“Whoever degrades another degrades me,
And whatever is done or said returns at last to me.”
(Quien degrade a otro, me degrada,
Y lo que sea hecho o dicho, retorna al final a mí)
Walt Whitman, Song of Myself
No solamente cada día representa una chance, sino que, en todo momento, a cualquier hora puede suceder que abandonemos una estructura con la que veníamos armados, una matriz dentro de la cual nadábamos cómodamente, y súbitamente, lo que antes nos hiciera sentir pertenencia, ahora nos resulta ajeno. Y con los cambios, habrá nuevas personas que ingresen en nuestras vidas y otras que se retiren; de todos modos, somos transitorios en mayor o menor medida en la vida de los demás.
Entonces, siendo conscientes de la finitud, podemos tomar decisiones postergadas, dar un gran salto al vacío y arriesgarnos a vivir de acuerdo con lo que sentimos y pensamos, y dentro de nuestras posibilidades concretas, llevar a cabo ese cambio.
Suele suceder—hablando de finitud—que cuando alguien muere, hay quien siente culpa por no haberle dedicado más tiempo a esa persona que ya no está, por haber postergado una charla, por no haberle prestado atención, y aun cuando esto suceda una y otra vez, se repetirán la culpa, el arrepentimiento y el “la próxima vez voy a ser distinto”, pero no; lo más probable es que actúe de la misma manera porque somos así, de repetir patrones, de cometer los mismos errores, aunque muchas veces—en el mejor de los casos—se pueda vencer esa inercia y cambiar.
En gran escala, pasando a una sociedad, el gran problema entre los seres humanos ha sido básicamente siempre el mismo, y es por eso por lo que no uso el presente del indicativo “es” sino el pretérito perfecto compuesto “ha sido”, porque el problema sigue estando, y es la falta de empatía. Porque cuando no existe la voluntad de comprender a quien no es de nuestro entorno más íntimo y querido, cuando empieza a darnos lo mismo lo que les pase a quienes no componen nuestra esfera más próxima, habremos perdido nuestra humanidad. Y cada vez que no nos comuniquemos eficazmente, habremos vuelto a perder.
Y puede ser que al prójimo le suceda otro tanto: que no nos comprenda, que no le interesemos, que nos dé por perdidos. Y así en un mar de confusiones, intolerancia, ignorancia y miedo, nos degradamos hasta convertirnos en alguien que no queríamos ser. Nos volvemos desagradables los unos para con los otros. Nos convertimos en ese otro que tanto nos molestaba.
Si bien es natural separarnos por diferencias y unirnos por afinidades, existe una distancia abismal entre la mera separación por falta de puntos en común, y el odio proveniente de la no aceptación de ese otro que es distinto y no por eso, descartable.
El Capitalismo se ha encargado de fomentar el individualismo, el “primero estoy yo”. También proviene del Capitalismo el invento y auge del negocio de los manuales de autoayuda que llenan las arcas de las editoriales y de sus autores. De hecho, los manuales de autoayuda son un canto al egoísmo, y la gran oportunidad de los chantas para llegar a un público que busca soluciones rápidas a las inseguridades y angustias del lector. Se juega con la depresión de las personas en estado vulnerable, fenómeno que se acrecienta con el modo de vida que nos ofrece el Capitalismo, dado que el grado de competitividad que este sistema fomenta, es tan salvaje que lleva a la persona a un estrés innecesario y a una sensación de frustración y ansiedad (casi) permanente. Digo que es innecesario porque en una sociedad donde prevalezca el bien común—que sería el bien mayor—y luego el espacio para el ego, en una sociedad así, el estrés no tendría lugar, al menos no el que proviene del sentimiento de impotencia de no llegar a cumplir las expectativas que la sociedad capitalista que sólo habla de “éxito” promueve y premia; caso contrario, descarta y desecha.
Una sociedad superior como la comunista abogaría según Marx como un principio de justicia que "de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades". Estas fórmulas marxistas pueden encontrarse en la Crítica del Programa del Partido Obrero Alemán (o Crítica al programa de Gotha). "Para cada uno de acuerdo con sus necesidades", implicaría que a partir de una nueva relación del hombre con sus necesidades, consumiría digamos de la “olla común” solo lo necesario.
Y por otro lado, la fórmula "de cada uno según sus habilidades" requiere que todos estén dispuestos para brindarse y aportar a la vida en común sin estar calculando cuánto esta nueva vida en sociedad va a retribuirle. No debe preocuparse porque sus necesidades están cubiertas, como versa el segundo término de la fórmula.
El comunismo según lo previsto por Marx es, por lo tanto, un fuerte ideal comunitario. |