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24 de mayo de 2019 Twitter Faceboock

Automovilismo
Un hito en el automovilismo argentino: la primera victoria protagonizada por mujeres
Eduardo González Peña | @gpeduardop

En 1962, dos mujeres fueron campeonas superando a 257 varones. Ante la discriminación a las mujeres colectiveras por parte del titular de la UTA Rosario, ¿podemos reinterpretar esa victoria?

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El VI Gran Premio de Turismo Standard de 1962 fue el escenario para la primera victoria de un par de mujeres en el deporte automotor argentino. Su recuerdo siempre estuvo tamizado por el prisma de una cultura machista y paternalista. Hoy, ante la discriminación sufrida por las conductoras de colectivos por parte del titular de la UTA Rosario, ¿podemos reinterpretar esa victoria?

La historia del automovilismo argentino ostenta grandes carreras de antología. Entre ellas, hay una que marca la entrada de las mujeres en una actividad que durante mucho tiempo había sido naturalizada como exclusiva cuestión masculina: el VI Gran Premio de Turismo Standard de 1962.

Para esa compleja y larga competencia, el equipo oficial de Mercedes-Benz presentó a una corredora y a una navegante de origen sueco.Se trataba de Ewy Rosqvist, de 32 años ya cargo del volante, y de Úrsula Wirth, de 29 años y que cumplía la función de navegante. Al tomar fuerza la noticia de que Mercedes-Benz presentaba a un automóvil manejado por mujeres, el periodismo especializado lo circunscribió a una mera nota curiosa. Algunos también hacían referencia a que se trataba simplemente de una estrategia de marketing por parte de la automotriz alemana. Esto último tenía algo de verídico ya a que las “suecas” (así fueron conocidas entonces) se les asignó una posición secundaria dentro del armado del equipo oficial Mercedes-Benz. La empresa privilegió, al otorgar las tres máquinas más eficientes,a dos pilotos alemanes y a Carlos Menditeguy, un experimentado corredor argentino.Las “suecas” enfrentarían el Gran Premio con un modelo de Mercedes-Benz 220 SE. Se trataba de un modelo que ya había demostrado sus capacidades mecánicas para superar el desafío de la competencia en el año anterior y en diversos rallyes europeos. Sin embargo, se trataba de un vehículo con una potencia ostensiblemente inferior frente a los Mercedes-Benz 300 SE entregados al resto de los pilotos oficiales de la marca. Además, el vehículo de las “suecas” era inferior a los Pontiac y a los Jaguar, modelos de automóviles con condiciones mecánicas que aspiraban reinar tanto en la categoría mayor (la G) como para dominar a los participantes de las otras seis categorías de menor cilindrada permitida.

El avión de la transmisión radial persigue, por la mítica ruta 40, a las punteras del Gran Premio y su Mercedes-Benz 220 SE número 711.
El avión de la transmisión radial persigue, por la mítica ruta 40, a las punteras del Gran Premio y su Mercedes-Benz 220 SE número 711.

Para competir en el Gran Premio había inscriptos 286 vehículos.De ése número largaron unos 258 competidores. Algunos, como el caso de las “suecas”, representaban oficialmente a fábricas extranjeras (Mercedes-Benz, Volvo y Alfa Romeo) y otros a fábricas locales (Industrias Kaiser Argentina, Industria Automotriz Santa Fe, Autoar Argentina, Isard, IAFA y Borgward). A ellos hay que sumar a los pilotos de equipos semioficiales (BMW, Lancia y Pontiac) y a los corredores particulares. Entre los apellidos de los participantes se destacan grandes “volantes” argentinos de la época, como Jorge Cupeiro, Rodolfo de Álzaga, Gastón Perkins, Eduardo Rodríguez Canedo, Roberto Mieres y Atilio Viale del Carril.

La metodología del Gran Premio suponía una clasificación general para las siete categorías y el recorrido de seis etapas. La primera etapa abarcaba desde Pilar (Provincia de Buenos Aires) hasta Carlos Paz (Provincia de Córdoba). La segunda atravesaba las ciudades de San Luis y de Mendoza, y finalizaba en la ciudad de San Juan. La tercera etapa cruzaba la ciudad de la Rioja y se detenía en la ciudad de Catamarca. La cuarta etapa se interrumpía en la ciudad de Tucumán. La quinta etapa transitaba por la ciudad de Santiago del Estero y finalizaba en la ciudad de Córdoba. Mientras que la sexta y última etapa recorría las ciudades de Santa Fe y de Rosario, llegando a la meta en la ciudad de Arrecifes (Provincia de Buenos Aires). Luego los autos eran llevados en caravana hasta el autódromo de la Ciudad de Buenos Aires.

Úrsula y Ewy junto al Mercedes Benz.
Úrsula y Ewy junto al Mercedes Benz.

Para la década de los sesenta, la figura del automóvil ya se había transformado en uno de los objetos emblemáticos de las relaciones sociales del capitalismo. En lo que refiere al mundo masculino, el automóvil no se trataba de un objeto más: era su espacio de reinado, mientras se confinaba a las mujeres al hogar. A ello se suma la particularidad de las formas de competencia prevalecientes en la Argentina, y su conjunción con procesos e imaginarios relacionados con los atributos asignados a la masculinidad –tales como virilidad, coraje, ingenio y destreza–,que habían hecho del deporte automotor un espacio claramente masculino. Así, el domino de la velocidad, el vértigo y la mecánica eran ámbitos que se habían naturalizados como “cosa de hombres”.Sin embargo, la presencia de las “suecas” va a poner en crisis (aunque sea momentáneamente) todo ese horizonte cultural dominante en el deporte automotor argentino.

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Como todos los grandes eventos automovilísticos, el Gran Premio produjo una enorme efervescencia emocional en los fanáticos, quienes (en su mayoría) seguían las alternativas de la competencia a través de la radio. Así, cientos de miles escucharon en sus aparatos de radio una competencia que estaba llamada a romper con lo normalizado en el deporte automotor. En ella, las “suecas” pasaron de ser una nota de color y un objeto de marketing, a ser las rotundas vencedoras de 257 corredores varones. La pretendida superioridad automovilística masculina quedó sometida por los números elocuentes que exhibieron Ewy Rosqvist y Úrsula Wirth: se impusieron en las seis etapas de la carrera y batieron todos los récords anteriores en cinco de ellas (en las cinco ediciones anteriores del Gran Premio nadie había ganado cuatro etapas consecutivas); recorrieron unos 4.421,6 kilómetros en 34 horas 51 minutos y 3 segundos, lo que estableció un promedio de unos 126,872 kilómetros por hora y marcó una diferencia de 3 horas 8 minutos y 25 segundos sobre el corredor que llegó segundo; y en su categoría, la G, establecieron una ventaja de medio día sobre el segundo (12 horas y 1 segundo).

El Gran Premio era un duro esfuerzo físico tanto para los participantes como para las máquinas. Se atravesaba caminos de todo tipo y altitudes que alcanzaron los 3.000 metros. Las “suecas” demostraron su temple y categoría de campeonas al doblegar el espacio y el tiempo de una competencia desarrollada en un país que describieron como una extensión que “no se termina nunca”. Pero, principalmente, la dificultad era eludir a la muerte que acechaba en cada uno de los miles de kilómetros a surcar y que se cobró la vida de tres participantes. Así, en cada etapa del Gran Premio, las “suecas” se enfrentaron a la muerte y, como si anticiparan al personaje ficticio de Arya Stark, le dijeron “hoy no”. Demostraron un gran altruismo deportivo al querer abandonar la competencia como señal de luto por la muerte de uno de sus compañeros –llamado Herrmann Kühne– en la cuarta etapa, pero fueron disuadidas por Juan Manuel Fangio, quien les explicó que el mejor tributo para su compañero era ganar la competencia. Además, fueron objeto de los prejuicios machistas de Carlos Menditeguy, que fue descalificado en la segunda etapa, quien reclamó afirmando que se las estaban privilegiando arbitrariamente y que él era “el ganador moral” (sic).

Haciendo historia: el momento de la victoria.
Haciendo historia: el momento de la victoria.

Cuando se detiene en la lectura de las crónicas de la época, se puede observar que la hazaña de Ewy Rosqvist y Úrsula Wirth fue metabolizada por el sistema de aspiraciones, de maneras de ser y de actuar conformes a los modelos culturales machistas predominantes en su tiempo. Así, el relato de la proeza deportiva de las “suecas” fue inscripto dentro de una determinada lógica que le asignaba roles naturalizados como femeninos, tales como “darle gracia a los caminos”, o que fue ubicada dentro de un discurso de tono paternalista. Tal vez no sea justo ser crítico con los sistemas clasificatorios simbólicos de los contemporáneos a la victoria de las “suecas”. Sin embargo, en un presente donde la cultura machista se trata de desnaturalizar, es posible y necesario prestarle un nuevo prisma de sentido a esa lejana proeza: ella es la muestra de que la inferioridad física de la mujer frente a un volante es una falsedad.

 
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