Fuentes de la república islámica anunciaron este jueves que la Guardia Revolucionaria iraní se apoderó de un barco petrolero extranjero detenido frente a Larak, en el estrecho de Ormuz, manteniendo bajo su custodia tanto a la embarcación como a los miembros de su tripulación a los que se le imputa el delito de “contrabando de combustible”. Con el correr de las horas circuló mayor información y se pudo saber que se trataba del buque cisterna MT Riah, originario de Emiratos Arabes, que contaba con 12 tripulantes y fue detenido el domingo cuando desapareció de los radares. En principio se habló de que fue auxiliado por desperfectos mecánicos, pero las autoridades iraníes aseguraron que su captura se relaciona con el intento de contrabandear millones de barriles de gasolina que había cargado en puertos iraníes.
Este movimiento sin dudas está inscrito en el incremento de tensiones entre la Nación persa, los Estados Unidos y sus aliados más cercanos (Israel e Inglaterra) , las cuales escalaron nuevamente hace dos semanas cuando las autoridades inglesas interceptaron el petrolero iraní Grace 1 en las costas del enclave colonial británico de Gibraltar a las puertas del Mediterráneo, acusado de trasladar crudo de manera ilegal hacia la refinería de Baniyas en Siria. En su oración de los viernes el Líder supremo Ayathollah Alí Jamenei sostuvo que se trataba de “un acto de piratería” al cual se le daría respuesta “en el lugar y momento adecuado” y el portavoz de la cancillería iraní Mousaví lo calificó como un “decomiso ilegal”, aunque no cerró el diálogo diplomático con Londres.
Si bien ya se habían registrado por lo menos cuatro ataques de diversa índole contra embarcaciones petroleras de origen japonés, noruego y emiratí en el estrecho de Ormuz, atribuidas por los EE.UU. a Irán, esta es la primera vez que la Guardia Revolucionaria reconoce su intervención directa en la captura de una embarcación comercial, aunque sus Fuerzas Armadas ya habían actuado para derribar un avión no tripulado Global Hawk de origen norteamericano el 20 de junio pasado cuando ésta violó el espacio aéreo de Irán. En ese momento Trump puso en marcha un ataque a objetivos estratégicos dentro de territorio iraní, el cual abortó antes de que se lleve a cabo probablemente por una advertencia de Omán, aduciendo que el “costo en vidas humanas” sería demasiado grande y optando por lanzar un “ciberataque” a las instalaciones militares de la República Islámica cuyo alcance y eficacia no ha terminado de quedar claro.
El presidente norteamericano retomó la iniciativa también en la tarde del jueves, anunciando que derribó un dron iraní que se acercó a menos de mil millas del barco de asalto anfibio USS Boxer, después de haber dado las advertencias pertinentes. Por su lado el ministro de Relaciones Exteriores iraní Yavad Zarif, que se encuentra en Nueva York para reunirse con el secretario General de Naciones Unidas Antonio Guterres, declaró que “no tiene información del derribo de ninguna nave”, a la vez que aprovechó para calificar como “injustas y discriminatorias” las medidas tomadas en contra de los diplomáticos iraníes en los EE.UU. y responsabilizar a Arabia Saudíta (aliado estratégico de los EE.UU.) de la creciente inestabilidad en la región del golfo.
La dimensión estratégica del conflicto
Indudablemente la hostilidad de los EE.UU. hacia Irán tiene un carácter estratégico para la administración Trump y su “gabinete de guerra” integrado por los halcones Bolton y Pompeo, ambos promotores del intervencionismo norteamericano en Oriente Medio desde tiempos de la guerra de Irak. Su propio embajador en Londres Kim Darroch afirmó en mails que se filtraron a la prensa que Trump se había retirado del acuerdo nuclear con Irán debido a su política “personalista” y con la intención de “destruir el legado de Obama”, motivo por el cual fue inmediatamente desplazado de su cargo.
Sin dudas la política agresiva de Trump chocó con las concesiones que le dio su país a Irán en el acuerdo de 2015, que además en los años que estuvo en vigencia permitió una recuperación de más del 12% anual en la economía persa, entendiendo que eran mayores las consecuencias de su continuidad que los costos de su retirada en el largo plazo. Pero es también relevante la influencia sobre Estados Unidos de actores regionales enemigos de Irán como Arabia Saudita e Israel, este último también un actor determinante en la política interna norteamericana a través de personajes como el empresario del juego Sheldon Adelson, uno de los pilares del financiamiento de las campañas de Trump.
Por otro lado, en un contexto de relativo repliegue y decadencia de la hegemonía norteamericana, resulta vital para la administración yanqui utilizar su poderío militar para mostrarse como “impresindible” a la hora de “mantener la seguridad” en una región por la que circulan un tercio de los hidrocarburos del mundo. En ese sentido va su iniciativa de “crear una coalición” con otras potencias para “patrullar en común los estrechos de Ormuz y Bab el Mandeb”.
Esta polarización ha caído mal en los países firmantes del acuerdo nuclear, ya que la política de sanciones ha sido efectiva porque no solo abarca a las empresas norteamericanas, sino que las empresas de cualquier país que tengan negocios con la República Islámica están impedidas de acceder al mercado norteamericano, lo cual las obligó a elegir entre Irán y los Estados Unidos e hizo naufragar negocios multimillonarios, a la vez que dejó en evidencia la debilidad de su posición al tener subordinarse a los caprichos de la administración Trump a pesar de que sus países reivindican la vigencia de lo firmado en 2015.
Por su parte Irán se vio obligado a retrotraer su política al momento anterior al acuerdo, pero a su vez también buscó jugar fuerte con las herramientas de las cuales dispone. Promovió una escisión al interior de los firmantes del pacto nuclear, procurando fortalecer el vínculo con China y Rusia denunciando la actitud pasiva de Francia, Inglaterra y Alemania ante la unilateralidad de la política norteamericana. Al mismo tiempo comenzó una ruptura escalonada de los puntos del acuerdo referidos al enriquecimiento de uranio, pasando del límite de 3,7% contemplado en el pacto a 4,5%, porcentaje en el que se encontraba antes de 2015. Si bien puede parecer poco en relación al 90% necesario para elaborar una bomba atómica de alta complejidad, esto es solo aparente, ya que en el proceso de enriquecimiento de uranio la gran dificultad es llegar al 20% (con lo cual ya se puede fabricar un arma rudimentaria) después de lo cual se consiguen los valores más altos de forma rápida.
Es evidente que el objetivo no explícito de los halcones de la Casa Blanca es la caída del régimen teocrático, que ha sido una espina en el zapato para sus intereses en la región desde hace 40 años, en este sentido ven que la política de sanciones ha sido una forma de dejarlo entre la espada y la pared y al borde del precipicio debido a que éstas se han combinado con la caída en el precio mundial de los hidrocarburos. Sin embargo la debilidad del régimen es relativa, los actores que se han fortalecido en su interior son los más conservadores como la Guardia Revolucionaria y las facciones integristas y nacionalistas del sistema político, que vienen presionando para que el gobierno “moderado” de Rohani tome medidas más “enérgicas” contra sus enemigos, como el bloqueo del estrecho de Ormuz, la captura de embarcaciones y la toma de rehenes. El Ayathollah Jamenei, pivoteando entre ambos sectores, ha logrado incluso durante la crisis aumentar su prédica en las generaciones más jóvenes, hasta hace poco las más reactivas a su liderazgo
El fracaso de las mediaciones
Uno de los rasgos característicos de este conflicto es su internacionalización, a diferencia de procesos mucho más cruentos como el de Siria, Yemen y Libia, inclusive tensiones potencialmente catastróficas como las hostilidades entre India y Pakistán (potencias nucleares y dos de los países más poblados del mundo), cada pequeño acontecimiento de esta escalada ocupa los titulares de los diarios de todo el mundo, e incluso desplaza en repercusión mediática a la guerra comercial entre las superpotencias de China y los Estados Unidos.
Esto se debe a que las conexiones políticas de los actores beligerantes son sumamente extensas y complejas y el entramado de intereses afectados excede con mucho a los dos principales involucrados. Si se desatara una guerra abierta podría estallar un conflicto generalizado cuya dinámica sería imposible de “encapsular” en la región del golfo y tendría varios focos simultáneos de variada intensidad a lo largo de todo oriente Medio. Por lo cual ni Irán ni Estados Unidos se han pronunciado a favor la guerra, que en términos políticos no le conviene a nadie, no obstante el más mínimo accidente puede tocar fibras sensibles y desatar una crisis bélica.
Esta perspectiva catastrófica motivó a que varios países intenten gestiones extraordinarias para bajar la intensidad de las hostilidades y llegar a un punto de acuerdo, hasta ahora sin ningún éxito. El interés que motiva estas mediaciones son los grandes costos que vienen teniendo las sanciones para los países dependientes del petróleo iraní, la necesidad de limitar el "unilateralismo" de Trump en la escena internacional y la intención de evitar a toda costa una regionalización del conflicto, que ocasionaría dificultades serías para acceder a recursos vitales para el funcionamiento de la economía mundial.
En principio Suiza, cuando Trump recién comenzó su avanzada, tuvo un rol mediador y mantuvo conversaciones con los líderes de ambas naciones, comunicando incluso públicamente que el presidente norteamericano “habilitó un número” para que los líderes iraníes “lo llamen” a través de la intermediación del gobierno suizo. Los iraníes establecieron contacto con suiza pero no llamaron a Trump y se mantuvieron firmes en sus posiciones, respetando en aquel momento todas las cláusulas del acuerdo a pesar de las sanciones.
Meses más tarde, el 12 de junio, en un acontecimiento extraordinario y después de haberse encontrado con Trump y hablado con Netanyahu, el primer ministro japonés Shinzo Abe realizó la primer visita de un mandatario de ese país a Irán en 40 años, reuniéndose con Rohani en Teherán para debatir sobre su compromiso con la “estabilidad regional” y postulándose abiertamente como mediador. A pesar de que se cumplieron las formalidades diplomáticas no solo no se avanzó en ningún punto sino que esa misma semana Irán anunció que dejaría de cumplir algunos puntos del acuerdo nuclear, demostrando no tener mayores problemas en dejar en ridículo el gesto de buena voluntad de los nipones.
En la comunicación que tuvieron este jueves Vladimir Putin y Emanuel Macron fue un punto central la idea de desarrollar iniciativas para “mantener vivo el pacto con Irán”, lo cual da cuenta de que a pesar de los sucesivos naufragios diplomáticos la “cuestión iraní” continúa a la cabeza de la agenda de las principales potencias. Sin embargo la dureza de los negociadores de ambos bandos ponen serios límites a que estas políticas logren reflotar un acuerdo tan amplio como el de 2015, aunque es probable que apunten a morigerar los efectos más nocivos del bloqueo y reducir la escalada militar en el Golfo, procurando al menos evitar el estallido de un conflicto generalizado de consecuencias imprevisibles. |