Antes de presentar este viernes en el CCK su nuevo y notable disco “Lotopaghy”, el líder de los Funky Torinos charló con La Izquierda Diario de la manera que mejor le sale: riendo para decir la verdad.
“Lotophagy es un neologismo en inglés de lotofagia, que significa comedores de Loto”, comienza explicando Willy Crook acerca del nombre con el que bautizó su reciente disco, el primero en quince años y que presentará este viernes en la hermosa sala Argentina del CCK con entrada gratuita. Se trata de una poderosa historia de literatura griega, mitología y el humor con el que el líder de los Funky Torinos conjuga todo pensamiento que le merezca respeto: “En su complicado regreso a casa, Ulises hace puerto en tierra desconocida debido a otra indignación de Neptuno y su colega Eolo. Envía entonces un grupo de marinos a averiguar qué dioses veneran y qué compañía de celular acostumbran esas gentes, je. Pero al notar sus demoras va por ellos y descubre que sus hombres habían perdido exitosa y absolutamente la memoria de sus desgracias, de Troya, Itaca y de Ulises mismo. Este los lleva a patadas hasta el barco, donde los amarra hasta que se les pase el olvido (hermosa frase que no debo olvidar, además). La cuestión es que estas gentes compartieron su alimento habitual con los forasteros: el fruto del Loto, ¡el elixir del olvido! Supongo que Ulises, fecundo en ardides, debió llevar una ración del mismo para sosegar a Penélope cuando llegara. Dado el progresivo deterioro de mi memoria en cosas útiles y permanente recuerdo de errores, considero este disco un diplomático soborno a la nación lotófaga a fines de facilitar mi asilo político”.
El que no entendió la historia deberá simplemente leerla de vuelta hasta que la comprenda. O hasta que la olvide, que es lo mismo decir. ¿Qué le pasó a este sujeto para que después de una década y media de pasos y contrapasos, arrepentimientos, abandono de discos y una era que él definió como ocre, de golpe todo vuelva a este presente de shows constantes, de venturas fabulosas y de aplausos repetidos en cada fin de semana? “Se me pasó el olvido. Eso fue lo que pasó”, dice. Aplaudan y aprendan, mortales.
“Jamás creí que pudiera publicar siquiera un disco. Pero de repente resulta que grabé más de diez, aunque hacía quince años que no lo hacía. La pausa de composición musical fue debida a que no tenía nada que valiera la pena decir. ¡Y, afortunadamente, no dije nada! El tema es que cuando no tengo nada que decir… hablo”, explica Crook mientras transcurre acaso el mejor momento de su carrera y de su vida: aquel en el que ya nadie le recuerda que tocó dos años en Los Redondos o se escapó dos veces a Europa porque, según él, Argentina era “un gran país para salir a conocer el mundo” durante la última dictadura militar. “Me siento en el mejor momento de mi carrera, dado que estoy sentado mientras la carrera ya se perdió de mi vista”, apostrofa.
Antes de sacar tu nuevo disco, publicaste tu primer libro, y ahora prometés un segundo que se llamará “Que la cuenten como quieran”. ¿Será verdad o sólo otro espejismo?
El asunto me remite a un comentario que leí alguna vez: “Amo tanto a la literatura… ¡que no la ofendería escribiendo un libro!”. Pero como te digo una cosa, te digo la otra (dijo alguien también). “Que la cuenten como quieran” es una obra de eventual realización que pone en peligro mi precaria reputación, un riesgo que estoy dispuesto a correr con tal de oír las irreconciliables declaraciones de tres protagonistas sobre una misma noche: mis amigos. Que es lo que suele pasar: los propios amigos son quienes disienten sobre un mismo episodio.
¿Disfrutás de este tipo de entrevistas? ¿O es el padecimiento de difundir tu trabajo?
Tuve una “etapa combustible” en la que, ante cualquier multipregunta o pregunta-respuesta, alegato o discurso de un cronista enamorado de sus preguntas, entraba en combustión espontánea y compartida. Entonces en un punto decidí ser feliz en lugar de tener razón. A partir de eso distinguí buenos de malos interlocutores: a los primeros les contestaría sus preguntas y lo que yo quisiera, mientras que a los segundos, simplemente lo que yo quisiera. Y desde luego que le es muy justo y necesario al oyente saber qué clase de mamífero es su artista frecuentado, y qué clase de cosas salen de su boca cuando no canta. Así que, sí: ayuda a la difusión de mi obra. O quizás todo lo contrario.
Siempre fuiste generoso en halagos hacia la mayoría de los músicos con los que tocaste. ¿A cuáles llevarías al Olimpo, si es que este acaso existiera?
Mi Olimpo (ante el cual acostumbro “loques” el holocausto y el sacrificio de criaturas en general), está plagado de deidades mitológicamente caprichosas y no siempre misericordiosas. He venerado a cada una de ellas, sea que su nombre se pronuncie en templos populares y abunden en “me gusta”, o solo hayan prodigado bellezas del cosmos para mí y para pocos.
¿Cómo te gustaría ser recordado por el enciclopedismo o la intelligentzia musical que se desboca en juicios ajenos?
Como “un artista que sale a la superficie por su propio peso”. O bien “el humilde por encima de los mediocres humildes”. O algo peor, pero que haga reír. De todos modos, la arqueología musical del siglo XXIII, al revolver en las ruinas, asegurará que nuestra civilización solo escuchaba Daddy Yanqui, The Beatles, Julio Iglesias y Maluma.
¿Qué sigue en tu vida y en tu carrera? ¿Qué te espera o qué esperás?
¡El futuro! Que no es otra cosa que ese engendro adicto de tiempo presente. Hablando en serio: si supiera qué me espera, me suicidaría arrojándome desde planta baja muchísimas veces hasta morir de aburrimiento.