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28 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

Desempleo
¿40 horas de trabajo? ¿y si reducimos la jornada para terminar con el desempleo?
Francisco Flores Cobo | Egresado/Gradista de Derecho U. de Chile

El titular de esta columna sería respondido con un rotundo rechazo por los economistas del Ministerio de Hacienda: A raíz del debate por la reducción de la jornada laboral de 45 a 40 horas, estiman que esta reforma conllevaría una pérdida de 260.000 empleos [1], sin embargo, esta afirmación es falsa. La realidad es que la reducción de la jornada impulsaría la creación de nuevos empleos.

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Así lo explica el profesor y director de los programas de magíster y doctorado de la Universidad de Chile Ramón E. López, en una reciente publicación de CIPER [2] . El problema estaría en lo que los economistas llaman la “elasticidad de demanda de trabajo”, la cual mide cuánto varía la demanda de trabajo (en horas) de las empresas en relación con la variación de los salarios. En términos muy simplificados, si aumenta el pago por hora trabajada (cosa que ocurre con esta reforma de las 40 horas) bajaría la demanda de empleo por parte de las empresas. Ese es el argumento de Hacienda y ahí nace el problema, en tanto invisibilizan que las horas de trabajo demandadas por las empresas se reducen menos que el número de horas que trabaja cada empleado, lo que crea la necesidad de aumentar el total de los trabajadores contratados.

La conclusión del profesor, entonces, es que esta modalidad de reducción de la jornada laboral, tendría un impacto positivo en la reducción del desempleo. Pero, ¿podemos ir más allá? ¿Qué pasaría si la reducción de la jornada laboral (sin rebaja de salario) se hiciera con el objetivo de repartir las horas de trabajo entre toda la población activa? Esa fue justamente la propuesta del candidato presidencial Nicolás del Caño en Argentina, quien propuso “trabajar 30 horas semanales, 5 días a la semana, para que todos tuvieran trabajo”. ¿Es realmente plausible lograr esta medida? Para ir formulando una respuesta, utilicemos un ejemplo hipotético planteado por el economista Michel Husson:

“Imaginemos una sociedad cuya población activa es de 100 personas: 60 de entre ellas trabajan a tiempo completo 40 horas por semana, otras 20 trabajan a tiempo parcial 20 horas por semana; y los 20 restantes están en desempleo y así pues a cero horas de trabajo. El número total de horas trabajadas es de 2.800 y la duración media del trabajo (calculada sobre la base de las personas que tienen un empleo) es de 35 horas.
Consideremos ahora otra sociedad, que cuenta con la misma población activa y el mismo número de horas trabajadas. Pero estas están esta vez repartidas sobre el conjunto de la población activa. La duración del trabajo es entonces de 28 horas.” [3]

Este ejemplo es simple y a la vez muy ilustrativo de las posibilidades teóricas de la reducción de la jornada laboral, pero poniendo en nuestro contexto material la hipótesis, tenemos que ponderar el peso de los intereses del empresariado como límite a la repartición igualitaria de las horas de trabajo. Para saber cuáles son estos intereses de los empresarios, necesariamente tenemos que inmiscuirnos en las tendencias generales del sistema capitalista. Una de ellas, dice relación con la inversión constante en tecnología y maquinarias que van reemplazando la mano de obra y los puestos de trabajo, lo que Marx llamaba el “aumento de la composición orgánica del capital”. Es aquí donde se manifiesta a todas luces la irracionalidad en la acumulación de ganancias por parte de los empresarios: en vez de aprovechar el avance tecnológico para reducir las horas de trabajo, aumentar la calidad de vida de millones de personas, y repartir entre todos las horas de trabajo, se opta por convertir este avance tecnológico en la excusa para despedir, y con ello crear una masa permanente de desocupados, convirtiendo al desempleo en una característica estructural de nuestra economía (esto explica por qué ninguna economía capitalista ha podido cumplir con su promesa de pleno empleo). El ejemplo actual de esta dinámica la podemos apreciar en casos icónicos como el de Walmart y los miles de despidos en toda la industria del retail.

La existencia de esta masa permanente de desocupados, permite el disciplinamiento de quienes sí están empleados, la aceptación de condiciones cada vez más precarias en el trabajo y un relativo control del precio del salario (al existir una amplia oferta de mano de obra, su precio tiende a la baja o a mantenerse en el mínimo legal). La mayoría – si no todos quienes trabajamos- hemos podido escuchar a nuestros jefes decir: “si no les gusta la pega, se van, tengo decenas de personas que están haciendo fila por entrar a esta empresa”. De esta manera, entonces, el desempleo es en realidad una condición necesaria para garantizar las ganancias de los empresarios.

Si bien, es totalmente necesario luchar por la reducción de la jornada laboral, esta reforma, tal como está planteada, no logra abrir el cuestionamiento a pilares fundamentales del sistema económico. La reforma es incluso deseable por sectores de la derecha, como Ossandón y otros parlamentarios de RN, quienes con un claro talento oportunista-electoralista, estaban a favor de la propuesta de 40 horas de Camila Vallejo.

La reducción de la jornada laboral puede llegar a ser perfectamente compatible con el sistema económico neoliberal, mientras que el fin del desempleo nunca lo será; pleno empleo y capitalismo son realidades totalmente incompatibles en la práctica. La posibilidad concreta de terminar con la desocupación, reducir al mínimo posible la jornada de trabajo y utilizar el avance tecnológico para el bienestar de toda la sociedad, tiene como condición “sine qua non” el desarrollo de una enorme y brutal lucha por terminar con las ganancias de los capitalistas y romper con las lógicas de este sistema económico.

 
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