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La Izquierda Diario
10 de agosto de 2019 Twitter Faceboock

Relato
El acto certero pero inútil de Carlota Corday
Facundo Aguirre | @facuaguirre1917

Un relato basado en hechos reales: los últimos minutos de vida de Jean Paul Marat, l’ami du peuple, aquel que demostró que “la sangre azul de los nobles era tan roja y espesa como la de cualquier mortal”.

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El 13 de julio de 1793, a las siete de la tarde, María Carlota Corday d’Armont golpeó la puerta de Jean Paúl Marat, l’ami du peuple. Luego de engañar a Catalina Evrard, la joven Carlota se encontró frente a frente con un hombre tendido en una tina de baño llena de agua y azufre. Marat intentaba calmar las fiebres contraídas en las alcantarillas de París. Recuerdos de cuando vivía una vida clandestina y las ratas se alimentaban de los cuerpos y huesos de Marat y los miserables de Saint Antoine. Aquellos que eran perseguidos indistintamente para restaurar un orden, demolido por el sans culotes en 1789, junto a la Bastilla. Aristócratas que derramaban su indignación por María Antonieta, la misma que perdió su cabeza porque a los hambrientos que suplicaban pan les respondía “qu’ils mangent de la brioche”. Y Marat aún desde las alcantarillas, donde era alimento de ratas y compañero de tantos miserables, levantaba su dedo acusador y señalaba que el peligro de la patria y la libertad eran los que buscaban poner fin a la revolución y veían en Marat el fuego de la revuelta.

La joven Carlota es una bella mujer y decidida realista. Llega engañando al hombre tendido en la tina donde corrige sus palabras, para vengar en él las afrentas de la revolución a la sangre azul derramada y la de sus súbditos leales en La Vendee. Marat era el responsable de que la sangre azul derramada se viera tan roja y espesa como la de los pobres diablos ajusticiados en nombre del rey. Y que sus cadáveres apestaran tanto como apestan los cadáveres del campesino o el hijo del panadero. Marat, con voz firme, había llamado a hacer rodar las cabezas de algunos miles de aristócratas y la del propio rey y su consorte María Antonieta.

La bella y joven Carlota escondía un puñal entre sus ropas, frente al hombre enfermo, que tendido en una tina corrige sus palabras. Busca vengar el hecho de que por su culpa se haya puesto al descubierto que la sangre azul de los nobles era tan roja y espesa como la de cualquier mortal y que las cabezas de los aristócratas y las del propio rey eran tan frágiles y fáciles de cortar como las de cualquier otro. La joven Carlota radiante, extasiada en extremo, actuaba por la sangre azul mansillada y la cabeza del rey y la reina que yacían separadas de sus cuerpos.

La joven y bella Carlota, observa la fragilidad y cercanía de su propia víctima, su pobreza, la vulgaridad y simpleza de su cuerpo semidesnudo en una tina de agua y azufre. Tan vulgar quizás como el empleado de correos Drouet y su amigo Guillaume que se lanzó en persecución del rey luego de que reconociera su cara por una moneda, deteniéndolo junto a un tabernero en el poblado de Varennes, cuando huía vestido de criado de madame Korff. Un criado tan criado como todos los criados, de sangre roja y espesa, tan roja y espesa como la del rey que huía y cuya cabeza rodara porque Marat había enseñado al pueblo que la libertad se tenía que defender de la conspiración realista. El puñal de la joven y bella Carlota, oculto en sus ropas, busca el corazón donde laten los fuegos de la república.

Jean Paul Marat cavila, siente los dolores de su cuerpo y el efecto de las continuas fiebres, frágil como cualquier hombre enfermo, mientras corrige sus palabras claras y certeras que buscan encender el fuego de la revolución en los distritos de París, en las profundidades de la campiña, en la multitud que con sus actos y decisiones marca el ritmo de la república. Esa república que había arrebatado a Carlota la santidad de la sangre azul y guillotinado el halo místico de la cabeza real junto al rey mismo. Un rey que huía de criado una noche en Varennes cuando fue detenido por un empleado de correos y sus amigos.

La joven Carlota aprovecha debilidad del ami du peuple y asesta firmemente una fría puñalada sobre el pecho de Marat, quien agoniza como agonizan todos los mortales. Sangre roja y espesa la de Marat, tan roja y espesa como la del sans cullote que muere en los muros de la Bastilla, como la del noble guillotinado en el patíbulo, como la de la parturienta que expulsa a su niño a un mundo que está cambiando. Un mundo donde la sangre de los vivos y de los muertos es igual de roja y espesa, al menos hasta que no la tiñan nuevamente los dueños del dinero. La sangre roja y espesa de Marat tiñe la tina de agua y azufre y muere como muere cualquier hombre asesinado.

La joven y bella Carlota vengó así, a la sangre azul derramada, que resulto tan roja y espesa como la sangre de Marat, que tuvo su erección de rigor mortis como cualquier otro hombre muerto en aquellas circunstancias, pero que agonizó sabiendo el porqué de su agonía.

Mientras María Carlota Corday d’Armont, bella y joven vengadora en el éxtasis de su acto maldice en voz baja porque la sangre de Marat es tan roja y espesa como la sangre azul del aristócrata. Y por más siniestro y certero que haya sido su acto, ese precioso secreto ya había sido develado a los ojos del mundo.

Sobre el autor

Facundo Aguirre es militante del PTS y colaborador de La Izquierda Diario. Co-autor junto a Ruth Werner de Insurgencia obrera en Argentina 1969/1976 sobre el proceso de lucha de clases y política de la clase obrera en el período setentista. Autor de numerosos artículos y polémicas sobre la revolución cubana, el guevarismo, el peronismo y otros tantos temas políticos e históricos.

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