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7 de julio de 2019 Twitter Faceboock

Revista Ideas de Izquierda
Soñando con Suecia: una crítica al Manifiesto Socialista de Bhaskar Sunkara
Nathaniel Flakin

Un comentario a El Manifiesto Socialista de Bhaskar Sunkara.

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Siguiendo los pasos de Marx y Engels, el fundador y editor de la revista estadounidense Jacobin, Bhaskar Sunkara, ha publicado un manifiesto sobre cómo alcanzar el socialismo. En vez de una audaz visión del futuro, el libro ofrece una visión nostálgica del socialismo europeo de posguerra.

Karl Marx y Friedrich Engels publicaron el Manifiesto Comunista en febrero de 1848 en Londres. Al tiempo que este salía de las imprentas, un levantamiento en París tiraba abajo la monarquía francesa. En los meses siguientes, las barricadas se alzaron a lo largo de Europa. El panfleto de veintitrés páginas puede ser leído como el guion que anunciaba una nueva era de revoluciones.

El Manifiesto Socialista, que Bhaskar Sunkara presentó el pasado 30 de abril en Manhattan, tiene algunas similitudes formales con su texto (casi) homónimo. Ambos presentan una síntesis histórica, seguida por un breve programa político de demandas inmediatas. Los autores, además, comparten la confianza de la juventud: al momento de publicar su manifiesto, Marx tenía 29 años y Engels, 27; por su parte, Sunkara tiene 29 años.

Pero aquí es donde terminan las semejanzas. Marx y Engels eligieron la estrella roja como su símbolo. Sunkara decoró su libro con una insignia que solo puede encontrarse en los cementerios políticos: la estilizada rosa ha sido usada por diversos partidos socialdemócratas alrededor del mundo, partidos que tienen en común haber implementado planes brutales de austeridad en varios países de Europa, y que prácticamente han dejado de existir.

Sin embargo, en el mundo anglosajón, el reformismo socialdemócrata viene experimentado un renacimiento, empujado por Jeremy Corbyn en el Reino Unido y Bernie Sanders en los Estados Unidos. Esta ola es la que Sunkara, intenta surfear.

Experimentos difíciles

El Manifiesto de Sunkara comienza con un largo ejercicio mental en el que se imagina cómo sería la vida en una “Norteamérica socialista” entre 2018 y 2038. Esta introducción conjetura con una presidencia de Sanders que iniciaría una seguidilla de gobiernos socialdemócratas volcados cada vez más hacia la izquierda, que implementarían pequeños cambios, los cuales les darían a los trabajadores de Nueva Jersey más libertad y más control sobre sus vidas.

Lo que llama la atención del pensamiento estratégico de Sunkara en su aparente convicción de que tenemos una cantidad de tiempo ilimitada para modificar las instituciones del Estado en orden de domesticar el capitalismo. El joven autor confía en que nos esperan 20 años sin crisis capitalistas, sin guerras imperialistas u otros problemas. De hecho, le lleva 240 páginas acordarse de mencionar el cambio climático; mientras tanto, California arde en llamas y Bangladesh se hunde bajo el agua.

La mayor parte del libro consiste en un resumen de la historia mundial. Es increíblemente valioso que Sunkara haya producido un libro con una corta historia del movimiento socialista internacional, que puede ser encontrado en cualquier tienda o en las librerías de los aeropuertos en todo EE. UU., esto introducirá a incontables jóvenes en un lado de la historia que nunca cuentan en los colegios y universidades. Sin embargo, se trata de una historia que es vista con las anteojeras de los socialdemócratas de la Guerra Fría, como Michael Harrington el fundador de la corriente del Democratic Socialist of América (DSA).

Me gustaría mencionar una anécdota histórica que me llamó la atención. El editor de Jacobin dedica un considerable espacio al desarrollo del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD, por sus siglas en alemán), organización que lideró la II Internacional. En 1914, el SPD votó unánimemente a favor de los créditos de guerra para comenzar la campaña militar de cara a la I Guerra Mundial. Esta masacre sin precedentes destruyó la ilusión de que los socialistas podrían superar el capitalismo a través de un proceso lento de reformas. El ala izquierda del SPD, aglomerada alrededor de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, llamó a realizar acciones masivas para terminar con la guerra. En contraste, la dirección de la socialdemocracia alemana, centralizada en la figura de Karl Kautsky, esperaba que pudieran mantenerse neutrales. El objetivo de Kautsky era persuadir a los gobiernos capitalistas de que detengan rápidamente la matanza, de modo que el SPD pudiera reanudar el proceso de reformar el capitalismo.

Sunkara suscribe plenamente a la perspectiva kautskiana, afirmando que el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania (USPD), una formación liderada por Kautsky que se había separado por izquierda del SPD, “podía hacer muy poco por terminar una guerra que mató a millones”. Esto es plenamente falso. En el verano de 1916, la primera huelga de masas contra la guerra tuvo lugar en Alemania, con 50.000 obreros metalúrgicos ocupando las calles de Berlín. Para 1918, más de un millón de trabajadores alrededor del país entraban a la huelga demandando el fin del conflicto bélico. Estas protestas, junto a las Huelgas del Pan y la agitación revolucionaria en las tropas, fueron lo que convencieron a los generales alemanes de la necesidad de pactar la paz. Apenas unos meses después, millones de trabajadores derribaron a todos los monarcas germanos. Muchos de estos trabajadores eran miembros del USPD.

¿Por qué, supuestamente, el USPD no podía hacer nada? Simplemente, por la obsesión de los líderes reformistas con la legalidad burguesa y los métodos parlamentarios; por su “deferencia supersticiosa” hacia el Estado capitalista, como supo llamarla Engels. Lenin, un crítico por izquierda de Kautsky, se dirigió específicamente a ello:

Debido a la traición de sus líderes, las masas no pudieron hacer nada en el momento crucial; mientras que este “puñado” de líderes estaba en una posición excelente que lo obligaba a votar en contra de los créditos de guerra, a oponerse contra cualquier “tregua de clase” y justificación de la guerra, a expresarse a favor de la derrota de sus propios gobiernos, a establecer un aparato internacional con el fin desarrollar la propaganda a favor de la fraternización en las trincheras, a organizar la publicación de literatura ilegal sobre la necesidad de comenzar actividades revolucionarias, etc. [1]

Una táctica similar utilizó Harrington durante la Guerra de Vietnam. Este quería persuadir a la Casa Blanca de poner fin al conflicto, por lo que trató de que el movimiento antiguerra se mantuviera lo más moderado y respetable posible.

Nuestro siglo rojo

La Revolución rusa de 1917 mostró cómo la clase obrera puede poner fin a una matanza imperialista como fue la I Guerra Mundial. En febrero de ese año, las mujeres de la industria textil fueron a la huelga. Esto inspiró a trabajadores en toda la capital, lo que llevó a una insurrección de masas que derribó al odiado zar. La monarquía fue reemplazada por un gobierno provisional que prometió reformas democráticas, pero que en realidad intentó continuar la guerra y proteger a los grandes terratenientes. Los trabajadores construyeron sus propias estructuras, llamadas “soviets”. En octubre, estos concejos tomaron el poder en el marco de una nueva insurrección liderada por el Partido Bolchevique. Ello sentó las bases para el sistema más radicalmente democrático que el mundo ha visto: por primera vez, representantes elegidos directamente por los trabajadores estaban decidiendo la política del gobierno.

Sunkara rechaza correctamente la calumnia conservadora de que la Revolución rusa fue un “golpe” de Estado hecho por una pequeña minoría. El Partido Bolchevique únicamente pudo hacerse con el poder y mantenerlo porque las masas trabajadoras lo apoyaban.

La Revolución rusa sigue siendo el mejor ejemplo en la historia de cómo la clase trabajadora, utilizando su propio poder, puede transformar a la sociedad. Si fue posible en un país como Rusia, donde la clase trabajadora representaba a menos del 10 % de la población, las posibilidades que se abrirán cuando la clase trabajadora tome el poder en países desarrollados como los Estados Unidos serán inimaginables.

Buscando reformistas consistentes

En términos propositivos, el modelo de Sunkara para el futuro es... la Suecia de la década de 1970. Actualmente, los dos mayores candidatos para la elección presidencial de 2020, Donald Trump y Joe Biden, prometen un retorno a una “edad de oro” completamente mítica de la grandeza estadounidense. El editor de Jacobin tiene sus propias ilusiones en el pasado distante, pero éstas están en Europa. Esta obsesión con los países nórdicos es compartida por Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez.

Suecia, país al que considera “el sistema social más humano jamás construido”, en los ‘70 ofreció a los trabajadores salarios altos y una consolidada seguridad social; sin embargo, unas páginas más adelante, Sunkara admite que el país era propiedad de “quince familias” (y omite por completo mencionar que sigue existiendo una monarquía). ¿Cómo surgió el Estado de bienestar nórdico? Por supuesto, un movimiento obrero bien organizado jugó un papel en su conformación. Pero también existió la presión, al otro lado de la frontera, de los Estados obreros burocráticamente deformados, que recordaban constantemente a los trabajadores que otro sistema era posible. Al mismo tiempo, el imperialismo sueco obtuvo grandes ganancias al saquear los recursos de los países pobres y vendiéndoles armas. Estas desorbitantes ganancias imperialistas pudieron subsidiar una serie de beneficios sociales. No es una coincidencia que nuevas organizaciones políticas racistas y de derecha estén emergiendo en todos los países nórdicos, conquistando alrededor del 20 % de los votos.

Bhaskar Sunkara considera a los líderes reformistas como Olaf Palme (Primer Ministro de Suecia, 1969-76, 1982-86) y François Mitterand (presidente de Francia, 1981-95) como fuente de cambios progresivos. Nos enteramos que estos líderes trabajaron arduamente en planes detallados, que se proponían transferir las empresas privadas a la propiedad pública y bajo control democrático. ¿Y por qué las comisiones creadas por estos gobiernos ni siquiera completaron sus planes, y mucho menos dieron los primeros pasos? ¿Tuvo algo que ver con la incapacidad fundamental de los Estados capitalistas de ser utilizados en contra de los intereses del capital? ¿Muestra esto el poder aplastante que la burguesía puede ejercer contra cualquier gobierno burgués? ¿Quién sabe? En el pensamiento del autor de El Manifiesto Socialista, podemos esperar unas décadas más para ver si otro campeón reformista es más consistente.

Puntos ciegos

Mientras Sunkara proclama su solidaridad con varios partidos neorreformistas de Europa –Die Linke en Alemania, el Bloco de Esquerda en Portugal y Podemos en España– se olvida, notablemente, de mencionar a Syriza en Grecia. Incluso cuando Jacobin organizó una campaña enérgica a favor de Syriza, sosteniendo la idea de que dicha coalición de izquierda terminaría con la austeridad y transformaría a Europa. Syriza ganó las elecciones e, inmediatamente, no solo formó una coalición con un partido racista de derecha, sino que continuó implementando medidas de austeridad peores que las de sus predecesores. ¿Por qué Syriza llevó a semejante naufragio? Nuevamente, la esperanza parece desplazarse otra vez hacia un líder reformista que sea más consistente.

Una reseña ampliamente leída describió el libro de Sunkara con el adjetivo de “primermundismo”. En esta línea, es revelador el hecho de que El Manifiesto Socialista menciona varias veces a Victor Berger, el político del horriblemente racista Partido Socialista de Milwaukee, pero omite al Partido Pantera Negra, al tiempo que excluye la esclavitud de su historia del capitalismo estadounidense. Esto es algo típico de la socialdemocracia estadounidense a lo largo de su historia: las personas que sufren la peor opresión son, en el mejor de los casos, víctimas a las que ayudan los políticos benevolentes que manejan el Estado capitalista.

Agua tibia

El Manifiesto Comunista fue un documento internacionalista: fue escrito por alemanes exiliados en Inglaterra, y todavía es leído alrededor del globo. El Manifiesto Socialista, en contraste, se enfoca en la especificidad norteamericana.

El Manifiesto Comunista proclama que toda la historia es la historia de la lucha de clases. El Manifiesto Socialista, en cambio, trabaja sobre la suposición de que la era de las revoluciones terminó hace varias décadas. Ahora, aparentemente, la única forma de acción política posible es la de presentarte a elecciones con el objetivo de hacer retoques al sistema dominante.

Marx y Engels ofrecieron una visión de las futuras luchas revolucionarias con una claridad tal que, incluso 170 años después, su Manifiesto es leído, citado y discutido en las universidades de todo el mundo.

El futuro inmediato que nos ofrece el capitalismo estará marcado por las crecientes contradicciones entre las grandes potencias, el continuo estancamiento de la economía mundial –que más temprano que tarde llevará a profundas crisis–, y la profundización de la catástrofe ambiental. La definición que Lenin hizo sobre el imperialismo, como una época de “guerras, crisis y revoluciones” parecerá más actual que nunca. Es en el marco de estas crisis venideras que emergerán nuevos movimientos revolucionarios. Pero si queremos que tengan éxito, los socialistas debemos empezar a construir organizaciones basadas en las lecciones que nos dejaron los últimos 150 años de la lucha de clases –incluyendo los innumerables fracasos de los experimentos reformistas–.

Este artículo fue originalmente publicado en el sitio leftvoice.org.

 
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