas extenuantes, unida a las tareas de reproducción que en años de posguerra significaban una pesada carga.
Un ejemplo de ello eran las trabajadoras de la fábrica textil de Fabra i Coats de Sant Andreu, Barcelona, que en diciembre de 1941 dieron sus primeros pasos en conflictos, con demandas cómo la supresión de la denominada semana inglesa que implicaba trabajar los sábados por la tarde y la declaración de festivos “recuperables”, o exigiendo guarderías. También en Sabadell (Catalunya) se dieron conflictos en forma de boicot en fábricas textiles.
Entre los años 1945 y 1947 en Catalunya y el País Vasco comenzó un proceso de luchas obreras, siendo Barcelona la punta de lanza con paros en mayo y agosto de 1945 y en los años siguientes en importantes sectores de la industria textil, metalúrgica y química. [12] A partir del año 1946 comenzaba una oleada de huelgas motorizada principalmente por las mujeres de las fábricas textiles. Las demandas fundamentales era el abaratamiento de los costes de subsistencia, las garantías de abastecimiento y un economato. Por ello, muchas veces las mujeres se unían a otras huelgas como ocurrió en el verano de 1946 con la huelga de aceiteros, contra el racionamiento, la falta de abastecimiento de aceite y el suministro sustitutivo de margarina. Los balcones y ventanas de los barrios obreros de Barcelona aparecieron con aceiteras y sartenes, colgados por las mujeres para unirse a la protesta. [13]
Las obreras textiles y la primera huelga general de Manresa contra Franco: las primeras comisiones de mujeres
Entre los sucesos más importantes, ha sido cuando en el mes de enero de 1946 protagonizaron importantes conflictos en las fábricas textiles de Manresa y Mataró (Catalunya). Esto desató en Manresa la primera huelga general desde 1939 de España, en la que las obreras textiles estuvieron al frente, particularmente de la Fábrica Nova (Hilados y Tejidos Beltrán y Serra), la más grande de la ciudad y propiedad de la familia Bertrand y Serra. La huelga desató durante varios meses un proceso extensivo de conflictos hacia otras comarcas del Barcelonés, Vallés y Maresme, en fábricas textiles de Sabadell, Terrassa, Hospitalet, Palamós, Barcelona y Mataró. Y en fábricas como la España Industrial, Hijos de F. Sans o Trinxet; metalúrgicas como la Maquinista Terrestre y Marítima, Altos Hornos de Catalunya, Hispano Olivetti, Hispano Suiza o Lámparas Z; y de otros sectores como Industrias Sanitarias, Cervezas Damm, etc. Y otras huelgas de solidaridad con fábricas en lucha.
Como características de este protagonismo fundamental de las trabajadoras, el nivel de combatividad y las “comisiones de mujeres” para negociar y coordinarse con otras fábricas eran los elementos nuevos que aparecieron en estos conflictos, en los que las mujeres intervenían con su doble presencia.
Las huelgas en los mercados: lo personal es político
Otro campo de lucha de las mujeres han sido los mercados, sobre todo en los años 1946 y 1947 protagonizando huelgas exigiendo aumento de salarios, mejora del almacenamiento de primera necesidad y un economato de empresa para comprar productos a precios más bajos. Por tanto, las demandas laborales que las mujeres exigían desde las fábricas y centros de trabajo estaban ligadas a las preocupaciones de las familias obreras, como era la subsistencia de sus hogares. [14] Era un contexto en el cual la escasez de alimentos era un verdadero drama para las familias obreras. El Régimen había establecido el racionamiento de los alimentos básicos en los centros de las ciudades de artículos de primera necesidad y las mujeres eran quienes debían gestionar la pobreza en sus hogares e incluso, aunque la legislación laboral se lo impedía, se vieron obligadas a trabajar fuera de los hogares como asalariadas en comercios, tiendas o mercados en condiciones de enorme precariedad y discriminación. El servicio doméstico fue el ámbito de mayor ocupación laboral para las mujeres jóvenes, para quienes el reconocimiento de los derechos laborales era algo desconocido.
Al respecto la historiadora Nadia Varo plantea que las protestas de 1946 en Barcelona estaban marcadas por una ’conciencia femenina’, desarrollando formas de acción específicas que cuestionaban la división entre lo público y lo privado. Esta cuestión se estaba germinando en la década de 1940 para ir creciendo hacia la década de 1970.
Veamos otros ejemplos. En 1951, la conflictividad laboral resurge ante unos salarios reales inferiores incluso a la preguerra y por la continuidad de escaseces y restricciones de todo tipo. La primera expresión de este malestar fue el masivo boicot a los tranvías de Barcelona, que forzó al gobierno a anular la subida de tarifas. La protesta acabó en una huelga general en la que participaron entre 250.000 y 500.000 trabajadores de Barcelona y de los municipios industriales de los alrededores, exigiendo la libertad de los detenidos y el cese del aumento del coste de la vida. En Barcelona, las mujeres no sólo han parado los centros de trabajo, sino también hicieron piquetes para garantizar la huelga en las fábricas, talleres y comercios: “Las mujeres destacaron tanto en el conflicto que, al redactar un informe sobre la huelga, el delegado provincial de Sindicatos de Barcelona subrayó la actitud recalcitrante de las mujeres en este conflicto: ‘Y lo que es peor, con un gran porcentaje de trabajadoras femeninas -casi todas en la industria textil-, las que, por razones de su sexo y especial manera de reaccionar, es dificilísimo el convencer con razones ni discutirlas con argumentaciones, cuando algún conflicto social se plantea’” [15]
La década de 1960: continuidad generacional, la lucha por aumentos de salarios y las comisiones de trabajadoras
En esta década, en el marco de la crisis del textil y la diversificación de los trabajos de las mujeres, hacía difícil que pudieran llevar a cabo protestas colectivas, por lo que el nivel de intensidad de las mismas había bajado, aunque no desaparecido.
Sin embargo, en Catalunya, en la industria textil del Maresme, Barcelonés o Vallés Occidental entre finales de los años cincuenta y los sesenta, surgieron conflictos laborales en empresas que según Nadia Varo, “coincidían jóvenes trabajadoras inmigrantes y otras más maduras, con experiencia de trabajo industrial y a veces de conflicto.” [16] Además, se organizaron de forma similar a los conflictos de los años cuarenta, a través de comisiones de trabajadoras de la empresa, como el ejemplo de la fábrica textil Ihpevisa (Badalona-Catalunya) cuando más de 200 mujeres mayoría inmigrantes, se declararon en huelga al darse cuenta de que cobraron la mitad de la paga extra del 18 de julio.
En estos años también las mujeres formaban comisiones para gestionar los conflictos y “se percibía la idea de que las mujeres no serían represaliadas de forma tan inmediata como los hombres. Pero a diferencia de lo que pasaba en los años cuarenta y cincuenta, en ocasiones estas comisiones tuvieron continuidad después de las huelgas y permitieron negociar mejoras en las condiciones de trabajo. Entre las componentes había mujeres con experiencia de conflicto antes de la guerra civil.” [17]. Es interesante cómo Nadia Varo da cuenta de los cambios generacionales en los que podemos notar una cierta continuidad de las experiencias mantenidas por las obreras más maduras, que eran las que estaban al frente de las comisiones de trabajadoras para negociar con la patronal.
La conflictividad desarrollada por las mujeres trabajadoras durante el franquismo expresaba reivindicaciones de tipo salarial, hasta 1969 fundamentalmente, al margen del convenio y sobre todo en el sector textil lanero o algodonero, bajo una aguda crisis, expedientes de regulación de empresas y despidos; lo que acabó con paros y concentraciones públicas protagonizadas por mujeres.
Mientras tanto, en una situación de grandes cambios políticos y cuestionamientos al Régimen franquista surgían nuevas organizaciones sindicales como las Comisiones Obreras junto al activismo y la militancia de izquierda. Las CCOO no fueron sólo masculinas. También fueron habituales en las fábricas textiles donde las mujeres formaban comisiones de trabajadoras -sólo de mujeres-, que negociaban con la patronal, las fuerzas policiales o con funcionarios de la OSE.
Sin embargo, varias fuentes dan cuenta de que las organizaciones obreras no reconocían la organización y lucha de las trabajadoras, por tanto, las registraban como parte de la conflictividad laboral y antifranquista en general. Aún así, las mujeres supieron confeccionar redes de solidaridad con otras luchas y entre ellas y romper el aislamiento, como parte de esa tradición y cultura obrera en los barrios y las fábricas, a pesar de la represión, de la falta de representación sindical y de reconocimiento de los sindicatos obreros.
Por otro lado, a comienzo de la década de 1960 el Régimen había conformado la Ley de Orden Público en julio de 1959, con el objetivo de perseguir las huelgas, la ocupación de empresas y las reuniones ilegales. En la primavera de 1962 comenzaba una nueva conflictividad laboral protagonizada por las huelgas de las minas de Asturias. El Régimen no tardó en responder con el estado de excepción en Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa en el mes de mayo, ampliado a todo el Estado español en junio.
La actividad minera estaba fuertemente masculinizada. Aún así, la reactivación de la conflictividad laboral en esta región ha impulsado a las mujeres a una mayor integración a la vida política y sindical. Las mujeres, esposas, compañeras o hijas de los mineros han tenido un importantísimo rol en lo que han sido estas grandes gestas obreras, expuestas al mismo nivel de represión que sus compañeros mineros: “transformaron sus casas en lugares de reunión, sus idas al mercado en ocasiones para la agitación política, las puertas de las cárceles en puntos de encuentro desde los que organizar la asistencia a los presos políticos y las bocas de los pozos en lugares desde los que transformar el conflicto laboral de los hombres en un conflicto social multitudinario” [18]
La década de 1970: mayor politización y radicalización de los conflictos protagonizados por las trabajadoras
En los años setenta se había frenado la creciente incorporación de las mujeres en el mercado laboral, estancada a partir de 1974 y en 1976, la población femenina total y activa en España era el 27,9%. Nadia Varo da cuenta de focos relevantes de conflictividad laboral femenina como en la empresa metalúrgica Lámparas Z con tres fábricas en Barcelona y otra en Hospitalet de Llobregat, en los que el detonante era el convenio por empresa. [19] A finales de 1972 y en 1973 la conflictividad llegó a la confección y al sector terciario, a la sanidad pública y la enseñanza. Así como también, una nueva conflictividad femenina en el año 1972 como la negociación del convenio estatal de la banca, donde se producían represalias con despidos a trabajadoras. También en el sector servicios, los plantes de mujeres empleadas en la hostelería.
Comienza también una politización de las demandas y las formas de protesta habían ido cambiando en relación a veinte años atrás, ante un crecimiento económico e industrial que no daba resultados favorables en los niveles de vida de la clase trabajadora en términos de salarios. Fue así que se activó un nuevo activismo femenino oponiéndose a la carestía de la cesta de la compra y demandando mejores condiciones de vida. En estos años las reivindicaciones de las trabajadoras se planteaban luchar por las condiciones de trabajo, como la petición de guarderías gratuitas en los centros de trabajo, exigencia de mejora del trato de los jefes o por la igualdad salarial. Ésta última fue la más común a partir de 1974, con la consigna: “Igual trabajo, igual salario”.
Es de destacar otras instancias utilizadas a la hora de demandar la igualdad salarial, a través de las plataformas reivindicativas locales, que muchas veces se incluyeron en los programas reivindicativos de los sindicatos, lo cual no significaba que se llevaran a la práctica. Han tardado mucho en incluirse en las agendas sindicales las demandas de las mujeres trabajadoras y mucho más en convertirse en un objetivo prioritario: “Hasta después de las Jornadas Catalanas de la Mujer, en mayo de 1976, los sindicatos no prestaron atención a la equiparación de género en el mundo laboral.” [20]
Por un lado, otro motor de la lucha de las mujeres fue la solidaridad ante la represión. Esta época está marcada por la politización de las trabajadoras en sus demandas y por la emergencia de una nueva generación de mujeres activistas y militantes.
Una de las huelgas más emblemáticas durante el franquismo y la transición, ha sido la de las jóvenes obreras textiles de veinte años de edad, de la fábrica Valmeline en Tarragona (Catalunya), conocidas como las de las “batas rojas”, por la mejora de las condiciones laborales. [21]
El año 1976 ha sido el punto álgido de la conflictividad, producto de la suma de los efectos de la crisis económica, por un lado, y por el otro, la muerte de Franco había dado una perspectiva de posible cambio político. Había aumentado el número de conflictos: en 1975 el 56% de las plantillas afectadas hicieron huelga y en 1976 el 70% [22].
En este contexto, las mujeres trabajadoras fueron protagonistas de este ascenso en las huelgas generales y locales, como en Catalunya las del Baix Llobregat (del 19 al 29 de enero de 1976) o Sabadell (del 23 al 26 de febrero de ese año): “Asimismo, también se produjeron en huelgas de ramo en la confección, la enseñanza y la provocada por la negociación del convenio provincial del metal. Además, también se desarrollaron conflictos de empresa muy prolongados, entre los cuales destaca Ingra (metal Barcelona), cuyas trabajadoras estuvieron en huelga de febrero a mayo de 1976.” [23] Un caso a destacar es el de las “mujeres de” los huelguistas de Roca Radiadores (1976-1977), quienes se incorporaron al conflicto desde su posición de mujeres que debían gestionar la crisis que implicaba a nivel económico para sus familias, que sus maridos protagonicen huelgas tan duraderas. Estas mujeres, de su papel de ’retaguardia’ pasaron a cumplir un rol de ’vanguardia’ de la lucha, cumpliendo roles que las exponían al mismo nivel que sus esposos.
Mary Nash da cuenta también de otros sectores en lucha de trabajadoras, como las mujeres de la banca, “uno de los sectores con un grado más alto de movilización laboral durante el franquismo tardío” [24], llegando a organizar asambleas de trabajadoras de diferentes bancos e incluso una coordinadora en la que participaban todas las centrales sindicales, para debatir sobre sus reivindicaciones y la creación de una Plataforma propia para la negociación del convenio de este sector [25].
Nace una nueva generación de trabajadoras militantes y sindicalizadas. El rol de los sindicatos
La politización y radicalización de los conflictos y la nueva militancia femenina llevó a una mayor confluencia de las mujeres trabajadoras con las organizaciones políticas y las organizaciones sindicales. E incluso también con el movimiento feminista. Una situación de cambios políticos tras la muerte de Franco, en la que las experiencias de lucha de las mujeres en la conflictividad laboral las acercaba a la política.
Se dieron tres fenómenos. Primero, las experiencias de lucha de las trabajadoras en las que recibieron la solidaridad de los trabajadores hombres en innumerables conflictos -la huelga de Valmeline (1974) -y viceversa, -como en la huelga de Roca (1976-1977), llevaron a una mayor confluencia e integración de las trabajadoras con el movimiento obrero organizado y a una mayor presencia femenina en CCOO; aunque esta presencia no era valorada por los sindicatos y mucho menos en los cargos de dirección. Segundo, una mayor participación en la militancia política de izquierda o antifranquista. Tercero, también el movimiento feminista buscó integrar en sus reivindicaciones los derechos políticos, laborales y sociales de las mujeres, creando ámbitos de confluencia con las trabajadoras.
El desarrollo de estos fenómenos fue lento y tuvo varios obstáculos para las mujeres. Cuando se fueron integrando más a las organizaciones sindicales, como en CCOO a partir de 1969, lo hacían sin el reconocimiento en las direcciones y con un rol subsidiario [26] También ha costado mucho que las organizaciones de mujeres o feministas se propusieran destacar los problemas laborales específicos de las trabajadoras; recién desde 1967 el Movimiento Democrático de Mujeres de Cataluña -impulsado por el PSUC- se propuso unir a sus reclamos el derecho a un trato igualitario y la eliminación de la discriminación, aunque no ha sido hasta 1976, cuando comienza una confluencia más real con las Jornadas Catalanas de la Mujer.
Las demandas específicas de las trabajadoras no eran reivindicadas por los sindicatos, excepto en las ocasiones en que las trabajadoras exigieron que la demanda de igualdad salarial se integrara en las plataformas reivindicativas de localidades donde el trabajo femenino tenía peso. Aún así, los derechos laborales de las trabajadoras no estaban incluidos ni en los programas ni en la práctica del movimiento sindical.
A modo de conclusión
El trabajo femenino se ha ido reconfigurando como parte integrante y activa de una clase trabajadora que demostraba ser capaz de cuestionar el poder económico y político del Régimen a través de una intensiva y extensa experiencia de lucha y organización. En este marco “bajo el franquismo tuvo lugar una militancia femenina estrictamente laboral, vinculada directamente a las condiciones de producción de bienes y servicios, y teniendo como escenario el centro de trabajo”. [27] Sin embargo, el rol de las hijas, hermanas y esposas de trabajadores en lucha también ha sido fundamental, siendo parte de la tradición de la ’familia obrera’ y los ’barrios obreros’. Estas mujeres, que pasaron de la ’retaguardia’ a la ’vanguardia’ de la lucha, no eran sólo “mujeres de”, sino que eran parte de la ’clase trabajadora’.
En primer lugar, las trabajadoras han demostrado estar en determinados momentos históricos a la ‘vanguardia’ de la conflictividad obrera, rompiendo el rol ‘subsidiario’ que les había sido asignado históricamente en el mundo laboral y en la conflictividad obrera. Segundo, han sabido confeccionar sus propias estrategias de lucha, a pesar de haber sido más dificultoso su acceso a la vida sindical y política por la doble jornada laboral que significa la responsabilidad del trabajo reproductivo no remunerado. Tercero, han sabido romper el aislamiento sindical y político a la que fueron arrojadas por las direcciones de los sindicatos, especialmente en CCOO.
A partir de aquí, es importante concluir que las mujeres trabajadoras han sido uno de los sectores que mayor combatividad demostró en la conflictividad obrera desde inicios del franquismo, así como también durante la transición, marcando dinámicas rupturistas determinadas, por un lado, ante la situación de discriminación y muchas veces situaciones de explotación laboral extrema; por el otro, por estar menos representadas por las organizaciones sindicales en todo su arco, lo que las dejaba en una situación de menor control y mayor campo de acción ante la necesidad de romper el aislamiento en la propia conflictividad. Y que, tras su “doble presencia” han jugado un rol de ‘puente’ entre los centros de trabajo y otros sectores sociales en la lucha de clases.
Las luchas aquí enumeradas son sólo una ínfima parte del gigantesco rol que han tenido las mujeres trabajadoras en la lucha de clases del Estado español. Para ellas este artículo, a modo de homenaje y aprendizaje a la vez de estas experiencias, para una nueva generación de mujeres conscientes de que, en nuestra lucha, nunca empezamos de cero. |