Miguel viene todos los días. Desde que estoy atrás del mostrador, hace aproximadamente unos dos años, lo veo pasar por la puerta cada vez más agitado. Sufre de EPOC. El camino desde la entrada de la panadería hasta el mostrador le parece eterno y respirar le es casi imposible. Me pide $30 de figacitas y mientras recupera el aliento, nos reímos de alguna frase ingeniosa que nos soltó la radio o nos quejamos del frío que no se va más.
"Como el gobierno" me dice después de contar algunas monedas para ver si llegaba a los $40. No tenía más bromas en los ojos ni sonrisas cansadas cuando me pidió que lo ayudara a leer el ticket de la farmacia. Se leían bien claritos $1000,16.
¿$1000 sólo en medicamentos? -pregunté.
Ay nena. -me dijo con bronca-. Si pudiera gastar $1000 en un buen asado, me quedo feliz. Pero solo en la medicación, duele. Y eso que todavía tengo algún descuento. Nora, ya la habrás visto que viene seguido ella también, gasta por lo menos $14.000 en todas las medicinas, sino es más, porque es diabética -añadió.
Para el gobierno cuanto mayor es uno, es una carga, un gasto para sacarse de encima, es doloroso decirlo pero es así -mencionó.
Nos interrumpieron algunos clientes pero Miguel se quedó en un costado apoyado sobre el mostrador, tosiendo de a ratos, acomodándose el gorro azul como si así pudiera hacerle frente a la corriente de aire que entraba con la gente.
Durante el día los números que cobré fueron los mismos; $10 de figacitas (son dos), $30 de milonguitas, $23 de pan negrito, $10 de figacitas (en lo posible blanquitas).
Cuando estuvimos solos de nuevo me dijo con energía -: Yo no lo voté a este hijo de puta y solo espero que no gane otra vez, no creo que gane de vuelta.
Mientras hablábamos, en la Avenida 9 de julio, después supe, cientos de efectivos de la Policía de la Ciudad intentaron desalojar a palazos a las organizaciones sociales que se manifestaban con ollas populares, bajo la consigna “Sin trabajo nadie come”, exigiendo aumento salarial y que se declare la emergencia alimentaria. Al pedido de trabajo y alimento, lo mismo que Miguel y yo queríamos, que es lo mismo que piden los barrios a todas horas el gobierno contestó con violencia, con detenciones.
Porque lo que se vive es terrible, mis amigos casi ni pueden comer, están mucho peor que yo -expresó Miguel. Así se nos fue la tarde y ya oscureciendo, emprendió viaje. Tomó aire como quien se dispone a nadar mar adentro, me saludó de nuevo en la puerta y yo seguí envasando pan rallado.
Apenas salí de ahí pude corroborar que nuestras conversaciones de todos los días no son casuales ni cuestión de suerte. Y es que, cómo los jubilados van a comprar más de $10 de pan, si la jubilación mínima no supera la línea de pobreza y del 2015 al 2019, la inflación de los medicamentos alcanzó el 298%, agregando la limitación de la entrega gratuita de medicinas, perjudicando no solo a adultos mayores sino también a quienes padecen patologías crónicas. Cómo no van a gastar $14.000 o más todas las personas diabéticas si en Argentina se vende la insulina más cara del mundo.
Cómo no van a soñar con asados, si se volvieron un lujo porque el precio de la carne aumento un 32% en cuatro meses, superando con esta evolución a los salarios.
Cómo no vamos a suspirar pensando en comida, si la inflación de los alimentos es tal que se elevó el nivel de pobreza. Si lo más básico que teníamos nos lo arrebataron para convertirlo en un privilegio. Si nos quieren hambrientos, enfermos y callados…
En el camino a casa, entre paradas de colectivos y algunas calles oscuras, me asustó el murmullo de unas bolsas, seguido de un golpe agrietado. Era Jessica, una mujer joven que todos los días pasa por la panadería para ver si sobra algo, pan o facturas. Pero estaba rebuscando en un container, con sus dos hijas más grandes, que me saludaron con bostezos y alegría. Después de intercambiar algunas palabras seguí yendo a casa porque era tarde, pero sin poder sacarme ese momento de la cabeza, rebotando de un lado a otro con bronca. Recordando, también, la nota que había leído hace poco (porque mientras las personas compran $10 de pan y revuelven la basura), Nicolás Caputo y el Grupo Macri se llevan ganancias millonarias, al tiempo que nosotros sólo nos llevamos tarifas impagables.
Al final del día, una vez en casa, me llega a los ojos la frase del que posiblemente será el próximo presidente: “evitemos estar en las calles”.
Pero ni aunque así lo quisiera, ni aunque estuviese dispuesta a bajar la cabeza después de haber estado en ese mostrador que hace años no ve más que hambre, ni así podría. A veces, más que la bronca, más que la injusticia, más que la angustia, luchar es una necesidad.
Y la reconozco en cada cara; jóvenes, mujeres, disidencias, estudiantes, trabajadores, desocupados... la necesidad de organizarnos, porque no podemos ni queremos seguir aguantando, resignados, el destino que nos asignan los más ricos.
Sabernos capaces de transformar la realidad es, a veces tan simple, como querer escuchar sueños que puedan llegar a lugares inimaginables. Rebelarnos es un alivio y es necesario, porque no queremos soñar toda la vida con un poco de comida. |