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6 de septiembre de 2019 Twitter Faceboock

LIDTERATURA
La bruja Anne Sexton camina sola a la hoguera
Pablo Minini | @MininiPablo

A propósito de una autora "confesional" que se abrió paso desde un diagnóstico de locura hacia la poesía

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Hace unos días salió un artículo en un diario europeo donde una autora se preguntaba y debatía si era moralmente aceptable ver películas o leer libros dirigidos o escritos por personas que habían cometido crímenes. Salieron los nombres de violadores y abusadores famosos. Y también mencionó a Anne Sexton en la lista de autores de moral dudosa.

¿Quién era Anne Sexton y qué hizo para merecer ser sumada a la lista?

Nació Anne Gray Harvey en 1928 en un pueblo de Massachusetts cercano a Salem.

El mismo pueblo donde 250 años antes se quemaban mujeres acusadas de brujería.
Su padre había hecho plata en el negocio de la lana. Estudió en colegios caros, vivió acomodada. Y un buen día dejó de estudiar para casarse con el muchacho Alfred Sexton II (toda una declaración en su nombre).

En 1953 tuvo a su primera hija y su primera depresión pos parto, según la diagnosticaron. En 1955 tuvo a su segunda hija y su segunda depresión. Desde entonces no dejó de pasar temporadas en hospitales psiquiátricos y de intentar suicidarse.

No podía ser madre, ni aun con los golpes de su esposo. Un médico le dijo que por qué no se ponía a escribir. Escribió poemas. Muchos. Y ya no dejó de escribir.

Entró a talleres literarios. Publicó rápidamente varios poemas. Siguió intentando suicidarse.

Por algún berretín de críticos literarios la Sexton fue ubicada dentro de un género que es la poesía confesional: poetas que hablan de las cosas que generalmente no se habla, como sexo y enfermedades y drogas.

De todo eso habló Anne, de drogas y de tomarse mil pastillas todas juntas, de masturbación, de suicidio, de madres que matan a sus hijos, de menstruación, de suicidio. ¿Se entiende por qué sumarla a la lista de condenadas? No, claro que no se entiende, más allá de los terrores de las almas bien pensantes.

Salem, poesía confesional. Un tufillo santo recorre esta historia. Y es que si recordamos bien, la confesión es uno de los sacramentos católicos. Los primeros cristianos se confesaban en público una vez en la vida. Y otra resonancia: los torturadores buscan la confesión; en los juicios de Moscú se buscaba la confesión. En fin.

Ella escribió:

Una mujer que escribe siente demasiado,

¡qué trances y portentos!

Como si los ciclos y los niños y las islas

no fueran suficiente; como si los enlutados y

los chismes y las

verduras nunca fueran suficiente.

Una escritora es en esencia una espía

Ella piensa que puede advertir a las estrellas.

Querido, yo soy esa niña.

Pero no sólo “confesiones” eran lo suyo. Tal vez llamar género confesional a lo que escribía ella era la forma en que los críticos querían llevarla al ámbito privado e individual y que se viera como una pobre mujer que no sabía qué hacer con su vida.

Pero Sexton escribió más que para delimitar su propio cuerpo. Eso lo hacía intentando matarse, una y otra vez. Mientras tanto, escribía cosas como

Habrá barro sobre la alfombra esta noche

y sangre en el jugo de la carne también.

El golpeador de mujeres está afuera,

el golpeador de niños está afuera

comiendo barro y tomando balas en una taza.

Y también dijo lo que se le cantó sobre la política guerrerista de Estados Unidos.

Somos América.

Somos los que llenan ataúdes.

Somos los tenderos de la muerte.

Los empacamos en cajones como coliflores.

La bomba se abre como una caja de zapatos.

¿Y el niño?

El niño no está bostezando.

Este es el mercado de la muerte.

Como madre hizo lo que pudo, aparte de querer morir. Trató de enseñarles algo a sus dos hijas. Trató de ser cariñosa. No le alcanzó.

Despreciada a las piñas por su marido, despreciada por sus padres y su familia por andar contando cosas que no se cuentan. Publicó, ganó el Pulitzer, entró y salió de internaciones. Y un buen día de 1974 se metió en el garage, encendió el motor del auto y se mató respirando monóxido de carbono. Intentó vivir, claro que le puso fuerza y onda. Simplemente, no llegó.

A todas las Anne Sexton, esas brujas que no confiesan sino que la pelean aunque no ganen, porque ellas no son de andar traicionando.

 
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