Cuando la novela fue publicada por primera vez fue un fracaso de ventas. Hemingway, en su “París era una fiesta” (“A Moveable Feast”), nos habla de un Fitzgerald depresivo, con problemas de autoestima y desencantado de su obra. Sin embargo, la realidad, es que luego de su temprana muerte El Gran Gatsby tuvo un resurgimiento como una suerte de pintura de los años 20 que lo volvió un material central de la literatura y el sueño americano. A la fecha la novela se encuentra traducida en diversos idiomas y ha tenido adaptaciones en cine, teatro y hasta videojuegos, así como también constantes menciones dentro de la literatura moderna (por ejemplo Watanabe, el personaje central de Tokio Blues, cita “The great gatsby” como su libro preferido).
La novela está narrada en primera persona y nos cuenta la vida de dos personajes principales y su entorno. Nick Carraway, quien narra, es un joven recibido de Yale que se muda a la ciudad ficticia de West Egg, donde conoce a un excéntrico y adinerado vecino llamado Gatsby. Este último se caracteriza por brindar fiestas en su mansión donde cantidades de invitados de la alta sociedad se pasean y viven una vida de cartón y champagne. A partir de un encuentro -nada fortuito- entre Nick y Gatsby es que la historia se desanuda y comienza a mostrar detalles en relación al pasado de los personajes y las verdaderas intenciones que hay en juego. El argumento es atrapante y está logrado de tal forma que nos envuelve y obliga a llegar a la última página.
Una de las primeras cosas llamativas que podemos mencionar es la forma en que el personaje principal está desdoblado entre Nick y Gatsby sin que se trate de un héroe y un villano o un ego y alter-ego. Es como si Fitzgerald nos narrara las historias paralelas de dos hombres que sin embargo se juntan, pero no necesariamente se funden. Es un detalle más que interesante porque, aunque el título sugiera la preponderancia de Gatsby, y la narración en primera colocara a la figura de Nick como el eje central de la historia, ninguno de los dos puede afianzarse como el principal. A nivel de la lectura eso trae efectos ya que produce una voz que se multiplica por distintos canales potenciados entre ambos, pero singulares. Logra allí algo maravilloso y es que el lector quede pendiente de ambas tramas, entendiéndolas como vinculares, pero separadas. Es algo que, por otro lado, se ve en el modo en que dependiendo el tramo de la novela encontraremos a Nick o Gatsby tomando más o menos protagonismo.
Por otra parte, hay que destacar el valor de la prosa de Fitzgerald. Es particular cómo el autor logra el armado de frases concretas y precisas -bien característico de la prosa anglosajona- pero con un grado poético que no siempre es tan común. Creo que se debe, en parte, a la elección de los adjetivos que utiliza. Se trata de un escritor que apoya su escritura en adjetivos que potencian el simbolismo y la metáfora sin perder por ello la escritura concisa. En el texto abundan, además, las descripciones de los lugares y las sensaciones. Podríamos pensarlo como un escritor que prioriza más la descripción sensitiva que la introspección psicológica. Tiene al respecto una o dos escenas románticas que son realmente preciosas.
Por último, no deja de sorprender la actualidad. Hablar del Gran Gatsby es como hablar de Cambalache. Casi cien años después sigue manteniendo esa vigencia en relación a una realidad social que se construye en base a la vanidad, el dinero, la conveniencia, la amistad efímera de la noche, la apariencia y el desapego. Sin ponernos en moralistas, es notorio cómo Fitzgerald busca dar una crítica social de aquellos años 20, la era del Jazz y el oro que encontró su primera catástrofe a fines de la década. |