En la manifestación frente a la Embajada de Brasil, cuando miles repudiamos la saña predatoria de Bolsonaro y los pulpos del agro y la megaminería contra la selva del Amazonas, un periodista me consultó acerca de qué pedirles a los candidatos presidenciales para las próximas elecciones en Argentina. Simple: en el debate presidencial no puede faltar la opinión de cada uno acerca de qué posición tendrán frente al extractivismo (saqueo y degradación ambiental para obtener ganancias en perjuicio de comunidades y biodiversidad), especialmente sobre Vaca Muerta y el fracking petrolero, el uso de agrotóxicos en zonas rurales y la megaminería contaminante, todos grandes negocios para multinacionales a costa de la salud y la vida de millones y el ataque constante a los bienes y recursos naturales. Junto a Nicolás del Caño somos categóricos respecto de qué lado estamos y no tenemos nada que ocultar. Son temas que nos importan, sobre los que venimos reflexionando y estudiando desde hace un tiempo, consultando a especialistas y activistas [1].
Los incendios en la selva amazónica, provocados por el agronegocio que quiere extender el monocultivo de soja y la ganadería, y las megamineras que buscan extraer hasta la última gota (y que en regiones como Brumadinho ya provocaron crímenes socioambientales), nos interpelan también en Argentina. De todas las fuerzas en competencia hacia las elecciones de octubre, solo el Frente de Izquierda Unidad cuestiona la continuidad del modelo extractivo de multinacionales que avanzan sobre los territorios de los pueblos originarios y arrasan con comunidades y naturaleza. Además, con la nueva ley de financiamiento de los partidos políticos, votada por Cambiemos y sectores del peronismo como Sergio Massa, estas fuerzas políticas reciben financiamiento directo de estas empresas. ¿Y cuál es la contraparte? Por ejemplo, el festejo y el aval al “modelo Barrick Gold” en la San Juan gobernada por el peronismo, donde la minera canadiense provocó el mayor desastre ambiental del país, el derrame de millones de litros de agua cianurada en Veladero unos pocos años atrás. La megaminería, un modelo que existe gobierne quien gobierne, consume enormes porcentajes de energía y decenas de millones de litros de agua por día en las provincias donde logra asentarse. La mayoría de los emprendimientos están en manos de compañías de Canadá, Suiza, Finlandia y Suecia. Ahora también comienza a sentirse la presencia China. En algunos casos, como en Tucumán, la megaminería tiene condenas firmes por grave daño ambiental e impacto tóxico (Minera Alumbrera). Compra voluntades para avasallar toda ley, expoliar la naturaleza y poner en riesgo a comunidades enteras, que han resistido y resisten como en San Juan, Esquel, Famatina y Andalgalá. Como si fuera poco, no paga retenciones. En Mendoza somos parte de la lucha en defensa de la ley 7722 que impide la megaminería y queremos nacionalizarla. Cambiemos busca destrabar decenas de proyectos mineros a pesar de haber en el país varios conflictos socioambientales contra esta actividad y de que esté prohibida en Tierra del Fuego, Chubut, Río Negro, Neuquén, Mendoza, Tucumán, San Luis y Córdoba. ¿Y todo esto por qué? Quieren sacar el oro de la tierra y ponerlo en bóvedas para la especulación a costa de derrochar y envenenar el agua.
¿Y en la Neuquén de Vaca Muerta, que ahora todos celebran y ponen como ejemplo? Para nosotros es modelo de la reforma laboral flexibilizadora, de muertes obreras en el sector petrolero y de contaminación por fracking, como en Añelo, donde material aceitoso sale por las canillas debido a los constantes “incidentes”, como ellos llaman a sus derrames. En una de las provincias más desiguales, las petroleras se llevan cientos de millones de pesos por día. ¿En qué podría invertirse todo ese dinero si el gas y el petróleo estuviesen en manos del Estado, bajo control de trabajadores y especialistas? Actualmente, los ríos y lagos de Neuquén están bajo candado o envenenados por la acción de las petroleras, que con su método de fractura hidráulica (fracking) extraen hidrocarburos arrasando con todo lo demás, territorio mapuche incluido. Lo sé muy bien porque he acompañado y visitado a la comunidad Campo Maripe en su reclamo contra las petroleras, en defensa de sus territorios. ¿Y las fumigaciones con agrotóxicos, tanto aéreas como terrestres, en zonas rurales y hasta en proximidades de escuelas? El rechazo categórico a estas prácticas debe dividir aguas. Nosotros elegimos estar del lado de las maestras y los vecinos que en Entre Ríos, Provincia de Buenos Aires y otras zonas enfrentan el agronegocio, basado en el uso de pesticidas que ponen en peligro la salud y el medioambiente en pos de maximizar beneficios para las empresas, con la proliferación del cáncer y enfermedades respiratorias. “¡Paren de fumigar!”, reclaman. Como dijo Maristella Svampa,
...Desmedida es la patria sojera argentina que hoy ocupa más de 18 millones de hectáreas cultivadas y junto con otros cultivos transgénicos llega a unas 37 millones de hectáreas. Desmedida es la cantidad de litros de glifosato que se utilizan nuestro país y se incrementan año a año. En Argentina, en 2016, según datos de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes, se vertieron 290 millones de litros. El mismo INTA reconoce que en la década del 90 se utilizaba 1,95 litros por hectárea. En la campaña agrícola 2011/2012 llegó a utilizarse nueve litros por hectárea [2].
Para Alberto Fernández, “desmedido” es el fallo que prohíbe las fumigaciones en las escuelas rurales entrerrianas. Y así como hablamos de megaminería, fracking y agronegocio, también podemos mencionar la pérdida de humedales, el ataque a las leyes de bosques y glaciares, la eterna contaminación del Riachuelo y el plomo en la sangre de chicos y chicas, la ausencia cada vez mayor de espacios verdes en la Ciudad de Buenos Aires, “de remate” permanente, con miles que duermen en las calles o hacinados, mientras hay cientos de miles de viviendas vacías. Contaminación y pobreza siempre aparecen como inseparables, más aún en tiempos de una economía sujetada por el FMI. Detrás de todo esto está siempre la ganancia de los grandes empresarios. Quienes peleamos por un mundo sin opresión ni explotación tenemos que vernos interpelados por la crisis climática que atraviesa la humanidad. Esa que, contra toda evidencia científica, niegan los Bolsonaro y los Trump, y que reconocen los Macron, Trudeau y Merkel, lo suficientemente hipócritas para seguir avalando los negocios de sus petroleras y megamineras a costa de la vida del planeta. No hay salidas individuales contra estos enemigos de la naturaleza y los pueblos del mundo. Es una pelea colectiva, como muestra la juventud que se organiza para denunciar al sistema y exigir respuestas, pero también sectores de trabajadores, como los del astillero Harland and Wolff de Irlanda, que ante la crisis reclaman su renacionalización y reconversión a energías limpias, a tono con las demandas del movimiento que reclama medidas ante la inminencia del “punto de no retorno” en la crisis climática.
Mientras denunciamos y enfrentamos la política extractivista en América Latina, sostenida por todos los Gobiernos más allá de colores políticos, tenemos puesta la esperanza en la enorme potencialidad que tiene la unidad del movimiento juvenil y la comunidad científica junto a la clase trabajadora, los pueblos originarios y los campesinos para mostrar que existe una salida sostenible a la crisis ecológica, con la movilización, la lucha y el conocimiento al servicio de defender nuestro planeta del completo desastre al que el capitalismo y sus líderes mundiales nos están llevando. Ya hace más de 150 años, Marx denunciaba en El capital:
Todo progreso de la agricultura capitalista no es solo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de un periodo dado, es un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad [...] La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador [3].
Esta denuncia hoy debe ser multiplicada y ampliada y hace más pertinente que en esos años del siglo pasado que la salida es socialismo o barbarie, porque nuestras vidas valen más que sus ganancias. |