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2 de diciembre de 2024 Twitter Faceboock

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Del asalto al Moncada a la “revolución a contragolpe”
Óscar Fernández | @OscarFdz94
Raúl Dosta | @raul_dosta

Este 26 de julio se celebra una vez más con entusiastas manifestaciones el hito que se considera un punto de partida para el proceso de la revolución cubana, que dio esperanzas para las masas de toda América Latina de haber encontrado una salida para enfrentar a sus burguesías capituladoras y al imperialismo dominante, y el necesario debate con la estrategia guerrillera cubana y el “socialismo” existente en Cuba.

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A 60 años podemos ver que cómo del seno de la dirección político-militar que triunfó y sacó del poder al dictador Batista, surgen quienes impulsan la lenta restauración capitalista en la isla. En sus logros y potencialidades la Revolución cubana del 58-59 mostró el corto alcance de miras de la estrategia estalinista y del nacionalismo pequeñoburgués de la época.

Aunque la clase trabajadora, que había protagonizado enormes luchas y huelgas generales en las décadas anteriores, fue una fuerza social actuante en la revolución, no cumplió un rol políticamente hegemónico en el proceso revolucionario. Muchos de sus principales dirigentes, activistas y bases se sumaron a las estructuras del M26, ayudando al triunfo del proyecto político encabezado por Fidel Castro, que en sus orígenes y durante la lucha contra Batista tenía un carácter policlasista.

En las décadas previas, la subordinación al naciente imperialismo yanqui se institucionalizó en la propia Constitución cubana a través de la Enmienda Platt, donde se estipulaba que EE. UU. podría intervenir en la política de Cuba y que, por tanto, tenía derecho a establecer una base militar. Cuba asumió el papel de una colonia de facto (similar a Puerto Rico) debido, principalmente, a que su economía se basaba en la exportación de recursos agrícolas extraídos por trasnacionales, con el analfabetismo y la pobreza rampantes.

Históricamente, la injerencia estadounidense ha obligado a Cuba a reconocer una relación de dependencia que la ponía en desventaja económica, forzándola a someterse política, y económicamente, ante el moderno gigante del Norte por lo que la lucha por una Cuba independiente del imperialismo ha estado presente en todo momento. Pero la clase dominante ha optado por la sumisión de las masas a los designios imperialistas, por la buena o por la mala. Así, hacia 1952, Fulgencio Batista realizó otro golpe de Estado y exacerbó las malas condiciones de vida de las masas. El periodista estadounidense David Detzer lo describiría de la siguiente manera:

Los burdeles florecieron, una industria mayor creció alrededor de ellos. Los funcionarios recibían sobornos, los policías cobraban derecho de piso, las prostitutas podían verse recargadas en las puertas, paseando por las calles o asomadas de las ventanas. Un reporte estimaba que 11,500 de ellas trabajaba en La Habana. Más allá de las orillas de la capital, de las máquinas de los casinos, estaba uno de los países más pobres y hermosos del mundo occidental. [1]

La lucha contra Batista

Tras la Revolución de 1933, con la crisis estadounidense del 29 como telón de fondo se abrió un período de procesos de revolución y contrarrevolución, con grandes huelgas obreras y una fuerte represión gubernamental, incluyendo dos dictaduras que fueron el preludio a la revolución del 58-59.

La oposición y disidencia a la nueva dictadura batistiana no se hizo esperar. Por una parte, los viejos partidos políticos, el Partido Ortodoxo y el Partido Auténtico, fueron disueltos jurídicamente; aunque sus miembros siguieron organizándose en la clandestinidad. Por otra parte, la juventud —en particular de la Federación Estudiantil Universitaria e influida por el guiterismo que, durante el golpe batistiano, había pedido la entrega de armas al presidente Prío Socarrás para defender al gobierno— se concentró en la organización de células para enfrentar la dictadura.

El 26 de julio de 1953, poco menos de un centenar de jóvenes del Partido Ortodoxo efectuó un asalto armado al Cuartel Moncada con la intención de darle un golpe al régimen. Superados cerca de 10 a 1, los atacantes tuvieron que retirarse. Fidel Castro, entonces militante de la Juventud Ortodoxa y cabeza de la operación, fue detenido y encarcelado. En su juicio presentaría su alegato La historia me absolverá, que se volvió un referente ideológico de su corriente ideológica y de la tradición posrevolucionaria.

Castro sería sentenciado a 15 años a prisión y tras dos años sería absuelto por una amnistía otorgada por Batista. En junio de 1955, fundaría en la clandestinidad el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M26); una organización político-guerrillera propuesta para derrocar a Batista. Mientras tanto Castro se exiliaría temporalmente en EE UU, donde conseguiría armas, y después en México. Allí conocería a Ernesto Che Guevara; en México, ambos se dedicaron a conspirar con la idea de organizar la resistencia guerrillera que permitiera la lucha armada en Cuba, pero fueron detectados y detenidos por la policía secreta mexicana: la Dirección Federal de Seguridad (DFS).

Al conocer las intenciones de los guerrilleros, y con la mediación de la resistencia portorriqueña, Castro y compañía conocieron a integrantes del régimen priísta dispuestos a ayudarlos proporcionando recursos para que el M26 pudiera concretar sus planes. Los dotaron de algunas armas y campos de adiestramiento y desde entonces, con la mediación de la DFS y su titular, Fernando Gutiérrez Barrios se estableció una relación estrecha con los gobiernos del PRI hasta su caída en el 2000.

Esta relación le garantizaría la negación del apoyo a cualquier grupo guerrillero mexicano por parte de la Cuba castrista y a cambio México sería el único interlocutor latinoamericano ante la ofensiva diplomática y económica yanqui a través del desconocimiento de la OEA (que México no acató) y el bloqueo económico. Así, la DFS garantizaría la preparación de los aventureros del M26 hasta embarcarlos en el famoso buque Granma que zarpó desde Tuxpan, Veracruz. Una vez de vuelta en Cuba, los guerrilleros fueron emboscados y obligados a huir a la Sierra Maestra. Diezmados, el M26 tuvo que resistir dos años en la espesura de la selva y comenzar de nuevo su lucha.

El carácter de la revolución cubana

Los partidos comunistas estalinizados, incluyendo el cubano Partido Socialista Popular, han sostenido que en los países de desarrollo capitalista atrasado, la revolución tiene que ser “democrática”, vale decir burguesa, y que la revolución socialista vendrá en una etapa posterior, en un futuro indefinido, luego del desarrollo capitalista del país.
Esto ignora, y no ingenuamente, que la burguesía de aquellos países depende, material y estructuralmente, de la burguesía imperialista —que subsume a las naciones dependientes por medio de las grandes trasnacionales—, lo cual hacía imposible que los capitalistas de Cuba y Latinoamérica se enfrentasen a quienes les permitían generar sus grandes negocios en la isla. Esta estrategia llevaba a subordinar a la clase obrera y los sectores populares a una burguesía supuesta (y falsamente) “democrática”, “antiimperialista” y “patriotica”.

Es así que la línea oficial del estalinismo entraba en directa contradicción con la realidad cubana y de América Latina. Su visión frentepopulista los llevaba a acomodarse al lado del burgués “progresivo” (que para ellos durante década sería Batista) e incluso a cuestionar desde la derecha, al nacionalismo revolucionario pequeñoburgués. Como consecuencia de esto, el PCC (nombre anterior del PSP) calificaba inicialmente de “ultraizquierdismo aventurerista” los ataques del M26 contra el gobierno.

Por su parte, el M26 incorporó de forma limitada las demandas de reforma agraria que exigían los campesinos, mientras seguía reivindicando un programa democrático-burgués que incluía la reincorporación de la Constitución de 1940 y el código electoral de 1943. Hacia julio de 1958, el M26 y otras organizaciones se reunirían en Caracas para acordar un plan unificado. El Pacto de Caracas sería un documento cuyo programa incluía “pedirle al Gobierno de los Estados Unidos que cese toda ayuda bélica y de cualquier orden al dictador” y “[defender] la soberanía nacional y la tradición civilista y republicana de Cuba”. [2]

Estratégicamente, el Pacto de Caracas apuntaba a constituir un Frente Popular bajo la égida de la lucha por al democracia burguesa:

adoptar un acuerdo en favor de un gran frente cívico revolucionario de lucha, de todos los sectores, para que codo con codo, aportando cada uno su patriotismo y sus esfuerzos, unidos arrojemos del poder a la Dictadura criminal de Fulgencio Batista”, [armar a la población y movilizar a distintos sectores] “de todas las fuerzas obreras, cívicas, profesionales, económicas, para culminar el esfuerzo cívico en una gran huelga general. [3]

Mientras, el M26 realizaba acciones militares en la selva, impactando en los trabajadores y la juventud quienes bajo su influencia hacían acciones contra el gobierno en las ciudades y centros de trabajo. La radicalización de las masas obreras y la fuerte represión de la huelga general de 1957 fueron un factor clave que permitió que el M26 ganara simpatizantes en esos sectores, lo que le valió convocar a una huelga general en abril de 1958. Esta acción era una forma como el M26 entendió que debía incorporar, las demandas de los sectores explotados y oprimidos del país, para jalarlos tras de sí y subordinarlos a su dirección política.

De igual forma, sectores empresariales mostrarán apoyo al M26, precisamente, porque su programa no cuestionaba la propiedad privada en Cuba ni la injerencia imperialista. Batista ordenó una retirada en agosto y el M26 pasó a la ofensiva, sumando el apoyo de masas campesinas e, incluso a conscriptos del ejército; Batista, debilitado, intentó realizar elecciones presidenciales, pero el desprestigio que cargaba provocó que las organizaciones políticas opositoras no le dieran legitimidad.

En diciembre se llevó a cabo la Batalla de Santa Clara, ciudad decisiva por ser el puente que comunicaba la capital con las provincias del oriente del país. Para este punto, el M26 ya contaba con cerca de 2,000 combatientes. Simultáneamente, las centrales sindicales llamaron a una huelga general que duró cinco días. La misma le propinó el tiro de gracia al régimen de Batista, quien huyó del país. Fidel Castro tuvo que reconocer que fueron los trabajadores quienes asestaron el golpe determinante:

Podemos afirmarlo con toda la autoridad que nos da el haber sido actores en aquellas horas decisivas, fue la huelga general la que destruyó la última maniobra de los enemigos del pueblo; fue la huelga general la que nos entregó las fortalezas de la capital de la República, y fue la huelga general la que dio todo el poder a la Revolución. [4]

El gobierno revolucionario

Al huir Batista, ascendió Manuel Urrutia de acuerdo con lo establecido por el Pacto de Caracas. Si bien, las masas trabajadoras fueron clave para lograr la victoria del proceso revolucionario, también es cierto que la situación en Cuba no era la de 1933, con la clase obrera y sus partidos participando como actores independientes, ni era la política del M26 impulsar esa perspectiva.

Los trabajadores no tenían un partido propio que pusiera un programa obrero al frente, logrando acaudillar a los otros sectores y encabezar una insurrección, organizados en organismos de democracia directa. Por el contrario, el M26, que se había caracterizado por tener al inicio un programa democrático y cuya composición era de profesionistas principalmente, se había convertido en la organización dirigente.

Frente a esta ausencia el M26 —una organización jerarquizada militarmente— se convirtió antes y durante la revolución en la organización hegemónica, que encabezó el proceso revolucionario y asumió el poder en medio de duras contradicciones materiales y políticas motorizadas por la agresión imperialista que lo orillaron a transmutar el régimen revolucionario naciente transformando radicalmente el régimen de propiedad y, desde el punto de vista marxista, el carácter de clase del Estado cubano.

Así ante las primeras fricciones con la burguesía cubana —representada por el presidente Manuel Urrutia, quien orilló a que Castro renunciara a su puesto como Primer Ministro— las masas salieron a las calles como respuesta. Viendo peligrar su revolución, la movilización de los trabajadores y campesinos puso de vuelta a Castro en el gobierno y logró la renuncia de Urrutia.

El desarrollo de la revolución se encontró con que cada paso adelante dado por las masas contra el imperialismo y la burguesía, se expresaba bajo la forma de un contragolpe del gobierno revolucionario, así las masas actuaban en auxilio de las medidas de Fidel. La relación establecida por la dirección con el pueblo era a través de los mítines masivos donde Fidel contenía su protagonismo, intentando de este modo subsumir su iniciativa. [5]

En su intento por cumplir con las expectativas que las masas depositaron en Fidel y el M26, éste tuvo cada vez más fricciones con la burguesía nacional ante el decreto de la reforma agraria. Esto también se vio reflejado en el movimiento obrero: en la Central de Trabajadores Cubanos, en su X Congreso, fueron elegidos solamente tres delegados del PCC (el cual —poco antes de la derrota de Batista— súbitamente había cambiado su línea y pasó a apoyar a Castro), mientras que 163 eran del M26.

Trabajadores de la industria eléctrica, petroleros y de la industria azucarera declararon la huelga en sus respectivos gremios exigiendo condiciones dignas de trabajo y aumento salarial, pero EE.UU. declaró un embargo de azúcar para presionar, políticamente, al gobierno castrista de mantener la relación de dependencia de la isla. En agosto se decretó la expropiación de todas las compañías petroleras, telefónicas, de la industria azucarera y eléctrica; dos meses más tarde, la banca fue nacionalizada en su totalidad, incluyendo las reservas de casi 400 empresas (centrales azucareras, fábricas, ferrocarriles).

También se decretó la Ley de Reforma Urbana que otorgaba vivienda a miles de cubanos. Cuba se retiró a fines de ese año del Banco Mundial no sin que los propios empresarios cubanos realizaran un boicot de inversiones. Continuaron las expropiaciones; EE.UU. impuso un embargo petrolero y, más tarde, el infame bloqueo económico que persiste hasta nuestros días.

En 1961, EE. UU. organizaría la invasión a la Bahía de Cochinos para intentar derrocar al gobierno de Castro, pero fue enfrentado por las masas cubanas que estaban dispuestas a defender su revolución y las conquistas que habían obtenido. Ante la ruptura de relaciones diplomáticas con el imperio yanqui y el acercamiento cada vez mayor con el bloque soviético, lo cual implicaría la subordinación a la burocracia estalinista, en 1962, Fidel declaró el carácter socialista de la Revolución Cubana; mismo que, como hemos explicado a lo largo de este artículo, no fue su intención original ni la del M26.

En consonancia con el acercamiento a la URSS, el régimen cubano comenzaría una fuerte campaña de represión a las organizaciones trotskistas, deteniendo a los principales dirigentes del POR-T (los cuales eran parte de la lucha de los trabajadores y campesinos contra el imperialismo y la burguesía cubana) y liberándolos con la condición de que no participaran en la política.

Por otra parte, las características del proceso llevarían a que el Che Guevara lo clasificara como una “Revolución a contragolpe”, término que usaría para describir la respuesta de las masas ante cada ataque del imperialismo y la burguesía nacional. El resultado fue la creación de un Estado obrero, [6] a partir de la abolición de la propiedad privada, aunque éste naciera deformado. [7] Esta posibilidad había sido ya anticipada por Trotsky en 1940 en el Programa de Transición, aunque en aquel entonces había señalado este escenario como poco probable:

No obstante no es posible negar categórica­mente a priori la posibilidad teórica de que, bajo la influencia de una combinación muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc...), los partidos pequeño burgueses sin excepción a los estalinistas, puedan llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía. En cualquier caso, una cosa está fuera de dudas: aún en el caso de que esa variante poco probable llegara a realizarse en alguna parte y un “gobierno obrero y campesino” —en el sentido indicado más arriba— llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado. [8]

Esta situación “poco probable” se demostró cierta por la situación tan particular como se acomodó el orden geopolítico en el contexto de la Guerra Fría. La falta de organismos democráticos —síntoma del carácter deformado del Estado obrero cubano, con su régimen de partido único y su posterior relación con el bloque soviético— llevó a que el Che Guevara tuviera desacuerdos en la implementación de la economía planificada en la isla, planteando (sin éxito) la industrialización del país frente a la propuesta de Fidel de mantener la economía de monocultivo.

Por su parte, Castro, lejos de expandir la revolución, contuvo políticamente cualquier conato de lucha en otras latitudes; apoyó, por ejemplo, el aplastamiento de la Primavera de Praga de 1968 o mantuvo muy buenas relaciones con el régimen mexicano —responsable de la guerra sucia que reprimió a los estudiantes del 68 y 71 y a las guerrillas en los 70.

Así y todo, la Revolución Cubana sirvió de inspiración para una generación de jóvenes dispuestos a enfrentar al capitalismo y mostró no sólo la inviabilidad de la estrategia estalinista, sino que era posible la victoria de los trabajadores y la independencia total y verdadera en un país atrasado como Cuba. La situación extremadamente difícil que viven las masas cubanas sólo es exacerbada por el criminal bloqueo económico que EE. UU. sostiene hasta la fecha. Pero si Cuba es “absorbida”, nuevamente, por la esfera capitalista, su destino sería igual que el de Haití con pobreza crónica y saqueo de las potencias imperialistas.

En Cuba se hizo patente la imposibilidad de hacer un Frente Popular, debido a que la burguesía nacional defendía, en última instancia, los mismos intereses que el capital internacional. La revolución también demostró que la lucha por la independencia nacional puede concluir, como lo anticipó Trotsky, directamente, en una revolución socialista sin pasar por etapas que el estalinismo consideraba, históricamente, necesarias:

La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente. [...] En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal, independientemente del hecho de que se trate de un país atrasado, que haya realizado ayer todavía su transformación democrática, o de un viejo país capitalista que haya pasado por una larga época de democracia y parlamentarismo. [9]

La dirección de Fidel Castro no sólo mostró las contradicciones propias del proceso revolucionario, sino que mantuvo la línea del “socialismo en un solo país” que ha llevado a la situación actual de la isla. Si lo analizamos detenidamente, la defensa de las conquistas vigentes de la Revolución Cubana es una tarea efectiva para los revolucionarios de esta época cuyo propósito está en continuar con los contragolpes al imperialismo que, a su vez, permitan extender la revolución por toda América Latina para que la Revolución Cubana salga del asedio al que ha estado sometida, le guste o no al castrismo.

 
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