La industrial y combativa Zona Norte
En los años 70, el cordón industrial norte era uno de los que conformaban las Coordinadoras Interfabriles del Gran Buenos Aires, que organizaban a miles de trabajadores y trabajadoras.
Casi cuarenta años después, una nueva generación empezó a organizarse en cuerpos de delegados y comisiones internas combativas y antiburocráticas. Junto a la izquierda, que comenzaba a tener incidencia en las fábricas, empezaban a ser una preocupación para la burocracia sindical, las empresas y sus gobiernos.
A ese proceso antiburocrático se lo llamó “el sindicalismo de base” y atravesó los diferentes momentos de la etapa kirchnerista.
El puente grúa
El 27 de mayo de 1973 los trabajadores del Astillero Astarsa decidieron hacer una toma de la empresa ante las muertes de sus compañeros por las pésimas condiciones de trabajo.
Ese mismo día pero de 2014 los trabajadores de la autopartista Gestamp estaban en lucha contra 69 despidos. Nueve de esos obreros subirían al puente grúa de la planta, mientras sus compañeros bloqueaban la fábrica con organizaciones solidarias.
No eran los únicos que en ese momento luchaban contra una multinacional autopartista, contra el gobierno que defendía los intereses patronales y contra la conducción del Smata. A pocos kilómetros de allí, los combativos obreros y obreras de Lear lo hacían a la par y llevaron su acampe en solidaridad a Gestamp.
Desde mediados de mayo de 2014 un centenar de efectivos de Infantería de la Policía Bonaerense ocuparon la planta. Luego se sumaron unos 200 gendarmes enviados por el Gobierno nacional (y su secretario de Seguridad Sergio Berni) que rodearon los accesos desde el exterior, en un operativo que fue calificado por los trabajadores como una “militarización” del lugar de trabajo.
Lo mismo pasaba en Lear. Denunciaban, además, que la crisis que decían tener las empresas no era real, sino que estas multinacionales estaban aprovechando la situación para disciplinarlos, despidiendo trabajadores o suspendiéndolos para imponer peores condiciones laborales.
El Smata fue pionero en firmar actas por empresa a la baja para los trabajadores mecánicos. En esta conversación Roberto Amador analiza el conflicto y recuerda sus momentos más importantes.
¿Cómo decidieron subirse al puente grúa?
Fue una decisión complicada. Nosotros íbamos todo el tiempo a los ministerios de Trabajo. Primero fuimos en micro al ministerio de la provincia, en La Plata, que dirigía Oscar Cuartango. Los compañeros iban confiados de que algo íbamos a conseguir. No conseguimos nada. Cuando llegó a la audiencia el Smata no quiso que entrara ningún despedido, así que solo entraron los delegados. Nos dijeron que no había conflicto colectivo, sino un conflicto plurindividual, lo que era una locura porque nos habían despedido luego de realizar varias asambleas generales donde una de las cosas que reclamábamos era que no despidieran a los compañeros “rotos”, que se habían lesionado el cuerpo por los ritmos de producción. Luego intentamos con el Ministerio de Trabajo de Nación, dirigido por Carlos Tomada. Era lo mismo. Para ellos estábamos bien despedidos.
En esas idas y vueltas la discusión en el acampe era qué hacer. Veíamos a la gente de Recursos Humanos en la puerta tomando lista con una carpeta en la mano, riéndose de nosotros, los compañeros haciendo fila para entrar con la cabeza agacha y la patota del Smata con la infantería controlando la fábrica. Era una fortaleza sitiada.
Los compañeros del Nuevo MAS, que tenían al delegado Damián Calci en la comisión interna y tenían influencia en un sector de activistas, decían que había que tomar la fábrica. ¿Cómo? No sé, pero repetían “hay que tomar la fábrica”. Con esa situación y siendo solo un sector afuera, con la fábrica produciendo, se hacía complicado. No porque estuviera mal tomar, sino porque no había claridad sobre qué hacíamos si entrábamos con toda esa situación.
Otros compañeros decíamos bloquear la fábrica con la solidaridad de las organizaciones obreras de la zona y la izquierda. Así estuvimos varios días, porque hasta el final tampoco la mayoría quería arriesgarse a entrar.
Un día vino un compañero despedido, que trabajaba en el sector de prensas, era uno de los puentistas. “Hay que entrar y tomar el puente grúa”, dijo. A la noche otro compañero agrego “tomamos el puente grúa, y Calci tiene que alentar a los compañeros para que paren y hacer la asamblea con los compañeros”. Eso era algo más concreto, más real, sabíamos que podíamos golpear a la empresa porque parando la línea de puente grúas que eran 4 podíamos para la producción, pero también buscamos confluir con los compañeros de adentro, ese era nuestro objetivo, para nosotros era importante porque sabíamos que solos era muy difícil revertir la situación de 69 despidos, por eso la propuesta de pelear por la asamblea del compañero.
Así que en una asamblea de despedidos discutimos entrar. Teníamos información de que había en la planta stock de productos para Volkswagen y Ford, algo que iba a golpear a la empresa. Un sector mayoritario comenzó a dudar de entrar. Estuvimos varias horas pensando cómo hacer. Entonces hicimos un pacto, los que querían entrar entraban, pero los que quedaban afuera no podían permitir que ninguno fuera preso. Que en caso de que la cosa saliera mal los bloqueos tenían que evitar que la Policía nos llevara. Así que, de los que estábamos en lucha, nueve decidimos entrar. Entre nervios y arengas votamos eso. No nos habían dejado otra opción y tampoco queríamos dejar todo así. Queríamos pelearla aunque fuera difícil volver, porque de esas peleas es de donde también nuestra clase saca conclusiones.
¿Cómo fueron esos cinco días arriba?
Fue una prueba para nosotros. En cada momento, durante esos cuatro días y medio en la altura, tuvimos que responder al hostigamiento permanente de los gerentes, de la Policía, de los burócratas del Smata, del fiscal y del juez. No logramos hacer la asamblea porque la patota y la Policía se llevaron a los compañeros a la otra planta y quedamos sobre el puente grúa durante cinco días con toda la Policía dentro del predio. Era como una cárcel.
El primer día, para quebrarnos por hambre y sed, no dejaron que entraran alimentos ni agua que nuestras familias nos traían. Ante la presión de los organismos de derechos humanos logramos que esa brutalidad terminara.
En una declaración que firmaron Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, Nora Cortiñas, Mirta Baravalle y Elia Espen, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, los ex detenidos y sobrevivientes de Ford, entre otros, denunciaban “el trato inhumano y las vejaciones que vienen sufriendo los trabajadores despedidos de Gestamp a quienes la empresa no les permite recibir alimentos y líquidos para ingerir, por encontrarse dentro de la planta reclamando por sus puestos de trabajo y por el sustento de sus familias para no caer en la desocupación. Accionar que cuenta con la colaboración de la Policía Bonaerense que se encuentra ocupando la fábrica”.
El comunicado agregaba que eso se daba “en momentos en que existen mas de 15.000 suspensiones en la industria automotriz sin que el Sindicato Smata haya tomado ninguna medida de reclamo a las empresas”. Una vez más quedaba claro de que lado estuvo siempre el sindicato.
Afuera, al menos una vez al día, la policía hacía movimientos para mover los camiones. Pero nuestros compañeros respondían a esto con los siete piquetes que logramos mantener en pie todos esos días. Nos cortaron la luz, quisieron aislarnos, hicieron de todo. Pero no lograron bajarnos. Ante cada movimiento respondíamos. Incluso llegamos a caminar sobre los rieles de los puentes grúas. Yo creo que esta gente no pensaba que nueve obreros se podían animar a eso. Incluso nos decían que Ricardo Pignanelli nos había bautizado “los nueve apóstoles”, de la bronca que tenía.
Pignanelli es el burócrata que hoy, después de apoyar al gobierno de Macri, se volvió a reunir con Cristina Kirchner que lo tenía como ejemplo de dirigente sindical.
La lucha de Gestamp, una causa popular
Lo que se hizo en esos días fue histórico. Una tenacidad ejemplar que despertó la solidaridad de miles y miles de trabajadores, estudiantes y organismos de derechos humanos convirtiendo a esta lucha en una causa popular.
Roberto se emociona al hablar del apoyo que recibieron. Y no es para menos. Mientras relata cómo lo vivieron es difícil no sentir lo mismo. “El apoyo a nuestra lucha fue enorme, como también lo fue para los trabajadores y las trabajadoras de Lear. Los vecinos se solidarizaban con nosotros, nos decían que no bajáramos los brazos, traían café y facturas al acampe. Con nuestra fuerza y la de otros compañeros y compañeras logramos que se pararan fábricas como Volkswagen, Ford y Peugeot. Y faltaban pocos días para que sucediera lo mismo en General Motors. La mitad de la industria automotriz paralizada por nuestra lucha y el apoyo de los compañeros que hacían el aguante afuera”.
El conflicto se convirtió en un problema de Estado y pasó a la primera plana de todos los medios de comunicación masiva.
El “pacto social” de Cristina, Scioli y el Smata para defender a Gestamp
En ese momento el jefe de gabinete era Jorge Capitanich. En su conferencia de prensa de todas las mañanas le advirtió al entonces gobernador Daniel Scioli que tenía que resolver el conflicto. Convocaron a una reunión en la Casa de Gobierno a la que asistieron, además de Scioli y Capitanich, el excarapintada Berni y el “mata guachos” Alejandro Granados, Débora Giorgi (ministra de Industria), la empresa y el titular del Smata Pignanelli.
La reunión era para preparar la reacción contra los trabajadores, con los represores confesos a cargo de la “seguridad”.
¿Qué pasó ese sábado 31 de mayo, cuando se dictó la conciliación obligatoria?
Ese sábado a la mañana la presidenta le dedicó unos minutos al conflicto de Gestamp y, para no perder la costumbre, hizo un discurso antiobrero contra nosotros y las organizaciones obreras y la izquierda que nos estaban acompañando.
Pero ese día logramos un enorme paso adelante cuando se dictó la conciliación obligatoria con todos adentro. El ministro de Trabajo de la provincia Cuartango, ese que había dicho que estábamos bien despedidos, la trajo en helicóptero, sí, en helicóptero, como lo hacía Berni cuando reprimía en Lear. Nosotros seguíamos firmes.
Apoyado por el jefe de la Policía Bonaerense Hugo Matzkin, que fue en persona a la planta a las 4 de la mañana junto con el juez, nos dijo que si no acatábamos iban a comenzar con el desalojo. En asamblea decidimos bajar. No por las amenazas sino porque queríamos ver si lográbamos hacer cumplir la conciliación.
Estuvimos un rato largo discutiendo, con muchas desconfianza, pero dijimos que íbamos a bajar, como mensaje también para los compañeros de adentro ya que la burocracia había comenzado a decir que iba a movilizar a los compañeros a la fábrica como una forma de dividirnos.
Afuera se festejó este paso adelante, sabiendo que la lucha por hacer cumplir con la conciliación iba a ser difícil. Fue por eso que convocamos a una gran movilización para el lunes a las 5 de la mañana.
Ese sábado la emoción y el orgullo por esta gran pelea se dejaba ver y sentir. Hablamos los compañeros que habíamos pasado esos cinco días en el puente grúa, recibimos a nuestros compañeros y a nuestras familias, a los amigos y a todos los compañeros que estaban apoyándonos. Además esa fecha coincide con un aniversario del Cordobazo.
Cuando el acto terminaba, la ministra Débora Giorgi hacía declaraciones contra la conciliación del gobierno provincial. Comenzaba la presión y una campaña de engaños en los medios para tirarla abajo. Era la reacción del gobierno nacional y el Smata contra el logro de los obreros.
El lunes en la fábrica
¿Qué pasó ese día cuando tenían que entrar a sus puestos de trabajo?
El lunes por la mañana una importante marcha de cientos de compañeros y compañeras llegó hasta la puerta. Allí, ante todos los medios, la empresa informó que no iban a dejarnos entrar. La excusa fue que había que poner todas las máquinas a punto. Ante los canales de TV y las radios más importantes, denunciamos esta maniobra dilatoria para incumplir con la resolución que los obligaba a reinstalarnos.
A las 8 se hizo una audiencia donde la empresa envió un “gestor” para desconocer la conciliación. El Smata directamente no fue.
En ese momento pegó un salto la campaña brutal encabezada por Capitanich, que aseguraba que la conciliación no era correcta. Luego Aníbal Fernández (el mismo que dijo en 2002 “los piqueteros se mataron entre ellos” cuando la Bonaerense asesinó a Maxi Kostecki y Darío Santillán, salió con los tapones de punta. Fue un momento difícil.
¿Y el sindicato?
El Smata, con Pignanelli a la cabeza, dijo que ellos iban a garantizar que la conciliación no se cumpliera y que no ingresaran los despedidos. Con su particular prepotencia preguntó en una entrevista “¿qué hace una nieta de desaparecidos en la puerta de Gestamp?”, en referencia a María Victoria Moyano, nieta restituida por Abuelas de Plaza de Mayo y a Alejandrina Barry, hija de desaparecidos. Ambas le respondieron que era su deber estar allí y le recordaron que sus padres fueron asesinados luego de que burócratas como él hicieran campañas contra los obreros en lucha.
Pignanelli es el mismo personaje que llevó sus patotas al propio Congreso Nacional para amenazar al diputado Nicolás del Caño durante el conflicto de Lear.
Por esos días el titular de Smata se despachaba defendiendo a la empresa y justificando los despidos. En una entrevista radial un periodista le advirtió a Piganelli “cuando un dirigente sindical dice que los despidos son con causa están diciendo lo mismo que la empresa, Ricardo”. Pero el secretario general fue más allá. Dijo que los despidos que eran con causa y que él había cumplido con las convicciones que tiene. El pez (burócrata) por la boca muere, o dice sin vergüenza lo que piensa.
En esos días pudo verse a Pignanelli y Cristina Kirchner en la reunión para el “Gran Acuerdo” junto a otros nefastos personajes, para seguir imponiendo el ajuste del FMI. Son los mismos que intentan reciclarse, pero los y las trabajadores no nos olvidamos.
¿Qué pasó el martes? ¿Cómo los estafaron?
La patota del Smata se preparaba para ir a Gestamp a la mañana del martes temprano y Pignanelli tuiteaba que ellos iban a impedir que ingresaran los despedidos, en un claro mensaje mafioso.
Los trabajadores, en asamblea, resolvimos concurrir con una delegación de compañeras nuevamente. A la mañana la patota no fue a la cita y luego se sabrá porqué. La empresa hizo una nueva maniobra para evitar que entráramos, diciendo que ahora faltaba hacer una revisación médica.
Pocas horas después se conoció que el Ministerio de Trabajo provincial había revocado su propia conciliación obligatoria a dos días de haberla dispuesto. La presión de la patota y el gobierno nacional surtió efecto y Scioli, que es experto en defender a las multinacionales como lo hizo durante el conflicto de Kraft en 2009, dio vuelta su propio fallo.
Un caso único, un mamarracho jurídico y un ataque a los derechos de los obreros. Un fraude que pasará a la historia por lo obsceno que fue, mostrando el carácter antiobrero del gobierno de Cristina y su sumisión a las grandes empresas, junto con los traidores del Smata.
No sorprende cuando el titular del Ministerio de Trabajo de Nación, Carlos Tomada, le daba consejos a José Pedraza tras el asesinato de Mariano Ferreyra en manos de una patota de la Unión Ferroviaria.
El Gran Acuerdo contra los trabajadores
El miércoles la burocracia del Smata dijo que iba a convocar a un congreso de los sindicatos de la industria para discutir como frenar el avance de la “infiltración de la izquierda” en las fábricas. Aunque parezca una convocatoria propia de la dictadura, el plan para terminar con las comisiones internas y los delegados antiburocráticos estaban a la orden del día. Esa política les permitió tanto a la burocracia sindical como al peronismo recliclado, llegar en mejores condiciones al gobierno de Macri, para garantizar el ajuste en curso.
Con total descaro la empresa agradeció públicamente a los gobiernos de Cristina Kirchner y Daniel Scioli, al Smata y a las fuerzas de seguridad. Un verdadero gran acuerdo que dejó al desnudo cómo el gobierno “nacional, popular y de los derechos humanos” estaba al servicio de un monopolio extranjero apoyado por una mafia de un sindicato que colaboró con la desaparición de trabajadores durante la dictadura.
¿Cómo pensar entonces que Cristina o cualquiera de las variantes peronistas puedan ser una alternativa para el pueblo trabajador? Si se arrodillaban ante las multinacionales y ponían las fuerzas represivas a su disposición hasta violando su propia legalidad, ¿por qué pensar que ante el FMI van a hacer algo distinto?
Una de las conclusiones que quedaron tanto de Gestamp como de Lear, Kraft y tantos conflictos es que es imprescindible que los trabajadores construyamos una alternativa política propia, independiente de todos los partidos patronales, que han demostrado a lo largo de la historia de que lado están. Esa es la pelea que desde el PTS/FIT damos todos los días de cara a la vanguardia obrera |