Un 25 de mayo como hoy, Independiente se consagraba campeón de la temporada ´88-´89 en cancha de Ferro al derrotar a Deportivo Armenio por 2-1 con goles de Insúa y Massaccesi.
Parece que fue ayer y sin embargo ya pasaron 3 décadas que se cumplen exactamente hoy: en la cancha de Ferrocarril Oeste se establecía la marca récord de público visitante. Más de 30 mil hinchas de Independiente agotaron todas las entradas disponibles para ver al equipo dirigido por Jorge Solari, que podía consagrarse campeón esa tarde soleada ante el humilde Deportivo Armenio, que finalizó descendido.
En la memoria de la parcialidad roja ese campeonato quedó grabado a fuego por dos razones. En aquel momento, porque era un equipo que fue creciendo con el transcurso de aquel torneo largo, que en la primera rueda terminó con Racing y Boca en la punta de la tabla y que tenía una particularidad que se dio por única vez: los empates permitían un punto extra en una definición por penales entre los equipos igualados (el que perdía en los penales se quedaba sólo con 1 punto y el ganador con 2). Pero 30 años después el recuerdo enfoca en el máximo ídolo del club: sería el último campeonato con Ricardo Enrique Bochini -el 10 eterno- en el verde césped.
Con partidos inolvidables, como los dos clásicos ante Boca Juniors –ambos ganados por 2-1 y con goles de Bochini en las dos oportunidades- o el clásico ante el River dirigido por Menotti (que pintaba como el gran candidato) en el Monumental, también ganado por 2-1; o un empate sin goles frente a Racing (que era un equipazo y venía de ganar la Supercopa), culpa de ese monstruo del arco llamado Ubaldo Matildo Fillol que defendía la valla de la Academia; aunque en la definición por penales, Independiente ganó 4-1.
Con una formación sólida que por momentos daba sensación de imbatible, con dos arqueros que alternaron como “Superman” Vargas y el uruguayo Pereira (el del gesto serio y los pantalones largos color negro, no importaban el clima ni las circunstancias), una defensa con los duros centrales Monzón y el paraguayo Delgado, los laterales con la proyección y la velocidad de Néstor Rolando Clausen y el buen criterio del “Luli” Ríos; un mediocampo de lucha con Miguel “Hachita” Ludueña en el medio (que venía de jugar en Racing) y José “El Chaucha” Bianco, con la sociedad creativa Rubén Darío Insúa (un poeta con la pelota al pie, como marcaba su nombre) junto al gigante Bocha. Adelante completaban el habilidoso y ágil Alfaro Moreno y como socio destacado Marcelo Reggiardo. También tuvieron algún papel Martín Ubaldi, el “Pirata” Czornomaz (en una de sus pocas incursiones en Primera), Osterrieth, Elbio Vázquez, Pedro Massaccesi.
Ese 25 de mayo, el Rojo arrancó perdiendo porque Lorenzo Frutos marcó para el necesitado Armenio. Tal vez Independiente hubiera tenido que definir todo en la última fecha, recibiendo a River en el estadio de la Doble Visera. Pero no hizo falta: Insúa y Massacessi lo dieron vuelta, dejaron el 2-1 para la estadística y la diferencia suficiente en la tabla de posiciones ante Boca (que terminó sub campeón con los históricos rojos Pastoriza como DT y Marangoni en la mitad de cancha, pases que dolieron mucho en Avellaneda). Pudo gritar campeón.
Eran tiempos de fútbol los domingos, sin grandes obstáculos para ir a canchas visitantes. La Doble Visera de Avellaneda era tu segundo hogar. Era sólo cuestión -tal vez- de tomar el 95 para bajar en Belgrano y Alsina y caminar las cuadras más felices de la adolescencia hasta llegar a la calle Cordero (actual Bochini) y entregarse a la mística que todavía portaban aquellos protagonistas que salían al campo de juego. Cuando parecía que el sol brillaba con más ganas sobre el césped y sobre las camisetas, que eran siempre rojas sin que ningún márketing impusiera colores ajenos a la historia. Tiempos inolvidables.
Bochini siguió regalando su magia algunos años más, aunque con esa estrella de hace 30 años, cerraba el ciclo más importante de los últimos tiempos en el club de Avellaneda. Ya hacía rato se había recibido de maestro.
Aquel 25 de mayo de 1989 no hubo tanto celeste y blanco. Fue el Rojo el que copó las calles. De Caballito, de Avellaneda. Y de toda esa patria sin territorio que es un club de fútbol, que configura la identidad de tantos miles (o en algunos casos millones) de patriotas voluntarios.
30 años y pareciera que todavía resuena el eco de un “¡Vamos Rojo, todavía!”, cuando el pueblo ya supo de qué se trataba: Bochini, el prócer rojo, dejaba otra estrella en Avellaneda.