Cuando parecía que el pacto implícito de impunidad que logró el ex presidente Enrique Peña Nieto para que Andrés Manuel López Obrador tuviera una transición tersa a la presidencia una vez ganada las elecciones del año pasado, la todopoderosa ex funcionaria Rosario Robles, de defender en su juventud las tesis filosóficas de Mao Tse Tung, pasó a defender las tesis del más vil neoliberalismo semicolonial en la versión de Peña Nito y su gabinete económico.
Su pasado “ultraizquierdista” como activista estudiantil y después como sindicalista, lo había enterrado para integrarse al centroizquierdista PRD -del que salió en medio de escándalos de corrupción, y donde seguramente se inició en el arte de la ingeniería fiscal fraudulenta-, para integrarse a lo más selecto del establishment y de la capa corrupta que AMLO denominó “la mafia en el poder”.
¿Pero por qué ahora esta acción contra Rosario Robles, cuando López Obrador ha venido dando todas las garantías a la corrupta élite del poder saliente (sobre todo a Peña Nieto), y cuando pesa en el imaginario popular la impunidad de los sonados casos del sexenio pasado, como los que se refieren a Obredecht, los malos manejos en Pemex que acabaron por descapitalizar esta empresa -a la que la fortuna del priísta Romero Deschamps no es ajena-, los negocios del huachicol que implican a funcionarios, la Estafa Maestra, la “Casa Blanca” de la ex pareja presidencial, la casa de campo de Luis Videgaray?
Independientemente de si Rosario Robles queda recluida o no en el penal femenil de Santa Marta pasados los dos meses para que la Fiscalía General de la República (FGR) concluya las investigaciones complementarias, evidentemente es un caso político, más allá de la evidente culpabilidad de la enriquecida ex funcionaria peñista.
Lo que es claro es que este personaje es sólo una parte de todo el engranaje profesionalmente armado que involucra a varias instituciones del Estado y a la más alta capa dirigente del sexenio pasado para saquear al Estado. Y del cual obviamente, Enrique peña Nieto no queda por fuera.
Seguramente, este encarcelamiento puso a temblar a muchos ex funcionarios priístas cuyas fortunas son inmensas. Por lo pronto, Emilio Lozoya anda de fuga y Peña Nieto se autoexilió en España.
¿Le conviene a AMLO el fin del pacto con Peña Nieto?
Al decir López Obrador que Rosario Robles es un “chivo expiatorio”, está diciendo que fue utilizada por políticos de la élite gubernamental priista y que la acusación a la ex funcionaria de Sedesol llevaría hasta dichos funcionarios.
El “no te preocupes Rosario” dicho por Peña Nieto, fue como una palmada al subordinado que hace el trabajo sucio, y respondía a la seguridad de que el AMLO-Morena no ganaría las elecciones presidenciales. De haber ganado el PAN (otra cleptoctacia) seguramente, no hubiera investigado las corruptelas priístas, y es que, como dice el refrán popular “perro no come perro”.
Lamentablemente para el PRI, su estrategia electoral fue más que errática; fue suicida al centrar su ataque en el que no era el enemigo a vencer: Ricardo Anaya, candidato del PAN.
Seguramente, la investigación sobre la hasta hace poco soberbia Robles, evidenciará a un grupo muy cercano ella que incluye a políticos poderosos. Sin embargo cabe preguntarse ¿por qué el encarcelamiento de la protegida de Peña Nieto?
¿Acaso López Obrador, bajo su discurso de lucha contra la corrupción -donde ésta y no el capitalismo, es la causante de la miseria y la violencia que sufre la población-, piensa imponer en México la política de “Mani puliti” (Manos limpias) que en Italia abrió un proceso judicial entre 1992-1999, que puso al desnudo la red de corrupción entre la clase política y la empresarial?
Es poco probable que López Obrador (el “apóstol de la anticorrupción”) vaya hasta el final en una batalla contra la cleptocracia priísta y panista. Esto implicaría una verdadera transformación de las instituciones que tanto pregona. Pero además, implicaría la vez una lucha de facciones entre los principales grupos políticos y empresariales.
A López Obrador no solamente le convenía garantizar una transición tersa -del 2 de junio al 1 de diciembre del año pasado en que se hacía cargo de la presidencia-; le importa sobre todo mantener la estabilidad en el país la creación de la Guardia Nacional y la militarización del país como estrategia de seguridad, es parte de este objetivo.
Este golpe de mano del presidente, es una medida obligada, más por las circunstancias que por una batalla sería contra la corrupción. Y es que su gobierno empieza ser cuestionado de manera considerable, aunque todavía no salgan las masas a la calle y mantenga un importante nivel de popularidad. Pero incluso, esta popularidad, según las encuestas, tiende a decrecer.
AMLO enfrenta hoy una economía incierta que da lugar a la especulación sobre una eventual recesión técnica; la inseguridad crece, así como el número de muertos a causa de la misma; los roces y desacuerdos en su gabinete han orillado a la renuncia de varios funcionarios de alto nivel: crecen los homicidios en todo el país y la impunidad con que se cometen; cada vez más recurre a la descalificación de los que cuestionan su política, así sean estos trabajadores despedidos o en condiciones de precarización, etcétera.
Por lo que muy probablemente, López Obrador está mandando un aviso a la clase política opositora para que se porte bien, y no ponga piedras en el camino de la Cuarta Transformación.
Una clase política que se sabe repudiada por la población, y que al igual que en la Revolución Francesa, la caída de la guillotina sobre sus cabezas sería festejada por amplias capas de las masas.
De esta manera, López Obrador ganaría algo de terreno en medio de los problemas que atraviesa su gobierno. |