La imagen es impactante. Se abre la puerta trasera del camión. El logo dice “Vamos Buenos Aires. Ciudad Verde”. Primero cae basura, y de repente aparece un hombre. Un hombre asustado. Con mirada perdida, baja como puede del camión. Se acerca el chofer y su compañero a ayudarlo. El hombre camina hacia la pared y apoya sus manos como si fueran a detenerlo. Los recolectores le piden que se tranquilice, que se siente. “Sentate ahí hermano, quédate tranquilo, ahora va a venir una ambulancia”.
No está claro en qué barrio es, si fue anoche o la semana pasada. ¿Qué importa? En las redes algunos debaten si fue con este gobierno o el anterior. Una nota de Clarín de 2014 relata otro hecho similar en el centro porteño. Los recolectores se dieron cuenta a tiempo pero el hombre resultó herido.
Un hombre, una mujer, viven en la calle. Pueden morir de frío, como Sergio Zacarías, a metros de Puerto Madero. O adentro de un camión compactador, revolviendo basura. Agotado, dormido, de revolver basura.
Los políticos tradicionales debaten si la pobreza tiene que ser del 30 o el 25%. De cuántos hombres, mujeres y niños vivirán en la calle, comerán de la basura, serán sacados con la mirada perdida de otros contenedores.
Fanáticos o malmenoristas de un sistema social que no va más.
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