En mis divagues mentales, mientras miraba el partido de los pibes del barrio no podía dejar de pensar en las ideas fuerza que está sembrando el Frente de Izquierda en esta campaña; me retumbaban en la cabeza con cada toque de la redonda los discursos de Nicolás del Caño y Myriam Bregman en Museum. Hacían carne estas dos ideas con las patas y el corazón: "No nos resignamos" y "vamos a darlo vuelta todo".
En mi imaginación se cruzaban varias cosas. Estos chicos del barrio son a quienes queremos llegar con nuestras ideas, son trabajadores, son jóvenes y tienen la energía para cambiarlo todo. Cuando terminó el partido les escribí un pequeño homenaje por el enorme partido que jugaron y quería compartirlo con los lectores de La Izquierda Diario. Es también un modo de que los pibes de Guillón se enganchen a conocer nuestras ideas entre tanto panquequismo y cancha embarrada.
Los partidazos de fútbol ¿son solo para el ganador? ¿Y para el perdedor es una canallada? Bueno muchas son las preguntas, vamos al relato y el lector dará su veredicto.
Para que haya un partidazo de fútbol tiene que haber dos equipazos y muchos azos más. Uno de los equipos empieza a hacer pie en un terreno que resbala y toca por abajo con sus líneas bien paradas y de repente el nueve la baja de pecho en la media luna del área grande y el diez la empalma de lleno, clavándola ante el vuelo del arquero que nada pudo hacer para que la pelota no toque la red. Un gol de esos que ya no se ven. La contienda ya prometía.
Saque del medio. "Un gol no es nada", piensa el otro equipo. El partido sigue, se pone picante, áspero, barroso. El árbitro se ve que era de Racing y le gustaba la camiseta albiceleste del otro equipo, el de los pibes del otro barrio, ¿vio? Quién sabe, pero a los de camiseta negra se las hacía combinar con la tarjeta amarilla a cada rato.
Centro pasado y gol, así sin anestesia 2 a 0 arriba los de rayado. Los de negro son Hessen, los pibes de Luis Guillón, mi barrio, al sur de la provincia de Buenos Aires. Se conocen todos desde chicos: mismo colegio, mismo barrio… Se podría decir que se criaron juntos.
Fin del primer tiempo
Cansados, golpeados, embarrados, y hasta mal dormidos me atrevo a decir (algunos tendrán que dar las explicaciones), cuatro amarillas (si, cuatro), con un arbitraje que patea en contra.
Los de rayado no estaban ni sucios, tal es así que el arquero ni la tocó, hasta parecía que la que pegó en el travesaño, la sacó con la mirada. Impecables tanto en formación como en su juego sin fisuras, se veían muy sólidos, tanto que te hacía pensar: “Y ¡por algo son los primeros!”. Es entendible, lógico. Hasta te pones del mismo lado si los veías jugar, pero el terreno estaba barroso y todavía quedaban muchos minutos por delante.
A Hessen le costaba hacer pie y tenia todo lo que conlleva a estar en ese estadio adverso. Todo cuesta arriba, son esos momentos del partido en que la moral y la fe son una cuerda que podés tirar y hacer cálculos matemáticos, especulativos; "si metemos un gol, el otro viene solo”, dijo el nueve -al que no le venía quedando ni una hasta ese entonces- como sabiendo que era así, raro, de no creer para uno que lo ve de afuera.
Resulta que Hessen viene invicto y se ve que ya pasaron por situaciones adversas. ¡Pero ahora se trataba del primero del campeonato! ¡No cualquier equipo!
Arranca el segundo tiempo
Los de rayado salen a liquidar el trámite... Lo ponen a Hessen entre las cuerdas mal, pelotazos por todos lados… Y si, ¡gol! Tres a cero. ¿Qué más podía pasar? La respuesta es, de todo. En Hessen, caos total. La cuerda de la moral y la fe no estaba adentro de la cancha. "¿Y dónde estaba?", se pregunta uno. Estaba afuera; el banco de suplentes era un hervidero, todos opinaban, todos dictaban su sentencia, tanto es así que el juez de línea pedía por favor tranquilidad. Se ve que el tipo era sensible y mostró una debilidad, la de no tener carácter. Los de afuera lo notaron enseguida y le taladraron la cabeza, llegado a convencerlo de que el árbitro estaba en mal juicio; "que necesitaba terapia", se escuchó por lo bajo, y que él tenía que hacer algo. ¿Algo? ¿Algo como qué? Y... Algo así como justicia divina. Pero andá saber en quá creía el tipo. Era pelado medio buda quizás, pero escuchaba.
Dale que entrás...
Llegó se sacó la camisa, se puso la casaca negra, los botines con zoquetes sin canilleras, ni nada; se arremangó los cortos como expresando compromiso y entró. El recién llegado no vivió el drama del primer tiempo, claro; por razones que él sabrá, llegó tarde, o anda a saber.
Adivinanza
Casi todos tocaron la pelota. Los de afuera de algún modo también. Este sujeto parece tener poderes en la mirada, ¿quién es? El arquero de los rayados. No se sabe qué quiso hacer, poco contacto tuvo con la redonda. Quiso salir jugando y se tranformó en blanco fácil; una de las flechas lo alcanzó, uno de "los melli" le punteó la pelota, centro atrás y el que recién llegó -si, ese de cortos arremangados- la mandó a guardar. Sin darse cuenta que transformaba al partido en un partidazo.
¿Los de afuera son de palo?
Se metía fuerte y el árbitro seguía cobrando en favor de los rayados al parecer, y tomando una posición del lado de los que estaba yo, ahí junto al juez de línea, "el pelado" que corría por ese carril sin pasto, que al pasar oía a esa jauría que gritaba todas las injusticias que se gritan en un banco de suplentes. Y más en el de Hessen.
Un cambio de frente, una jugada sin riesgo de gol en favor de Hessen adentro del área grande contraria. Picardía, actuación, astucia, el pillo cinco de Hessen se tiró como si lo hubieran matado haciendo comprar al juez de línea un penal… ¡Si! El línea en esta liga barrial levantó el banderín, llamó al árbitro y le dijo: fue penal. El árbitro no tuvo más remedio que verse obligado a cobrar el penal y equilibrar la balanza.
Yo pienso que algo le cayó bien al línea, de ese costado de la cancha, no sé. Por algo eligió ese lugar, capaz el solcito ¿no? Capaz la injusticia lo puso ahí, o quería protagonismo... Qué se yo. La cosa es que le creyó.
Penal bien pateado es gol -dicen- y eso hizo el Melli. Fue callado, agarró la pelota e hizo que el arquero de ropa flúor se quede parado como un cono. La clavó abajo a la punta. Era 3 a 2, mucha esperanza brotó. Volvió corriendo con la pelota bajo el brazo y la apoyó en el punto medio, como diciendo "dale que se puede".
Cinco minutos, me tomo un té y entro
La horda de lobos hambrientos que estaba en el banco de suplentes se había convertido de repente en un grupo de técnicos de fútbol y se dejaron llevar por las apariencias: votaron sacar al número 9, que no podía hacer pie.
"¿A mí me sacás? ¡Perdemos 3 a 2 y a mí me sacas? ¿Quién va a hacer los goles?¿Ponés un medio y sacás un delantero?", dijo con mucho temperamento... Y con mucha razón también.
Sólo 5 minutos estuvo afuera el 9, los 5 minutos que faltaban para llegar a tiempo cumplido, caía de maduro que tenía que adicionar por lo que fue todo este espectáculo. Uno de "los melli" se lesiona y ni lo dudó: el 9 entró de nuevo. Más calmo y con sed de revancha. Eso a los 9 les gusta mucho.
Córner de la derecha y ahí fue por su revancha. El que no podía hacer pie, pudo meter un cabezazo, de esos con el parietal izquierdo que solo en la repetición podía ver el arquero. El grito de desahogo y alegría fue terrible. Hasta yo tiré el mate de la emoción, se metieron todos a la cancha en un abrazo gigante de perseverancia y voluntad. Los de rayado como que se asustaron y firmaban el empate ahí nomas.
Las emociones por las que había pasado este equipo en el transcurso del partido fueron muchas y siempre todo cuesta arriba. El 3 a 3 hizo que se desate una algarabía tal que de las otras canchas se acercaron a mirar. Pero el que vinieron a ver ya era otro partido, otro era el equipo golpeado y desarticulado con la moral por el piso, otros eran los jugadores que se insultaban entre sí, que odiaban al que hasta ese entonces parecía su amigo.
El arbitro confundido, quedó con secuelas seguramente. En ese río revuelto Hessen supo pescar una vez más una hazaña épica, con la astucia del 9 saliendo de la posición adelantada, sin participar en la jugada, la dejó pasar y una flecha dorada por el sol, en el último minuto de descuento, agarró la pelota tirando ese centro atrás que rompe cualquier defensa para que nuevamente el de pantalones arremangados haga justicia: 4 a 3.
Salvaguardando las distancias entre un partido de una liga barrial de fútbol y la campaña que lleva adelante el Frente de Izquierda-Unidad, dar vuelta todo cuesta mucho. Pero no hay que resignarse, hay que meter y luchar para transformar un partido en un partidazo. |