En teoría, y desfasado del contexto y del tiempo en que esta frase fuera acuñada, el texto contiene una verdad insoslayable; en la práctica, existen variables no contempladas porque también sucede que cada momento histórico tiene sus urgencias.
Primero, hay que alimentar para que la persona sacie lo que quizás sea el hambre de una vida, pues si no se alimenta el cuerpo, no hay fuerza posible para “pescar” ni para pensar estrategias para sustentarse. No puede hacerse otra cosa más que caer en un sopor producido por la falta de nutrientes. Ya hablé de esto en otra nota llamada “Moriré en Buenos Aires, será de madrugada”, así que—sin afán de ser repetitiva—sí soy reiterativa exprofeso ante la miseria que gran parte de la población está sufriendo, e insisto en pedirles a quienes han comido todos los días de sus vidas (dos o más ingestas diarias), que dejen de juzgar a los pobres como si fuesen los culpables de su pobreza.
Nadie quiere ser pobre, y no todo el mundo aspira a ser rico.
Todos necesitamos comer, aunque la proliferación de bancos de alimentos no debe ser la salida natural a la crisis alimentaria que gran parte de la población argentina está padeciendo. Hablo de la promoción frente a asistencialismo, de ir algo más a las causas de los problemas. Aquí ya no valen el sumatorio de bondades personales para conseguir el fin de la solidaridad. Es un paso de conciencia valioso el del donante que quiere no sólo que no haya pobres, sino que se pregunta sobre el porqué de la pobreza. No obstante, la caridad no llega a cubrir lo que sí deberían cubrir los planes sociales dados por el Estado, planes que sí hacen falta cuando la precariedad laboral es tal, que un salario alcanza sólo para comer o para pagar cuentas, aunque no para cubrir todas las necesidades básicas.
Cuando los jubilados rebajan la leche con agua o ya no pueden siquiera comprar leche y hace rato que no comen carne, cuando el pan es más caro que en París, cuando las salchichas tienen alarma para que la gente no se las lleve del supermercado sin pagar… entonces no basta con “enseñar a pescar” porque esos cuerpos están cansados, la psique agotada por el maltrato de quien sintiéndose superior juzga, y muchas veces me pregunto cómo es que tanta gente aguanta y no se mata ante tanto maltrato. Ha de ser el instinto de supervivencia; en algunos casos la fe en un mañana mejor, y en otros casos, la costumbre. Imagino que han de pensar “Vivir es esto” o “Así es la vida”, algo inmodificable.
Si no se conoció otra realidad, muchas veces no existe el cuestionamiento de un sistema que opera de manera injusta y maléfica como el Capitalismo, en donde con la excusa del libre mercado, se pueden multiplicar las ganancias de unas pocas personas, mientras éstas explotan a otras que se pasan el día entero dentro de la fábrica, la oficina o dentro de un local en un shopping. A su vez, gran parte de esa masa trabajadora no se siente explotada porque de algún modo cree o le han hecho creer que es incuestionable la existencia de un patrón.
Y ese patrón será el primero en hacerles creer que hay que enseñar a pescar antes de dar alimento, porque él es el fabricante de cañas de pescar, de barcos, de anzuelos, de frigoríficos… y dueño de la tierra, del agua que se contamina con los desechos producidos por quienes quieren enseñarnos que primero hay que aprender a pescar, aunque estés mareado de hambre y tus pies sucios y cansados ya no den más.
Así de grave es quitar las frases de su contexto, y así de grave es tomar el hambre de otros a la ligera.
Tan programados estamos para creer en que el Capitalismo es la única vía de acción, que dejamos de ver que es el sistema bajo el cual impera la peor de las injusticias: hambruna, falta de agua potable, trabajo infantil legal y clandestino, deforestación extrema, intoxicación del ambiente por agroquímicos, y privatización de las empresas de servicios públicos, entre otros males.
Los países con índice mayor de pobreza operan bajo el yugo capitalista y no bajo el socialismo.
Es bajo el sistema capitalista que emerge la “meritocracia”, término desacertadamente empleado, dado que, en realidad, la mayoría de los millonarios provienen de hogares burgueses. No partieron de la nada; partieron de una situación ya resuelta. Muchos estudiaron en la universidad sin tener que trabajar en paralelo, y sin vergüenza alguna, se atribuyen el mérito de su éxito económico y dicen: “Lo hice solo”.
No sólo no partieron de la nada, sino que ya nacieron en hogares con situaciones económicas y sociales acomodadas, en donde se eligió en dónde sus hijos estudiarían y qué.
Son hogares en donde nunca faltó la comida, ni faltaron los medicamentos, las vacaciones y las fiestas de cumpleaños. Ellos se comparan con quien nació en un hogar en donde había una comida diaria (si había) y en donde los colchones estaban duros y flaquitos porque no se podían cambiar por nuevos. Cuartos hacinados y húmedos versus casas y departamentos confortables con ricos aromas.
Se comparan con quienes se congelaron en invierno y se asaron en verano, y cuyas vacaciones constaron de jugar a mojarse con la manguera—en el mejor de los casos—o de echarse baldazos de agua (siempre y cuando tuvieran el agua a disposición para tal cosa). Hay gente que nunca tuvo vacaciones; no estoy diciendo que nunca se haya ido de vacaciones, sino que nunca las ha tenido porque su vida ha sido siempre igual: hambre, incomodidad, incomunicación, enfermedad, destrato, maltrato, confusión. Menciono la “confusión” porque hay tantas personas que al no haber asistido a la escuela, al andar descalzas o mal calzadas, al perder sus dientes a temprana edad, ya no razonan, que muchas terminan consumiendo paco para matar ese hambre de siempre que es tan cruel y al que el Estado le da la espalda en lo material, y las personas individuales le dan la espalda con su indiferencia, cuando no desprecio.
Por eso, el proverbio chino sólo está bien usado si el contexto es el adecuado. Yo lo usaría, por ejemplo, dentro de un ámbito en donde teniendo todo el mundo las herramientas para cambiar una situación, podemos enseñarles a los demás ciertas técnicas para mejorar en sus estudios o en sus trabajos. También podría aplicarse a enseñarles a quienes tienen macetas, a plantar las semillas de lo que comen, pero como el cultivo y la cosecha llevan tiempo, primero hay que alimentar al prójimo.
Lamentablemente, cualquiera usa a piacere el proverbio para mostrar superioridad, para quejarse de los planes que las personas de bajos recursos solían recibir y deberían recibir hoy más que nunca ante la emergencia alimentaria.
Es tentador atribuirle a la “meritocracia” el éxito de algunas personas, porque de esa manera, usando el mensaje de que podemos hacer todo lo que queramos, dado que todo depende de nosotros y de cuánto nos esmeremos… cuando haya alguien que no consigue todo aquello que querría, pasa a ser alguien estúpido, sin talento.
No creo en la meritocracia; sí creo en que se puede luchar por cumplir sueños solo cuando estamos nutridos correctamente, cuando tenemos un lugar en donde descansar, y cuando tenemos la salud controlada. Caso contrario, es muy difícil que de un barrio pobre o de una villa, pueda surgir un magnate o un genio informático.
Según mi punto de vista, sí hay personas que saben aprovechar las oportunidades mejor que otras, y existen quienes carecen de voluntad para el estudio y el trabajo, pero eso no es inherente a una clase social sino a la naturaleza humana. Y es más punible en quien gozando del privilegio de tener todo lo material a su alcance, desperdicia su suerte en lamentaciones, a menos que se trate de una persona que padece una dolencia psiquiátrica y no pueda disfrutar del amor que la rodea y de todo el mundo material al que tiene acceso.
Primero, repartamos los pescados ya cocinados y si es posible… con amor y una sonrisa. Después, enseñemos a pescar y si la persona se rinde fácilmente ante la primera imposibilidad, insistamos, seamos pacientes, todo lo pacientes que queremos que sean con nosotros. |