En su artículo “La Izquierda y la crisis”, Ariel Petruccelli plantea la perspectiva de un salto en la crisis argentina y un crecimiento de las oportunidades de influencia política de la izquierda. En función de esa hipótesis probable señala las que son desde su óptica fortalezas y debilidades de las conquistas de la izquierda trotskista en Argentina y plantea algunas propuestas.
Dentro de esa reflexión, tiene especial peso la cuestión de ciertos límites para lograr una llegada más masiva durante las últimas décadas. En ese sentido, Ariel plantea una disyuntiva:
¿Es el sectarismo un elemento constitutivo e inerradicable de la tradición trotskista, como sugiere el viejo chiste que reza que todo trosko es divisible por dos? ¿O ha sido más bien el precio a pagar por no ceder a los encantos del reformismo y la acomodación? Consolidado como fuerza dominante dentro de la izquierda, el trotskismo en Argentina enfrenta el desafío de dar una respuesta en favor de la segunda opción.
Me parece que los hechos vienen demostrando que apuntamos a la segunda opción y no a la primera. No solamente por el desarrollo del FIT, sino por otras iniciativas, como La Izquierda Diario, el programa radial El Círculo Rojo o la publicación de libros y revistas; iniciativas de las que este mismo semanario forma parte.
Sin embargo, la discusión vale, porque tenemos una voz audible y cierta fuerza, pero lo conquistado hasta ahora no resulta suficiente para hacer una diferencia decisiva desde la izquierda en la evolución de la situación política.
Pero creo que al tomar el sectarismo como eje de análisis (no exclusivo pero sí muy fuerte), hay otros aspectos importantes que quedan en segundo plano. Por ejemplo el marco téorico y el estratégico (que aparece sobre todo al final del artículo de Ariel en la reivindicación de dos libros escritos por militantes del PTS). Sin negar que hay ciertos aspectos autorreferenciales de la cultura de la izquierda trotskista (entendida en un sentido amplio) que no son para nada atractivos, quisiera modificar el ángulo de la discusión, para tratar de hacer una lectura más abarcativa de algunos problemas.
Marco estratégico y práctica política
Ariel destaca –siguiendo a Tarcus– que en la crisis de fines de los ‘80 el MAS estaba atrapado en la disyuntiva entre ser un “partido chico o una secta grande”, y no logró jugar un rol decisivo ante los acontecimientos. Si bien la recapitulación histórica no es el objetivo del artículo, quisiera señalar que un aspecto muy importante del debate sobre la actuación del MAS en los ‘80 tiene que ver con sus bases teóricas y estratégicas, que guiaron su práctica política. Nahuel Moreno había postulado a comienzos de los ‘80 que Trotsky nunca había realizado un tratado sobre la revolución y tomando la experiencia del siglo XX planteaba que las revoluciones eran “objetivamente socialistas”, pasando por distintos momentos según las direcciones que primaran y estableciendo una categoría de “revolución democrática”, que era un cambio en el régimen político sin los consiguientes cambios en las relaciones de clase y la estructura económica característicos del concepto de revolución en el marxismo clásico.
Con estas bases teóricas, el MAS se construyó como ala izquierda de la “restauración democrática” con la consiguiente expansión en los planos político y sindical con una práctica que se resumía en el “luche y vote”. Si a esto sumamos la orientación casi exclusiva hacia el plano nacional (que por ejemplo habilitaba a una alianza con el PC –Izquierda Unida– en el mismo momento en que en Europa Oriental caía el Muro de Berlín), la combinación da un marco teórico y estratégico nada congruente para una práctica revolucionaria.
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El PTS se propuso superar este marco teórico-estratégico, retomando la teoría de la revolución permanente en sus propios términos. Y aquí surge un tema que me interesa especialmente debatir de lo que dice Ariel. Posiblemente -como sugiere Ariel- el partidismo de la tradición trotskista ha sido históricamente una de las claves de su persistencia. Esto no quita las importantes crisis por las que han pasado o están pasando ciertas corrientes y agrupamientos que se reivindican o se reivindicaban de esa tradición. A esto debemos agregar que no todos los partidismos y las formas de persistir son iguales. Las tendencias autoproclamatorias y de escasa promoción de la auto-organización también han sido una marca de algunas de esas persistencias: veamos el caso de Lute Ouvrière en Francia, que durante las tomas de fábrica de 2010 decía que “no había condiciones para el control obrero”, y hace décadas actúa como un grupo idéntico a sí mismo que combina el boletín de fábrica subterráneo con la intervención en elecciones.
En este marco, una de las cuestiones centrales que el PTS intentó retomar teóricamente (para moldear luego una práctica) en los años ’90 fue precisamente la auto-organización, la importancia de los soviets, consejos o coordinadoras en el pensamiento y la estrategia marxista (en especial de Trotsky) y la necesidad de articular la lucha por desarrollar ese tipo de instancias con un programa y una política de izquierda. Esta recapitulación sobre la importancia de la “estrategia soviética” fue una de las cuestiones que guió nuestra práctica, tanto en el movimiento estudiantil (con cuerpos de delegados o asambleas interfacultades) como en el movimiento obrero (cuerpos de delegados, instancias de coordinación, encuentros), en las fábricas recuperadas como Brukman y Zanon. Desde esta óptica es que planteamos también la necesidad de un movimiento único de desocupados con libertad de tendencias (en lugar de colaterales piqueteras de cada grupo político). Luego intervinimos en los procesos del “sindicalismo de base” con experiencias muy importantes como las de Kraft o Lear, pero también en otros sectores de la clase trabajadora como estatales y docentes, en los que enfrentamos a las burocracias “progresistas”.
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Este aspecto teórico después lo integramos de manera un poco más balanceada con una práctica partidista, en el marco de reflexiones más amplias como las que se desarrollan en los libros como los que menciona Ariel en su artículo.
Sin embargo, me parece importante destacarlo porque la mirada que establece Ariel sobre el partidismo trotskista parecería más adecuada para un tipo de interpretación del trotskismo con la que no nos sentimos demasiado identificados, y a su vez tiende a exagerar el “horizontalismo” de las llamadas izquierdas independientes, muchas de las cuales terminaron en reconocidos espacios autonomistas como las listas del PJ.
La unidad y los debates de estrategias
Desde el 2001 en adelante fue aumentando el peso político de la izquierda en distintos movimientos (fábricas recuperadas, sindicalismo de base, movimiento estudiantil, etc.), pero no tenía una expresión político-electoral signficativa hasta el surgimiento del FIT. La experiencia del FIT se ha destacado por varias razones: es un frente de izquierda, pero con clara impronta trotskista y de independencia de clase (a diferencia de IU), se ha mantenido desde 2011 y ha tenido también sus éxitos electorales (hablando en términos de un espacio de izquierda), en un contexto de retroceso de varios años de la extrema izquierda a nivel internacional. También implicó una importante renovación de las figuras políticas de la izquierda, con referentes como Nicolás del Caño, Myriam Bregman y referentes obreros como Raúl Godoy. La actual ampliación del FIT como FIT Unidad busca sostener ese espacio político en un contexto de fuerte polarización.
Y aquí vamos a los límites del FIT que señala Ariel. Es cierto que no hay una política de intervención sindical concertada permanente. Pero muchas veces coincidimos en frentes sindicales, en frentes estudiantiles y otras experiencias similares. Sin embargo, la ausencia de una especie de “frente permanente” se debe a diferencias significativas de práctica política.
Estas diferencias de práctica política remiten a distintas estrategias para la intervención en la lucha de clases y los movimientos de masas y la construcción de una organización revolucionaria. Para el PTS, el desarrollo de corrientes revolucionarias en las organizaciones de masas implica el impulso de tendencias clasistas en los sindicatos, con una práctica antiburocrática (es decir, que promueva asambleas, cuerpos de delegados y otras formas de organización democrática), un programa de independencia de clase (como el del FIT) y una política que se proponga ser hegemónica más allá del corporativismo sindical (unidad de todos los sectores de la clase, coordinación, articulación de los lugares de trabajo con los barrios, unidad entre movimiento obrero, juventud y movimiento de mujeres, etc.).
Esta política, combinada con análogas iniciativas en el movimiento estudiantil y el movimiento de mujeres, apunta a desarrollar un sistema de engranajes que combine lugares de trabajo, territorios y alianzas sociales, para luchar por el Frente Único [1] de la clase obrera (que solo se puede imponer a las organizaciones de masas dirigidas por la burocracia si se propone desde sólidas posiciones y no por combinaciones diplomáticas) y generar simultáneamente formas de organización (como encuentros o coordinadoras) que tiendan a superar los límites que las distintas burocracias imponen a las luchas del movimiento obrero, en la perspectiva de una política hegemónica.
Esta lucha es central para pensar la construcción de un partido revolucionario y precisamente por su importancia es que no resulta tan sencillo acordar una intervención sindical común permanente del FIT, dado que nuestros aliados no trabajan de la misma forma en el movimiento obrero. Su política se orienta hacia alianzas más o menos permanentes con sectores que no son clasistas (abiertamente enemigos del FIT en muchos casos), para la conquista de chapas sindicales (“secretarios generales”) bajo la consigna de “nuevas direcciones”.
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Esto explica en gran medida los límites y alcances del FIT a los que hace referencia Ariel. Mientras todos sus integrantes (ahora con el FIT-Unidad de igual manera) acordamos en que es un frente de izquierda que postula la independencia de clase y por eso es muy importante su presencia en la política argentina desde 2011, si se profundiza en ciertas cuestiones estratégicas que hacen a la intervención en la lucha de clases, surgen diferencias considerables que propusimos debatir como parte de la propuesta de un partido unificado.
Habiendo planteado esta cuestión, intentaré avanzar un poco más en caracterizar entonces la encrucijada en que nos encontramos, para retomar sobre el final las propuestas que hace Ariel en su artículo.
La venganza de Juan B. Justo y el círculo infernal del “luche y vote”
Hace unos cuantos años, escribí (un poco en serio, un poco en chiste) si el desarrollo parlamentario del FIT no era una especie de venganza de Juan B. Justo”. Esta imagen apuntaba a plantear la pregunta de en qué medida el surgimiento político de la izquierda por la vía electoral creaba una presión hacia la integración en el régimen político y en qué medida había anticuerpos contra eso.
Después de 8 años de experiencia del FIT, con variadas intervenciones políticas y unos cuantos espacios conquistados entre bancas nacionales, provinciales y municipales, el saldo sigue siendo a favor de la izquierda. Seguimos siendo una voz disonante que no solo interviene en el ámbito parlamentario sino también en la lucha de clases, como se vio en las jornadas de diciembre de 2017, así como luchas de resistencia como las de Pepsico y otras. El programa del FIT, ahora ampliado al FIT-Unidad, es el único que plantea una ruptura con el FMI y postula consignas anticaplistas y socialistas. No nos transformamos en Juan B. Justo, lo cual por muchos motivos era previsible y hace en realidad al carácter retórico de la pregunta.
Sin embargo, estamos en los hechos mucho más cerca del “luche y vote” del viejo MAS de lo que estuvimos en otros momentos en los que el peso político de la izquierda era menor. ¿La razón? El crecimiento de la influencia política y el caudal electoral en condiciones de baja radicalidad política de la lucha de clases, a la que hizo referencia Pablo Stefanoni en un reciente artículo sobre la crisis del PO. Contradicción fundamental del estadio actual de la izquierda que se expresa en lo inmediato en los interrogantes sobre cómo se mantendrá el caudal electoral ante una elección polarizada (que vamos a pelear para defender el espacio de la izquierda) y en el mediano y largo plazo en la pregunta de si lograremos superar esa disyuntiva a la que hacía referencia Ariel entre “partido chico” y “secta grande”. Para usar una expresión más específica: si lograremos dar pasos decisivos en construir una izquierda que pueda jugar un papel revolucionario efectivo. Estos son temas de reflexión en nuestra organización. Es necesario recrear la iniciativa política y mantener alerta el pensamiento autocrítico. Y mantener una mirada que tome en cuenta la influencia política (incluida por supuesto la política electoral), la lucha teórica y la intervención en la lucha de clases.
Desde este punto de vista, una de las principales tareas que tenemos hoy es la de multiplicar la difusión de las ideas de la izquierda, utilizando todos los medios a disposición, para llegar a un público realmente masivo, que puede ser la base de un crecimiento militante en el próximo período.
Algunas cuestiones para seguir avanzando
La izquierda tiene conquistados hacia los próximos años en la Argentina una cierta cantidad de lugares de representación parlamentaria, junto con el desarrollo en otros terrenos como el sindical, social y cultural, modesto pero persistente. En lo inmediato, compartimos con Ariel la necesidad de dar pelea para que el FIT-Unidad tenga un buen desempeño electoral para defender el espacio político de la izquierda. Coincidimos también en que eso no agota de ninguna manera el problema estratégico de cómo se construye una organización revolucionaria con influencia de masas. Por eso precisamente estamos debatiendo. Aquí considero que la cuestión del “partido unificado” efectivamente está muy lejos de soplar y hacer botellas. Es necesario abrir un proceso de reflexión colectiva en la izquierda sobre cuáles son los métodos y los contenidos para la construcción de ese partido.
Instancias comunes para debatir estos temas, como propone Ariel, pueden ser una variante para avanzar. De hecho, cuando conquistamos la primera banca del FIT en Neuquén intentamos promover plenarios abiertos del FIT, pero no fue visto con aprobación por los demás integrantes del Frente. Pero creo que Ariel intenta ir un poco más allá y adelanta un posición sobre cómo debiera ser un eventual partido unificado: más cercano a un partido con libertad de tendencias que a un partido con centralismo democrático según los cánones clásicos. Por razones de espacio no me voy a extender aquí sobre los problemas y méritos de esas formas de organización (que son correlativas a una estrategia y un programa), simplemente señalaré que para lograr una intervención congruente en los planos teórico, político, social, cultural y sindical, hace falta una unidad de propósito que las organizaciones de tendencias permanentes no logran garantizar.
Por supuesto, quienes defendemos la organización de partidos con centralismo democrático estamos obligados a repensar constantemente qué significa esta fórmula en las condiciones de lucha política actuales. Pero queda planteada la cuestión de si acordamos en la necesidad de avanzar en un partido unificado de la izquierda revolucionaria, qué tipo de organización debería tener, con qué estrategia y con qué programa. Aquí entran en juego cuestiones varias que hemos discutido con Ariel en otras instancias sobre las características de las revoluciones contemporáneas en países occidentalizados, la relación entre política de acumulación y estrategia de conquista del poder por medios revolucionarios y un largo etcétera.
¿No podríamos organizar, junto con compañeros como Ariel y muchos otros, un serminario o instancias de debate a nivel nacional que aglutinen intelectuales partidarios y no partidarios de la órbita del FIT para debatir estos temas, con un temario definido y el objetivo de esbozar algunas conclusiones claras? No reemplazaría el debate entre organizaciones pero podría ser una forma de avanzar en una instancia más específica para la discusión.
Si las perspectivas de un salto en la crisis que plantea Ariel se concretan, muchas diferencias podrán contrastarse y superarse en función de las prácticas que sean más acordes con el desarrollo de la lucha de clases, las ideas que sean más audaces para recrear la influencia de masas de la izquierda y las elaboraciones que sean más productivas para recrear a su vez la teoría marxista. Por lo pronto, estos debates sirven para seguir abriendo el paño, plantear temas de reflexión y buscar que esas reflexiones impacten en la práctica política.
Mientras, tanto, este semanario está abierto para oficiar como sede del debate. |