Tengo un problema con las gomitas. Esa golosina llena de azúcar es mi perdición desde hace un par de años. Cuando empiezo a comerlas tengo que terminar el paquete, sí o sí. Redondas, con forma de triángulo, coloridas, o incluso las fuertes de mentol. La bolsita de gomitas siempre está conmigo y siempre están para compartir.
En un respiro del trabajo, me puse a pensar cuándo empecé mi firme relación con las gomitas. Y ahí descubrí que la culpa la tuvo Sabita.
La conocí a través de su nieto, que vino a la oficina a solicitar asistencia domiciliaria para ella. Él se tenía que operar y todo se iba a complicar un poco en la casa porque Sabita no podía quedarse sola.
“Mi abuela es un caramelo, es sólo para pispear que no se caiga, tiene 106 años”, dijo. Sólo pude decir “¡guau!”, como muchos y muchas que lo dirían cada vez que escuchaban esa cantidad de años.
Por mi trabajo conocía personas centenarias, como les dicen en las estadísticas (cada vez se vive más aunque algunos y algunas no la pasen tan bien) pero que hayan superado el siglo de vida… ¡guau! otra vez.
Fui a conocerla. Allí estaba Sabita, sentada en el living, haciendo posa vasos de hilo macramé con aguja crochet y sin usar anteojos. De fondo, el ruido de las noticias en la televisión.
Nacida en el campo entrerriano, casada al llegar a la ciudad. Con una hija de 85 años que vivía en un geriátrico. Sufrió la inundación de la ciudad de La Plata en 2013; el agua le llegó a las rodillas y ahí su nieto decidió llevarla a su casa. “Trabajé mucho y cuidé a mi familia, así era la cosa antes”, me decía mientras tejía crochet.
Sus rulos color nieve, sus ojos de un celeste profundo y sus manos, que aún trabajaban, envueltas en una piel tan fina que parecía romperse. Un siglo de historia sobrellevaba su cuerpo y pareciera que no pesara. “Me duelen un poco las piernas nomás, después ando bien”. Su nieto, preocupado, contaba que los médicos sólo le indicaron como tratamiento comer lo que quiera y que esté lo mejor posible, nada de remedios. Un tratamiento más que deseable en estos tiempos…
Sabita salía poco, le gustaba mirar a Susana Giménez de la que se declaró su fan, también leía el diario porque “siempre hay que saber lo que pasa”. Ese día, mientras charlábmaos y tomábamos mate, de la nada, sacó una bolsita no sé de dónde y me dijo “¿querés una gomita?, a mí me encantan, como gomitas todo el día”
Al instante me vino la imagen de la escena donde Norma Aleandro le convida una palmerita a Eduardo Blanco, en la película “El hijo de la novia”. Pura ternura y simpleza. A diferencia del personaje de Norma, la memoria de Sabita estaba intacta y su cuerpo estaba bien. Era una vieja feliz, como deberían serlo todos.
Sabita consiguió conocer a Susana y se sacó una foto. Por ser la persona más vieja de la ciudad le hicieron el documento gratis. “Por suerte no lo pagué”, llegó a decirme entre risas.
Hoy me encontré al nieto de Sabita en la oficina. Hacia unos trámites por su operación de cadera. Obviamente ella apareció en la conversación y en los abrazos. Ella murió hace 5 años. Sin olvida nada, sin usar anteojos ni pañales.
Sólo vivió 106 años y comiendo gomitas que tanto le gustaban. tuve el hermoso placer de conocerla.
Que haya muchas Sabitas y Sabitos que vivan una vida digna y plena, es que peleamos todos los días.
Y sí, por culpa de Sabita, es que como tantas gomitas. |