Hay dos niveles de análisis para encarar este River-Boca en un Monumental fresco y soleado: si comenzamos desde el punto de vista del espectáculo, la calificación es como pedía el Chavo del 8: “Póngale cero”. Un partido, aburrido, un bodrio. Porque deslucido, como califican algunos analistas, es Brad Pitt en pijama y ojotas: lo de los dos clubes más poderosos del fútbol argentino fue amarrete, aburrido. Una estafa. Y más si pensamos el esfuerzo que significa pagar una entrada, un abono a alguna compañía de cable para ver el “pack fútbol” o un café en algún bar para poder ver en vivo el Superclásico de esta Superliga. “Super” irritante, dolor de ojos.
El otro nivel es el estrictamente deportivo: ahí podemos decir que Boca hizo más “negocio”. Fue a Núñez a no perder y lo logró. Le permite quedar segundo en la tabla de posiciones, a dos puntos del primero (San Lorenzo que encabeza con 13 puntos), en un campeonato que recién empieza. Pero sobre todo, teniendo en cuenta que el Xeneize tiene que superar el trauma de la final perdida el 9 de diciembre de 2018 en Madrid, de cara a las semifinales que se vienen en octubre. Hubiera sido demasiado golpe perder con River para llegar con algo de tranquilidad a los compromisos por Copa Libertadores. ¿Es poco? Por supuesto, muy poco para un plantel que tiene tanta riqueza de recursos futbolísticos como económicos. Pero Alfaro puso modo Arsenal y así desperdició a De Rossi, a Hurtado, a Bebelo Reynoso (de lo mejorcito del visitante, que entró demasiado tarde), en pos de ese objetivo que consiguió.
La dirigencia y el público de River le echan la culpa al planteo de Boca: “equipo chico” le cantaban desde las tribunas del Monumental. Pero el local fue impotente, apenas pudo generar una sola llegada clara, con un desborde de Matías Suárez (otro que entró demasiado tarde, en lugar de un Pratto desdibujado) que largó un centro atrás controlado pero desperdiciado por Santos Borré. River fue intensidad, apenas un poquito de ganas, y no mucho más. La culpa no fue del planteo de Boca: hubo debilidades propias, porque un equipo como el de Gallardo tiene que encontrar las llaves para abrir el cerrojo que le plantea un rival como le pasó esta tarde con el “catenaccio” de Boca. Le tiene que sonar la alarma a River como le sonó en el tiro libre de Tévez, única posibilidad de los de azul y oro: ¿y si perdían con ese único recurso del rival, la excusa tranquilizadora (el planteo de “equipo chico”) hubiera sido la misma?
Encontrar una figura de este partido es tan difícil como encontrar apoyos al gobierno de Macri. Tal vez por mostrar seguridad y solidez, por contagiar desde atrás y –sobre todo- por haber logrado el récord con la valla de Boca invicta, se merece el podio Esteban Andrada: llegó a 868 minutos sin recibir goles, superando a Antonio Roma que ostentaba 782 minutos. Tal vez sea de lo poco, si no lo único, que haya dejado este “Súperclásico” al que la kriptonita de la mediocridad futbolística le anuló sus poderes. |