Leónid Andreiev murió en Rusia en 1919. Escribió un cuento entre muchos, Lázaro, que cuenta la historia del que los cristianos consideran el primer resucitado.
Pero no el momento de volver a la vida, sino todo el tiempo después. Porque nadie se preguntó jamás qué pasó luego del milagro que el mago Jesús perpetró en un pobre leproso muerto. Y así la cosa resulta que el pobre Lázaro tiene algo en los ojos. O, mejor digamos, en la mirada. Una mirada que es insoportable para cualquiera, una mirada que entristece ni bien Lázaro abre los ojos, una mirada que llena de espanto, que obliga al resucitado a quedarse cada vez más solo. Y eso es porque el milagreado vio el horror de la muerte. Y ha sido tan terrible que se le quedó pegado con toda su brutalidad y contundencia en ese par de ojos que ya nadie puede mirar sin sentirse devastado.
Ta vez Primo Levi no haya leído a Andreiev. Lo que sí sabemos es que sí leyó a Kafka. Y que también estuvo en Auschwitz hasta que fue liberado del campo. Sabemos que leyó a Kafka porque lo tradujo del alemán al italiano. Sabemos que estuvo en un campo de concentración porque insistió en contar su historia. El primer día en Auschwitz se prometió sobrevivir para contar lo que había vivido. Sobrevivió, escribió, nadie le creyó. El que no murió para narrar se encontró, como la Cassandra griega, hablando a gente que lo creía un mentiroso.
Tuvo que esperar 20 años para que alguien recordara que Levi había escrito sobre los campos y así quedar reivindicado.
Sobrevivió al campo pero según dicen no sobrevivió a Kafka: según Levi él había intentado salir de las aguas podridas de lo que había vivido mientras que Kafka lo había llevado de vuelta a las aguas negras. El sobreviviente Primo Levi se mató en 1987.
El español Jorge Semprún era comunista y tenía 20 años cuando entró al campo de concentración de Buchenwald. Sobrevivió y leyó a Primo Levi. Pero decidió no hablar de su vida en el campo porque nadie iba a creerle y los que le creyeran iban a negarlo y los que no lo negaran no podrían tolerar su relato. Recién en los ’80s, luego de la muerte de Levi, escribe La Escritura y la Vida y habla del campo. Y dice que en realidad todo se puede contar, lo que no hay son oídos que soporten escuchar.
Julio López era albañil. Desde 1976 hasta 1977 fue un desaparecido y hasta 1979 un preso del Poder Ejecutivo Nacional. Soportó torturas y vio cómo violaban y mataban a otros secuestrados. Cuando estuvo otra vez en la calle volvió a su trabajo anterior y jamás habló de lo sucedido y padecido con nadie. Pero escribió, para él, por si acaso, el Archivo negro de los años en que uno vivía a donde termina la vida y empieza la muerte.
Alfonsín y Menem perdonaron a los genocidas con sus leyes de impunidad. En 2003 se derivaron esas leyes y se pudo enjuiciar a Etchecolatz, entre cientos. Pero éste era particularmente importante: fue el que torturó a López y contra quien López declaró.
Nadie sabía nada de la historia de Julio López y al principio no le creyeron. Incluso su familia se enteró de todo por un recorte en el diario. Pero su testimonio fue fundamental para que el miserable director de investigaciones de la Policía Bonaerense terminara preso.
López vio, López escribió, López habló. López, albañil de esos que levantan el mundo, fue ojos, manos y boca que impidieron que el agua profunda y negra nos tapara a todos.
La sentencia se iba a leer el 19 de septiembre de 2006. El 18 Julio López desapareció por segunda vez. Lo desaparecieron.
Durante meses la justicia dejó que la Policía Bonaerense se encargara de buscarlo, todos ellos subordinados de Etchecolatz que todavía revistaba porque no le habían dado la baja. Aníbal Fernández dijo que debía estar tomando el té con su tía, Hebe de Bonafini dijo que seguro era amigo de la policía, Néstor Kirchner dijo que lo había desaparecido mano de obra desocupada, no el Estado, y así lavó las manos de su administración.
Todos los gobiernos olvidaron a López. Los ojos de López nos siguen mirando y esa boca no se calla.
López, el Lázaro que no necesitó de ningún milagro. El que decidió vivir para contar. El que eligió callar hasta encontrar los oídos que pudieran escucharlo.
Si todavía sigue viva su memoria es porque hay muchos que lo miramos a los ojos y lo escuchamos hablar aún hoy y no olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliarnos. |