En 1930 en el Reino Unido, el primer ministro conservador Stanley Baldwin descubrió una estatua en honor a EmmelinePankhurst. En 1958, fue agregada una placa que recordaba a su hija Christabel. Sylvia, hija de Emmeline y hermana de Christabel, no tiene estatuas ni placas. Recién en 2017, algunos sindicatos presentaron un proyecto para rendirle homenaje.
Su nombre es poco conocido en la historia de la lucha por la conquista del derecho de las mujeres a votar, que fue el puntapié de lo que se conoció como la primera ola feminista. Su legado, lejos de la idea de que el sufragismo era una cuestión de damas de la alta sociedad, incluye la organización de las trabajadoras, el enfrentamiento a la guerra imperialista, la pasión por la Revolución rusa, la lucha por la verdadera igualdad y por una sociedad libre de toda opresión.
A lo largo de los años, se instaló la idea de que el sufragismo fue un movimiento de damas de la alta sociedad y que los derechos eran regalos de gobiernos y Parlamentos. Nada más lejano de una pelea donde las mujeres de la clase trabajadora fueron protagonistas y donde se enfrentaron políticas y estrategias, como sucede hoy y sucedió a lo largo de la lucha de las mujeres por sus derechos y contra la opresión.
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La lucha por los derechos de las trabajadoras
Unos años antes de conquistar el derecho al voto, Sylvia Pankhurst era detenida por encadenarse a las rejas del Parlamento. Sería la primera pero no la última vez que terminara en la cárcel por exigir el derecho al voto para todas las mujeres. La represión contra las sufragistas se endurecía a medida que el movimiento se extendía.
La Policía las expulsaba de los actos oficiales, las multaban, las perseguían y las arrestaban. En 1912, la policía de Scotland Yard compró por primera vez en la historia una cámara fotográfica para perseguir a las militantes y apresarlas.
Las condenas eran duras, las sufragistas no eran consideradas presas políticas, y para reclamar ese derecho mínimo tuvieron que hacer largas huelgas de hambre en las cárceles, que redundaron en la mejora de las condiciones de las presas comunes (la mayoría pobre y trabajadora). Pero ninguna de las medidas represivas, ni siquiera la muerte de Emily WildingDavison en 1913 en el famoso Derby de Epsom, consiguió frenar el movimiento.
Sylvia Pankhurst nació en Inglaterra en 1882 en el seno de una familia acomodada pero de tradición socialista. Junto a su madre Emmeline y su hermana Christabel, conocidas como “Las Pankhurst”, se transformaron en un emblema del movimiento feminista, por su lucha por el derecho al voto para las mujeres.
En 1903, fundaron la Unión Social y Política de las Mujeres que, entre sus acciones más conocidas, organizó en Londres una movilización que terminó incendiando iglesias y comercios a su camino. Luego de varias de esas acciones Sylvia terminó, como muchas de sus compañeras, en la cárcel. Se enfrentó a los tribunales con huelgas de hambre, de sed y de sueño, y actuó como su propia abogada defensora.
Hoy puede sonar inocente, hasta ingenuo, arriesgar la vida por un derecho que aparece tan restringido, tan recortado, como es el derecho a votar. Sin embargo, hasta principios de siglo XX, las mujeres estaban privadas de ejercerlo, tenían el mismo estatus que legal que un infante o una persona con problemas mentales, no podían disponer de su vida.
Esto motorizaba la participación de decenas de miles de mujeres, incluso las trabajadoras, que coincidían en esta demanda con sectores de las clases medias y altas, y exigían a la vez sus derechos en el lugar de trabajo. En 1901, como parte del movimiento, las obreras de una planta de algodón levantaron el derecho al voto como una necesidad para terminar con la discriminación y la explotación.
“Nadie se atrevía a exigir el voto para todas las mujeres. Las sociedades sufragistas, con la excepción de mi propia East London Federation… trabajaba por pequeñas leyes que garantizaban el derecho a menos del 10 % de nosotras…” (Sylvia Pankhurst. A Life in Radical Politics). Sylvia estaba convencida de que las demandas de las mujeres debían confluir con las de la clase trabajadora, ya que tanto unas como otros estaban excluidos de los derechos democráticos elementales. Las mujeres no eran las únicas que no podían votar, tampoco podían hacerlo los varones que fueran obreros con bajos salarios (la mayoría de la clase trabajadora). Esto marcaba una diferencia en el movimiento sufragista: la mayoría de las organizaciones no cuestionaban que si solo se pedía el derecho a votar “en las mismas condiciones” que los hombres se mantendría una ley restrictiva que seguiría dejando privada de derechos a la mayoría de la población, que era trabajadora.
Guerra y Revolución
A los 24 años, Sylvia Pankhurst abandonó sus estudios universitarios y, en 1911, publicó Historia del movimiento sufragista. En ese momento, empezaban a surgir sus diferencias con la Unión fundada por su madre. La Primera Guerra Mundial ahondó aún más estas divergencias.
Sylvia no estaba de acuerdo en apoyar al gobierno británico en la guerra, como sí lo hacía su madre Emmeline, quien llamaba a las mujeres a movilizarse por el derecho al voto, pero bajo el lema “Rights to serve” (Derechos para servir). Sylvia, años más tarde, se refería a este período con estas palabras: “Para mí, eso era una traición trágica al movimiento (...) Trabajamos continuamente por la paz, enfrentadas a una dura oposición de viejos enemigos y, lamentablemente, a veces de viejos amigos”.
Tanto es el patrioterismo de EmmelinePankhurst que cambia el nombre del periódico de la Unión, de La Sufragette (La Sufragista) al nacionalista La Brittannia, bajo el lema “Por el Rey, por el País, por la Libertad”.
Sylvia, finalmente, se apartó de la organización y la Federación de Sufragistas del East End comenzó a funcionar de forma independiente, también fundó el Ejército de Mujeres por la Paz, que trabajaba en los barrios obreros tratando de paliar las consecuencias de la guerra que sufrían las viudas y las familias. Bautizó el periódico que editaba para mujeres trabajadoras como El Acorazado de las Mujeres, en homenaje al acorazado Potemkin de la Revolución Rusa de 1905.
Sylvia se instaló junto a otras sufragistas socialistas en el barrio obrero East End para organizar a las mujeres trabajadoras y luchar por sus demandas. Su objetivo era claro: “Estaba ansiosa por fortalecer la posición de las trabajadoras para cuando se hubiese conseguido el voto… Miraba hacia el futuro. Deseaba levantar a las mujeres de esta clase sumergida para que se convirtiesen en luchadoras por su propia cuenta y no como mero argumento en los discursos de gente más afortunada… Que se rebelaran contra las espantosas condiciones en las que vivían, exigiendo para ellas y sus familias la parte que les correspondía de los beneficios que podían procurar la civilización y el progreso…”.
En la vereda de enfrente la Unión dirigida por su hermana y su madre, planteaba que había que suspender los reclamos sectoriales de las mujeres, para apoyar al gobierno británico embarcado en la guerra mundial.
Más tarde, Sylvia apoyó la Revolución Rusa de 1917, visitó la Unión Soviética y a su regreso al Reino Unido, pagó con cinco meses de cárcel la simpatía “pro-comunista” que expresaban sus artículos. En 1918, finalmente, se extendió el derecho al voto a algunas mujeres mayores de treinta años; Sylvia denunció que el mismo estaba limitado, además, a las mujeres de clase alta.
Fue fundadora del Partido Comunista del Gran Bretaña, aunque se alejó años más tarde. En los años 1930 apoyó la Revolución Española y colaboró con trabajadoras y trabajadores judíos perseguidos por el régimen nazi en Alemania.Luego de ser una activa militante contra la ocupación italiana a Etiopía, se mudó a ese país con su compañero Carlo y su hijo Richard y murió en África el 27 de septiembre de 1960, a los 78 años de edad. |