Una recorrida por el interior del coliseo lírico bonaerense. Frente a la desidia y el vaciamiento cultural, sus trabajadores resisten y luchan para que el telón vuelva a subir.
Durante muchos años pasar por la cuadra del Teatro Argentino en La Plata era encontrarse con una montaña de cemento acumulado, que venía a sustituir al viejo coliseo renacentista destruido por un incendio en la década del 70. Recién en 1999 abrió nuevamente y sus elencos volvieron a brillar en el escenario.
Pasaron los años y pasaron muchos artistas. Pasaron los niños en las vacaciones llenando de bullicio las escaleras y las salas. Las óperas y el ballet eran accesibles para todos. Allí la cronista disfrutó y se emocionó con la primera ópera que vio y también se rió de lo ecléctico que puede ser el público de un espectáculo como éste.
Pero de repente, fiel a estos tiempos, pasaron cosas…
Un día, el teatro apareció todo enrejado como si estuviera preso (hay una cultura del enrejado en instituciones judiciales y eclesiásticas. Para la Justicia el acceso es solo para algunos; la Iglesia se enreja por las dudas con plata nuestra y con sus curas abusadores adentro, como si nada)
Los skaters, patinadores amigos del teatro que dibujaban formas en las escalinatas y los patios abiertos fueron sacados de escena. La jaula que construyeron fue el inicio de la condena.
Silencio en la sala
“La cultura es inversión, no es gasto. Cuando la obra esté terminada, va a dar trabajo a mucha gente", sostenía María Eugenia Vidal durante un acto, al poco de asumir como mandataria provincial. En el mismo evento, el encargado de la gestión cultural en la provincia, Alejandro Gómez, ratificaría que "para esta gobernación, la cultura y la infraestructura cultural son prioridad". Falsas promesas.
Un colosal plan de obras por un monto de 490 millones de pesos se anunciaba con bombos y platillos para restaurar el teatro y que vuelva a tener la producción artística que supo deslumbrar.
Pero las obras fueron cáscara vacía.
Recorriendo los pasillos del teatro se siente, se ve y se escucha un mutismo ensordecedor. La sala lírica espera despertar del sueño profundo en que la han inducido. Quienes trabajan allí añoran el repiqueteo de los saltos del ballet, los acordes de la orquesta y las melodías del coro. Los talleres tienen hambre de construcción: esperan el carpintero y la escultora, la sastrería, la sala de maquillaje y el sector de sombreros, los iluminadores, la boletería y el acomodador.
Materiales sobre las mesas de trabajo, herramientas guardadas, vestigios de grandes escenas aparecen dormidas en la recorrida por los talleres de producción (únicos en el país junto a los del teatro Colón), con un terrible frío que cala profundamente los huesos y el alma. En el teatro hace frío, no hay calefacción. Las salas de ensayo del ballet y la orquesta cuentan con algún tipo de calefacción que sin embargo no es la adecuada.
“Andá a saber cuánto gastan por mes en el alquiler de estos hongos con garrafas, que están totalmente prohibidos, cuando es más sencillo y barato arreglar las calderas”, comenta una integrante de la orquesta. “Un informe del jefe de termomecánica, el que maneja la caldera, dice que con 100 mil pesos o un poco más arreglamos lo mínimo para que funcione, dentro de las condiciones de seguridad mínimas”, agregó uno de los trabajadores de los talleres.
Como si hubiera pasado un gran vendaval, los baños muestran filtraciones como si fueran hilos de ríos que recorren los techos. También tienen el cielorraso a punto de desprenderse.
Mientras continúa la recorrida, las paredes cuentan la resistencia de sus trabajadores. Convocatorias a asambleas, reuniones, marchas. Nuevas y viejas. Hace tiempo que el teatro está siendo vaciado y sus trabajadores y trabajadoras vienen organizándose para dar pelea.
La cultura en pie de lucha
Ante la situación actual (que viene desde hace años y ha atravesado varios gobiernos) las y los trabajadores vienen organizándose en asambleas, conformando la Comisión Intercuerpos, entendiendo que la pelea es colectiva. Empezaron a realizar actividades tanto en las redes como en las calles con funciones de protesta en la explanada para visibilizar la cruda realidad del teatro, exigiendo además la rendición del presupuesto supuestamente ejecutado.
En sus actos denuncian que “la ineficiencia tanto del ministerio de Gestión Cultural como del ministerio de Infraestructura y de las autoridades del teatro, artísticas, técnicas y administrativas, profundizaron la situación crítica del segundo Coliseo lírico de la República Argentina y primero de la Provincia”
Todos y todas quienes trabajan allí pelean contra este crimen cultural.
Sigilosamente y gracias a la lumbre del celular, quien relata esta crónica llega a “la Ginastera”. Ella es una de las salas líricas más importantes del país. Ni el fantasma de la ópera anda por allí. Desde el 2017 no brinda espectáculos; podría decirse que está en período de hibernación prolongada.
Le inyectaron una dosis millonaria de pesos en butacas nuevas (39 millones, más precisamente) pero el montaje que usan en el escenario está obsoleto por lo que habría que modernizar la maquinaria; no lo hicieron como otras tantas cosas planificadas; pero la sala tiene butacas nuevas...
Hace pocos días la gobernadora Vidal realizó en el teatro Colón un acto de entrega de títulos a docentes bonaerenses (otro chiste de mal gusto) “Me encanta que hayamos elegido este lugar porque es un orgullo de los argentinos. Este teatro, que compite con los más importantes del mundo, muestra de lo que somos capaces. Me encanta que se haya elegido este lugar porque cuando pensamos en el futuro esta es una imagen de por qué creemos que la provincia tiene futuro”, dijo Vidal en el cierre de su discurso. Dejó en claro que la cultura bonaerense no fue ni es prioridad de gestión.
Pero las y los trabajadores del teatro no bajan los brazos y pelean día a día para mantener el Teatro Argentino con vida. “Queremos trabajar, queremos estar en el teatro y que el teatro llegue a todos los lugares”
Concluye la visita en el hall de entrada del teatro. Mucha luz, muchas alfombras, bien mantenido y con una muestra de vestuario en su interior. Surge la pregunta si era el mismo lugar, luego la memoria recordó que estamos frente a una gestión política donde la fachada es lo que importa: mientras se vea bien, lo de adentro es lo de menos.
Tan sólo miremos los resultados de las últimas inauguraciones: el Metrobus de Varela se inundó como el Paseo del Bajo, en la escuela nueva de la Villa 31 se rompió el techo y en Ezeiza por apurar la obra murió un trabajador aplastado.
Por eso el teatro está sin función, pero con butacas nuevas.
Al día siguiente de esta visita, habría una nueva marcha exigiendo la reapertura del teatro.
Frente a la desidia y el vaciamiento cultural, sus trabajadores resisten y luchan para que el telón vuelva a subir. Como dicen sus remeras: “Salvemos al Teatro Argentino”